Eclesiástico 12, 8-18

Da al bueno, no socorras al malvado,
alivia al que sufre, no des al arrogante.

El enemigo
6,5-17; 27,22-29

En la prosperidad no se conoce el amigo,
en la desgracia no se oculta el enemigo; en la prosperidad aun el enemigo se vuelve amigo,
en la desgracia aun el amigo se aparta. No te fíes nunca del enemigo,
su maldad es como bronce que se oxida; aunque te haga caso y se porte con modestia,
ten cuidado y desconfía de él;
haz como quien limpia un espejo;
a ver si la herrumbre no terminó de corroerlo. No le des un puesto a tu lado,
porque te dará un empujón y ocupará tu puesto;
no lo hagas sentarse a tu derecha,
porque procurará ocupar tu asiento.
Entonces me darás la razón
y gemirás recordando mis advertencias. ¿Quién compadece al encantador de serpientes mordido
o al que se acerca a una fiera carnicera? Lo mismo al que se junta con el arrogante
y se mancha con sus delitos.
Mientras va contigo, no se te revela;
cuando caes, no se agacha a librarte; mientras tú estás de pie, no se da a conocer;
cuando tropiezas, no se contiene. El enemigo habla con labios dulces,
y por dentro planea traiciones siniestras;
el enemigo llora con los ojos,
llega su ocasión, y no se sacia de sangre; te ocurre una desgracia, y allí lo encuentras;
fingiendo apoyarte, te pondrá una zancadilla;
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