Biblia Comentada, Profesores de Salamanca (BAC, 1965)
El problema de la obligación de la Ley, 15:1-2.
1
Algunos que habían bajado de Jerusalén enseñaban a los hermanos: Si no os circuncidáis conforme a la Ley de Moisés, no podéis ser salvos. 2
Con esto se produjo una agitación y disputa no pequeña, levantándose Pablo y Bernabé contra ellos. Parece que esos bajados de Jerusalén (v.1), que así logran turbar la paz de la iglesia de Antioquía (v.2), se presentaban como enviados de los apóstoles, pues éstos, una vez enterados de lo sucedido en Antioquía, se creen en la obligación de decir que no tenían comisión alguna suya (cf. v.24). Sus afirmaciones eran tajantes: Si no os circuncidáis conforme a la Ley de Moisés, no podéis ser salvos (v.1), o lo que es lo mismo, para poder participar de la salud traída por Cristo hay que incorporarse antes a Moisés, practicando la circuncisión y observando la Ley. El pacto de Dios con Abraham, del que los judíos se mostraban tan orgullosos (cf.
Mat_3:9;
Jua_8:33), no podía ser abolido, puesto que las promesas de Dios no pueden fallar.
Estaba muy bien la fe en Cristo, pero había que pasar por Moisés. ¿No había dicho el mismo Jesús bueno había venido a abrogar la Ley, sino a cumplirla? (cf.
Mat_5:17-18).
Estas y otras razones aducirían sin duda esos defensores de la obligatoriedad de la Ley. Como ellos, más o menos abiertamente, pensaban muchos de los fieles procedentes del judaísmo. Ya con el caso de Cornelio habían surgido murmuraciones y descontento (cf. 11:2-3), Pero hubieron de aquietarse ante
la afirmación de Pedro de que era una orden expresa de Dios (cf. 11:17-18). Ese fermento latente sale ahora a la superficie ante la dimensión que iban tomando las cosas con el rumbo que habían dado a su predicación Pablo y Bernabé, admitiendo en masa a los gentiles, primeramente en Antioquía (cf. 11:22-26), y, luego, a través de Asia Menor (cf. 13:4-14:25).
La reacción de los antioquenos frente a las exigencias de los que habían bajado de la iglesia madre de Jerusalén fue muy viva: una agitación y disputa no pequeña (v.2). Era el choque entre un mundo viejo y otro nuevo, que proporcionará no pocas persecuciones y disgustos a Pablo. La cuestión era muy grave y podía comprometer la futura propagación de la Iglesia, pues difícilmente el mundo se hubiera hecho judío, aceptando las prácticas mosaicas, máxime la circuncisión.
El concilio de Jerusalén.
L a respuesta, si damos fe a los relatos de Lucas, la van a dar los Apóstoles en el que se ha dado en llamar concilio o asamblea de Jerusalén. Sin embargo, antes de pasar a la exégesis de estos relatos, igual que hicimos para el relato de la conversión de Saulo, necesitamos también aquí referirnos al
problema literario de la narración 127.
Tenemos un punto de partida: la comparación con
Gal_2:1-14. En efecto, todo da la impresión de que en ambos lugares se está aludiendo al mismo hecho fundamental: en ambos aparecen los mismos personajes, Pablo y Bernabé, que han subido a Jerusalén para tratar con los apóstoles la obligatoriedad de las prescripciones mosaicas, y en ambos también se consigna el mismo resultado, o sea, el triunfo de la tesis de Pablo (cf.
