Jeremías  4, 1-31

Si te conviertes, Israel — oráculo de Yahvé — , volverás a mí. Si quitas de delante de mí tus abominaciones, no andarás errante. Si juras por la vida de Yahvé con verdad, con derecho y con justicia, serán en ti bendecidos los pueblos y en ti se gloriarán. Pues así dice Yahvé a los hombres de Judá y de Jerusalén: Roturaos un erial y no sembréis en cardizales. Circuncidaos para Yahvé y quitad los prepucios de vuestros corazones, varones de Judá y habitantes de Jerusalén. No sea que salga como fuego mi ira y se encienda, sin que haya quien lo apague, por la maldad de vuestras obras. Anunciad en Judá y proclamad en Jerusalén, clamad y tocad las trompetas por la tierra, gritad con toda fuerza y decidí ¡Congregaos y vayamos a las ciudades amuralladas! Levantad bandera hacia Sión, salvaos, no os detengáis, porque voy a hacer venir la desgracia del septentrión, una gran catástrofe. El león ha subido de su espesura, el devastador de pueblos está en marcha, ha salido de su lugar para devastar tu tierra y asolar tus ciudades hasta no dejar en ellas morador. Vestios, pues, de saco, llorad y lamentaos, porque no se ha apartado de nosotros la ira encendida de Yahvé. Y sucederá en aquel día — oráculo de Yahvé — que desfallecerá el corazón del rey y el de los magnates, se consternarán los sacerdotes, se pasmarán los profetas y exclamarán: ¡Ah Señor, Yahvé! Ciertamente has engañado a este pueblo y a Jerusalén, diciendo: “Tendréis paz,” y la espada ha llegado hasta el alma. En aquel tiempo se dirá a este pueblo y a Jerusalén: Un viento cálido sopla de las dunas del desierto sobre los caminos de la hija de mi pueblo; viento no de limpia ni de abaleo;" un viento impetuoso me llega. Ahora voy también yo a pronunciar castigos contra ellos. He aquí que sube como denso nublado; sus carros son como el torbellino; sus caballos, más veloces que las águilas. ¡Ay de nosotros! ¡Estamos perdidos!" Limpia de maldades tu corazón, Jerusalén, para que puedas ser salva. ¿Hasta cuándo se albergarán en tu interior tus perversos pensamientos? ¡Se anuncia una voz desde Dan y se hace oír la desventura desde el monte de Efraím! Recordadlo a las naciones, proclamadlo en Jerusalén: Vienen los asaltantes de lejanas tierras, lanzan sus gritos contra las ciudades de Judá, la rodean como guardias rurales por haberse rebelado ella contra mí, oráculo de Yahvé. Esto es lo que te han traído tu conducta y tus acciones. He aquí que tu maldad es amarga, pues hiere tu corazón. Ay mis entrañas, ay mis entrañas! ¡Desfallezco! ¡Paredes de mi corazón! ¡Mi corazón se agita! ¡No puedo callarme! Ya oigo el sonido de la trompeta, el estrépito de la batalla. Ya se anuncia desastre sobre desastre, pues toda la tierra ha sido devastada. De repente invadieron mis tiendas, en un instante mis tentorios. ¿Hasta cuándo he de ver banderas y oír el sonar de los clarines? Porque mi pueblo está loco, me ha desconocido. Son hijos necios y no son inteligentes: sabios para el mal, ignorantes para el bien. Miré a la tierra, y he aquí que era vacío y confusión; y a los cielos, y no había luz." Miré los montes, y he aquí que temblaban, todos los collados se conmovían, Miré, y no se veía un hombre, y las aves del cielo habían huido todas. Miré, y he aquí que el vergel era un desierto, y todas sus ciudades eran ruinas ante Yahvé, ante el furor de su cólera. Pues así dice Yahvé: Toda la tierra será un desierto, pero no consumaré la destrucción. Llorará la tierra y se entenebrecerán los cielos arriba, porque yo lo anuncié, y no me arrepentiré; yo lo he resuelto, y no desistiré de ello." Al vocerío de la caballería y de los saeteros, todas las ciudades emprenden la huida, penetraron en las selvas y escalaron las rocas; todas las ciudades fueron abandonadas, sin que en ellas quedara un morador." Y tú la desolada, ¿qué harás? Si te vistes de púrpura, te adornas con joyas de oro, te rasgas los ojos con los afeites, en vano te acicalarás: tus amantes te desprecian, buscan tu vida. Ciertamente oigo gritos como de mujer en parto, angustias como de primeriza. Es la voz de la hija de Sión, que gime y extiende sus manos. ¡Ay de mí! pues desfallece mi alma ante los asesinos.
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