Sabiduría 15, 7-13


Locura de los fabricantes de ídolos.
Un alfarero amasa laboriosamente la tierra blanda
y modela diversos cacharros para nuestro uso.
De la misma arcilla vuelve a modelar indistintamente
vasijas destinadas a usos nobles e innobles:
el alfarero es quien decide
la distinta utilidad de cada una.
Luego, malgastando energías, modela un dios falso de la misma arcilla
el que poco antes nació de la tierra
y habrá de volver pronto allí de donde fue sacado,
cuando le reclamen la deuda de la vida.
Pero no le preocupa que ha de morir,
ni que tiene una vida efímera;
sino que compite con orfebres y plateros,
imita a los que forjan el bronce
y presume de modelar falsificaciones.
Su corazón es ceniza,
su esperanza, más vulgar que la tierra,
su vida, más despreciable que el barro,
porque desconoce al que le modeló,
al que le infundió un alma activa
y le insufló un aliento vital.
Piensa que nuestra existencia es un juego,
y la vida, un mercado concurrido,
diciendo: «Hay que sacar partido de donde sea, incluso del mal.»
Pero éste más que nadie sabe que peca,
al fabricar con material terreno frágiles vasijas y estatuas de ídolos.
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