I Corintios 1, 17-29

Porque Cristo no me envió a bautizar, sino a predicar el Evangelio, y no con palabras sabias*, para no desvirtuar* la cruz de Cristo. Pues la predicación de la cruz es una locura* para los que se pierden; mas para los que se salvan —para nosotros— es fuerza de Dios. Porque dice la Escritura: Destruiré la sabiduría de los sabios e inutilizaré la inteligencia de los inteligentes*. ¿Dónde está el sabio? ¿Dónde el docto? ¿Dónde el intelectual que se ciñe a simples criterios humanos? ¿Acaso no entonteció Dios la sabiduría* del mundo? De hecho, como el mundo, mediante su propia sabiduría, no conoció a Dios en su divina* sabiduría, quiso Dios salvar a los creyentes mediante la locura de la predicación. Así, mientras los judíos piden señales y los griegos buscan sabiduría*, nosotros predicamos a un Cristo crucificado: escándalo para los judíos, locura para los gentiles; mas para los llamados, lo mismo judíos que griegos, un Cristo que es fuerza de Dios y sabiduría de Dios*. Porque la locura divina es más sabia que las personas, y la debilidad divina, más fuerte que las personas*. ¡Mirad, hermanos, quiénes habéis sido llamados! No hay muchos sabios según la carne* ni muchos poderosos ni muchos de la nobleza. Dios ha escogido más bien a los que el mundo tiene por necios para confundir a los sabios; y ha elegido a los débiles del mundo para confundir a los fuertes. Dios ha escogido lo plebeyo y despreciable del mundo; lo que no es, para reducir a la nada lo que es. De ese modo, ningún mortal podrá alardear de nada ante Dios.
Ver contexto