Isaías 25, 1-12


Himno de los salvados
Sal 76

Señor, tú eres mi Dios,
te ensalzo y te doy gracias,
porque realizaste planes admirables,
asegurados desde antiguo. Convertiste la ciudad en escombros,
la plaza fuerte en demolición,
el castillo de los bárbaros en ruina
que jamás será reedificada. Por eso un pueblo poderoso
reconoce tu gloria
y la capital de los tiranos te respeta: porque fuiste refugio del desvalido,
refugio del pobre en peligro,
reparo del aguacero,
sombra contra el calor.
Porque el ímpetu de los tiranos
es aguacero de invierno, es calor de verano
el tumulto de los bárbaros;
tú aplacas el calor
con sombras de nubes
y ahogas los cantos de los tiranos. El Señor Todopoderoso
ofrece a todos los pueblos,
en este monte,
un festín de manjares suculentos,
un festín de vinos añejados,
manjares deliciosos,
vinos generosos. Arrancará en este monte
el velo que cubre a todos los pueblos,
el paño que tapa a todas las naciones; y aniquilará la muerte para siempre.
El Señor enjugará las lágrimas
de todos los rostros
y alejará de la tierra entera
la humillación de su pueblo
– lo ha dicho el Señor– . Aquel día se dirá:
Aquí está nuestro Dios,
de quien esperábamos
que nos salvara:
celebremos y festejemos su salvación. La mano del Señor
se posará en este monte,
mientras que Moab
será pisoteado en su sitio,
como se pisa la paja
en el agua del estercolero; allí dentro extenderá las manos,
como las extiende
el nadador al nadar.
Pero el Señor aplastará su orgullo
y los esfuerzos de sus manos; los altos baluartes de sus murallas
los doblegará, abatirá y tumbará
en el suelo, en el polvo.
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