Deuteronomio  32, 5-20

Se han pervertido los que él engendró sin tara*, generación perversa y tortuosa. ¿Así pagáis a Yahvé, pueblo insensato y necio? ¿No es él tu padre, el que te creó*, el que te hizo y te fundó? Acuérdate de los días de antaño, considera el paso de las generaciones. Interroga a tu padre, que te lo contará, a tus ancianos, que te lo dirán. Cuando el Altísimo repartió las naciones, cuando distribuyó a los hijos de Adán, fijó las fronteras de los pueblos, según el número de los hijos de Dios*; mas la porción de Yahvé fue su pueblo, le tocó Jacob como heredad. En tierra desierta lo encuentra, en la soledad rugiente de la estepa. Y lo envuelve, lo sustenta, lo cuida, como a la niña de sus ojos. Como un águila incita a su nidada, revolotea sobre sus polluelos, así él despliega sus alas y lo toma, y lo lleva sobre su plumaje. Sólo Yahvé lo guía a su destino, con él ningún dios extranjero. Le hace cabalgar por las alturas de la tierra, lo alimenta de los frutos del campo, le da a gustar miel de la peña y aceite de la dura roca, cuajada de vacas y leche de ovejas, con la grasa de corderos; carneros de raza de Basán, y machos cabríos, con la flor de los granos de trigo, y por bebida la roja sangre de la uva. Come Jacob, se sacia*, engorda Yesurún, respinga*. ¡Te has puesto grueso, rollizo, turgente! Pero rechaza a Dios, su Hacedor, desprecia a la Roca, su salvación. Lo encelan con dioses extraños, lo irritan con abominaciones. Sacrifican a demonios, no a Dios, a dioses que desconocían, a nuevos, recién llegados, que no veneraron vuestros padres. (¡Desdeñas a la Roca que te dio el ser, olvidas al Dios que te engendró!) Yahvé lo ha visto y, en su ira, ha desechado a sus hijos y a sus hijas. Ha dicho: Les voy a esconder mi rostro, a ver en qué paran. Porque es una generación torcida, hijos sin lealtad.
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