Exodo  1, 15-22

Ordenó el rey de Egipto a las parteras de los hebreos, de las cuales una se llamaba Sifrá y la otra Púa, diciéndoles: “Cuando asistáis al parto a las hebreas y al lavar la criatura veáis que es niño, le matáis; si es niña, que viva.” Pero las parteras eran temerosas de Dios y no hacían lo que les había mandado el rey de Egipto, sino que dejaban con vida a los niños. El rey de Egipto las mandó llamar y les dijo: “¿Por qué habéis hecho dejar con vida a los niños?” Y le dijeron las parteras al faraón: “Es que no son las mujeres hebreas como las egipcias. Son más robustas, y antes de que llegue la partera, ya han parido.” Favoreció Dios a las parteras, y el pueblo seguía creciendo y multiplicándose. Por haber temido a Dios las parteras, prosperó él sus casas. Mandó, pues, el faraón a todo su pueblo que fueran arrojados al río cuantos niños nacieran a los hebreos, preservando sólo a las niñas.
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