Genesis 1, 1-22


I. Orígenes del mundo y de la humanidad
1. LA CREACIÓN Y LA CAÍDA
Primer relato de la creación.
En el principio creó Dios el cielo y la tierra. La tierra era caos y confusión y oscuridad por encima del abismo, y un viento de Dios aleteaba por encima de las aguas.
Dijo Dios: «Haya luz», y hubo luz. Vio Dios que la luz estaba bien, y apartó Dios la luz de la oscuridad; y llamó Dios a la luz «día», y a la oscuridad la llamó «noche». Y atardeció y amaneció: día primero.
Dijo Dios: «Haya un firmamento por en medio de las aguas, que las aparte unas de otras.» E hizo Dios el firmamento; y apartó las aguas de por debajo del firmamento de las aguas de por encima del firmamento. Y así fue. Y llamó Dios al firmamento «cielo». Y atardeció y amaneció: día segundo.
Dijo Dios: «Acumúlense las aguas de por debajo del firmamento en un solo conjunto, y déjese ver lo seco»; y así fue. Y llamó Dios a lo seco «tierra», y al conjunto de las aguas lo llamó «mar»; y vio Dios que estaba bien.
Dijo Dios: «Produzca la tierra vegetación: hierbas que den semillas y árboles frutales que den fruto según su especie, con su semilla dentro, sobre la tierra.» Y así fue. La tierra produjo vegetación: hierbas que dan semilla según sus especies, y árboles que dan fruto con la semilla dentro según sus especies; y vio Dios que estaban bien. Dijo Dios: «Haya luceros en el firmamento celeste, para apartar el día de la noche, y sirvan de señales para solemnidades, días y años; y sirvan de luceros en el firmamento celeste para alumbrar sobre la tierra.» Y así fue. Hizo Dios los dos luceros mayores; el lucero grande para regir el día, y el lucero pequeño para regir la noche, y las estrellas; y los puso Dios en el firmamento celeste para alumbrar la tierra, y para regir el día y la noche, y para apartar la luz de la oscuridad; y vio Dios que estaba bien. Dijo Dios: «Bullan las aguas de animales vivientes, y aves revoloteen sobre la tierra frente al firmamento celeste.» Y creó Dios los grandes monstruos marinos y todo animal viviente que repta y que hacen bullir las aguas según sus especies, y todas las aves aladas según sus especies; y vio Dios que estaba bien; y los bendijo Dios diciendo: «sed fecundos y multiplicaos, y henchid las aguas de los mares, y las aves crezcan en la tierra.» Dijo Dios: «Produzca la tierra animales vivientes según su especie: bestias, reptiles y alimañas terrestres según su especie.» Y así fue. Hizo Dios las alimañas terrestres según especie, y las bestias según especie, y los reptiles del suelo según su especie: y vio Dios que estaba bien.
Y dijo Dios: «Hagamos al ser humano a nuestra imagen, como semejanza nuestra, y manden en los peces del mar y en las aves del cielo, y en las bestias y en todas las alimañas terrestres, y en todos los reptiles que reptan por la tierra.
Creó, pues, Dios al ser humano a imagen suya,
a imagen de Dios lo creó,
macho y hembra los creó.
Y los bendijo Dios con estas palabras: «Sed fecundos y multiplicaos, y henchid la tierra y sometedla; mandad en los peces del mar y en las aves del cielo y en todo animal que repta sobre la tierra.»
Dijo Dios: «Ved que os he dado toda hierba de semilla que existe sobre la faz de toda la tierra, así como todo árbol que lleva fruto de semilla; os servirá de alimento.
«Y a todo animal terrestre, y a toda ave del cielo y a todos los reptiles de la tierra, a todo ser animado de vida, les doy la hierba verde como alimento.» Y así fue. Concluyéronse, pues, el cielo y la tierra y todo su aparato, y dio por concluida Dios en el séptimo día la labor que había hecho, y cesó en el día séptimo de toda la labor que hiciera. Y bendijo Dios el día séptimo y lo santificó; porque en él cesó Dios de toda la obra creadora que Dios había hecho.
Ésos fueron los orígenes del cielo y la tierra, cuando fueron creados.
La prueba de la libertad. El Paraíso.
El día en que hizo Yahvé Dios la tierra y el cielo, no había aún en la tierra arbusto alguno del campo, y ninguna hierba del campo había germinado todavía, pues Yahvé Dios no había hecho llover sobre la tierra, ni había hombre que labrara el suelo. Pero un manantial brotaba de la tierra y regaba toda la superficie del suelo. Entonces Yahvé Dios formó al hombre con polvo del suelo, e insufló en sus narices aliento de vida, y resultó el hombre un ser viviente.
Luego plantó Yahvé Dios un jardín en Edén, al oriente, donde colocó al hombre que había formado. Yahvé Dios hizo brotar del suelo toda clase de árboles deleitosos a la vista y buenos para comer, y en medio del jardín, el árbol de la vida y el árbol de la ciencia del bien y del mal. De Edén salía un río que regaba el jardín, y desde allí se repartía en cuatro brazos. Uno se llama Pisón: es el que rodea todo el país de Javilá, donde hay oro. El oro de aquel país es fino. Allí se encuentra el bedelio y el ónice. El segundo río se llama Guijón: es el que rodea el país de Cus. El tercer río se llama Tigris: es el que corre al oriente de Asiria. Y el cuarto río es el Éufrates. Tomó, pues, Yahvé Dios al hombre y lo dejó en el jardín de Edén, para que lo labrase y cuidase. Y Dios impuso al hombre este mandamiento: «De cualquier árbol del jardín puedes comer, mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás, porque el día que comieres de él, morirás sin remedio.»
Dijo luego Yahvé Dios: «No es bueno que el hombre esté solo. Voy a hacerle una ayuda adecuada.» Y Yahvé Dios formó del suelo todos los animales del campo y todas las aves del cielo y los llevó ante el hombre para ver cómo los llamaba, y para que cada ser viviente tuviese el nombre que el hombre le diera. El hombre puso nombres a todos los ganados, a las aves del cielo y a todos los animales del campo, mas para el hombre no encontró una ayuda adecuada. Entonces Yahvé Dios hizo caer un profundo sueño sobre el hombre, que se durmió. Y le quitó una de las costillas, rellenando el vacío con carne. De la costilla que Yahvé Dios había tomado del hombre formó una mujer y la llevó ante el hombre. Entonces éste exclamó:
«Esta vez sí que es hueso de mis huesos
y carne de mi carne.
Ésta será llamada mujer,
porque del varón ha sido tomada.»
Por eso deja el hombre a su padre y a su madre y se une a su mujer, y se hacen una sola carne.
Estaban ambos desnudos, el hombre y su mujer, pero no se avergonzaban uno del otro.