Hec_15:10.19;
Gal_2:7-9). Sin embargo, hay
ciertas diferencias, que no pueden menos de llamar la atención: mientras que Pablo da a entender que es el
segundo viaje que hace a Jerusalén después de su conversión (
Gal_1:18;
Gal_2:1), Lucas deja entender que es el
tercero (cf. 9:25-26; 11:29-30; 15:2-4); igualmente, mientras que Pablo distingue
dos controversias, la de Jerusalén sobre la obligatoriedad de la Ley para los gentiles convertidos (
Gal_2:1-10) y la de Antioquía sobre relaciones entre judío-cristianos y étnico-cristianos en cuestión de alimentos (
Gal_2:11-14), Lucas mezcla ambas cosas en un único decreto dado en Jerusalén (
Gal_15:23-29); asimismo, mientras que Pablo dice que sube a Jerusalén en virtud de una revelación (
Gal_2:2), Lucas da a entender que sube, junto con Bernabé, comisionados por la iglesia de Antioquía (
Gal_15:2). Existen, además, otras
anomalías en el relato de Lucas, como la de presentar la asamblea de Jerusalén, de una parte, como
reservada a los dirigentes (
Gal_15:6), y de otra, como reunión pública (
Gal_15:12-22); asimismo, la de hacer
dos veces referencia a los informes dados por Pablo y Bernabé (
Gal_15:4.12), así como a la ofensiva por parte de los judaizantes (
Gal_15:1.5) y a la discusión que sigue a esa ofensiva (
Gal_15:2-7). Ni debemos silenciar que Pablo, al aludir en sus cartas a problemas análogos a los resueltos en el concilio de Jerusalén, da la impresión de que ignora ese decreto (cf.
Gal_2:1-14; 1 Cor 8:1-10:33;
Rom_14:1-33), señal clara de que Pablo no estaba presente cuando se dio.
Todo esto exige una explicación. ¿No será que Lucas recoge noticias de diversas fuentes y forma un relato seguido, sin que se preocupe de la realidad histórica, guiado más bien por motivos de tipo teológico?
Tal es la respuesta que suelen dar los críticos, aunque en la determinación de cuáles pudieran ser esas fuentes no siempre, como es obvio, haya entre ellos coincidencia. Frecuentemente suelen hablar de tres fuentes:
palabras de Pedro (cf. 15:5-12),
palabras de Santiago (cf. 15:13-22) y
decreto apostólico (cf. 15:23-29). A base de estas fuentes y de las adaptaciones convenientes, Lucas habría compuesto su relato, que enmarcó dentro de este otro documento más amplio o diario de viaje, a que ya aludimos en la introducción, y del que hay claras huellas en los capítulos 13-14. A este diario de viaje pertenecerían probablemente los v.1-4.13.19.21-22.30-44 128.
En efecto, en orden a la conciliación con Pablo, tengamos en cuenta que Pablo habla como abogado que defiende su propia causa en este caso, su independencia apostólica, aunque de acuerdo con los demás apóstoles doctrinalmente y elige aquellos hechos que más interesan a su propósito. Así se explica que no cite el decreto apostólico conservado por Lucas (15:23-29), pues la última parte de ese decreto apostólico prohibiendo el uso de idolotitos, sangre, ahogado, fornicación, podría resultar en su caso contraproducente, a menos de añadir una larga y fatigosa explicación que no tenía por qué verse obligado a añadir. Le bastaba con indicar lo esencial: Ni Tito fue obligado a circuncidarse.., nos dieron la mano en señal de comunión. Algo parecido puede decirse de la noticia que nos da, de que subió a Jerusalén conforme a una revelación (
Gal_2:2), cosa que no se opone a lo que dice Lucas, de que iba comisionado por la comunidad de Antioquía. Ambas cosas son compatibles. Si Pablo se fija en lo de la revelación, es probablemente para que no deduzcan sus adversarios que no estaba seguro de la rectitud de proceder. Ni hay por qué suponer que Lucas mezcla y confunde en un único decreto dos temas que habrían sido discutidos independientemente, el uno en Jerusalén y el otro en Antioquía; el caso de la disputa con Pedro en Antioquía es cosa distinta, y forma un episodio aparte, del que Lucas no dice nada.
Comisionados por la iglesia de Antioquía, Pablo y Bernabé suben a Jerusalén,Gal_15:2-5.
2
Al cabo determinaron que subieran Pablo y Bernabé a Jerusalén, acompañados de algunos otros de entre ellos, a los apóstoles y presbíteros, para consultarlos sobre esto. 3
Ellos, despedidos por la iglesia, atravesaron la Fenicia y Samaría, contando la conversión de los gentiles y causando grande gozo a todos los hermanos. 4
A su llegada a Jerusalén fueron acogidos por la iglesia y por los apóstoles y presbíteros, y les contaron cuanto había hecho Dios con ellos. 5
Pero se levantaron algunos de la secta de los fariseos que habían creído, los cuales decían: Es preciso que se circunciden y mandarles guardar la Ley de Moisés. Visto como se pusieron las cosas en Antioquía (v.1-2), es natural que se terminara por enviar comisionados a la iglesia de Jerusalén. La cuestión era de tal naturaleza que estaba pidiendo una intervención de las autoridades supremas. Se comisionó a Pablo y a Bernabé, acompañados de algunos otros de entre ellos, para que subiesen a Jerusalén y consultasen a los apóstoles y presbíteros (v.2). Estos presbíteros han sido ya mencionados en 11:30, y, como entonces hicimos notar, debían formar una especie de senado o colegio que asistía a los apóstoles en el gobierno de la comunidad.
