Isaías 36, 2-22

El rey de Asiria envió desde Laquis a Jerusalén, donde el rey Ezequías, al copero mayor con un fuerte destacamento. Se colocó éste en el canal de la alberca superior, que está junto al camino del campo del Batanero. El mayordomo de palacio, Eliaquín, hijo de Jilquías, el secretario Sebná y el heraldo Joaj, hijo de Asaf, salieron a su encuentro. El copero mayor les dijo: «Comunicad esto a Ezequías: Así habla el gran rey, el rey de Asiria: ¿Qué confianza es ésa en la que te apoyas? Te has pensado* que meras palabras de los labios son consejo y bravura para la guerra. Pero ahora, ¿en quién confías, que te has rebelado contra mí? Mira: te has confiado al apoyo de esa caña rota, de Egipto, que penetra y traspasa la mano del que se apoya sobre ella. Pues así es el faraón, rey de Egipto, para todos los que confían en él. Pero vais a decirme: ‘Nosotros confiamos en Yahvé nuestro Dios.’ ¿No ha sido él, Ezequías, quien ha suprimido los altos y los altares y ha dicho a Judá y a Jerusalén: ‘Os postraréis delante de este altar?’ Pues apuesta ahora con mi señor, el rey de Asiria: te daré dos mil caballos si eres capaz de encontrar jinetes que los monten. ¿Cómo harías retroceder a uno solo* de los más pequeños servidores de mi señor? ¡Te fías de Egipto para tener carros y jinetes! Además, ¿crees que he invadido esta tierra para destruirla, sin contar con Yahvé? Yahvé me ha dicho: ‘Ataca esta tierra y destrúyela.’» Dijeron Eliaquín, Sebná y Joaj al copero mayor: «Por favor, háblanos a nosotros tus siervos en arameo, que lo entendemos; no nos hables en la lengua de Judá a oídos de la gente que está sobre la muralla.» El copero mayor dijo: «¿Acaso mi señor me ha enviado a decir estas cosas a tu señor, o a ti, y no a los hombres que se encuentran sobre la muralla, que tienen que comer sus excrementos y beber sus orinas con vosotros?» El copero mayor se puso en pie y gritó en voz alta en lengua judía: «Escuchad las palabras del gran rey, el rey de Asiria. Esto dice el rey: Que no os engañe Ezequías, porque no podrá libraros. Que no os haga confiar Ezequías en Yahvé diciendo: ‘Seguro que Yahvé nos librará, y que esta ciudad no será entregada en manos del rey de Asiria.’ No escuchéis a Ezequías, pues el rey de Asiria os comunica esto: Haced las paces conmigo y rendíos, y así todos podrán seguir comiendo de su viña y de su higuera, y bebiendo de su cisterna, hasta que llegue yo y os conduzca a una tierra como la vuestra, tierra de trigo y de mosto, tierra de cereales y de viñas. Que no os engañe Ezequías, cuando dice: ‘Yahvé nos librará.’ ¿Acaso los dioses de las naciones han librado a sus respectivos países de la mano del rey de Asiria? ¿Dónde están los dioses de Jamat y de Arpad, dónde los dioses de Sefarváin, dónde los dioses de Samaría*? ¿Acaso han librado a Samaría de mi mano? ¿Quiénes, de entre todos los dioses de los países, los han librado de mi poder, para que libre Yahvé a Jerusalén de mi mano?» Calló la gente y nada le respondieron, porque el rey había dado la orden de que no le contestasen. Eliaquín, hijo de Jilquías, mayordomo de palacio, el secretario Sebná y el heraldo Joaj, hijo de Asaf, fueron donde Ezequías, desgarrados los vestidos, y le relataron las palabras del copero mayor.
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