La caída.
La serpiente era el más astuto de todos los animales del campo que Yahvé Dios había hecho. Y dijo a la mujer: «¿Cómo es que Dios os ha dicho: No comáis de ninguno de los árboles del jardín?» Respondió la mujer a la serpiente: «Podemos comer del fruto de los árboles del jardín. Mas del fruto del árbol que está en medio del jardín, ha dicho Dios: No comáis de él, ni lo toquéis, so pena de muerte.» Replicó la serpiente a la mujer: «De ninguna manera moriréis. Es que Dios sabe muy bien que el día en que comiereis de él, se os abrirán los ojos y seréis como dioses, conocedores del bien y del mal.» Y como viese la mujer que el árbol era bueno para comer, apetecible a la vista y excelente para lograr sabiduría, tomó de su fruto y comió, y dio también a su marido, que igualmente comió. Entonces se les abrieron a ambos los ojos, y se dieron cuenta de que estaban desnudos; y, cosiendo hojas de higuera, se hicieron unos ceñidores.
Oyeron luego el ruido de los pasos de Yahvé Dios que se paseaba por el jardín a la hora de la brisa, y el hombre y su mujer se ocultaron de la vista de Yahvé Dios por entre los árboles del jardín. Yahvé Dios llamó al hombre y le dijo: «¿Dónde estás?» Éste contestó: «Te he oído andar por el jardín y he tenido miedo, porque estoy desnudo; por eso me he escondido.» Él replicó: «¿Quién te ha hecho ver que estabas desnudo? ¿Has comido acaso del árbol del que te prohibí comer?» Dijo el hombre: «La mujer que me diste por compañera me dio del árbol y comí.» Dijo, pues, Yahvé Dios a la mujer: «¿Por qué lo has hecho?» Contestó la mujer: «La serpiente me sedujo, y comí.»
Entonces Yahvé Dios dijo a la serpiente:
«Por haber hecho esto,
maldita seas entre todas las bestias
y entre todos los animales del campo.
Sobre tu vientre caminarás,
y polvo comerás
todos los días de tu vida.
Enemistad pondré entre ti y la mujer,
entre tu linaje y su linaje:
él te pisará la cabeza
mientras acechas tú su calcañar.»
A la mujer le dijo:
«Tantas haré tus fatigas cuantos sean tus embarazos:
con dolor parirás los hijos.
Hacia tu marido irá tu apetencia,
y él te dominará.»
Al hombre le dijo: «Por haber escuchado la voz de tu mujer y comido del árbol del que yo te había prohibido comer,
maldito sea el suelo por tu causa:
con fatiga sacarás de él el alimento
todos los días de tu vida.
Espinas y abrojos te producirá,
y comerás la hierba del campo.
Con el sudor de tu rostro comerás el pan,
hasta que vuelvas al suelo,
pues de él fuiste tomado.
Porque eres polvo y al polvo tornarás.»
El hombre llamó a su mujer «Eva», por ser ella la madre de todos los vivientes. Yahvé Dios hizo para el hombre y su mujer túnicas de piel y los vistió. Y dijo Yahvé Dios: «¡Resulta que el hombre ha venido a ser como uno de nosotros, en cuanto a conocer el bien y el mal! Ahora, pues, cuidado, no alargue su mano y tome también del árbol de la vida y comiendo de él viva para siempre.» Y lo echó Yahvé Dios del jardín de Edén, para que labrase el suelo de donde había sido tomado. Tras expulsar al hombre, puso delante del jardín de Edén querubines, y la llama de espada vibrante, para guardar el camino del árbol de la vida.

Caín y Abel.
Conoció el hombre a Eva, su mujer, que concibió y dio a luz a Caín, y dijo: «He adquirido un varón con el favor de Yahvé.» Volvió a dar a luz y tuvo a Abel, su hermano. Fue Abel pastor de ovejas y Caín labrador. Pasó algún tiempo, y Caín hizo a Yahvé una oblación de los frutos del suelo. También Abel hizo una oblación de los primogénitos de su rebaño y de la grasa de los mismos. Yahvé miró propicio a Abel y su oblación, mas no miró propicio a Caín y su oblación, por lo cual se irritó Caín en gran manera y se abatió su rostro. ¿No es cierto que si obras bien podrás alzarlo? Mas, si no obras bien, a la puerta está el pecado acechando como fiera que te codicia, y a quien tienes que dominar.» Caín dijo a su hermano Abel: «Vamos afuera.» Y cuando estaban en el campo, se lanzó Caín contra su hermano Abel y lo mató.
Yahvé dijo a Caín: «¿Dónde está tu hermano Abel?» Contestó: «No sé. ¿Soy yo acaso el guardián de mi hermano?» Replicó Yahvé: «¿Qué has hecho? Se oye la sangre de tu hermano clamar a mí desde el suelo. Pues bien: maldito seas, lejos de este suelo que abrió su boca para recibir de tu mano la sangre de tu hermano. Aunque labres el suelo, no te dará más su fruto. Vagabundo y errante serás en la tierra.» Entonces dijo Caín a Yahvé: «Mi culpa es demasiado grande para soportarla. Es decir que hoy me echas de este suelo y he de esconderme de tu presencia, convertido en vagabundo errante por la tierra, y cualquiera que me encuentre me matará.» Yahvé le respondió: «Al contrario, quienquiera que matare a Caín, lo pagará siete veces.» Y Yahvé puso una señal a Caín para que nadie que lo encontrase lo atacara. Caín dejó la presencia de Yahvé y se estableció en el país de Nod, al oriente de Edén.

Descendencia de Caín.
Conoció Caín a su mujer, que concibió y dio a luz a Henoc. Estaba construyendo una ciudad, y la llamó Henoc, como el nombre de su hijo. A Henoc le nació Irad, e Irad engendró a Mejuyael; Mejuyael engendró a Metusael, y Metusael engendró a Lámec. Lámec tomó dos mujeres: la primera llamada Adá, y la segunda Silá. Adá dio a luz a Yabal, que vino a ser padre de los que habitan en tiendas y crían ganado. El nombre de su hermano era Yubal, padre de cuantos tocan la cítara y la flauta. Silá, por su parte, engendró a Túbal Caín, padre de todos los forjadores de cobre y hierro. Hermana de Túbal Caín fue Naamá.
Dijo Lámec a sus mujeres:
«Adá y Silá, oíd mi voz;
mujeres de Lámec, escuchad mi palabra:
Yo maté a un hombre por una herida que me hizo
y a un muchacho por un cardenal que recibí.
Caín será vengado siete veces,
mas Lámec lo será setenta y siete.»

Set y sus descendientes.
Adán conoció otra vez a su mujer, que dio a luz un hijo, al que puso por nombre Set, diciendo: «Dios me ha otorgado otro descendiente en lugar de Abel, porque le mató Caín.» También a Set le nació un hijo, al que puso por nombre Enós. Éste fue el primero en invocar el nombre de Yahvé.

Los patriarcas antediluvianos.
Ésta es la lista de los descendientes de Adán:
El día en que Dios creó a Adán, lo hizo a imagen de Dios. Los creó varón y hembra, los bendijo y los llamó «Hombre» en el día de su creación.
Fueron los días de Adán, después de engendrar a Set, ochocientos años, y engendró hijos e hijas. El total de los días de la vida de Adán fue de novecientos treinta años, y murió.
El total de los días de Set fue de novecientos doce años, y murió.
El total de los días de Enós fue de novecientos cinco años, y murió.
Quenán tenía setenta años cuando engendró a Mahalalel. Vivió Quenán, después de engendrar a Mahalalel, ochocientos cuarenta años, y engendró hijos e hijas. El total de los días de Quenán fue de novecientos diez años, y murió.
Mahalalel tenía sesenta y cinco años cuando engendró a Yéred. Vivió Mahalalel, después de engendrar a Yéred, ochocientos treinta años, y engendró hijos e hijas. El total de los días de Mahalalel fue de ochocientos noventa y cinco años, y murió.
El total de los días de Yéred fue de novecientos sesenta y dos años, y murió.
Henoc tenía sesenta y cinco años cuando engendró a Matusalén. Henoc anduvo con Dios; vivió, después de engendrar a Matusalén, trescientos años, y engendró hijos e hijas. El total de los días de Henoc fue de trescientos sesenta y cinco años. Henoc anduvo con Dios, y desapareció porque Dios se lo llevó.
Matusalén tenía ciento ochenta y siete años cuando engendró a Lámec. Vivió Matusalén, después de engendrar a Lámec, setecientos ochenta y dos años, y engendró hijos e hijas. El total de los días de Matusalén fue de novecientos sesenta y nueve años, y murió.
Lámec tenía ciento ochenta y dos años cuando engendró un hijo, y le puso por nombre Noé, diciendo: «Éste nos consolará de nuestros afanes y de la fatiga de nuestras manos, por causa del suelo que maldijo Yahvé.» Vivió Lámec, después de engendrar a Noé, quinientos noventa y cinco años, y engendró hijos e hijas. El total de los días de Lámec fue de setecientos setenta y siete años, y murió.

Los hijos de Dios y las hijas de los hombres.
Cuando la humanidad comenzó a multiplicarse sobre la faz de la tierra y les nacieron hijas, vieron los hijos de Dios que las hijas de los hombres les venían bien, y tomaron por mujeres a las que preferían de entre todas ellas. Entonces dijo Yahvé: «No permanecerá para siempre mi espíritu en el hombre, porque no es más que carne; que sus días sean ciento veinte años.» Los nefilim existían en la tierra por aquel entonces (y también después), cuando los hijos de Dios se unían a las hijas de los hombres y ellas les daban hijos: éstos fueron los héroes de la antigüedad, hombres famosos.

