Tobías 11, 1-19


Sanación de Tobit

Cuando estaban cerca de Caserín, frente a Nínive, dijo Rafael:
– Tú sabes en qué situación quedó tu padre. Adelantémonos para preparar la casa, antes que llegue tu esposa con los demás. Caminaron los dos juntos, y Rafael le dijo:
– Ten a mano la hiel.
El perro iba detrás de ellos. Ana estaba sentada, con la mirada fija en el camino por donde tenía que llegar su hijo. Tuvo el presentimiento de que llegaba, y dijo al padre:
– Mira, viene tu hijo con su compañero. Rafael dijo a Tobías antes de llegar a casa:
– Estoy seguro de que tu padre recuperará la vista. Úntale los ojos con la hiel del pez; el remedio hará que las nubes de los ojos se contraigan y se le desprendan. Tu padre recobrará la vista y verá la luz. Ana fue corriendo a arrojarse al cuello de su hijo, diciéndole:
– Te veo, hijo, ya puedo morirme.
Y se echó a llorar. Tobit se puso de pie, y, tropezando, salió por la puerta del patio. Tobías fue hacia él con la hiel del pez en la mano; le sopló en los ojos, le agarró la mano y le dijo:
–Ánimo, padre.
Le echó el remedio, se lo aplicó y luego con las dos manos le quitó como una piel de los ojos. Entonces su padre lo abrazó llorando, mientras decía:
– Te veo, hijo, luz de mis ojos. Luego añadió:
Bendito sea Dios,
bendito su gran Nombre,
benditos sean todos
sus santos ángeles por siempre.
Que su Nombre
se invoque sobre nosotros.
Que su nombre glorioso
nos proteja, porque si antes me castigó,
ahora veo a mi hijo, Tobías.
Tobías entró en la casa contento y bendiciendo a Dios en alta voz. Luego le contó a su padre lo bien que les había salido el viaje: traía el dinero y se había casado con Sara, la hija de Ragüel:
– Está ya cerca, a las puertas de Nínive. Tobit salió al encuentro de su nuera, hacia las puertas de Nínive. Iba contento y bendiciendo a Dios, y los ninivitas, al verlo caminar con paso firme y sin ninguna ayuda, se sorprendían. Tobit les confesaba abiertamente que Dios había tenido misericordia y le había devuelto la vista. Cuando llegó cerca de Sara, mujer de su hijo Tobías, la bendijo diciendo:
–¡Bienvenida, hija! Bendito sea tu Dios, que te ha traído aquí. Bendito sea tu padre, bendito mi hijo, Tobías, y bendita tú, hija. ¡Bienvenida a ésta tu casa! Que goces de alegría y bienestar. Entra, hija. Todos los judíos de Nínive celebraron aquel día una gran fiesta, y Ajicar y Nadab, los sobrinos de Tobit, fueron a casa de Tobit a compartir su alegría.
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