El viaje de Pablo y Bernabé a través de Fenicia y Samaría tuvo algo de triunfal, contando la conversión de los gentiles y causando grande gozo a todos los hermanos (v.3). Se ve que estas comunidades de Fenicia y Samaría no participaban de las ideas judaizantes de los que habían bajado de Jerusalén y turbado la paz en Antioquía. Llegados a Jerusalén, fueron recibidos por la comunidad con particular deferencia, asistiendo los apóstoles y presbíteros (v.4). Era ésta una reunión de recibimiento y saludo, y en ella Pablo y Bernabé cuentan cuanto había hecho Dios con ellos, es decir, los excelentes resultados de su predicación en Antioquía y a través de Asia Menor. Dan cuenta también, como es obvio, de la finalidad específica por la que habían subido a Jerusalén, o sea, la cuestión de si debían imponerse o no las observancias mosaicas a los gentiles hechos cristianos. Allí mismo algunos judío-cristianos, procedentes de la secta de los fariseos no sabemos si son los mismos o distintos de los que habían bajado a Antioquía , se levantan para defender la obligatoriedad de tales observancias (v.5); pero la cuestión fue aplazada para ser examinada más detenidamente en una reunión posterior.
Reunión de la iglesia de Jerusalén y discurso de Pedro, 15:6-12.
6
Se reunieron los apóstoles y los presbíteros para examinar este asunto. 7
Después de una larga discusión, se levantó Pedro y les dijo: Hermanos, vosotros sabéis cómo, de mucho tiempo ha, Dios me escogió en medio de vosotros para que por mi boca oyesen los gentiles la palabra del Evangelio y creyesen. 8
Dios, que conoce los corazones, ha testificado en su favor, dándoles el Espíritu Santo igual que a nosotros 9
y no haciendo diferencia alguna entre nosotros y ellos, purificando con la fe su corazones.10
Ahora, pues, ¿por qué tentáis a Dios queriendo imponer sobre el cuello de los discípulos un yugo que ni nuestros padres ni nosotros fuimos capaces de soportar? 11
Pero por la gracia del Señor Jesucristo creemos ser salvos nosotros, lo mismo que ellos. 12
Toda la muchedumbre calló, y escuchaba a Bernabé y a Pablo, que referían cuantas señales y prodigios había hecho Dios entre los gentiles por medio de ellos. Es evidente que la reunión en que Pedro pronuncia su discurso es una reunión pública, a la que asisten también los fieles (cf. v.12 y 22). Lo que no está tan claro es si antes de esa reunión hubo otra reunión privada de sólo los apóstoles y presbíteros. Es lo que algunos quieren deducir del v.6, en que se habla de que se reunieron los apóstoles y presbíteros, sin aludir para nada a la comunidad de los fieles. Y encuentran una confirmación en
Gal_2:2-7, donde San Pablo dice que expuso su evangelio en particular (êáô éäßáí) a los que figuraban.., los cuales nada le impusieron.
Desde luego, es obvio suponer que, durante los días que Pablo y Bernabé estuvieron en Jerusalén, no una, sino varias veces hablarían
en particular con los apóstoles acerca del tema de la Ley mosaica; y eso basta para explicar el en particular a los que figuraban de
Gal_2:2. Pero de ahí no se sigue que hayamos de suponer una reunión privada de sólo los apóstoles y presbíteros, preliminar a la sesión pública; más bien creemos que ya desde el v.6 se habla de la misma reunión pública, como aconseja la lectura sin prejuicios del texto bíblico. Si se alude de modo especial a los apóstoles (
Gal_2:6-10) o a los apóstoles y presbíteros (v.6), es porque, en resumidas cuentas, son ellos los que han de resolver el asunto (cf. v.23) y a los que, en realidad, habían sido enviados Pablo y Bernabé (cf. v.2). La multitud, aunque asista, se deja de lado, y sólo se alude a ella cuando interviene (cf. v.12.22).
