Oración de Judit.
Cayó Judit, rostro en tierra, echó ceniza sobre su cabeza, dejó ver el sayal que tenía puesto y, a la misma hora en que se ofrecía en Jerusalén, en el templo de Dios, el incienso de aquella tarde, clamó al Señor en alta voz diciendo:
(Judith 9, 1) © Nueva Biblia de Jerusalén (Desclee, 1998)
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Rostro en tierra (9:1).
1 Judit, postrándose rostro a tierra, echó ceniza sobre su cabeza y descubrió el cilicio que llevaba ceñido. Era precisamente la hora en que se ofrecía en Jerusalén, en la casa de Dios, el incienso de la tarde, cuando clamó Judit con gran voz al Señor, diciendo:
Consciente de la responsabilidad que había cargado sobre sus hombros, Judit postróse en tierra en actitud suplicante, echó ceniza sobre sus cabellos (4:11) y, quitándose las prendas exteriores con que se había revestido, dejó ver el vestido o túnica de penitencia que llevaba a raíz de sus carnes. El autor sagrado hace coincidir este momento solemne, del cual pendía la salvación de Israel, con la hora en que se ofrecía en Jerusalén el incienso de la tarde (Exo_30:7; Exo_34:3; Sal_141:2) y en la hora en que se encendían las lámparas del santuario (Exo_30:8). En todo el libro tiene el hagiógrafo su pensamiento fijo en el templo de Jerusalén (Exo_4:2-3; Exo_4:6-Exo_8:11-15; Exo_5:19; Exo_8:21-25; Exo_9:8-13).
Judit evoca el recuerdo del pasado (Exo_9:2-5).
2 Señor, Dios de mi padre Simeón, en cuya mano pusiste la espada para vengarse de los extranjeros, los cuales soltaron la cintura de una virgen para deshonrarla y desnudaron sus muslos para confusión, profanando su seno para su oprobio. 3 Porque tú dijiste: No será así. Y ellos lo hicieron. Por esto entregaste sus príncipes a la muerte, y su lecho, avergonzado por su engaño, siendo engañado a su vez, a la sangre. Y heriste a los esclavos con los poderosos, y a los poderosos en sus tronos. 4 Diste sus mujeres al saqueo, y sus hijas al cautiverio, y todos sus bienes en reparto entre tus hijos amados, los cuales se inflamaron en tu celo y abominaron la contaminación de su sangre y te invocaron en su auxilio. ¡Oh Dios, Dios mío! Escucha también a mí, que soy viuda. 5 Pues fuiste tú el autor de aquellos hechos y de cuantos le precedieron y siguieron, y lo presente y lo futuro tú lo dispusiste, y lo que tú dispusiste se hizo.
Judit pertenecía a la tribu de Simeón. Se recuerdan hechos del pasado que Dios permitió que sucedieran para bien de su pueblo. Uno de ellos fue la manera como Simeón vengó el honor ultrajado de su hermana Dina (Gen_34:1-29). Simeón fue en aquella ocasión instrumento de Dios para vengar a una virgen de Israel por el ultraje inferido por un extranjero. El hecho de Dina y sus consecuencias tienen relación con la hora presente. Dina y Judit se exponen a perder el honor; pero así como Dina obró con ligereza al salir sola para ver a los hijos de aquella tierra (Gen_34:1), Judit sale fuera de la ciudad por inspiración divina y después de un maduro examen y largas oraciones y penitencias. Los hermanos de Dina, Leví y Simeón, se enfurecieron por el ultraje hecho a ella, y, espada en mano, penetraron en la ciudad y mataron a todos los varones. Los otros hijos de Jacob se arrojaron sobre los muertos y saquearon la ciudad por haber sido deshonrada su hermana (Gen_34:27). Jacob recrimina la conducta de los hermanos por la crueldad del hecho y por las funestas consecuencias que puede acarrearles (Gen_34:30; Gen_49:5-7). Judit, en cambio, alaba aquella explosión patriótica y religiosa de su antepasado (Gen_34:31). Para Judit, la violación de Dina fue un atentado al honor del alma judía. El malvado Si-quem del Génesis es el prototipo de Holofernes, y la joven viuda se imagina tener en sus débiles manos la fuerza y vigor de Simeón, y, como él, sabrá vengar la audacia y osadía del que pretende ahora destruir a Israel. Lo que hizo Siquem era una cosa que no debía hacerse (Gen_34:7; 2Sa_13:12). En el v.3 se anuncia la ley del talión, al decir que sobre aquel mismo lecho en que se consumó el engaño y seducción de Dina, perpetróse también la muerte del seductor y de sus cómplices. Judit se vengará del impío Holofernes dándole muerte en aquel lecho donde él pretendía abusar de ella. De la hazaña de Judit se hablará de generación en generación entre los hijos de nuestra raza (2Sa_8:32) y nadie se atreverá a reprobar su conducta. Gomo en el caso de Siquem, saldrán de la ciudad todos los habitantes de Betulia y saquearán el campamento asirio, entonando a continuación grandes alabanzas a la que en adelante será llamada el orgullo de Jerusalén y la gloria de Israel (2Sa_15:9).
