Isaías 53, 1-11

¿Quién creyó lo que hemos oído, y el brazo de Yahvéh a quién se reveló? Creció como un pimpollo ante él, como una raíz en tierra seca. No tenía forma ni belleza para que nos fijáramos en él, ni aspecto para que le apreciáramos; despreciado y abandonado de los hombres, varón de dolores, familiarizado con la dolencia, como aquél ante quien se oculta el rostro, despreciado de modo que no le hicimos caso. A decir verdad, nuestras enfermedades llevó él, y nuestros dolores él se los cargó. ¡ Y nosotros lo teníamos por un castigado, y humillado golpeado por Dios! Pero él era traspasado por nuestras rebeliones, aplastado por nuestras iniquidades. El castigo que nos valía la paz caía sobre él y por sus cardenales éramos sanados. Todos nosotros como ovejas errábamos, cada uno a su camino nos volvíamos. Pero Yahvéh hizo que le alcanzara la iniquidad de todos nosotros. Era maltratado, y él se humillaba y no abría la boca, como cordero llevado al matadero y como oveja muda ante sus esquiladores. Él no abría la boca. Por arresto y sentencia fue arrebatado, y de su destino ¿quién se preocupa? Fue arrancado de la tierra de los vivos, por el pecado de su pueblo lo hirieron de muerte. Le dieron sepultura con los delincuentes, y su túmulo con los ricos, aunque no había cometido violencia ni había habido engaño en su boca. Plugo a Yahvéh aplastarlo con la enfermedad; realmente ofreció su vida como sacrificio expiatorio. Verá descendencia, prolongará sus días; y el querer de Yahvéh se logrará por su mano. Libre de los trabajos de su alma, verá la luz, y se saciará de conocimiento. Como justo, mi siervo justificará a muchos, y sus iniquidades él mismo se las cargará.
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