I Reyes 5, 1-18

Salomón dominaba sobre todos los reinos, desde el Río hasta el país de los filisteos y hasta la frontera de Egipto. Ellos pagaban un tributo y estuvieron sometidos a Salomón durante toda su vida. Los víveres que Salomón recibía cada día eran estos: treinta barriles de harina de la mejor calidad y sesenta de harina común; diez bueyes cebados, veinte bueyes de pastoreo y cien reses de ganado menor, sin contar los ciervos, las gacelas, los antílopes y las aves de corral. El dominaba sobre toda la región comprendida entre el Eufrates y el Mar, desde Tifsá hasta Gaza, sobre todos los reyes que estaban más acá del Eufrates, y gozó de paz en todas sus fronteras. Judá e Israel vivieron seguros, cada uno bajo su parra y bajo su higuera, desde Dan hasta Berseba, durante todos los días de Salomón. Salomón tenía cuatro mil establos para los caballos de sus carros, y doce mil caballos de montar. Los prefectos, cada uno en el mes que le correspondía, abastecían al rey Salomón y a todos aquellos que eran recibidos en su mesa, sin dejar faltar nada. En cuanto a la cebada y al forraje para los caballos y los animales de tiro, lo llevaban al lugar donde se encontraba el rey, cada uno según la consigna recibida. Dios concedió a Salomón una sabiduría y una inteligencia extremadamente grandes, y tanta amplitud de espíritu cuanta arena hay en las playas del mar. La sabiduría de Salomón superaba la de todos los Orientales y toda la sabiduría de Egipto. El fue el más sabio de los hombres, más sabio que Etán, el ezrajita, más que Hernán, Calcol y Dardá, los hijos de Majol. Su renombre se extendía por todas las naciones vecinas. Pronunció tres mil máximas, y sus poemas fueron mil cinco. Trató acerca de las plantas, tanto del cedro del Líbano como del hisopo que crece en los muros; también trató acerca de los cuadrúpedos, de los pájaros, de los reptiles y de los peces. De todos los pueblos, y de parte de todos los reyes de la tierra que habían oído hablar de la sabiduría del rey Salomón, acudía gente para escuchar su sabiduría. Jiram, rey de Tiro, envió una embajada a Salomón, porque se enteró de que lo habían ungido rey en lugar de su padre David, y él había sido siempre amigo de David. Entonces Salomón mandó a decir a Jiram: "Tú sabes bien que mi padre David no pudo construir una Casa para el Nombre del Señor, su Dios, a causa de las guerras en que se vio envuelto, hasta que el Señor puso a todos sus enemigos bajo la planta de sus pies. Pero ahora el Señor, mi Dios, me ha dado la paz en todas mis fronteras: ya no hay adversarios ni contratiempos.
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