En esa reunión pública se produjo una larga discusión (v.6), y es de creer que la voz cantante la llevarían los judío-cristianos del v.5, por un lado, y Pablo y Bernabé, por el otro, con la consiguiente división entre los fieles asistentes. Al fin, se levanta a hablar Pedro, quien había dejado Jerusalén con ocasión de la persecución de Herodes (cf. 12:17), pero por este tiempo, según vemos, estaba de vuelta en la ciudad.
El discurso de Pedro, que sólo nos ha llegado en resumen esquemático, parte del hecho de la conversión de Cornelio (v.7-9), deduciendo que allí quedó ya claramente manifestada la voluntad de Dios respecto del ingreso de los gentiles en la Iglesia, y que sería tentarle tratar de exigir a éstos ahora las prescripciones mosaicas, yugo pesadísimo que ni los mismos judíos eran capaces de soportar (v.10). Y aún va más lejos, añadiendo que no sólo los gentiles, sino incluso los judíos que se convierten, se salvan por la gracia de Jesucristo y no por la observancia de la Ley (v.11), expresión que parecería ser de San Pablo (cf.
Rom_3:24;
Gal_2:16;
Efe_2:8-9). La idea de la Ley como yugo pesado, que ningún judío había soportado íntegramente, la encontramos también en otros lugares de la Escritura, en boca de Jesucristo (
Jua_7:19), Esteban (
Jua_7:53), Pablo (
Rom_2:17-24;
Gal_5:1;
Gal_6:13); querer imponer ahora este yugo a los recién convertidos sería tentar a Dios (v.10; cf.
Mat_4:7), es decir, tratar de exigir de él nuevas señales de su voluntad, siendo así que ya la había manifestado claramente en el caso de Cornelio,
al enviar sobre él y los suyos el Espíritu Santo sin exigirles para nada las prescripciones mosaicas 131.
Cuando Pedro terminó su discurso, toda la muchedumbre calló (v.12), es decir, cesaron las discusiones y apreciaciones personales que habían prolongado la discusión precedente (cf. v.7). Era el silencio de quien nada encuentra ya que objetar. Sólo se oía a Pablo y a Bernabé, que, aprovechando la ocasión favorable, hablaban de los frutos recogidos por ellos entre los gentiles (v.12; cf. 14:3.27), lo que confirmaba aún más la tesis de Pedro.
Discurso de Santiago, 15:13-21.
13
Luego que éstos callaron, tomó Santiago la palabra y dijo: 14
Hermanos, oídme: Simón nos ha dicho de qué modo Dios por primera vez visitó a los gentiles para consagrarse de ellos un pueblo a su nombre. 15
Con esto concuerdan las palabras de los profetas, según está escrito: 16
Después de esto volveré y edificaré la tienda de David, que estaba caída, y reedificaré su ruinas y la levantaré, 17
a fin de que busquen los demás hombres al Señor, y todas las naciones sobre las cuales fue invocado mi nombre, dice el Señor que ejecuta estas cosas, 18
conocidas desde antiguo. 19
Por lo cual, es mi parecer que no se inquiete a los que de los gentiles se conviertan a Dios, 20
sino escribirles que se abstengan de las contaminaciones de los ídolos, de la fornicación, de lo ahogado y de sangre. 21
Pues Moisés desde antiguo tiene en cada ciudad quienes lo expliquen, leyéndolo en las sinagogas todos los sábados.
De este Santiago, hermano del Señor, jefe de la comunidad jerosolimitana y presidente del Concilio, ya se habló anteriormente (cf. 12:17). Como entonces hicimos notar, se trata, según todas las probabilidades, de Santiago el Menor, uno de los apóstoles; ni sería fácil explicar su papel preponderante en esta reunión, al lado de Pedro y Juan (cf.
Gal_2:9), de no ser un apóstol. Era renombrado por su devoción a las observancias de la Ley (cf. 21:18-20;
Gal_2:12), de él habla en este sentido Eusebio, citando un testimonio de Hegesipo 132. Sin duda los judaizantes del v.5, acobardados por el discurso de Pedro, concibieron ciertas esperanzas al ver que se levantaba a hablar Santiago.
