Proverbios 7, 6-27

Estaba yo en la ventana de mi casa
observando entre las rejas,
miré al grupo de los ingenuos
y distinguí entre los muchachos a un joven insensato:
pasaba por la calle, junto a su esquina,
y se dirigía a casa de ella.
Era al anochecer, al caer el día,
cuando llega la noche y oscurece.
Entonces le sale al paso una mujer,
con trazas y ademanes de prostituta.
Es bullanguera y descarada
y sus pies nunca paran en casa.
Ya sea en las calles o en las plazas,
en cualquier esquina se pone al acecho.
Ella lo agarra, lo besa
y descaradamente le dice:
«Tenía que ofrecer un sacrificio
y hoy he cumplido mi promesa;
por eso he salido en tu busca
ansiosa de verte, y te he encontrado.
He puesto colchas en mi cama
y sábanas de lino egipcio;
he perfumado mi lecho con mirra,
áloe y cinamomo.
Ven y saciémonos de caricias hasta la mañana,
embriaguémonos de amores;
pues mi marido no está en casa,
ha emprendido un largo viaje;
se llevó la bolsa del dinero
y no regresará hasta la luna llena.»
Con sus muchas artes lo conquista,
lo seduce con sus labios lisonjeros.
Y el ingenuo se va tras ella,
como buey llevado al matadero,
como ciervo atrapado en la red;
hasta que una flecha le atraviesa el hígado,
como pájaro que cae en la trampa,
sin saber que le va la vida en ello.
Ahora pues, hijo mío, escúchame,
presta atención a mis palabras:
no extravíes tu corazón tras sus caminos,
no te pierdas por sus sendas,
porque a muchos ha hecho caer malheridos
y sus víctimas son incontables.
Su casa es camino hacia el abismo
y baja a la morada de la muerte.
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