2. EL DILUVIO
Corrupción de la humanidad.
Viendo Yahvé que la maldad del hombre cundía en la tierra y que todos los pensamientos que ideaba su corazón eran puro mal de continuo, le pesó a Yahvé de haber hecho al hombre en la tierra, y se indignó en su corazón. Y dijo Yahvé: «Voy a exterminar de sobre la faz del suelo al hombre que he creado —desde el hombre hasta los ganados, los reptiles, y hasta las aves del cielo—, porque me pesa haberlos hecho.» Pero Noé halló gracia a los ojos de Yahvé.
Ésta es la historia de Noé:
Noé fue el varón más justo y cabal de su tiempo. Noé andaba con Dios. La tierra estaba corrompida en la presencia de Dios: la tierra se llenó de violencias. Dios miró a la tierra y vio que estaba viciada, porque toda carne tenía una conducta viciosa sobre la tierra.

Preparativos para el diluvio.
Dijo, pues, Dios a Noé: «He decidido acabar con todo viviente, porque la tierra está llena de violencias por culpa de ellos. Por eso, he decidido exterminarlos de la tierra. Hazte un arca de maderas resinosas. Haces el arca de cañizo y la calafateas por dentro y por fuera con betún. Así es como la harás: longitud del arca, trescientos codos; su anchura, cincuenta codos; y su altura, treinta codos. Haces al arca una cubierta y a un codo la rematarás por encima, pones la puerta del arca en su costado, y haces un primer piso, un segundo y un tercero.
«Por mi parte, voy a traer el diluvio, las aguas sobre la tierra, para exterminar todo viviente que tiene hálito de vida bajo el cielo: todo cuanto existe en la tierra perecerá. Pero contigo estableceré mi alianza: Entrarás en el arca tú y tus hijos, tu mujer y las mujeres de tus hijos contigo. Y de todo ser viviente meterás en el arca una pareja para que sobrevivan contigo. Serán macho y hembra. De cada especie de aves, de cada especie de ganados, de cada especie de reptiles entrarán contigo sendas parejas para sobrevivir. Tú mismo procúrate toda suerte de víveres y hazte acopio para que os sirvan de comida a ti y a ellos.» Así lo hizo Noé y ejecutó todo lo que le había mandado Dios.
Yahvé dijo a Noé: «Entra en el arca tú y toda tu familia, porque tú eres el único justo que he visto en esta generación. De todos los animales puros tomarás para ti siete parejas, el macho con su hembra, y de todos los animales que no son puros, una pareja, el macho con su hembra. (Asimismo de las aves del cielo, siete parejas, machos y hembras) para que sobreviva la casta sobre la faz de toda la tierra. Porque dentro de siete días haré llover sobre la tierra durante cuarenta días y cuarenta noches, y exterminaré de sobre la faz del suelo todos los seres que hice.» Y Noé ejecutó todo lo que le había mandado Yahvé.
Noé contaba seiscientos años cuando acaeció el diluvio, las aguas, sobre la tierra.
Noé entró en el arca, y con él sus hijos, su mujer y las mujeres de sus hijos, para salvarse de las aguas del diluvio. (De los animales puros, y de los animales que no son puros, y de las aves, y de todo lo que repta, sendas parejas de cada especie entraron con Noé en el arca, machos y hembras, como había mandado Dios a Noé.) A la semana, las aguas del diluvio vinieron sobre la tierra.
El año seiscientos de la vida de Noé, el mes segundo, el día diecisiete del mes, en ese día saltaron todas las fuentes del gran abismo, y las compuertas del cielo se abrieron, y estuvo descargando la lluvia sobre la tierra cuarenta días y cuarenta noches.
En aquel mismo día entró Noé en el arca, como también los hijos de Noé, Sem, Cam y Jafet, y la mujer de Noé, y las tres mujeres de sus hijos; y con ellos los animales de cada especie, los ganados de cada especie, los reptiles de cada especie que reptan sobre la tierra, y las aves de cada especie: toda clase de pájaros y seres alados; entraron con Noé en el arca sendas parejas de todos los vivientes en los que hay aliento de vida, y los que iban entrando eran macho y hembra de cada especie, como Dios se lo había mandado.
Y Yahvé cerró la puerta detrás de Noé.

La inundación.
El diluvio duró cuarenta días sobre la tierra. Crecieron las aguas y levantaron el arca, que se alzó de encima de la tierra. Subió el nivel de las aguas y crecieron mucho sobre la tierra, mientras el arca flotaba sobre la superficie de las aguas. Subió el nivel de las aguas mucho, muchísimo sobre la tierra, y quedaron cubiertos los montes más altos que hay debajo del cielo. Quince codos por encima subió el nivel de las aguas, quedando cubiertos los montes. Pereció toda carne: lo que repta por la tierra, junto con aves, ganados, animales y todo lo que pulula sobre la tierra, y toda la humanidad. Todo cuanto respira hálito vital, todo cuanto existe en tierra firme, murió. Yahvé exterminó todo ser que había sobre la faz del suelo, desde el hombre hasta los ganados, hasta los reptiles y hasta las aves del cielo: todos fueron exterminados de la tierra, quedando sólo Noé y los que con él estaban en el arca. Las aguas inundaron la tierra por espacio de ciento cincuenta días.

Retroceden las aguas.
Acordóse Dios de Noé y de todos los animales y de los ganados que con él estaban en el arca. Dios hizo pasar un viento sobre la tierra y las aguas decrecieron. Se cerraron las fuentes del abismo y las compuertas del cielo, y cesó la lluvia del cielo. Poco a poco retrocedieron las aguas de sobre la tierra. Al cabo de ciento cincuenta días, las aguas habían menguado, y en el mes séptimo, el día diecisiete del mes, varó el arca sobre los montes de Ararat. Las aguas siguieron menguando paulatinamente hasta el mes décimo, y el día primero del décimo mes asomaron las cumbres de los montes.
Al cabo de cuarenta días, abrió Noé la ventana que había hecho en el arca y soltó al cuervo, el cual estuvo saliendo y retornando hasta que se secaron las aguas sobre la tierra. Después soltó a la paloma, para ver si habían menguado ya las aguas de la superficie terrestre. La paloma, no hallando donde posar el pie, tornó donde él, al arca, porque aún había agua sobre la superficie de la tierra; y alargando él su mano, la tomó y la metió consigo en el arca. Aún esperó otros siete días y volvió a soltar la paloma fuera del arca. La paloma vino al atardecer trayendo en el pico un ramo verde de olivo, por donde conoció Noé que habían disminuido las aguas de encima de la tierra. Aún esperó otros siete días y soltó la paloma, que ya no volvió donde él.
El año seiscientos uno de la vida de Noé, el día primero del primer mes, se secaron las aguas de encima de la tierra.
Noé retiró la cubierta del arca, miró y vio que estaba seca la superficie del suelo.
En el segundo mes, el día veintisiete del mes, quedó seca la tierra.

Noé sale del arca.
Habló entonces Dios a Noé en estos términos: «Sal del arca con tu mujer, tus hijos y las mujeres de tus hijos. Saca contigo todos los animales de toda especie que te acompañan, aves, ganados y todos los reptiles que reptan sobre la tierra. Que pululen sobre la tierra y sean fecundos y se multipliquen sobre la tierra.» Salió, pues, Noé con sus hijos, su mujer y las mujeres de sus hijos. Todos los animales, todos los ganados, todas las aves y todos los reptiles que reptan sobre la tierra salieron por familias del arca.
Noé construyó un altar a Yahvé, y tomando de todos los animales puros y de todas las aves puras, ofreció holocaustos en el altar. Al aspirar Yahvé el calmante aroma, dijo en su corazón: «Nunca más volveré a maldecir el suelo por causa del hombre, porque las trazas del corazón humano son malas desde su niñez, ni volveré a herir a todo ser viviente como lo he hecho.
«Mientras dure la tierra,
sementera y siega,
frío y calor,
verano e invierno,
día y noche
no cesarán.»

