Hechos 8, 4-21

Los que se habían dispersado iban por todas partes anunciando el Evangelio. Así Felipe, bajando a la ciudad de Samaría, les predicaba a Cristo. Y las gentes a una prestaban atención a la predicación de Felipe, al oír y ver las señales que hacía; porque de muchos posesos salían los espíritus impuros clamando a grandes voces. Y muchos paralíticos y cojos eran curados. Con esto hubo una gran alegría en aquella ciudad. Pero había, ya de antes, en la ciudad un hombre llamado Simón, que ejercía la magia y tenía fuera de sí a la gente de Samaría, diciéndoles que él era un gran personaje. Todos, chicos y grandes, le hacían caso y decían: «Éste es el llamado Gran Poder de Dios.» Le hacían caso, porque los tenía embaucados de mucho tiempo atrás con sus artes mágicas. Pero cuando empezaron a creer en Felipe, que les anunciaba el Evangelio sobre el reino de Dios y el nombre de Jesucristo, se bautizaban hombres y mujeres. También Simón creyó y, una vez bautizado, andaba continuamente con Felipe y estaba atónito viendo las grandes señales y portentos que se realizaban. Enterados los apóstoles en Jerusalén de que había recibido Samaría la palabra de Dios, les enviaron a Pedro y a Juan, los cuales descendieron y oraron sobre ellos para que recibieran el Espíritu Santo; porque todavía no había descendido sobre ninguno de ellos, sino que sólo habían sido bautizados en el nombre del Señor Jesús. Entonces les iban imponiendo las manos y recibían el Espíritu Santo. Viendo, pues, Simón que por la imposición de las manos de los apóstoles se daba el Espíritu, les ofreció dinero, diciendo: «Dadme también a mí este poder, para que a quien yo impusiere las manos reciba el Espíritu Santo » Pero Pedro le dijo: «Tu plata y tú, a la perdición, por haber pensado que el don de Dios se compra con dinero. No tienes arte ni parte en este asunto, porque tu corazón no es recto en la presencia de Dios.
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