Eclesiástico 12, 10-11

No te fíes nunca de tu enemigo,
pues su maldad es como bronce que se oxida.
Aunque se haga el humilde y camine cabizbajo,
ten cuidado y desconfía de él.
Trátalo como quien pule un espejo,
y sabe que su herrumbre acabará desapareciendo.
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