El orden nuevo del mundo.
Dios bendijo a Noé y a sus hijos, y les dijo: «Sed fecundos, multiplicaos y llenad la tierra. Infundiréis temor y miedo a todos los animales de la tierra, y a todas las aves del cielo, y a todo lo que repta por el suelo, y a todos los peces del mar; quedan a vuestra disposición. Todo lo que se mueve y tiene vida os servirá de alimento: todo os lo doy, lo mismo que os di la hierba verde. Sólo dejaréis de comer la carne con su alma, es decir, con su sangre, y yo os prometo reclamar vuestra propia sangre: la reclamaré a todo animal y al hombre: a todos y a cada uno reclamaré el alma humana.
Quien vertiere sangre de hombre,
por otro hombre será su sangre vertida,
porque a imagen de Dios
hizo Él al hombre.
Vosotros, pues, sed fecundos y multiplicaos; extendeos por la tierra y dominad en ella.»
«He pensado establecer mi alianza con vosotros y con vuestra futura descendencia, y con todo ser vivo que os acompaña: las aves, los ganados y todas las alimañas que hay con vosotros, con todo lo que ha salido del arca, todos los animales de la tierra. Establezco mi alianza con vosotros, y no volverá nunca más a ser aniquilada la vida por las aguas del diluvio, ni habrá más diluvio para destruir la tierra.»
Dijo Dios: «Ésta es la señal de la alianza que para las generaciones perpetuas pongo entre yo y vosotros y todo ser vivo que os acompaña: Pongo mi arco en las nubes, que servirá de señal de la alianza entre yo y la tierra. Cuando yo anuble de nubes la tierra, entonces se verá el arco en las nubes, y me acordaré de la alianza que media entre yo y vosotros y todo ser vivo, y no habrá más aguas diluviales para exterminar la vida. Pues en cuanto esté el arco en las nubes, yo lo veré para recordar la alianza perpetua entre Dios y todo ser vivo, toda la vida que existe sobre la tierra.»
Y dijo Dios a Noé: «Ésta es la señal de la alianza que he establecido entre yo y toda la vida que existe sobre la tierra.»

3. DESDE EL DILUVIO HASTA ABRAHÁN
Noé y sus hijos.
Los hijos de Noé que salieron del arca eran Sem, Cam y Jafet. Cam es el padre de Canaán. Estos tres fueron los hijos de Noé, y a partir de ellos se pobló toda la tierra.
Noé se dedicó a la labranza y plantó una viña. Bebió del vino, se embriagó y quedó desnudo en medio de su tienda. Vio Cam, padre de Canaán, la desnudez de su padre y avisó a sus dos hermanos afuera. Entonces Sem y Jafet tomaron el manto, se lo echaron al hombro los dos, y andando hacia atrás, vueltas las caras, cubrieron la desnudez de su padre, sin verla. Cuando despertó Noé de su embriaguez y supo lo que había hecho con él su hijo menor, dijo:
«¡Maldito sea Canaán!
¡Siervo de siervos
sea para sus hermanos!»
Y después dijo:
«¡Bendito sea Yahvé, el Dios de Sem,
y sea Canaán esclavo suyo!
¡Haga Dios dilatado a Jafet;
habite en las tiendas de Sem,
y sea Canaán esclavo suyo!»
Vivió Noé después del diluvio trescientos cincuenta años. El total de los días de Noé fue de novecientos cincuenta años, y murió.

La tierra se repuebla.
Ésta es la descendencia de los hijos de Noé, Sem, Cam y Jafet, a quienes les nacieron hijos después del diluvio:
Hijos de Jafet: Gómer, Magog, los medos, Yaván, Túbal, Mésec y Tirás. Hijos de Yaván: Elisá, Tarsis, los queteos y los rodenses. A partir de éstos se poblaron las islas de las gentes.
Éstos fueron los hijos de Jafet por sus territorios y lenguas, por sus linajes y naciones respectivas.
Hijos de Cus: Sebá, Javilá, Sabtá, Ramá y Sabtecá. Hijos de Ramá: Seba y Dedán.
Cus engendró a Nemrod, que fue el primero que se hizo prepotente en la tierra. Fue un bravo cazador delante de Yahvé, por lo cual se suele decir: «Bravo cazador delante de Yahvé, como Nemrod.» Los comienzos de su reino fueron Babel, Érec y Acad, ciudades todas ellas en tierra de Senaar. De aquella tierra procedía Asur, que edificó Nínive, Rejobot Ir, Cálaj y Resen, entre Nínive y Cálaj (aquella es la Gran Ciudad).
Misráin engendró a los lidios, anamitas, lehabitas y naftujitas, a los de Patrós, de Casluj y de Caftor, de donde salieron los filisteos.
al jebuseo, al amorreo, al guirgaseo, al jivita, al arquita, al sinita, al arvadita, al semarita y al jamatita. Más tarde se propagaron las estirpes cananeas. La frontera de los cananeos iba desde Sidón, en dirección de Guerar, hasta Gaza; y en dirección de Sodoma, Gomorra, Admá y Seboín, hasta Lesa.
Éstos fueron los hijos de Cam, según sus linajes y lenguas, por sus territorios y naciones respectivas.
También le nacieron hijos a Sem, padre de todos los hijos de Héber y hermano mayor de Jafet.
Hijos de Sem: Elam, Asur, Arfacsad, Lud y Aram. Hijos de Aram: Us, Jul, Guéter y Mas.
Arfacsad engendró a Sélaj, y Sélaj engendró a Héber. A Héber le nacieron dos hijos: el nombre de uno fue Péleg, porque en sus días fue divida la tierra. Su hermano se llamaba Yoctán. Yoctán engendró a Almodad, a Selef, a Jasarmávet, a Yéraj, a Hadorán, a Uzal, a Diclá, a Obal, a Abimael, a Sebá, a Ofir, a Javilá y a Yobab. Todos fueron hijos de Yoctán. Su asiento se extendió desde Mesá, en dirección a Sefar, al monte del oriente.
Éstos fueron los hijos de Sem, según sus linajes y lenguas, por sus territorios y naciones respectivas.
Hasta aquí los linajes de los hijos de Noé, según su origen y sus naciones. Y a partir de ellos se dispersaron los pueblos por la tierra después del diluvio.

La torre de Babel.
Todo el mundo era de un mismo lenguaje e idénticas palabras. Al desplazarse la humanidad desde oriente, hallaron una vega en el país de Senaar y allí se establecieron. Entonces se dijeron el uno al otro: «Vamos a fabricar ladrillos y a cocerlos al fuego.» Así el ladrillo les servía de piedra y el betún de argamasa. Después dijeron: «Vamos a edificarnos una ciudad y una torre con la cúspide en el cielo, y hagámonos famosos, por si nos desperdigamos por toda la faz de la tierra.»
Bajó Yahvé a ver la ciudad y la torre que habían edificado los humanos, y pensó Yahvé: «Todos son un solo pueblo con un mismo lenguaje, y éste es el comienzo de su obra. Ahora nada de cuanto se propongan les será imposible. Bajemos, pues, y, una vez allí, confundamos su lenguaje, de modo que no se entiendan entre sí.» Y desde aquel punto los desperdigó Yahvé por toda la faz de la tierra, y dejaron de edificar la ciudad. Por eso se la llamó Babel, porque allí embrolló Yahvé el lenguaje de todo el mundo, y desde allí los desperdigó Yahvé por toda la faz de la tierra.

Patriarcas posdiluvianos.
Éstos son los descendientes de Sem:
Sem tenía cien años cuando engendró a Arfacsad, dos años después del diluvio. Arfacsad era de treinta y cinco años de edad cuando engendró a Sélaj. Y vivió Arfacsad, después de engendrar a Sélaj, cuatrocientos tres años, y engendró hijos e hijas.
Era Sélaj de treinta años cuando engendró a Héber. Y vivió Sélaj, después de engendrar a Héber, cuatrocientos tres años, y engendró hijos e hijas.
Era Héber de treinta y cuatro años cuando engendró a Péleg. Y vivió Héber, después de engendrar a Péleg, cuatrocientos treinta años, y engendró hijos e hijas.
Era Péleg de treinta años cuando engendró a Reú. Y vivió Péleg, después de engendrar a Reú, doscientos nueve años, y engendró hijos e hijas.

