Jonás 1, 4-16

Pero Yahvé desencadenó un viento tempestuoso sobre el mar, y se desencadenó una borrasca tan violenta que el barco amenazaba naufragar. Los marineros se asustaron y cada cual pedía auxilio a su dios; luego arrojaron por la borda la carga del barco para aligerarlo. En cambio, Jonás había bajado a la bodega del barco y dormía profundamente. El capitán se acercó a él y le dijo: «¿Qué haces aquí durmiendo? ¡Levántate e invoca a tu Dios! A ver si tu Dios se apiada de nosotros y no perecemos.» Luego propusieron entre todos: «Vamos a echar suertes para saber quién de nosotros es el culpable de este castigo.» Echaron suertes y le tocó a Jonás.
Entonces le preguntaron: «Dinos por qué nos sucede esto, cuál es tu oficio, de dónde vienes, cuál es tu país y de qué pueblo eres.» Jonás respondió: «Soy hebreo y creo en Yahvé, Dios del cielo, que hizo el mar y la tierra.» Aquellos hombres se asustaron mucho y le dijeron: «¿Por qué has hecho esto?» Pues, por lo que les había contado, dedujeron que huía de Yahvé. Y le preguntaron: «¿Qué podemos hacer contigo para que el mar se nos calme?» Pues el mar seguía enfureciéndose. Jonás les respondió: «Arrojadme al mar, y el mar se os calmará. Reconozco que soy el culpable de esta gran borrasca que os amenaza.»
Los hombres remaban para llegar a tierra firme, pero no podían, porque el mar seguía enfureciéndose en torno a ellos. Entonces gritaron a Yahvé, diciendo: «¡Ay, Yahvé, que no perezcamos por culpa de este hombre. No nos manches con sangre inocente, pues tú, Yahvé, has actuado según tu voluntad!» Luego cogieron a Jonás, lo arrojaron al mar y el mar calmó su furia. Y aquellos hombres creyeron firmemente en Yahvé; le ofrecieron sacrificios y le hicieron promesas.
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