Salmos 139, 1-16


SALMO 139 (138)
Homenaje a Aquel que los sabe todo
Del maestro de coro. De David. Salmo.

Tú me escrutas, Yahvé, y me conoces;
sabes cuándo me siento y me levanto,
mi pensamiento percibes desde lejos;
de camino o acostado, tú lo adviertes,
familiares te son todas mis sendas.
Aún no llega la palabra a mi lengua,
y tú, Yahvé, la conoces por entero;
me rodeas por detrás y por delante,
tienes puesta tu mano sobre mí.
Maravilla de ciencia que me supera,
tan alta que no puedo alcanzarla.
¿Adónde iré lejos de tu espíritu,
adónde podré huir de tu presencia?
Si subo hasta el cielo, allí estás tú,
si me acuesto en el Seol, allí estás.
Si me remonto con las alas de la aurora,
si me instalo en los confines del mar,
también allí tu mano me conduce,
también allí me alcanza tu diestra.
Si digo: «Que me cubra la tiniebla,
que la noche me rodee como un ceñidor»,
no es tenebrosa la tiniebla para ti,
y la noche es luminosa como el día.
Porque tú has formado mis riñones,
me has tejido en el vientre de mi madre;
te doy gracias por tantas maravillas:
prodigio soy, prodigios tus obras.
Mi aliento conocías cabalmente,
mis huesos no se te ocultaban,
cuando era formado en lo secreto,
tejido en las honduras de la tierra.
Mi embrión veían tus ojos;
en tu libro están inscritos
los días que me has fijado,
sin que aún exista el primero.
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