Gálatas 3, 6-14

Y así fue el caso de Abraham, que «creyó a Dios, y esto le fue tenido en cuenta para la justicia» (Gén 15,6). Tened, pues, presente que los que proceden de la fe, éstos son hijos de Abraham. Y la misma Escritura, previendo que Dios justificaría a los gentiles a partir de la fe, había anunciado de antemano a Abraham: «Todos los pueblos serán bendecidos en ti» (Gén 12,3). Así, pues, los que proceden de la fe son bendecidos juntamente con Abraham el creyente. En efecto todos los que parten de las obras de la ley están bajo el peso de una maldición. Pues está escrito: «Maldito todo el que no persevera en todas las cosas escritas en el libro de la ley, llevándolas a la práctica» (Dt 27,26). Pero es evidente que en la ley nadie es justificado ante Dios ya que «el justo vivirá de la fe» (Hab 2,4); y la ley no procede de la fe sino que «el que hubiera practicado estos preceptos vivirá en ellos» /Lv 18,5). Cristo nos ha rescatado de la maldición de la ley, haciéndose él mismo maldición por nosotros, pues está escrito: «Maldito el que está colgado de un madero», y esto para que la bendición de Abraham pase a los gentiles, en Cristo Jesús, de suerte que por medio de la fe recibamos la promesa del Espíritu.
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