Sabiduría 2, 1-20

Razonando erróneamente, se decían :
«Corta y triste es nuestra vida;
la muerte del hombre no tiene remedio
y de nadie consta que haya vuelto de la tumba.
Nacimos por azar
y pasaremos como si no hubiéramos existido.
El soplo de nuestro aliento es humo,
y el pensamiento, una chispa del latido de nuestro corazón.
Cuando ella se apague, el cuerpo se convertirá en ceniza
y el espíritu se desvanecerá como aire ligero.
Con el tiempo nuestro nombre caerá en el olvido
y nadie se acordará de nuestras obras;
nuestra vida pasará como rastro de nube,
se disipará como niebla
acosada por los rayos del sol
y agobiada por su calor.
Nuestro tiempo es una sombra fugaz
y nuestra muerte, irrevocable,
porque se ha puesto el sello y nadie regresa.
Venid, pues, y disfrutemos de los bienes presentes,
gocemos de la realidad con impaciencia juvenil;
embriaguémonos de vinos exquisitos y perfumes,
que no se nos escape la flor primaveral;
coronémonos de rosas antes que se marchiten;
que ninguno de nosotros se pierda nuestra orgía,
dejemos por todas partes huellas de la alegría;
que ésta es nuestra suerte y nuestra herencia.
Oprimamos al pobre que es justo,
no tengamos compasión de la viuda
ni respetemos las canas llenas de años del anciano.
Que nuestra fuerza sea norma de la justicia,
porque la debilidad se demuestra inútil.
Pongamos trampas al justo, que nos fastidia
y se opone a nuestras acciones;
nos echa en cara nuestros delitos
y reprende nuestros pecados de juventud.
Presume de conocer a Dios
y se presenta como hijo del Señor.
Es un reproche contra nuestras convicciones
y su sola aparición nos resulta insoportable,
pues lleva una vida distinta a los demás
y va por caminos diferentes.
Nos considera moneda falsa
y nos evita como a apestados;
celebra el destino de los justos
y presume de que Dios es su padre.
Ya veremos si lleva razón,
comprobando cuál es su desenlace:
pues si el justo es hijo de Dios, él lo rescatará
y lo librará del poder de sus adversarios.
Lo someteremos a humillaciones y torturas
para conocer su temple
y comprobar su entereza.
Lo condenaremos a una muerte humillante,
pues, según dice, Dios lo protegerá.»
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