Job  34, 26-33

los azota igual que a criminales,
en la plaza pública los encadena,
por no haber querido seguirle,
por no entender sus designios,
provocando ante Dios el grito del débil,
haciéndole oír el grito del pobre.
Si se queda inmóvil, ¿quién condenará?;
si esconde su rostro, ¿quién lo verá?
Pero él vela sobre hombres y países,
para evitar que reine el impío,
que el pueblo sea engañado.
Si alguien dice a Dios:
«Me arrepiento, ya no lo haré,
lo que no veo, házmelo ver,
si he obrado mal, no recaeré»,
¿debería, según tú, castigar?
¡Pero tú rechazas su criterio!
Dado que tú decides, y no yo,
haznos partícipes de tu ciencia.
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