Isaías 9, 1-8

Como al principio cubrió de oprobio a la tierra de Zabulón y de Neftalí, a lo último llenará de gloria el camino del mar y la otra ribera del Jordán, la Galilea de los gentiles. El pueblo que andaba en tinieblas, vio una luz grande. Sobre los que habitan en la tierra de sombras de muerte resplandeció una brillante luz. Multiplicaste la alegría, has hecho grande el júbilo, y se gozan ante ti, como se gozan los que recogen la mies, como se alegran los que reparten la presa. Rompiste el yugo que pesaba sobre ellos, el dogal que oprimía su cuello, la vara del exactor como en el día de Madián, y han sido echados al fuego y devorados por las llamas las botas jactanciosas del guerrero y el manto manchado en sangre. Porque nos ha nacido un niño, nos ha sido dado un hijo que tiene sobre los hombros la soberanía, y que se llamará maravilloso consejero, Dios fuerte, Padre sempiterno, Príncipe de la paz, para dilatar el imperio y para una paz ilimitada sobre el trono de David y de su reino, para afirmarlo y consolidarlo en el derecho y en la justicia desde ahora para siempre jamás. El celo de Yahvé de los ejércitos hará esto. Una palabra ha enviado el Señor contra Jacob, y ha caído en Israel.
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