Juan  3, 12-26

Si hablandoos de cosas terrenas no creéis, ¿cómo creeríais si os hablase de cosas celestiales? Nadie subió al cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre, que está en el cielo. A la manera que Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es preciso que sea levantado el Hijo del hombre, para que todo el que creyere en El tenga la vida eterna. Porque tanto amó Dios al mundo, que le dio su unigénito Hijo, para que todo el que crea en El no perezca, sino que tenga la vida eterna;" pues Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para que juzgue al mundo, sino para que el mundo sea salvo por El. El que no cree, ya está juzgado, porque no creyó en el nombre del unigénito Hijo de Dios. Y el juicio consiste en que vino la luz al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. Porque todo el que obra mal, aborrece la luz, y no viene a la luz por que tus obras no sean reprendidas. Pero el que obra la verdad viene a la luz, para que sus obras sean manifiestas, pues están hechas en Dios. Después de esto vino Jesús con sus discípulos a la tierra de Judea, y permaneció allí con ellos y bautizaba. Juan bautizaba también en Ainón, cerca de Salim, donde había mucha agua, y venían a bautizarse, pues Juan aún no había sido metido en la cárcel. Se suscitó una discusión entre los discípulos de Juan y cierto judío acerca de la purificación, y vinieron a Juan y le dijeron: Rabí, aquel que estaba contigo al otro lado del Jordán, de quien tú diste testimonio, está ahora bautizando, y todos se van a El.
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