Job  18, 5-20

La luz del malvado se apaga,
el fuego en su hogar ya no brilla.
En su tienda se extingue la luz,
el candil que lo alumbra se apaga.
Su paso firme se acorta,
lo pierden sus propios proyectos.
Sus pies se meten en la red,
camina entre mallas.
Un lazo le apresa el talón,
el cepo se cierra sobre él.
Oculto en la tierra hay un nudo,
la trampa le espera en la senda.
Espanto y terror lo cercan,
entorpecen su caminar.
Desfallece en pleno vigor,
la desgracia se afianza a su lado.
El mal devora su piel,
el Primogénito de la Muerte roe sus miembros.
Lo arrancan del amparo de su tienda,
lo arrastran ante el Rey de los terrores.
Ocupan su tienda desahuciada,
esparcen azufre en su morada.
Por debajo se secan sus raíces,
por arriba se agosta su ramaje.
Su recuerdo se borra en el país,
se queda sin nombre en la comarca.
Lo empujan de la luz a las tinieblas,
se ve expulsado del mundo,
sin familia ni prole entre su gente,
sin un superviviente en su terruño.
Su destino espanta al occidente,
el oriente queda estremecido.
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