Apocalipsis  21, 10-20

Me trasladó en espíritu a un monte grande y alto, y me mostró la ciudad santa de Jerusalén, que bajaba del cielo, de junto a Dios*. Compartía la gloria de Dios: resplandecía como una piedra muy preciosa, como jaspe cristalino. Estaba rodeada por una muralla grande y alta, con doce puertas, sobre las que había doce ángeles y otros tantos nombres grabados, los de las doce tribus de los hijos de Israel. A oriente daban tres puertas; tres al norte; tres al mediodía; y tres a occidente. La muralla de la ciudad se asienta sobre doce piedras, que llevan los nombres de los doce apóstoles del Cordero*. El que hablaba conmigo tenía una caña de oro para medir la ciudad, sus puertas y su muralla. La ciudad es un cuadrado*: su longitud iguala a su anchura. Midió la ciudad con la caña, y tenía doce mil estadios*. Su longitud, anchura y altura son iguales. Midió luego su muralla, y tenía ciento cuarenta y cuatro codos —según las medidas humanas, que eran las que usaba el ángel—. La muralla es de jaspe, y la ciudad, de oro puro, semejante al vidrio puro. Los pilares de la muralla de la ciudad están adornados con toda clase de piedras preciosas*: el primer pilar con jaspe, el segundo con zafiro, el tercero con calcedonia, el cuarto con esmeralda, el quinto con sardónica, el sexto con cornalina, el séptimo con crisólito, el octavo con berilo, el noveno con topacio, el décimo con crisoprasa, el undécimo con jacinto, el duodécimo con amatista.
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