Proverbios 5, 1-14


La mujer extraña.
Hijo mío, atiende a mi sabiduría,
presta oído a mi prudencia,
para que mantengas la discreción
y tus labios guarden el saber.
Los labios de la extraña destilan miel
y su paladar es más suave que el aceite;
pero termina siendo amarga como el ajenjo,
cortante como arma de doble filo.
Sus pies se precipitan a la muerte,
sus pasos van derechos al abismo.
Por no cuidar la senda de la vida,
sin saberlo extravía sus senderos.
Por tanto, hijos, escuchadme
y seguid mis advertencias:
aleja de ella tu camino
y no te acerques a la puerta de su casa;
no vayas a entregar tu honor a otros
y tus años a alguien sin escrúpulos;
no se aprovechen de tu esfuerzo los extraños,
ni acaben tus fatigas en casa ajena.
A la postre lo lamentarás,
cuando tu cuerpo y tu carne se consuman.
Entonces dirás: «¿Por qué rechacé la corrección,
y mi corazón despreció las advertencias?
¿Por qué no hice caso a mis maestros
ni presté oídos a mis educadores?
Por poco llego a la ruina total
en medio de la asamblea reunida.»
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