Su discurso es un modelo de equilibrio y, mientras por una parte confirmó la opinión que se tenía de él como hombre muy ligado al judaísmo, por otra decepcionó grandemente la secreta esperanza de los judaizantes. En sustancia se muestra totalmente de acuerdo con Pablo, en el sentido de que no deben ser molestados con las prescripciones mosaicas los gentiles que se convierten (v. 14-19); pero, de otra parte, como fervoroso admirador de las tradiciones de Israel, sugiere que se les exija, para facilitar las buenas relaciones entre todos, étnico-cristianos y judío-cristianos, la abstención de cuatro cosas hacia las que los judíos sentían una repugnancia atávica, conforme habían oído repetir constantemente en las sinagogas al explicarles la Ley de Moisés: idolotitos, fornicación, ahogado y sangre (v,20-21; cf. 13:27). Tal parece ser la ilación entre los v.20 y 21, insinuada por el pues. Cierto que la discusión tenía como objeto central el tema de la circuncisión; pero Santiago, supuesta ya la no obligatoriedad de la circuncisión, creyó oportuno añadir, por razones de convivencia social, cuatro exigencias.
De estas cuatro exigencias, recogidas luego en el decreto apostólico (v.29), ya hablaremos entonces. Ahora baste añadir que Santiago, para demostrar su tesis, que es la de Pedro, parte no como éste del hecho de la conversión de Cornelio, sino de las profecías. Viene a decir en sustancia que lo que Pedro demostró partiendo de los hechos, es decir,
la llamada de los gentiles a la bendicion mesiánica estaba ya predicha en los profetas (v. 14-18); de donde, queda reforzada la tesis de Pedro, de que no hay por qué imponer a los gentiles que se convierten la observancia de la ley judía (v.16). El texto citado, a excepción de las últimas palabras, que estarían tomadas de
Isa_45:27, o más probablemente son una reflexión del mismo Santiago, se halla en
Amo_9:11-12, conforme a la versión griega de los Setenta, bastante diferente del texto hebreo, que lee: a fin de que posean los restos de Edom.., en lugar de: .. busquen los demás seress humanos al Señor..138. Propiamente, lo mismo en una que en otra lección, lo que aquí se predice es la conversión de las gentes en general, pero no se determina en qué condiciones, si ha de ser sujetándose a las prescripciones mosaicas o quedando libres; por tanto, para que la prueba de las profecías concluya, hay que unirla al hecho contado por Pedro. No conviene separar. De hecho, el mismo Santiago parece establecer claramente esa unión (v.14-15). Se habla en plural los profetas (v.15), aunque luego se haga referencia sólo a un profeta, igual que en 7:42 y 13:40; pues es alusión a la
colección de los doce profetas menores.
El decreto apostólico, 15:22-29.
22
Pareció entonces bien a los apóstoles y a los presbíteros, con toda la iglesia, escoger de entre ellos, para mandarlos a Antio-quía con Pablo y Bernabé, a Judas, llamado Barsabas, y a Silas, varones principales entre los hermanos,23
y escribirles por mano de éstos: Los apóstoles y presbíteros hermanos, a sus hermanos de la gentilidad que moran en Antioquía, Siria y Cilicia, salud: 24
Habiendo llegado a nuestros oídos que algunos, salidos de entre nosotros, sin que nosotros les hubiéramos mandado, os han turbado con palabras y han agitado vuestras almas, 25
de común acuerdo, nos ha parecido enviaros varones escogidos en compañía de nuestros amados Bernabé y Pablo, 26
hombres que han expuesto la vida por el nombre de Nuestro Señor Jesucristo. 27
Enviamos, pues, a Judas y a Silas para que os refieran de palabra estas cosas. 28
Porque ha parecido al Espíritu Santo y a nosotros no imponeros ninguna otra carga, a excepción de estas cosas necesarias: 29
Que os abstengáis de los idolotitos, de sangre y de lo ahogado, y de la fornicación, de lo cual haréis bien en guardaros. Pasadlo bien. Terminado el discurso de Santiago, la cosa pareció ya suficientemente clara: a los cristianos procedentes del paganismo no debe imponérseles la obligación de la circuncisión y demás prescripciones de la Ley mosaica; pero, en atención a sus hermanos procedentes del judaísmo, con los que han de convivir, deben abstenerse de ciertas prácticas (uso de idolotitos, sangre, ahogado, fornicación), que para éstos, dada su educación, resultaban particularmente abominables. En ese sentido está redactado el decreto, que suscriben con su autoridad los apóstoles y presbíteros (v.23-29).
