Eclesiástico 39, 1-11


El escriba.
No así el que se aplica de lleno
a meditar la ley del Altísimo.
Indaga la sabiduría de todos los antiguos,
y dedica su ocio a estudiar las profecías,
conserva los relatos de los hombres célebres,
y penetra en las sutilezas de las parábolas,
busca el sentido oculto de los proverbios,
y se interesa por los enigmas de las parábolas.
En medio de los poderosos presta su servicio,
se presenta ante los jefes;
viaja por tierras extranjeras,
experimenta lo bueno y lo malo de los hombres.
Por la mañana dirige su corazón
hacia el Señor, su Hacedor;
suplica ante el Altísimo,
abre su boca en oración,
y ruega por sus pecados.
Si el Señor, el Grande, lo quiere,
lo llenará de espíritu de inteligencia;
le hará derramar como lluvia las palabras de su sabiduría,
y en la oración dará gracias al Señor.
Enderezará su consejo y su ciencia,
y meditará los misterios ocultos.
Mostrará la instrucción recibida,
y se gloriará en la ley de la alianza del Señor.
Muchos elogiarán su inteligencia,
y jamás será olvidada.
No desaparecerá su recuerdo,
su nombre vivirá de generación en generación.
Las naciones hablarán de su sabiduría,
y la asamblea proclamará su alabanza.
Mientras viva, su nombre será famoso entre mil,
y cuando muera, esto le bastará.
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