Isaías 64, 1-12

(19) ¡Oh si rasgaras los cielos y bajaras, de suerte que los montes se estremecieran ante ti, (1) como fuego abrasador que quema la leña seca, como fuego que hace hervir el agua! Para dar a conocer a tus enemigos tu nombre y hacer temblar a los pueblos gentiles ante ti (2) al hacer tus inesperados prodigios. (Descendiste y ante ti se tambalearon las montañas) (3) de que no se oyó jamás. Ni oyeron oídos, ni ojos vieron Dios, fuera de ti, que (así) obrara con los que en él confían. (4) Tú te adelantas a los que obran justicia y se acuerdan de tus caminos. He aquí que te irritaste, pues hemos pecado, por nuestra infidelidad y nuestra defección. (5) Todos nosotros fuimos impuros, y toda nuestra justicia es como vestido inmundo, y nos marchitamos como hojas todos nosotros, y nuestras iniquidades como viento nos arrastran. (6) Y nadie invoca tu nombre ni despierta para unirse a ti. Porque has ocultado tu rostro de nosotros y nos has entregado a nuestras iniquidades. (7) Mas ahora, ¡oh Yahvé! tú eres nuestro Padre; nosotros somos la arcilla, y tú nuestro alfarero, todos somos obra de tus manos." (8) ¡Oh Yahvé! no te irrites demasiado, no estés siempre acordándote de la iniquidad. Ve, mira que todos nosotros somos tu pueblo. (9) Tus ciudades santas están hechas un desierto, Sión es una estepa, Jerusalén un lugar asolado. (10) Nuestro santo y magnífico templo, donde te alababan nuestros padres, ha sido presa del fuego. Todas nuestras cosas queridas están en ruinas. (11) Y ante todo esto, ¿vas a contenerte, ¡oh Yahvé! vas a callarte para humillarnos del todo?
Ver contexto