Job  16, 12-17

Vivía yo tranquilo y me zarandeó,
me agarró por la nuca y me despedazó,
en su blanco me convirtió.
Me cercaron sus arqueros,
traspasó mis entrañas sin piedad,
derramando por tierra mi hiel.
Rasgó mi cuerpo brecha tras brecha,
lanzándose cual guerrero contra mí.
He cosido un sayal sobre mi piel,
en el polvo ha acabado mi vigor.
El llanto enrojece mi rostro,
una sombra mortal recubre mis ojos,
aunque en mis manos no había violencia
y era sincera mi oración.
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