Descendencia de Téraj.
Éstos son los descendientes de Téraj:
Téraj engendró a Abrán, a Najor y a Harán. Harán engendró a Lot. Harán murió en vida de su padre Téraj, en su país natal, Ur de los caldeos. Abrán y Najor se casaron. La mujer de Abrán se llamaba Saray, y la mujer de Najor, Milcá, hija de Harán, el padre de Milcá y de Jiscá. Saray era estéril, sin hijos.
Téraj tomó a su hijo Abrán, a su nieto Lot, el hijo de Harán, y a su nuera Saray, la mujer de su hijo Abrán, y salieron juntos de Ur de los caldeos, para dirigirse a Canaán. Llegados a Jarán, se establecieron allí.

II. Historia de Abrahán
Vocación de Abrahán.
Yahvé dijo a Abrán: «Vete de tu tierra, de tu patria y de la casa de tu padre a la tierra que yo te mostraré. Bendeciré a quienes te bendigan
y maldeciré a quienes te maldigan.
Por ti se bendecirán
todos los linajes de la tierra.»
Marchó, pues, Abrán, como se lo había dicho Yahvé, y con él marchó Lot. Tenía Abrán setenta y cinco años cuando salió de Jarán. Tomó Abrán a Saray, su mujer, y a Lot, hijo de su hermano, con toda la hacienda que habían logrado y el personal que habían adquirido en Jarán, y salieron para dirigirse a Canaán.
Llegaron a Canaán, y Abrán atravesó el país hasta el lugar sagrado de Siquén, hasta la encina de Moré. Por entonces estaban los cananeos en el país. Yahvé se apareció a Abrán y le dijo: «A tu descendencia he de dar esta tierra.» Entonces él edificó allí un altar a Yahvé que se le había aparecido. De allí pasó a la montaña, al oriente de Betel, y desplegó su tienda, entre Betel al occidente y Ay al oriente. Allí edificó un altar a Yahvé e invocó su nombre. Luego Abrán fue desplazándose por acampadas hacia el Negueb.

Abrahán en Egipto.
Hubo hambre en el país, y Abrán bajó a Egipto a pasar allí una temporada, pues el hambre abrumaba al país. En cuanto te vean los egipcios, dirán: “Es su mujer”, y me matarán a mí, y a ti te dejarán viva. Efectivamente, cuando Abrán entró en Egipto, vieron los egipcios que la mujer era muy hermosa. La vieron los oficiales del faraón, que se la ponderaron, y la mujer fue llevada al palacio del faraón. Éste trató bien por causa de ella a Abrán, que tuvo ovejas, vacas, asnos, siervos, siervas, asnas y camellos. Pero Yahvé hirió al faraón y a su casa con grandes plagas por lo de Saray, la mujer de Abrán. Entonces el faraón llamó a Abrán y le dijo: «¿Qué has hecho commigo? ¿Por qué no me avisaste de que era tu mujer? ¿Por qué dijiste: “Es mi hermana”, de manera que yo la tomé por mujer? Ahora, pues, aquí tienes a tu mujer: tómala y vete.» Y el faraón ordenó a unos cuantos hombres que le despidieran con su mujer y todo lo suyo.

Separación de Abrahán y Lot.
De Egipto subió Abrán al Negueb, junto con su mujer y todo lo suyo, y acompañado de Lot. Abrán era muy rico en ganado, plata y oro. Caminando de acampada en acampada, se dirigió desde el Negueb hasta Betel, hasta el lugar donde estuvo su tienda entre Betel y Ay, el lugar donde había invocado Abrán el nombre de Yahvé.
También Lot, que iba con Abrán, tenía ovejas, vacadas y tiendas. Ya la tierra no les permitía vivir juntos, porque su hacienda se había multiplicado, de modo que no podían vivir juntos. Solía haber riñas entre los pastores de Abrán y los de Lot. (Además los cananeos y los perizitas habitaban por entonces en el país.) Dijo, pues, Abrán a Lot: «No haya disputas entre nosotros ni entre mis pastores y tus pastores, pues somos hermanos. ¿No tienes todo el país por delante? Pues bien, apártate de mi lado. Si tomas por la izquierda, yo iré por la derecha; y si tú por la derecha, yo por la izquierda.»
Lot levantó los ojos y vio toda la vega del Jordán, toda ella de regadío —era antes de destruir Yahvé Sodoma y Gomorra—, como el jardín de Yahvé, como Egipto, hasta llegar a Soar. Eligió, pues, Lot para sí toda la vega del Jordán, y se trasladó al oriente; así se apartaron el uno del otro. Abrán se estableció en Canaán y Lot en las ciudades de la vega, donde plantó sus tiendas hasta Sodoma. Los habitantes de Sodoma eran muy malos y pecadores contra Yahvé.
Dijo Yahvé a Abrán, después que Lot se separó de él: «Alza tus ojos y mira desde el lugar en donde estás hacia el norte, el mediodía, el oriente y el poniente. Pues bien, toda la tierra que ves te la daré a ti y a tu descendencia por siempre. Haré tu descendencia como el polvo de la tierra: tal que si alguien puede contar el polvo de la tierra, también podrá contar tu descendencia. Levántate, recorre el país a lo largo y a lo ancho, porque a ti te lo he de dar.» Y Abrán vino a establecerse con sus tiendas junto a la encina de Mambré, que está en Hebrón, y edificó allí un altar a Yahvé.

La campaña de los cuatro grandes reyes.
Aconteció en los días de Anrafel, rey de Senaar, de Arioc, rey de Elasar, de Quedorlaomer, rey de Elam, y de Tidal, rey de Goin, que éstos hicieron guerra a Berá, rey de Sodoma, a Birsá, rey de Gomorra, a Sinab, rey de Admá, a Semeber, rey de Seboín, y al rey de Belá (o sea, Soar).
Estos últimos se coaligaron en el valle de Sidín (esto es, el mar de la Sal). Doce años habían servido a Quedorlaomer, pero el año trece se rebelaron. Vinieron, pues, en el año catorce Quedorlaomer y los reyes que estaban por él, y derrotaron a los refaítas en Asterot Carnáin, a los zuzíes en Ham, a los emitas en la llanura de Quiriatáin, y a los joritas en las montañas de Seír hasta El Parán, que está frente al desierto. De vuelta, llegaron a En Mispat (o sea, Cades), y batieron todo el territorio de los amalecitas, y también a los amorreos que habitaban en Jasasón Tamar. Salieron entonces el rey de Sodoma, el rey de Gomorra, el rey de Admá, el rey de Seboín y el rey de Belá (esto es, de Soar) y en el valle de Sidín les presentaron batalla: a Quedorlaomer, rey de Elam, a Tidal, rey de Goin, a Anrafel, rey de Senaar, y a Arioc, rey de Elasar: cuatro reyes contra cinco. El valle de Sidín estaba lleno de pozos de betún y, cuando huían los reyes de Sodoma y Gomorra, cayeron allí. Los demás huyeron a la montaña. Los vencedores tomaron toda la hacienda de Sodoma y Gomorra con todos sus víveres y se fueron. Apresaron también a Lot, el sobrino de Abrán, y su hacienda, pues él habitaba en Sodoma, y se fueron.
Un evadido vino a avisar a Abrán el hebreo, que habitaba junto a la encina de Mambré el amorreo, hermano de Escol y de Aner, aliados a su vez de Abrán. Al oír Abrán que su hermano había sido hecho cautivo, movilizó la tropa de gente nacida en su casa, en número de trescientos dieciocho, y persiguió a aquéllos hasta Dan. Y cayendo él y sus siervos sobre ellos por la noche, los derrotó, y los persiguió hasta Jobá, que está al norte de Damasco; recuperó toda la hacienda, y también a su hermano Lot con su hacienda, así como a las mujeres y a la gente.

