Josué 24, 1-28


3. LA GRAN ASAMBLEA DE SIQUÉN
Recuerdo de la vocación de Israel.
Josué reunió a todas las tribus de Israel en Siquén, llamó a los ancianos de Israel, a sus jefes, jueces y escribas, que se situaron en presencia de Dios. Josué dijo a todo el pueblo: «Esto dice Yahvé el Dios de Israel: Al otro lado del Río habitaban antaño vuestros padres, Téraj, padre de Abrahán y de Najor, y daban culto a otros dioses. Yo tomé a vuestro padre Abrahán del otro lado del Río y le hice recorrer toda la tierra de Canaán, multipliqué su descendencia y le di por hijo a Isaac. A Isaac le di por hijos a Jacob y Esaú. A Esaú le di en propiedad la montaña de Seír. Jacob y sus hijos bajaron a Egipto. Envié después a Moisés y Aarón y herí a los egipcios con los prodigios que obré en medio de ellos. Luego os saqué de allí. Saqué a vuestros padres de Egipto y llegasteis al mar; los egipcios persiguieron a vuestros padres con sus carros y guerreros hasta el mar de Suf. Clamaron entonces a Yahvé, el cual tendió unas densas nieblas entre vosotros y los egipcios, e hizo volver sobre ellos el mar, que los cubrió. Visteis con vuestros propios ojos lo que hice con Egipto; luego habitasteis largo tiempo en el desierto. Os introduje después en la tierra de los amorreos, que habitaban al otro lado del Jordán; ellos os declararon la guerra y yo los entregué en vuestras manos; y así pudisteis poseer su tierra, porque yo los exterminé a vuestra llegada. Después se levantó Balac, hijo de Sipor, rey de Moab, para pelear contra Israel, y mandó llamar a Balaán, hijo de Beor, para que os maldijera. Pero no quise escuchar a Balaán, y hasta tuvo que bendeciros; así os salvé yo de su mano.
«Pasasteis el Jordán y llegasteis a Jericó; pero las gentes de Jericó os hicieron la guerra, igual que los amorreos, los perizitas, los cananeos, los hititas, los guirgaseos, los jivitas y los jebuseos, pero yo los entregué en vuestras manos. Mandé delante de vosotros avispas que expulsaron, antes que llegarais, a los dos reyes de los amorreos; no fue con tu espada ni con tu arco. Os he dado una tierra que no os ha costado fatiga, unas ciudades que no habéis construido y en las que sin embargo habitáis, viñas y olivares que no habéis plantado y de los que os alimentáis.

Israel elige a Yahvé.
«Ahora, pues, temed a Yahvé y servidle perfectamente, con fidelidad; apartaos de los dioses a los que sirvieron vuestros padres más allá del Río y en Egipto y servid a Yahvé. Pero, si no os parece bien servir a Yahvé, elegid hoy a quién habéis de servir, o a los dioses a quienes servían vuestros padres más allá del Río, o a los dioses de los amorreos en cuyo país habitáis ahora. Yo y mi casa serviremos a Yahvé.»
El pueblo respondió: «Lejos de nosotros abandonar a Yahvé para servir a otros dioses. Porque Yahvé nuestro Dios es el que nos hizo subir, a nosotros y a nuestros padres, de la tierra de Egipto, de la casa de servidumbre, y el que delante de nuestros ojos obró tan grandes señales y nos guardó por todo el camino que recorrimos y en todos los pueblos por los que pasamos. Además Yahvé expulsó delante de nosotros a todos esos pueblos y a los amorreos que habitaban en el país. También nosotros serviremos a Yahvé, porque él es nuestro Dios.»
Entonces Josué dijo al pueblo: «No podréis servir a Yahvé, porque es un Dios santo, es un Dios celoso, que no perdonará ni vuestras rebeldías ni vuestros pecados. Si abandonáis a Yahvé para servir a los dioses del extranjero, él a su vez traerá el mal sobre vosotros y acabará con vosotros, después de haberos hecho tanto bien.»
El pueblo respondió a Josué: «No; nosotros serviremos a Yahvé.» Josué dijo al pueblo: «Vosotros sois testigos contra vosotros mismos de que habéis elegido a Yahvé para servirle.» Respondieron ellos: «¡Testigos somos!» «Entonces, quitad de en medio los dioses del extranjero e inclinad vuestro corazón hacia Yahvé, Dios de Israel.» El pueblo respondió a Josué: «A Yahvé nuestro Dios serviremos y a su voz atenderemos.»

El pacto de Siquén.
Aquel día, Josué selló una alianza con el pueblo; le impuso decretos y normas en Siquén. Josué escribió estas palabras en el libro de la Ley de Dios. Tomó luego una gran piedra y la plantó allí, al pie de la encina que hay en el santuario de Yahvé. Josué dijo a todo el pueblo: «Mirad, esta piedra será testigo contra nosotros, pues ha oído todas las palabras que Yahvé ha hablado con nosotros; ella será testigo contra vosotros para que no podáis renegar de vuestro Dios.» Y Josué despidió al pueblo, cada uno a su heredad.
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