Daniel  9, 4-19

Oré a Yahvéh, mi Dios, e hice mi confesión diciendo: ¡Ah, Señor, el Dios grande y terrible que guarda la alianza y la misericordia con los que le aman y cumplen sus mandamientos! Hemos pecado y cometido la iniquidad; hicimos el mal; nos hemos rebelado y apartado de tus mandamientos y ordenanzas; no hemos escuchado a tus siervos los profetas, que hablaron en tu nombre a nuestros reyes, a nuestros príncipes, a nuestros padres y a todo el pueblo del país. A ti, Señor, la justicia; a nosotros, la vergüenza en el rostro, como sucede hoy a los hombres de Judá, a los habitantes de Jerusalén y a todo Israel, a los de cerca y a los de lejos, en todos los países adonde los arrojaste por las infidelidades que cometieron contra ti. Yahvéh, a nosotros la vergüenza en el rostro, a nuestros reyes, a nuestros príncipes y a nuestros padres, porque hemos pecado contra ti. Al Señor, nuestro Dios, la misericordia y el perdón, porque fuimos rebeldes contra él, y no escuchamos la voz de Yahvéh, nuestro Dios, que nos mandaba caminar según las leyes que nos dio por medio de sus siervos los profetas. Todo Israel transgredió la ley y se desvió, sin querer escuchar tu voz. Por eso cayeron sobre nosotros las maldiciones y las imprecaciones escritas en la ley de Moisés, siervo de Dios, porque pecamos contra él. Cumplió las palabras que había pronunciado contra nosotros y contra los jueces que nos juzgaron, de que traería sobre nosotros una calamidad tan grande que no habría otra igual bajo el cielo, como fue la que se verificó en Jerusalén. Como está escrito en la ley de Moisés, cayó sobre nosotros toda esta calamidad, y no aplacamos la faz de Yahvéh, nuestro Dios, convirtiéndonos de nuestras iniquidades y prestando atención a tu verdad. Vigiló Yahvéh sobre esta calamidad, y la volcó sobre nosotros, porque Yahvéh, nuestro Dios, es justo en todas las obras que hace; mas nosotros no escuchamos su voz. Ahora, pues, Señor, Dios nuestro, que sacaste a tu pueblo de la tierra de Egipto con mano fuerte y acreditaste tu nombre, como hoy se ve, hemos pecado, hicimos el mal. Señor, por todas tus justicias, apártese, por favor, tu ira y tu furor de Jerusalén, tu ciudad, tu santa montaña; pues, por nuestros pecados y por las iniquidades de nuestros padres, Jerusalén y tu pueblo son el oprobio de todos los que nos rodean. Ahora, escucha, Dios nuestro, la oración de tu siervo y sus súplicas, y haz brillar tu rostro sobre tu santuario devastado, por amor de ti mismo, Señor. Inclina tu oído, Dios mío, y escucha. Abre tus ojos y mira nuestras ruinas y la ciudad sobre la cual se invoca tu nombre; pues no es por nuestras buenas obras por lo que te presentamos nuestras súplicas, sino por tus grandes misericordias. ¡Señor, escucha! ¡Señor, perdona! ¡Señor, atiende y obra! ¡No tardes, por amor de ti mismo, Dios mío! Pues tu nombre es invocado sobre tu ciudad y sobre tu pueblo.
Ver contexto