Melquisedec.
A su regreso después de batir a Quedorlaomer y a los reyes que con él estaban, le salió al encuentro el rey de Sodoma en el valle de Savé (o sea, el valle del Rey). Entonces Melquisedec, rey de Salem, presentó pan y vino, pues era sacerdote del Dios Altísimo, y le bendijo diciendo:
«¡Bendito sea Abrán del Dios Altísimo, creador de cielos y tierra,
y bendito sea el Dios Altísimo,
que entregó a tus enemigos en tus manos!»
Y Abrán le dio el diezmo de todo.
Dijo luego el rey de Sodoma a Abrán: «Dame las personas, y quédate con la hacienda.» Pero Abrán dijo al rey de Sodoma: «Alzo mi mano ante el Dios Altísimo, creador de cielos y tierra: ni un hilo, ni la correa de un zapato, ni nada de lo tuyo tomaré, y así no dirás: “Yo he enriquecido a Abrán.” Nada en absoluto, salvo lo que han comido los mozos y la parte de los hombres que fueron conmigo: Aner, Escol y Mambré. Ellos que tomen su parte.»

Las promesas divinas y la alianza.
Después de estos sucesos fue dirigida la palabra de Yahvé a Abrán en visión, en estos términos:
«No temas, Abrán. Yo soy para ti un escudo. Tu premio será muy grande.»
Pero Yahvé le dijo: «No te heredará ése, sino que te heredará uno que saldrá de tus entrañas.» Y sacándole afuera, le dijo: «Mira al cielo, y cuenta las estrellas, si puedes contarlas.» Y le dijo: «Así será tu descendencia.» Y creyó él en Yahvé, el cual se lo reputó por justicia.
Y le dijo: «Yo soy Yahvé, que te saqué de Ur de los caldeos para darte esta tierra en propiedad.» Él dijo: «Mi Señor, Yahvé, ¿en qué conoceré que ha de ser mía?» Le contestó: «Tráeme una novilla de tres años, una cabra de tres años, un carnero de tres años, una tórtola y un pichón.» Tomó él todas estas cosas y, partiéndolas por el medio, puso cada mitad enfrente de la otra. Los pájaros no los partió. Las aves rapaces bajaron sobre los cadáveres, pero Abrán las espantó.
Y cuando estaba ya el sol para ponerse, cayó sobre Abrán un sopor y de pronto le invadió un gran sobresalto. Yahvé dijo a Abrán: «Has de saber que tus descendientes serán forasteros en tierra extraña. Los esclavizarán y oprimirán durante cuatrocientos años. Pero yo a mi vez juzgaré a la nación a quien sirvan; y luego saldrán con gran hacienda. Tú, en tanto, irás en paz con tus padres, serás sepultado en buena ancianidad. Y a la cuarta generación volverán ellos acá; porque hasta entonces no se habrá colmado la maldad de los amorreos.»
Y, puesto ya el sol, surgió en medio de densas tinieblas un horno humeante y una antorcha de fuego que pasó por entre aquellos animales partidos. Aquel día hizo Yahvé una alianza con Abrán en estos términos:
«Voy a dar a tu descendencia esta tierra, desde el río de Egipto hasta el Río Grande, el río Éufrates: los quenitas, quenizitas, cadmonitas,
Nacimiento de Ismael.
Saray, mujer de Abrán, no le daba hijos. Pero tenía una esclava egipcia, que se llamaba Agar, y dijo Saray a Abrán: «Mira, Yahvé me ha hecho estéril. Llégate, pues, te ruego, a mi esclava. Quizá podré tener hijos de ella.» Abrán escuchó el consejo de Saray.
Así, al cabo de diez años de habitar Abrán en Canaán, tomó Saray, la mujer de Abrán, a su esclava Agar la egipcia, y se la dio por mujer a su marido Abrán. Se llegó, pues, él a Agar, que concibió. Pero luego, al verse ella encinta, miraba a su señora con desprecio. Dijo entonces Saray a Abrán: «Mi agravio recaiga sobre ti. Yo puse mi esclava en tu seno, pero, al verse ella encinta, me mira con desprecio. Juzgue Yahvé entre nosotros dos.» Respondió Abrán a Saray: «Ahí tienes a tu esclava en tus manos. Haz con ella como mejor te parezca.» Saray dio en maltratarla y ella huyó de su presencia.
La encontró el Ángel de Yahvé junto a una fuente que manaba en el desierto —la fuente que hay en el camino de Sur— y dijo: «Agar, esclava de Saray, ¿de dónde vienes y a dónde vas?» Contestó ella: «Voy huyendo de mi señora Saray.» «Vuelve a tu señora, le dijo el Ángel de Yahvé, y sométete a ella.» Y dijo el Ángel de Yahvé: «Multiplicaré de tal modo tu descendencia, que por su gran multitud no podrá contarse.» Añadió el Ángel de Yahvé:
Sábete que has concebido y que darás a luz un hijo,
al que llamarás Ismael,
porque Yahvé ha oído tu aflicción.
Será un onagro humano.
Su mano contra todos, y la mano de todos contra él;
y enfrente de todos sus hermanos plantará su tienda.»
Dio Agar a Yahvé, que le había hablado, el nombre de «Tú eres El Roí», pues dijo: «¿Si será que he llegado a ver aquí las espaldas de aquel que me ve?» Por eso se llamó aquel pozo «Pozo de Lajay Roí». Está entre Cades y Béred.
Agar dio a luz un hijo a Abrán, y éste llamó al hijo que Agar le había dado Ismael. Tenía Abrán ochenta y seis años cuando Agar le dio su hijo Ismael.

La alianza y la circuncisión.
Cuando Abrán tenía noventa y nueve años, se le apareció Yahvé y le dijo:
«Yo soy El Sadday, anda en mi presencia y sé perfecto. Yo establezco mi alianza entre nosotros dos, y te multiplicaré sobremanera.»
Cayó Abrán rostro en tierra, y Dios le habló así: «Por mi parte ésta es mi alianza contigo: serás padre de una muchedumbre de pueblos. No te llamarás más Abrán, sino que tu nombre será Abrahán, pues te he constituido padre de muchedumbre de pueblos. Te haré fecundo sobremanera, te convertiré en pueblos, y reyes saldrán de ti. Y estableceré mi alianza entre nosotros dos, y con tu descendencia después de ti, de generación en generación: una alianza eterna, de ser yo tu Dios y el de tu posteridad. Te daré a ti y a tu posteridad la tierra en la que andas como peregrino, todo el país de Canaán, en posesión perpetua, y yo seré el Dios de los tuyos.»
Dijo Dios a Abrahán: «Guarda, pues, mi alianza, tú y tu posteridad, de generación en generación. Ésta es mi alianza que habéis de guardar entre yo y vosotros —también tu posteridad—: Todos vuestros varones serán circuncidados. Os circuncidaréis la carne del prepucio, y eso será la señal de la alianza entre yo y vosotros. A los ocho días será circuncidado entre vosotros todo varón, de generación en generación, tanto el nacido en casa como el comprado con dinero a cualquier extraño que no sea de tu raza. Deben ser circuncidados el nacido en tu casa y el comprado con tu dinero, de modo que mi alianza esté en vuestra carne como alianza eterna. El incircunciso, el varón a quien no se le circuncide la carne de su prepucio, será borrado de entre los suyos por haber violado mi alianza.
Dijo Dios a Abrahán: «A Saray, tu mujer, no la llamarás más Saray, sino que su nombre será Sara. Yo la bendeciré, y de ella también te daré un hijo. La bendeciré y se convertirá en naciones; reyes de pueblos procederán de ella.» Abrahán cayó rostro en tierra y se echó a reír, diciendo en su interior: «¿A un hombre de cien años va a nacerle un hijo?, ¿y Sara, a sus noventa años, va a dar a luz?» Y dijo Abrahán a Dios: «¡Si al menos Ismael viviera en tu presencia!» Respondió Dios: «Sí, pero Sara tu mujer te dará a luz un hijo, y le pondrás por nombre Isaac. Yo estableceré mi alianza con él, una alianza eterna, de ser el Dios suyo y el de su posteridad. En cuanto a Ismael, también te he escuchado: Voy a bendecirlo, lo haré fecundo y lo haré crecer sobremanera. Doce príncipes engendrará, y haré de él un gran pueblo. Pero mi alianza la estableceré con Isaac, el que Sara te dará a luz el año que viene por este tiempo.» Y después de hablar con él, subió Dios dejando a Abrahán.
Tomó entonces Abrahán a su hijo Ismael, a todos los nacidos en su casa y a todos los comprados con su dinero —a todos los varones de la casa de Abrahán— y aquel mismo día les circuncidó la carne del prepucio, como Dios le había mandado. Tenía Abrahán noventa y nueve años cuando circuncidó la carne de su prepucio. Ismael, su hijo, era de trece años cuando se le circuncidó la carne de su prepucio. El mismo día fueron circuncidados Abrahán y su hijo Ismael. Y todos los varones de su casa, los nacidos en su casa y los comprados a extraños por dinero, fueron circuncidados juntamente con él.

