I Samuel 21, 1-10


David, en Nob

David emprendió la marcha, y Jonatán volvió a la ciudad. David llegó a Nob, donde estaba el sacerdote Ajimélec. Éste salió ansioso a su encuentro y le preguntó:
–¿Por qué vienes solo, sin nadie que te acompañe? David le respondió:
– El rey me ha encargado un asunto y me ha dicho que nadie sepa una palabra de sus órdenes y del asunto que me encargaba. A los muchachos los he citado en tal sitio. Ahora dame cinco panes, si los tienes a mano, o lo que tengas. El sacerdote le respondió:
– No tengo pan ordinario a mano. Sólo tengo pan consagrado; con tal que los muchachos se hayan abstenido de tener relaciones con mujeres. David le respondió:
– Seguro. Siempre que salimos a una campaña, aunque sea de carácter profano, nos abstenemos de mujeres. ¡Con mayor razón tendrán hoy sus cuerpos en estado de pureza! Entonces el sacerdote le dio pan consagrado, porque no había allí más pan que el presentado al Señor, el que se retira de la presencia del Señor, cuando se lo reemplaza por pan fresco. Estaba allí aquel día, detenido en el templo, uno de los empleados de Saúl; se llamaba Doeg, edomita, jefe de los pastores de Saúl. David preguntó a Ajimélec:
–¿No tienes a mano una lanza o una espada? Ni siquiera traje la espada ni las armas, porque el encargo del rey era urgente. El sacerdote respondió:
– La espada de Goliat, el filisteo, al que mataste en el Valle de Elá. Ahí la tienes, envuelta en un paño, detrás del efod. Si la quieres, llévatela; aquí no hay otra.
David dijo:
–¡No hay otra espada mejor que ésa! Dámela.

David, en Gat

Ese mismo día, David partió y huyó lejos de Saúl, llegó a donde estaba Aquís, rey de Gat.
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