Hechos 28, 17-28

Al cabo de tres días, convocó a los principales de entre tos judíos. Y una vez reunidos, empezó diciéndoles: «Yo, hermanos, sin haber hecho nada contra el pueblo ni contra las costumbres patrias, preso en Jerusalén, fui entregado en manos de los romanos, los cuales me sometieron a interrogatorio y pensaban soltarme al no encontrar en mí causa alguna digna de muerte. Pero, ante la oposición de los judíos, me vi obligado a apelar al César, no porque tuviera nada de que acusar a mi pueblo. Por esta causa he pedido veros y hablaros. Porque por la esperanza de Israel llevo yo esta cadena.» Ellos le dijeron: «Nosotros ni hemos recibido cartas de Judea acerca de ti, ni ha venido ninguno de los hermanos a denunciar o decir nada malo contra ti. Sólo deseamos oír de tus labios lo que sientes. Porque lo que sabemos de esta secta es que en todas partes se la contradice.» Fijáronle fecha y vinieron en mayor número a donde se hospedaba. Él les exponía el reino de Dios, dando solemne testimonio de él y tratando de persuadirles sobre Jesús, a partir de la ley de Moisés y de los profetas, desde la mañana hasta por la tarde. Y unos asentían a lo que decía; pero otros rehusaban creer. Y así se fueron retirando en desacuerdo unos con otros, por haber dicho Pablo solamente esto: «Bien habló el Espíritu Santo, cuando, por medio del profeta Isaías, dijo a vuestros padres: Ve a este pueblo y dile: Con vuestros oídos oiréis, pero no entenderéis, y viendo veréis, pero no percibiréis. Porque el corazón de este pueblo se ha embotado, y con los oídos pesadamente oyeron, y cerraron sus ojos; no sea que perciban con sus ojos y oigan con sus oídos, y entiendan con su propio corazón y se conviertan, y que yo los sane (Is 6,9s). Sabed, pues, que a los gentiles ha sido ya transferida esta salvación de Dios, y ellos escucharán.»
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