Eclesiástico 24, 1-22


Elogio de la Sabiduría.
La sabiduría hace su propio elogio,
se gloría en medio de su pueblo.
En la asamblea del Altísimo abre su boca,
se gloría delante de su poder:
«Yo salí de la boca del Altísimo,
y como niebla cubrí la tierra.
Yo puse mi tienda en las alturas,
y mi trono era una columna de nubes.
Yo sola recorrí la bóveda del cielo,
y me paseé por la profundidad del abismo.
Sobre las olas del mar, sobre toda la tierra,
sobre todos los pueblos y naciones se extendía mi dominio.
En todos ellos busqué donde descansar,
una heredad donde establecerme.
Entonces el creador del universo me dio una orden,
el que me había creado me hizo plantar la tienda,
y me dijo: «Pon tu tienda en Jacob,
sea Israel tu heredad.»
Desde el principio, antes de los siglos, me creó,
y por los siglos de los siglos existiré.
Oficié en la tienda santa delante de él,
y así me establecí en Sión;
en la ciudad amada me hizo descansar,
y en Jerusalén está mi poder.
He arraigado en un pueblo glorioso,
en la porción del Señor, en su heredad.
He crecido como cedro del Líbano,
como ciprés de las montañas del Hermón.
He crecido como palmera de Engadí,
como plantel de rosas en Jericó,
como gallardo olivo en la llanura,
como plátano he crecido.
Como cinamomo y aspálato aromático he exhalado perfume,
como mirra exquisita he derramado aroma,
como gálbano y ónice y estacte,
como nube de incienso en la Tienda.
Como terebinto he extendido mis ramas,
un ramaje hermoso y espléndido.
Como vid lozana he retoñado,
y mis flores son frutos hermosos y abundantes.
Venid a mí los que me deseáis,
y saciaros de mis frutos.
Que mi recuerdo es más dulce que la miel,
mi heredad más dulce que los panales.
Los que me comen aún tendrán más hambre,
los que me beben aún sentirán más sed.
Quien me obedece, no pasará vergüenza,
los que cumplen mis obras, no llegarán a pecar.»
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