La teofanía de Mambré.
Se le apareció Yahvé en la encina de Mambré estando él sentado a la puerta de su tienda en lo más caluroso del día. Levantó los ojos y vio que había tres individuos parados a su vera. Inmediatamente acudió desde la puerta de la tienda a recibirlos, se postró en tierra y dijo: «Señor mío, si te he caído en gracia, no pases de largo cerca de tu servidor. Que traigan un poco de agua, os laváis los pies y os recostáis bajo este árbol, que yo iré a traer un bocado de pan, y repondréis fuerzas. Luego pasaréis adelante, que para eso habéis acertado a pasar a la vera de este servidor vuestro.» Dijeron ellos: «Hazlo como has dicho.»
Abrahán se dirigió presuroso a la tienda, adonde Sara, y le dijo: «Apresta tres arrobas de harina de sémola, amasa y haz unas tortas.» Abrahán, por su parte, acudió a la vacada, apartó un becerro tierno y hermoso y se lo entregó al mozo, que se apresuró a aderezarlo. Luego tomó cuajada y leche, junto con el becerro que había aderezado, y se lo presentó, manteniéndose en pie delante de ellos bajo el árbol. Así que hubieron comido, le dijeron: «¿Dónde está tu mujer Sara?» —«Ahí, en la tienda», contestó. Dijo entonces aquél: «Volveré sin falta a ti pasado el tiempo de un embarazo, y para entonces tu mujer Sara tendrá un hijo.» Sara lo estaba oyendo a la entrada de la tienda, a sus espaldas. Abrahán y Sara eran viejos, entrados en años, y a Sara se le había retirado la regla de las mujeres. Así que Sara rió para sus adentros y pensó: «Ahora que estoy pasada, ¿sentiré el placer, y además con mi marido viejo?».
¿Hay algo difícil para Yahvé? En el plazo fijado volveré, al término de un embarazo, y Sara tendrá un hijo.» Sara negó: «No me he reído», y es que tuvo miedo. Pero aquél dijo: «No digas eso, que sí te has reído.»

Intercesión de Abrahán.
Partieron de allí aquellos hombres en dirección a Sodoma, y Abrahán los acompañó de despedida. Dijo entonces Yahvé: «¿Cómo voy a ocultar a Abrahán lo que voy a hacer, siendo así que Abrahán ha de ser un pueblo grande y poderoso, y se bendecirán por él los pueblos todos de la tierra? Porque yo le conozco y sé que mandará a sus hijos y a su descendencia que guarden el camino de Yahvé, practicando la justicia y el derecho, de modo que pueda concederle Yahvé a Abrahán lo que le tiene apalabrado.» Dijo, pues, Yahvé: «El clamor de Sodoma y de Gomorra es grande; y su pecado gravísimo. Así que voy a bajar personalmente, a ver si lo que han hecho responde en todo al clamor que ha llegado hasta mí, y si no, he de saberlo.»
Partieron de allí aquellos individuos camino de Sodoma, en tanto que Abrahán permanecía parado delante de Yahvé.
Abrahán le abordó y le dijo: «¿Así que vas a borrar al justo con el malvado? Tal vez haya cincuenta justos en la ciudad. ¿Vas a borrarlos sin perdonar a aquel lugar por los cincuenta justos que hubiere dentro? Tú no puedes hacer tal cosa: dejar morir al justo con el malvado, y que corran parejas el uno con el otro. Tú no puedes. El juez de toda la tierra ¿va a fallar una injusticia?» Dijo Yahvé: «Si encuentro en Sodoma a cincuenta justos en la ciudad perdonaré a todo el lugar por amor de aquéllos.» Replicó Abrahán: «¡Mira que soy atrevido de interpelar a mi Señor, yo que soy polvo y ceniza! Supón que los cincuenta justos fallen por cinco. ¿Destruirías por los cinco a toda la ciudad?» Dijo: «No la destruiré, si encuentro allí a cuarenta y cinco.» Insistió todavía: «Supón que se encuentran allí cuarenta.» Respondió: «Tampoco lo haría, en atención de esos cuarenta.» Insistió: «No se enfade mi Señor si le digo: “Tal vez se encuentren allí treinta”.» Respondió: «No lo haré si encuentro allí a esos treinta.» Volvió a decirle: «¡Cuidado que soy atrevido de interpelar a mi Señor! ¿Y si se hallaren allí veinte?» Respondió: «Tampoco los destruiría en atención a los veinte.» Insistió: «Vaya, no se enfade mi Señor, que ya sólo hablaré esta vez: “¿Y si se encuentran allí diez?”» Dijo: «Tampoco los destruiría, en atención a los diez.»
Partió Yahvé así que hubo acabado de conversar con Abrahán, y éste se volvió a su lugar.

Destrucción de Sodoma y Gomorra.
Los dos ángeles llegaron a Sodoma por la tarde. Lot estaba sentado a la puerta de Sodoma. Al verlos, Lot se levantó a su encuentro y, postrándose rostro en tierra, dijo: «Os ruego, señores, que vengáis a la casa de este servidor vuestro. Hacéis noche, os laváis los pies, y de madrugada seguiréis vuestro camino.» Ellos dijeron: «No; haremos noche en la plaza.» Pero tanto porfió con ellos, que al fin se hospedaron en su casa. Él les preparó una comida cociendo unos panes cenceños y comieron.
No bien se habían acostado, cuando los hombres de la ciudad, los sodomitas, rodearon la casa desde el mozo hasta el viejo, todo el pueblo sin excepción. Llamaron a voces a Lot y le dijeron: «¿Dónde están los hombres que han venido adonde ti esta noche? Sácalos, para que abusemos de ellos.»
Lot salió donde ellos a la entrada, cerró la puerta detrás de sí, y dijo: «Por favor, hermanos, no hagáis esta maldad. Mirad, aquí tengo dos hijas que aún no han conocido varón. Os las sacaré y haced con ellas como bien os parezca; pero a estos hombres no les hagáis nada, que para eso han venido al amparo de mi techo.» Pero ellos respondieron: «¡Venga ya! Uno que ha venido a avecindarse, ¿va a meterse a juez? Ahora te trataremos a ti peor que a ellos.» Y forcejearon con él, con Lot, de tal modo que estaban a punto de romper la puerta. Pero los hombres alargaron las manos, tiraron de Lot hacia sí, adentro de la casa, cerraron la puerta, y a los hombres que estaban a la entrada de la casa los dejaron deslumbrados desde el chico hasta el grande, y mal se vieron para encontrar la puerta.
Los hombres dijeron a Lot: «¿A quién más tienes aquí? Saca de este lugar a tus hijos e hijas y a quienquiera que tengas en la ciudad, porque vamos a destruir este lugar, que es grave la queja que contra ellos ha llegado a Yahvé, y Yahvé nos ha enviado a destruirlos.» Salió Lot y habló con sus yernos, los prometidos de sus hijas: «Levantaos, dijo; salid de este lugar, porque Yahvé va a destruir la ciudad.» Pero sus yernos le tomaron a broma.
Al rayar el alba, los ángeles apremiaron a Lot diciendo: «Levántate, toma a tu mujer y a tus dos hijas que se encuentran aquí, no vayas a ser barrido por culpa de la ciudad.» Y como él remoloneaba, los hombres le asieron de la mano lo mismo que a su mujer y a sus dos hijas por compasión de Yahvé hacia él, y, sacándolo, lo dejaron fuera de la ciudad.
Mientras los sacaban afuera, dijo uno: «¡Escápate, por vida tuya! No mires atrás ni te pares en toda la redonda. Escapa al monte, no vayas a ser barrido.» Lot les dijo: «No, por favor, Señor mío. Ya que este servidor tuyo te ha caído en gracia, y me has hecho el gran favor de dejarme con vida, mira que no puedo escaparme al monte sin riesgo de que me alcance el daño y la muerte. Ahí cerquita está esa ciudad a donde huir. Es una pequeñez. ¡Mira, voy a escaparme allá —¿verdad que es una pequeñez?— y quedaré con vida!» Díjole: «Bien, te concedo también eso de no arrasar la ciudad que has dicho. Listo, escápate allá, porque no puedo hacer nada hasta que no entres allí.» Por eso se llamó aquella ciudad Soar.
El sol asomaba sobre el horizonte cuando Lot entraba en Soar. Entonces Yahvé hizo llover sobre Sodoma y Gomorra azufre y fuego de parte de Yahvé. Y arrasó aquellas ciudades y toda la redonda con todos los habitantes de las ciudades y la vegetación del suelo. Su mujer miró hacia atrás y se convirtió en poste de sal.
Abrahán se levantó de madrugada y fue al lugar donde había estado en presencia de Yahvé. Dirigió la vista en dirección de Sodoma y Gomorra y de toda la región de la redonda, y, al mirar, vio que subía de la tierra una humareda como la de una fogata.
Así pues, cuando Dios destruyó las ciudades de la redonda, se acordó de Abrahán y puso a Lot a salvo de la catástrofe, cuando arrasó las ciudades en que Lot habitaba.

