Eclesiástico 24, 9-27

Desde el principio, antes de los siglos, me creó,
y por los siglos de los siglos existiré.
Oficié en la tienda santa delante de él,
y así me establecí en Sión;
en la ciudad amada me hizo descansar,
y en Jerusalén está mi poder.
He arraigado en un pueblo glorioso,
en la porción del Señor, en su heredad.
He crecido como cedro del Líbano,
como ciprés de las montañas del Hermón.
He crecido como palmera de Engadí,
como plantel de rosas en Jericó,
como gallardo olivo en la llanura,
como plátano he crecido.
Como cinamomo y aspálato aromático he exhalado perfume,
como mirra exquisita he derramado aroma,
como gálbano y ónice y estacte,
como nube de incienso en la Tienda.
Como terebinto he extendido mis ramas,
un ramaje hermoso y espléndido.
Como vid lozana he retoñado,
y mis flores son frutos hermosos y abundantes.
Venid a mí los que me deseáis,
y saciaros de mis frutos.
Que mi recuerdo es más dulce que la miel,
mi heredad más dulce que los panales.
Los que me comen aún tendrán más hambre,
los que me beben aún sentirán más sed.
Quien me obedece, no pasará vergüenza,
los que cumplen mis obras, no llegarán a pecar.»

La Sabiduría y la Ley.
Todo esto es el libro de la alianza del Dios Altísimo,
la Ley que nos prescribió Moisés
como herencia para las asambleas de Jacob;
ella rebosa sabiduría como el Pisón,
como el Tigris en la estación de los primeros frutos;
desborda inteligencia como el Éufrates,
como el Jordán en tiempo de cosecha;
derrama enseñanza como el Nilo,
como el Guijón durante la vendimia.
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