Jueces 3, 11-30

El país quedó tranquilo cuarenta años. Y murió Otniel, hijo de Quenaz.

2. EHÚD
Los israelitas volvieron a hacer lo que desagradaba a Yahvé; y Yahvé fortaleció a Eglón, rey de Moab, por encima de Israel, porque hacían lo que desagradaba a Yahvé. A Eglón se le juntaron los hijos de Amón y de Amalec; salió y derrotó a Israel, y tomó la ciudad de las Palmeras. Los israelitas estuvieron sometidos a Eglón, rey de Moab, dieciocho años.
Entonces los israelitas clamaron a Yahvé y Yahvé les suscitó un libertador: Ehúd, hijo de Guerá, benjaminita, que era zurdo. Los israelitas le encargaron de llevar el tributo a Eglón, rey de Moab. Ehúd se hizo un puñal de dos filos, de un codo de largo, se lo ciñó debajo de la ropa sobre el muslo derecho, y presentó el tributo a Eglón, rey de Moab. Eglón era un hombre muy obeso. En cuanto terminó de presentar el tributo, Ehúd mandó marchar a la gente que había llevado el tributo; pero él, al llegar a los Idolos que hay en la región de Guilgal, volvió otra vez y dijo: «Tengo un mensaje secreto para ti ¡oh rey!» El rey respondió: «¡Silencio!», y salieron de su presencia todos los que estaban con él. Ehúd se le acercó. El rey estaba sentado en su galería fresca particular. Ehúd le dijo: «Tengo una palabra de Dios para ti.» El rey se levantó de su silla. Ehúd alargó su mano izquierda, cogió el puñal de su cadera derecha y se lo hundió en el vientre. Detrás de la hoja entró hasta el mango, y la grasa se cerró sobre la hoja, pues Ehúd no le sacó el puñal del vientre. Luego escapó por la ventana. Ehúd salió por la galería; había cerrado tras de sí las puertas de la galería y echado el cerrojo.
Después que se fue, llegaron los criados y vieron que las puertas de la galería tenían echado el cerrojo. Y se dijeron para sí: «Sin duda se está cubriendo los pies en el aposento de la galería fresca.» Estuvieron esperando hasta quedar desconcertados, porque no acababan de abrirse las puertas de la galería. Cogieron la llave y abrieron. Su amo yacía en tierra, muerto.
Mientras esperaban, Ehúd había huido: había pasado los Idolos y se había puesto a salvo en Seirá. En cuanto llegó, tocó el cuerno en la montaña de Efraín y los israelitas bajaron con él de la montaña. Él se puso al frente de ellos, y les dijo: «Seguidme, porque Yahvé ha entregado a Moab, vuestro enemigo, en vuestras manos.» Bajaron tras él, cortaron a Moab los vados del Jordán y no dejaron pasar a nadie. Derrotaron en aquella ocasión a los de Moab; eran unos diez mil hombres, todos fuertes y valientes, y no escapó ni uno. Aquel día fue humillado Moab bajo la mano de Israel, y el país quedó tranquilo ochenta años.
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