Origen de los moabitas y amonitas.
Subió Lot desde Soar y se quedó a vivir en el monte con sus dos hijas, temeroso de vivir en Soar. Él y sus dos hijas se instalaron en una cueva.
La mayor dijo a la pequeña: «Nuestro padre es viejo y no hay ningún hombre en el país que se una a nosotras, como se hace en todo el mundo. Ven, vamos a darle vino a nuestro padre, nos acostaremos con él y así engendraremos descendencia.» En efecto, aquella misma noche dieron vino a su padre; entró la mayor y se acostó con su padre, sin que él se enterase de cuándo se acostó ni cuándo se levantó. Al día siguiente dijo la mayor a la pequeña: «Mira, yo me he acostado anoche con mi padre. Vamos a darle vino también esta noche, y entras tú a acostarte con él, y así engendraremos de nuestro padre descendencia.» Dieron, pues, también aquella noche vino a su padre, y la pequeña se acostó con él, sin que él se enterase de cuándo se acostó ni cuándo se levantó. Las dos hijas de Lot quedaron encinta de su padre. La mayor dio a luz un hijo, y lo llamó Moab: es el padre de los actuales moabitas. La pequeña también dio a luz un hijo, y lo llamó Ben Amí: es el padre de los actuales amonitas.

Abrahán en Guerar.
Abrahán se trasladó de allí al país del Negueb, y se estableció entre Cades y Sur. Una vez avecindado en Guerar, solía decir Abrahán de su mujer Sara: «Es mi hermana.» Entonces el rey de Guerar, Abimélec, envió por Sara y la tomó. Pero vino Dios a Abimélec en un sueño nocturno y le dijo: «Date muerto por esa mujer que has tomado, pues está casada.» Abimélec, que no se había acercado a ella, dijo: «Señor, ¿es que asesinas a la gente aunque sea honrada? ¿No me dijo él a mí: “Es mi hermana”, y ella misma dijo: “Es mi hermano”? Con corazón íntegro y con manos limpias he procedido.» Le dijo Dios en el sueño: «También yo sé que has procedido con corazón íntegro, como que yo mismo te he estorbado de faltar contra mí. Por eso no te he dejado tocarla. Pero ahora devuelve la mujer a ese hombre, porque es un profeta; él rogará por ti para que vivas. Pero si no la devuelves, sábete que morirás sin remedio, tú y todos los tuyos.»
Abimélec se levantó de mañana, llamó a todos sus siervos y les refirió todas estas cosas; los hombres se asustaron mucho. Luego llamó Abimélec a Abrahán y le dijo: «¿Qué has hecho con nosotros, o en qué te he faltado, para que trajeras sobre mí y mi reino una falta tan grande? Lo que has hecho conmigo no se hace.» Y añadió Abimélec a Abrahán: «¿Qué te ha movido a hacer esto?» Contestó Abrahán: «Es que me dije: “Seguramente no hay temor de Dios en este lugar, y van a asesinarme por mi mujer.” Y desde que Dios me hizo vagar lejos de mi familia, le dije a ella: Vas a hacerme este favor: allá donde lleguemos dirás que soy tu hermano.»
Tomó Abimélec ovejas y vacas, siervos y esclavas, se los dio a Abrahán, y le devolvió a su mujer Sara. Después dijo Abimélec: «Ahí tienes mi país por delante: quédate donde se te antoje.» A Sara le dijo: «Mira, he dado a tu hermano mil monedas de plata, que serán para ti y para los que están contigo como venda en los ojos, y de todo esto serás justificada.» Abrahán rogó a Dios, que curó a Abimélec, a su mujer y a sus concubinas, que tuvieron hijos; pues Yahvé había cerrado absolutamente toda matriz de casa de Abimélec, por lo de Sara, mujer de Abrahán.

Nacimiento de Isaac.
Yahvé visitó a Sara como había dicho, e hizo por ella lo que había prometido. Concibió Sara y dio a Abrahán un hijo en su vejez, en el plazo predicho por Dios. Abrahán puso al hijo que le había nacido y que le trajo Sara el nombre de Isaac. Abrahán circuncidó a su hijo Isaac a los ocho días, como se lo había mandado Dios. Abrahán tenía cien años cuando le nació su hijo Isaac. Dijo Sara: «Dios me ha dado de qué reír; todo el que lo oiga reirá conmigo.» Y añadió:
«¿Quién le habría dicho a Abrahán
que Sara amamantaría hijos?;
pues bien, yo le he dado un hijo en su vejez.»

Expulsión de Agar e Ismael.
Creció el niño y fue destetado, y Abrahán hizo un gran banquete el día que destetaron a Isaac. Cuando vio Sara al hijo que Agar la egipcia había dado a Abrahán jugando con su hijo Isaac, dijo a Abrahán: «Despide a esa criada y a su hijo, pues no va a heredar el hijo de esa criada juntamente con mi hijo, con Isaac.» Abrahán lo sintió muchísimo, por tratarse de su hijo, pero Dios dijo a Abrahán: «No lo sientas ni por el chico ni por tu criada. Haz caso a Sara en todo lo que te dice, pues, aunque en virtud de Isaac llevará tu nombre una descendencia, también del hijo de la criada haré una gran nación, por ser descendiente tuyo.» Abrahán se levantó de mañana, tomó pan y un odre de agua y se lo dio a Agar; le puso al hombro el niño y la despidió.
Ella se fue y anduvo por el desierto de Berseba. Como llegase a faltar el agua del odre, echó al niño bajo una mata y ella misma fue a sentarse enfrente, a distancia como de un tiro de arco, pues pensaba: «No quiero ver morir al niño.» Sentada, pues, enfrente, se puso a llorar a gritos.
Oyó Dios la voz del chico; el Ángel de Dios llamó a Agar desde los cielos y le dijo: «¿Qué te pasa, Agar? No temas, porque Dios ha oído la voz del chico en donde está. ¡Arriba!, levanta al chico y tenle de la mano, porque he de convertirle en una gran nación.» Entonces abrió Dios los ojos de Agar y vio un pozo de agua. Fue, llenó el odre de agua y dio de beber al chico.
Dios asistió al chico, que se hizo mayor y vivía en el desierto, y llegó a ser un gran arquero. Vivía en el desierto de Parán, y su madre tomó para él una mujer del país de Egipto.

Abrahán y Abimélec en Berseba.
Sucedió por aquel tiempo que Abimélec, junto con Picol, capitán de su tropa, dijo a Abrahán: «Dios está contigo en todo lo que haces.
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