Es de notar la frase ha parecido al Espíritu Santo y a nosotros (v.28), con la que dan a entender que toman esa decisión bajo la
infalible guía del Espíritu Santo y no de Pedro (cf. 1:8;
Jua_14:26). La parte más positiva y fundamental del decreto está en las palabras no imponer ninguna otra carga.. (v.28). La frase es poco precisa; pero, dado el contexto, es lo suficientemente clara para que veamos en ella una rotunda afirmación de que los gentiles que se convierten no quedan obligados a la circuncisión ni, en general, a las prescripciones mosaicas. De eso era de lo que se trataba (cf. v.2.6), y a eso se habían venido refiriendo Pedro y Santiago en sus discursos (cf. v. 10.19); por tanto, en ese sentido ha de interpretarse la frase general: no imponer ninguna otra carga. Además, el hecho de que públicamente se alabe en el decreto a Pablo y Bernabé (cf. v.25-20) y se desautorice a los defensores de la obligatoriedad de la circuncisión (cf. v.24; cf.15:1), nos confirma en la misma idea. Añádase el testimonio explícito de Pablo en su carta a los Galatas, quien sólo recoge esta parte más positiva y fundamental de la decisión apostólica: ni Tito fue obligado a circuncidarse.., nada añadieron a mi evangelio.., nos dieron a mí y a Bernabé la mano en señal de comunión (
Gal_2:3-9).
En cuanto a la parte negativa o disciplinar del decreto (v.29), se recogen las cuatro prohibiciones que había aconsejado Santiago (cf. v.20). La única diferencia, aparte el cambio de orden respecto de la fornicación, es que Santiago habla de contaminaciones de los ídolos, y aquí se habla de idolotitos; en realidad se alude a la misma cosa, es decir, a las
carnes sacrificadas a los ídolos, parte de las cuales, en el uso de entonces, quedaban reservadas para el dios y sus sacerdotes, pero otra parte era comida por los fieles, bien allí junto al templo o bien luego en casa, e incluso era llevada para venta pública en el mercado. Santiago, para designar estas carnes, emplea un término de sabor más judío, indicando ya en el nombre que se trataba de algo inmundo; comer de ellas era considerado como una apostasía de la obediencia y culto debidos a Yahvé, una especie de idolatría (cf.
Exo_34:15;
Num_25:2). También estaba prohibido en la Ley de Moisés, y los judíos lo consideraban como algo abominable, el uso de la sangre como alimento, pues, según la mentalidad semítica, la sangre era la sede del alma y pertenecía sólo a Dios (cf.
Gen_9:4;
Lev_3:17;
Lev_17:10;
Deu_12:16;
1Sa_14:32). Esta prohibición llevaba consigo otra, la de los animales ahogados y muertos sin previo desangramiento (cf.
Lev_17:13;
Deu_12:16). Era tanta la fidelidad judía a estas prescripciones y tanta su repugnancia a dispensarse de ellas, que todas tres (
idolotitos, sangre, ahogados)
se hallaban incluídas en los preceptos de los hijos de Noé o preceptos noáquicos, que, según la legislación rabínica, debían ser observados incluso por los no israelitas que habitasen en territorio de Israel 139.
