Marcos 4, 1-34

Otra vez se puso a enseñar a la orilla del mar. Y se reúne en torno a él numerosísimo pueblo, de forma que tuvo que subirse a una barca, dentro del mar, y sentarse en ella, mientras todo el pueblo permanecía en tierra, junto al mar. Y les enseñaba muchas cosas por medio de parábolas. Y les iba diciendo en su enseñanza. «Escuchad: Salió el sembrador a sembrar. Y sucedió que, según iba sembrando, parte de la semilla cayó al borde del camino; y vinieron los pájaros y se la comieron. Otro poco cayó en terreno pedregoso, donde había poca tierra; brotó en seguida, porque la tierra no tenía profundidad; pero, en cuanto salió el sol, se quemó; y como no había echado raíces, se secó. Otro poco cayó entre zarzas; y como las zarzas también crecieron, lo ahogaron sin que pudiera dar fruto. Y el resto cayó en tierra buena; fue creciendo y granando, hasta dar fruto que llegó: uno al treinta por uno, otro al sesenta y otro al ciento.» Y añadía: «El que tenga oídos para oír, que oiga.» Cuando se quedó a solas, los que le rodeaban, juntamente con los doce, le preguntaban a propósito de las parábolas. Y él les contestaba: «A vosotros se os ha concedido el misterio del reino de Dios: pero a ellos, a los de fuera, todo se les dice en parábolas, para que: viendo, vean, pero no perciban; y oyendo, oigan, pero no entiendan; no sea que se conviertan y sean perdonados» (Is 6,9s). Y añade aún: «¿No entendéis esta parábola? Pues ¿cómo vais a comprender las demás? El sembrador va sembrando la palabra. Unos están al borde del camino; en ellos se ha sembrado la palabra; pero, apenas la oyen, viene Satán y se lleva la palabra que fue sembrada en ellos. Hay otros. igualmente, que recibieron la semilla en terreno pedregoso; éstos, al oír la palabra, de momento la reciben con alegría; pero no echa raíces en ellos, porque son hombres de un primer impulso; y, apenas sobreviene la tribulación o la persecución por causa de la palabra, al momento fallan. Otros hay que reciben la semilla entre zarzas; éstos son los que oyeron la palabra; pero sobrevienen luego las preocupaciones del mundo, la seducción de las riquezas y toda suerte de malos deseos, y ahogan la palabra, y no da fruto. Finalmente, otros hay que reciben la semilla en tierra buena; son los que oyen la palabra y la aceptan en su corazón y dan fruto al treinta por uno, al sesenta, o al ciento.» Decíales también: «¿Acaso se enciende una lámpara para ponerla debajo de un almud o debajo de la cama? ¿No será más bien para colocarla sobre el candelero? Porque nada hay oculto que no haya de manifestarse, y nada secreto que no haya de salir a la luz. El que tenga oídos para oír, que oiga.» Decíales igualmente: «Atended bien a lo que oís. Con la medida con que midáis, seréis medidos, y con creces. Porque al que tiene, se le dará; y al que no tiene, aun aquello que tiene se le quitará.» Dijo además: «El reino de Dios viene a ser esto: Un hombre arroja la semilla en la tierra. Y ya duerma o ya vele, de noche o de día, la semilla germina y va creciendo sin que él sepa cómo. La tierra, por sí misma, produce primero la hierba, luego la espiga, y por último el trigo bien granado en la espiga. Y cuando el fruto está a punto, en seguida aquel hombre manda meter la hoz, parque ha llegado el tiempo de la siega.» Y proseguía diciendo: «¿A qué compararemos el reino de Dios o con qué parábola lo describiremos? Es como el grano de mostaza que, cuando se siembra en la tierra, es la más pequeña de todas las semillas que sobre la tierra existen; pero, una vez, sembrado, se pone a crecer y sube más alto que todas las hortalizas, y echa ramas tan grandes, que los pájaros del cielo pueden anidar bajo su sombra.» Y con muchas parábolas así les proponía el mensaje, según que lo podían recibir. Y sin parábolas no les hablaba. Pero, a solas, se lo explicaba todo a sus propios discípulos.
Ver contexto