Momento crucial (2Sa_9:6-8).
6 Tú planeaste lo que estaba por venir, y sucedía como tú lo habías decretado, y se presentaba a ti, diciendo: Heme aquí. Pues todos tus caminos están dispuestos, y previstos tus juicios. 7 Mira que los asirios tienen un ejército poderoso, se engríen de sus caballos y jinetes, se enorgullecen de la fuerza de sus infantes, tienen puesta su confianza en sus broqueles, en sus lanzas, en sus arcos y en sus hondas, y no saben que tú eres el Señor que decide las batallas, cuyo nombre es Yahvé, 8 Quebranta su fuerza con tu poder, pulveriza su fuerza con tu ira, porque han resuelto violar tu santuario, profanar el tabernáculo en que se posa tu glorioso nombre y derribar con el hierro los cuernos de tu altar.
Tanto la historia de la humanidad en general como la del pueblo elegido en particular son obra de Dios. A él pertenece el pasado, el presente y el porvenir. Por voluntad divina se han presentado los asirios en las puertas de Palestina. Como en otro tiempo los egipcios confiaban en sus armas y fueron aniquilados (Exo_14:19-29), también los asirios se enorgullecen de sus infantes, de sus caballos y de sus jinetes. Pero no saben que basta que Dios dirija su vista hacia el campo asirio, como hizo con los egipcios (Vulgata), para ser aniquilados. Dios ama a los humildes y aborrece el orgullo de las naciones paganas (Eze_25:6-7; Eze_28:6-10; Eze_30:6; Eze_31:10). A la viuda humilde, Dios la ensalzará; al general orgulloso lo humillará.
Súplica anhelante (Eze_9:9-14).
9 Pon los ojos en su soberbia, descarga tu cólera sobre su cabeza, dame a mí, pobre viuda, fuerza para ejecutar lo que he premeditado. 10 Hiere con la seducción de mis labios al siervo con el príncipe y al príncipe con el siervo, y quebranta su orgullo por mano de una mujer, 11 Que no está tu poder en la muchedumbre, ni en los valientes tu fuerza; antes eres tú el Dios de los humildes, el amparo de los pequeños, el defensor de los débiles, el refugio de los desamparados y el salvador de los que no tienen esperanza. 12 Sí, sí. Dios de mis padres y Dios de la heredad de Israel, Señor de los cielos y de la tierra, Creador de las aguas, Rey de toda la creación, escucha mi plegaria 13 y dame una palabra seductora que cause heridas y cardenales en aquellos que han resuelto crueldades contra tu alianza, contra tu santa casa, contra el monte de Sión, contra la casa que es posesión de tus hijos. 14 Haz que todo tu pueblo y cada una de sus tribus reconozca y sepa que tú eres el Dios de toda fortaleza y poder y que no hay otro fuera de ti que proteja al linaje de Israel.
La figura de Holofornes se describe con frases que se aplican a los agentes de Satanás. ¿Es posible que Judit triunfe de las fuerzas del mal coligadas? Ella es débil; es el símbolo de una raza indefensa ante la potencia de un imperio pagano que domina el mundo conocido. Uno de los motivos que le mueven a depositar su esperanza en Dios lo encuentra Judit en las páginas de la Biblia en que Yahvé aparece como el protector de los humildes y de los pobres, amparo de los pequeños, refugio de los desamparados y salvador de los que no tienen esperanza (1Sa_2:7; Isa_13:11; Isa_14:4; Sal_9:10; Sal_10:14; Sal_18:28; Sal_22:25; Sal_35:10; Sal_72:12, etc.). No es la venganza personal lo que impele a Judit a obrar, sino un interés religioso. Pide una palabra seductora como única arma que puede blandir contra el impío Holofernes, que amenaza destruir todo lo que Israel considera como más santo y venerable: la alianza, el templo, Jerusalén, lugar este último donde se reúnen los hijos de Dios (Deu_32:5-19; Isa_1:2; Sab_9:7; Sab_12:19-21). El discurso de Judit está a tono con la seriedad del momento. En todo él, en prosa rimada, se vislumbra su matiz poético, un estudiado patetismo, que va creciendo poco a poco hasta desbordar en las últimas palabras. Las ideas se exponen atropelladamente a impulsos del fuego que consumía su corazón, abrasado, como su padre Simeón, por el celo de Dios y por el honor de su pueblo. Al finalizar la última estrofa, tanto Judit como el autor del poema tienen la segundad de que la suerte del ejército invasor está echada. En el libro de Judit Yahvé no habla, y menos todavía en el de Ester, pero obra.