Salmos 18, 4-27

Invoco a Yahvé, digno de alabanza,
y me veo libre de mis enemigos.
Las olas de la muerte me envolvían,
me espantaban los torrentes destructores,
los lazos del Seol me rodeaban,
me aguardaban los cepos de la muerte.
En mi angustia grité a Yahvé,
pedí socorro a mi Dios;
desde su templo escuchó mi voz,
resonó mi socorro en sus oídos.
La tierra rugió, retembló,
temblaron las bases de los montes
(vacilaron bajo su furor).
De su nariz salía una humareda,
de su boca un fuego abrasador
(y lanzaba carbones encendidos).
Inclinó los cielos y bajó,
con espeso nublado a sus pies;
volaba a lomos de un querubín,
sostenido por las alas del viento.
Se puso como tienda un cerco de tinieblas,
de aguas oscuras y espesos nubarrones;
el brillo de su presencia despedía
granizo y ascuas de fuego.
Tronó Yahvé en el cielo,
lanzó el Altísimo su voz;
disparó sus saetas y los dispersó,
la cantidad de rayos los desbarató.
El fondo del mar quedó a la vista,
los cimientos del orbe aparecieron,
a causa de tu bramido, Yahvé,
al resollar el aliento de tu nariz.
Lanzó su mano de lo alto y me agarró
para sacarme de las aguas caudalosas;
me libró de un enemigo poderoso,
de adversarios más fuertes que yo.
Me aguardaban el día de mi ruina,
mas Yahvé fue un apoyo para mí;
me sacó a campo abierto,
me quería y me salvó.
Mi rectitud recompensa Yahvé,
retribuye la pureza de mis manos,
pues guardé los caminos de Yahvé
y no me rebelé contra mi Dios.
Pues tengo presentes sus normas,
sus preceptos no aparto de mi lado;
he sido irreprochable con él,
y de incurrir en culpa me he guardado.
Yahvé retribuye mi rectitud,
la pureza de mis manos que él conoce.
Con el leal te muestras leal,
intachable con el hombre sin tacha;
con el puro eres puro,
y sagaz con el ladino;
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