II Crónicas  1, 1-13

° Salomón, hijo de David, se afianzó en el trono. El Señor, su Dios, estaba con él y lo engrandeció sobremanera. Después de hablar a los israelitas, a los jefes de millares y de centenas, a los jueces, a todos los príncipes de Israel y a los cabezas de familia, Salomón marchó, junto con toda la asamblea de su pueblo, al alto de Gabaón, donde estaba la Tienda del Encuentro de Dios, que Moisés, siervo del Señor, había hecho en el desierto. Sin embargo, el Arca de Dios había sido trasladada por David desde Quiriat Yearín al lugar preparado para ella: una tienda que le había levantado en Jerusalén. El altar de bronce, hecho por Besalel, hijo de Urí, hijo de Jur, también se encontraba allí, delante de la Morada del Señor. Salomón y la comunidad le consultaban. Subió, pues, Salomón allá, al altar de bronce —el que está en presencia del Señor, delante de la Tienda del Encuentro— y ofreció sobre él mil holocaustos. Aquella noche Dios se apareció a Salomón y le dijo: «Pide lo que quieras que te conceda». Salomón respondió a Dios: «Tú mostraste gran amor a David, mi padre, y me nombraste sucesor suyo. Pues bien, Señor Dios, que se cumpla la promesa que hiciste a David, mi padre, ya que tú me has hecho rey de un pueblo numeroso como el polvo de la tierra. Dame, pues, sabiduría y ciencia para dirigir a este pueblo. De lo contrario, ¿quién podría gobernar a este pueblo tuyo tan numeroso?». Dios respondió a Salomón: «Por haber sido ese el deseo de tu corazón y no haberme pedido riquezas, bienes, gloria, la muerte de tus enemigos y ni siquiera una vida larga, pidiéndome en cambio sabiduría y ciencia para regir a mi pueblo, del que te he constituido rey, se te concede ciencia y sabiduría; y te daré también riquezas, bienes y gloria que no tuvieron los reyes que te precedieron ni tendrán los que te sucedan». Salomón regresó a Jerusalén, desde el alto de Gabaón —de delante de la Tienda del Encuentro—, y reinó en Israel.
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