Hechos 19, 28-38

Al oír esto, enardecidos, comenzaron a gritar: «¡Grande es la Artemis de los efesios!» Se llenó de confusión la ciudad y todos a una se precipitaron en el teatro, arrastrando consigo a los macedonios Gayo y Aristarco, compañeros de viaje de Pablo. Quería Pablo meterse entre el gentío, pero no le dejaban los discípulos. Algunos de los asiarcas, que eran amigos suyos, le mandaron aviso de que no se presentara en el teatro. Cada uno gritaba una cosa distinta. Porque estaba revuelta la asamblea y los más no sabían por qué se hallaban reunidos. De entre el gentío destacaron a un tal Alejandro, al que empujaban los judíos. Alejandro imponiendo silencio con la mano, intentaba defenderse ante el pueblo; pero cuando cayeron en la cuenta de que era judío, se produjo un griterío unánime que clamaba por espacio de dos horas: «¡Grande es la Artemis de los efesios!» Acalló a la multitud el secretario, diciendo: «Ciudadanos de Éfeso, ¿qué hombre puede ignorar que la ciudad de Éfeso se honra con la custodia del templo de la gran Artemis y de su imagen bajada del cielo? Siendo esto indiscutible, conviene que os tranquilicéis y no hagáis nada precipitadamente. Porque habéis traído a unos hombres que ni son sacrílegos, ni blasfemos contra nuestra diosa. Que si Demetrio y sus compañeros artífices tienen algo contra alguien, públicas asambleas se celebran y procónsules hay: entablen proceso unos contra otros.
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