Jeremías  2, 20-29

Sí, hace mucho que has quebrado tu yugo, has roto tus ataduras y has dicho: "¡No serviré". Sí, sobre toda colina elevada y bajo todo árbol frondoso, te has acostado, te has prostituido. ¡Y eso que yo te había plantado con cepas escogidas, todas de simiente genuina! ¿Cómo entonces te has vuelto una planta degenerada, una viña bastarda? Por más que te laves con potasa y no mezquines la lejía, permanecerá la mancha de iniquidad ante mi -oráculo del Señor-. ¿Cómo puedes decir: "No me he contaminado, no he ido detrás de los Baales"? Mira tu conducta en el Valle, reconoce lo que has hechos. ¡Camella veloz, que va de una lado para otro! ¡Asna salvaje, habituada al desierto! En el ardor de su deseo aspira el viento: ¿quién puede refrenar su ansiedad? Los que la buscan no necesitan fatigarse, en su tiempo de celo se la encuentra. No dejes que tus pies queden descalzos ni que tu garganta sienta sed. Pero tú dices: "¡No hay nada que hacer! ¡No! A mí gustan los extranjeros y quiero ir detrás de ellos". Como se turba un ladrón al ser sorprendido, así quedarán turbados los de la casa de Israel, ellos, sus reyes y sus príncipes, sus sacerdotes y sus profetas, lo que dicen a un trozo de madera: "Tú me has dado a luz!" Porque ellos me vuelven la espalda, no la cara, y después, en el tiempo de su desgracia, dicen: "¡Levántate y sálvanos!". ¿Dónde están tus dioses, esos que te has fabricado? ¡Que se levante, si es que pueden salvarte en el tiempo de tu desgracia! Porque tan numerosos como tus ciudades son tus dioses, Judá. ¿Por qué me recriminan, si todos ustedes se han rebelado contra mí? -oráculo del Señor-.
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