Referente a la fornicación (ðïñíåßá), última de las cuatro prescripciones del decreto apostólico (v.29), se ha discutido mucho sobre cuál sea el sentido en que deba interpretarse. Hay bastantes autores que entienden esa palabra en su sentido obvio de relación sexual entre hombre y mujer no casados. Pero arguyen otros: si tal fuese el sentido, ¿a qué vendría hablar aquí de la fornicación? Porque, en efecto, lo que se trata de resolver en esta reunión de Jerusalén es si los
étnicos-cristianos habían de ser obligados a la observancia de la Ley mosaica, conforme exigían los judaizantes, o, por el contrario,
debían ser declarados libres. Aunque la solución es que, de suyo, no están obligados (v. 10.19.28), entendemos perfectamente que se prohiban los
idolotitos, sangre y ahogado, pues su uso era execrado por los judíos, incluso después que se habían hecho cristianos, y es natural que, por el bien de la paz, se impusiesen también esas prescripciones a los étnico-cristianos que habían de convivir con ellos. Ello no es otra cosa que la aplicación de aquella condescendencia caritativa, que tan maravillosamente para circunstancias parecidas expone San Pablo: Si mi comida ha de escandalizar a mi hermano, no comeré carne jamás por no escandalizar a mi hermano (
1Co_8:13). Pero la prohibición de la fornicación pertenece al derecho natural, y aunque ciertamente era vicio muy extendido en el mundo pagano 140, no se ve motivo para que se hable aquí de ella no sólo en el decreto apostólico (v.29), sino incluso en el discurso de Santiago (v.20), de sabor totalmente judío. Por eso, muchos otros autores, y esto parece ser lo más probable, creen que en este contexto la palabra fornicación tiene el sentido particular de uniones ilícitas según la Ley, consideradas por los judíos como incestuosas (cf.
Lev_18:6-18) y muy execradas por ellos, en cuyo caso esta prohibición está en perfecta armonía con las tres anteriores. Tanto más es aconsejable esta interpretación cuanto que en la Ley la prohibición de matrimonios entre consanguíneos (Lcv 18:6-18) viene a continuación de las prohibiciones de
sacrificar a los ídolos (Lcv 17:7-8) y de comer
sangre y ahogado (Lcv 17:10-16), y todas cuatro prescripciones son exigidas no sólo a los judíos, sino incluso a los gentiles que vivieran en territorio judío (cf.
Lev_17:8. 10.13;
Lev_18:26). Santiago, y lo mismo luego el decreto apostólico, no harían sino imitar esta práctica legal judía, adaptándola a una situación similar de los cristianos gentiles que vivían en medio de comunidades judío-cristianas. Cierto que los étnico-cristianos a quienes iba dirigido el decreto, no era fácil que entendieran la palabra fornicación en ese sentido; pero para eso estaban los portadores de la carta, que eran quienes debían promulgar y explicar el decreto (cf. v.25-27).
El decreto, aunque dirigido a las comunidades de Antioquía, Siria y Cilicia (v.23), tiene alcance más universal, pues vemos que San Pablo lo aplica también en las comunidades de Licaonia (
Lev_16:4) y Santiago lo considera como algo de carácter general (
Lev_21:25). Claro es que donde las circunstancias sean distintas y no haya ya motivo de escándalo dicho decreto no tiene aplicación, y, de hecho, San Pablo parece que muy pocas veces lo aplicó en las comunidades por él fundadas. Con todo, dada la veneración suma con que se miraba el decreto apostólico, la observancia de las cuatro prohibiciones se mantuvo largo tiempo en muchas iglesias, aunque no hubiese ya motivo de escándalo, y así vemos que en el año 177 los mártires de Lyón declaran que ellos, como cristianos, no podían comer sangre 141.
Para llevar el decreto 142 a Antioquía, Siria y Cilicia son elegidos algunos delegados que acompañen a Pablo y a Bernabé, de los que explícitamente se nos dan los nombres: Judas, llamado Barsabas, y Silas (v.22.27). De Judas no volvemos a tener ninguna otra noticia; Silas, en cambio, aparecerá luego como compañero de San Pablo (cf. 15:40; 16:19; 17:4-10; 18:5), y parece claro que debe identificarse con el
Silvano nombrado en las epístolas paulinas (
1Te_1:1;
2Te_1:1;
2Co_1:19).
Promulgación del decreto en Antioquía,2Co_15:30-35.
30
Los enviados bajaron a Antioquía, y, reuniendo a la muchedumbre, les entregaron la epístola, 31
que, leída, los llenó de consuelo 32
Judas y Silas, que también eran profetas, con muchos discursos exhortaron a los hermanos y los confirmaron. 33
Pasado allí algún tiempo, fueron despedidos en paz por los hermanos a aquellos que los habían enviado. 34
Pero Silas decidió permanecer allí, y partió solamente Judas. 35
Pablo y Bernabé se quedaron en Antioquía, enseñando y evangelizando con otros muchos la palabra del Señor. El decreto apostólico es leído solemnemente en una reunión pública de la iglesia antioquena (v.30). Sin duda que los dos comisionados, Judas y Silas, darían toda clase de ulteriores explicaciones, conforme se les había encomendado (cf. v.27). El hecho es que los fieles antioquenos se llenan de consuelo (v.31), con lo que se da a entender que quedaron tranquilos de que iban por el buen camino y no tenían necesidad de sujetarse a la Ley mosaica, como se les había querido imponer (cf. v.1.24).
