Eclesiástico 30, 1-13

El que ama a su hijo le castiga sin cesar, para poder alegrarse en el futuro. El que educa a su hijo tendrá muchas satisfacciones, y entre sus conocidos se sentirá orgulloso de él. El que instruye a su hijo dará envidia a su enemigo, y ante sus amigos se sentirá satisfecho. Cuando el padre muere, es como si no muriese, pues deja tras de sí un hijo semejante a él; durante su vida se alegra de verlo, y a la hora de su muerte no siente tristeza. Contra sus enemigos deja un vengador*, y para sus amigos un benefactor. El que mima a su hijo vendará sus heridas*, a cada grito se le conmoverán sus entrañas. Caballo no domado sale bravo, hijo consentido sale arisco. Mima a tu hijo y te dará sorpresas, juega con él y te traerá disgustos. No rías con él, si no quieres acabar llorando y rechinando los dientes. No le des libertad en su juventud, y no pases por alto sus errores; doblega su cuello mientras es joven, túndele las costillas cuando es pequeño, no sea que, volviéndose rebelde, te desobedezca, y sufras por él una honda amargura*. Educa a tu hijo y trabájalo bien, para que no tengas que soportar su insolencia.
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