Eclesiástico 1, 1-20


Prólogo del traductor
(1) La ley, los profetas y los escritos que les siguieron (2) nos han transmitido muchas e importantes lecciones, (3) que hacen a Israel digno de elogio por su instrucción y sabiduría.
(4) Ahora bien, no basta con que los lectores se hagan sabios; (5) es necesario también que, como expertos, puedan ayudar a los de fuera, (6) tanto de palabra como por escrito. (7) Por eso, mi abuelo Jesús, después de haberse dedicado intensamente a la lectura (8) de la Ley, (9) los Profetas (10) y los otros escritos de los antepasados, (11) y de haber adquirido un gran dominio sobre ellos, (12) se propuso escribir sobre cuestiones de instrucción y sabiduría. (13) Su objetivo era que los deseosos de aprender aceptaran sus enseñanzas (14) y pudieran progresar, llevando una vida más acorde con la Ley.
(15) Quedáis, pues, invitados (16) a leer este libro (17) con benevolencia y atención, (18) así como a ser indulgentes (19) allí donde os parezca que, a pesar de nuestros denodados esfuerzos de interpretación, (20) no hemos acertado en la traducción de algunas expresiones. (21) Es evidente que las cosas dichas en hebreo no tienen la misma fuerza (22) que cuando se traducen a otra lengua. (23) Esto no sucede sólo en este libro, (24) sino que también la misma Ley, los Profetas (25) y los otros escritos (26) presentan notables diferencias respecto a sus originales.
(27) El año treinta y ocho del rey Evergetes (28) llegué a Egipto, donde fijé mi residencia por un tiempo. (29) Durante mi estancia allí encontré una obra de no poca enseñanza, (30) y me sentí obligado a emprender la traducción de este libro con empeño y diligencia.
(31) He dedicado muchas horas de vigilia y trabajo (32) durante este período, (33) hasta poder terminar y publicar el libro, (34) para uso de aquellos que, viviendo en el extranjero, desean aprender y reformar sus costumbres (35) para vivir conforme a la Ley.

I. El camino hacia la sabiduría
Origen divino de la sabiduría.
(1) Toda sabiduría viene del Señor,
y está con él por siempre.
¿Quién puede contar la arena de los mares,
las gotas de la lluvia y los días de la eternidad?
¿Quién puede medir la altura de los cielos,
la anchura de la tierra y la profundidad del abismo?
Antes de todo fue creada la sabiduría,
la inteligencia prudente desde la eternidad.
¿A quién fue revelada la raíz de la sabiduría?
¿Quién conoce sus recursos?
Uno sólo es sabio, temible en extremo:
el que está sentado en su trono.
Es el Señor quien creó la sabiduría,
la vio, la midió
y la derramó sobre todas sus obras.
Se la concedió a todos los vivientes
y a los que le aman se la regaló.

El temor de Dios y la sabiduría.
El temor del Señor es gloria y honor,
alegría y corona de júbilo.
El temor del Señor deleita el corazón,
da alegría, gozo y larga vida.
El que teme al Señor, tendrá un buen final,
el día de su muerte será bendecido.
Principio de la sabiduría es temer al Señor,
ella está con los fieles desde el seno materno.
Entre los hombres asentó su cimiento eterno,
y con su descendencia se mantendrá fiel.
Plenitud de la sabiduría es temer al Señor,
ella embriaga a sus fieles de sus frutos.
Les llena la casa de tesoros,
y los graneros de sus productos.
Corona de la sabiduría es el temor del Señor,
ella hace florecer la paz y la buena salud.
Hace llover ciencia e inteligencia,
y exalta la gloria de los que la poseen.
Raíz de la sabiduría es temer al Señor,
sus ramas son larga vida.
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