Nehemías 13, 4-31


Segunda misión de Nehemías.
Antes de esto, el sacerdote Eliasib había sido encargado de los aposentos del templo de nuestro Dios. Como era pariente de Tobías, le había proporcionado un aposento espacioso, donde anteriormente se depositaban las oblaciones, el incienso, los utensilios, el diezmo del trigo, del vino y del aceite, es decir, lo que está prescrito para los levitas, los cantores y los porteros, y lo reservado a los sacerdotes. No estaba yo en Jerusalén cuando sucedían estas cosas, porque el año treinta y dos de Artajerjes, rey de Babilonia, había ido donde el rey; pero al cabo de algún tiempo el rey me permitió volver. A mi regreso a Jerusalén, me enteré de la mala acción que había hecho Eliasib en favor de Tobías, preparándole un aposento en el atrio del templo de Dios. Esto me desagradó mucho; eché fuera del aposento todos los muebles de la casa de Tobías, y mandé purificar los aposentos y volver a poner en ellos los utensilios del templo de Dios, las oblaciones y el incienso.
Me enteré también de que ya no se entregaban las raciones de los levitas, por lo que ellos —los levitas y los cantores encargados del servicio— se habían marchado, cada uno a su campo. Reprendí por ello a los consejeros, diciéndoles: «¿Por qué ha sido abandonado el templo de Dios?» Luego los reuní de nuevo y los restablecí en sus puestos. Y todo Judá trajo a los almacenes el diezmo del trigo, del vino y del aceite. Puse al frente de los almacenes al sacerdote Selemías, al escriba Sadoc y a Pedayas, uno de los levitas, y, como ayudante, a Janán, hijo de Zacur, hijo de Matanías, porque eran considerados como personas fieles; les incumbía distribuir las porciones a sus hermanos. ¡Acuérdate de mí por esto, Dios mío; no borres las obras de piedad que yo hice por el templo de mi Dios y por sus servicios!
Por aquellos días, vi que había en Judá quienes pisaban los lagares en día de sábado; otros acarreaban los haces de trigo y los cargaban sobre los asnos, y también vino, uva, higos y toda clase de cargas, para traerlo a Jerusalén en día de sábado: les advertí que no vendiesen sus mercancías. En Jerusalén, algunos tirios que habitan en ella traían pescado y toda clase de mercancías para vendérselas a los judíos en día de sábado. Reprendí a los notables de Judá diciendo: «¡Qué mala acción cometéis profanando el día del sábado! ¿No fue así como obraron vuestros padres y por lo que nuestro Dios hizo caer toda esta desgracia sobre nosotros y sobre esta ciudad? ¡Y vosotros aumentáis así la Cólera contra Israel profanando el sábado!» Así que ordené que cuando la sombra cubriese las puertas de Jerusalén, la víspera del sábado se cerrasen las puertas, y que no se abriesen hasta después del sábado. Y puse junto a las puertas a algunos de mis hombres para que no entrase carga alguna en día de sábado. Una o dos veces, algunos mercaderes que vendían toda clase de mercancías pasaron la noche fuera de Jerusalén, pero yo les avisé diciéndoles: «¿Por qué pasáis la noche junto a la muralla? ¡Si volvéis a hacerlo, os echaré mano!» Desde entonces no volvían más en sábado. También por esto, ordené a los levitas purificarse y venir a guardar las puertas, para santificar el sábado. ¡También por esto acuérdate de mí, Dios mío, y ten piedad de mí según tu gran misericordia!
Vi también en aquellos días que algunos judíos se habían casado con mujeres asdodeos, amonitas o moabitas. De sus hijos, la mitad hablaban asdodeo o la lengua de uno u otro pueblo, pero no sabían ya hablar judío. Yo los reprendí y los maldije, hice azotar a algunos de ellos y arrancarles los cabellos, y los conjuré en nombre de Dios: «¡No debéis dar vuestras hijas a sus hijos ni tomar ninguna de sus hijas por mujeres ni para vuestros hijos ni para vosotros mismos! ¿No pecó en esto Salomón, rey de Israel? Entre tantas naciones no había un rey semejante a él; era amado de su Dios; Dios le había hecho rey de todo Israel. Y también a él le hicieron pecar las mujeres extranjeras. ¿Se tendrá que oír de vosotros que cometéis el mismo gran crimen de rebelaros contra nuestro Dios casándoos con mujeres extranjeras?»
Uno de los hijos de Joadá, hijo del sumo sacerdote Eliasib, era yerno de Sambalat el joronita. Yo lo eché de mi lado. ¡Acuérdate de estas gentes, Dios mío, por haber mancillado el sacerdocio y la alianza de los sacerdotes y levitas!
Los purifiqué, pues, de todo lo extranjero. Y establecí, para los sacerdotes y levitas, reglamentos que determinaran la tarea de cada uno, y lo mismo para las ofrendas de leña a plazos fijos y para las primicias.
¡Acuérdate de mí, Dios mío, para mi bien!
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