Hebreos 1, 1-12

Muy gradualmente y de muchas maneras habló Dios antiguamente a nuestros padres mediante los profetas. En estos últimos tiempos, nos habló por el Hijo, al que nombró heredero de todo, por medio del cual, igualmente, creó los eones. El es el reflejo de su gloria, impronta de su ser. Él sostiene el universo con su palabra poderosa. Y después de realizar la purificación de los pecados, se sentó a la derecha de la majestad en las alturas, llegando a ser tanto más excelente que los ángeles, cuanto más sublime que el de ellos es el nombre que ha heredado Pues ¿a cuál de los ángeles dijo Dios jamás: «Hijo mío eres tú, hoy te he engendrado yo» (Sal 2,7)? ¿o también: «Yo seré tu Padre, y él será mi Hijos (2S 7,14)? y en otro pasaje, al introducir en el mundo al primogénito, dice: «Adórenlo todos los ángeles de Dios» (Dt 32,43). Respecto de los ángeles dice: «El que hace de sus ángeles como vientos, y sus servidores como llamas de fuegos (Sal 104,4) 5. y, en cambio, respecto del Hijo: «Tu trono, oh Dios, subsiste para siempre; y cetro de rectitud es su cetro real. Amaste la justicia y odiaste la impiedad; por eso Dios, tu Dios, prefiriéndote a tus compañeros, te ungió con aceite de júbilo» (Sal 45,7.8) 6. Y también: «Tú, Señor, en los comienzos cimentaste la tierra, y los cielos son obra de tus manos.» Ellos perecerán, pero tú permaneces; todos envejecerán como ropa, los enrollarás como manto, serán como ropa que se muda, pero tú eres siempre el mismo y tus años no se acabarán (Sal 102,26-28).
Ver contexto