No sabemos cuánto tiempo permanecieron en Antioquía Judas y Silas, exhortando y confirmando a los fieles (v.32). El texto pone sólo la frase genérica de que, pasado algún tiempo, fueron despedidos en paz.. a aquellos que los habían enviado (v.33). Lo de que
también ellos eran profetas (v.32), parece una alusión evidente a los profetas y doctores
Deu_13:1 143,
Pablo y Bernabé, en cambio, se quedan en Antioquía enseñando y evangelizando la palabra del Señor (v.35). Parece que fue durante este tiempo cuando tuvo lugar el incidente con Pedro, de que se habla en
Gal_2:11-14, pues Bernabé, que se halla también allí (cf.
Gal_2:13), se va a separar muy pronto de Pablo (cf. v.39) y no parece, a juzgar por los datos que tenemos, que volvieran a estar nunca juntos en Antioquía. La razón de la omisión por San Lucas del incidente se quedó simplemente en incidente sin otras consecuencias. Para Pablo, sin embargo, era oportuno contarlo, pues ese
resistir a Pedro era una prueba más de la independencia de su autoridad apostólica, que venía defendiendo ante los Gálatas.
Segundo viaje misional de Pablo, 15:36-18:22.
Separación de Pablo y Bernabé, 15:36-41.
36
Pasados algunos días, dijo Pablo a Bernabé: Volvamos a visitar a los hermanos por todas las ciudades en que hemos evangelizado la palabra del Señor, y veamos cómo están. 37
Bernabé quería llevar consigo también a Juan, llamado Marcos; 38
pero Pablo juzgaba que no debían llevarle, por cuanto los había dejado desde Panfilia y no había ido con ellos a la obra. 39
Se produjo una fuerte excitación de ánimo, de suerte que se separaron uno de otro, y Bernabé, tomando consigo a Marcos, se embarcó para Chipre, 40
mientras que Pablo, llevando consigo a Silas, partió encomendado por los hermanos a la gracia del Señor. 41
Atravesó la Siria y la Cilicia, confirmando las iglesias. Abiertas las puertas del Evangelio a los gentiles, era necesario reemprender la obra de la predicación. Así lo comprendió Pablo, y así lo indica a Bernabé (v.36).
Pero he aquí que surge entre ambos una discusión sobre si llevar con ellos o no a Marcos (v.37-39). Este Marcos ya nos es conocido, pues les había acompañado al principio del anterior viaje, y luego los había abandonado (cf. 13:5-13). La discusión debió ser muy viva, pues el texto bíblico habla de fuerte excitación de ánimo (ðáñïîõóìüò). Sin duda que el conciliador Bernabé (cf. 9:27) quería dar ocasión a su primo para que reparase su falta; pero Pablo, más severo (cf. 23:3; 2 Cor 10:1-11:15; Gal 1:6-3:4;),
no quería exponerse a una nueva deserción. La discusión, en vez de acabar en un acuerdo, acabó en una separación 144, dividiéndose el campo que habían de visitar. Y mientras Bernabé, acompañado de Marcos, marcha a Chipre, de donde era nativo, Pablo, tomando por compañero a Silas, emprende el viaje por tierra hacia las ciudades de Licaonia y Pisidia anteriormente evangelizadas (v.39-40). No se crea, sin embargo, que la separación dejara rastros de rencor, pues Pablo recordará siempre a Bernabé con deferencia (cf.
1Co_9:6;
Gal_2:9); y en cuanto a Marcos, del que la condescendencia de Bernabé logró hacer un gran misionero, le vemos luego entre los colaboradores de San Pablo y muy apreciado por éste (cf.
Col_4:10;
Flm_1:24;
2Ti_4:11). De todos modos, Bernabé, una vez separado de Pablo, desaparece de la historia de los orígenes del cristianismo, sin que Lucas vuelva a hablar de él. Sólo leyendas tardías hablan de su predicación en Chipre y de que fue martirizado en Salamina, cuyo sepulcro se habría encontrado no lejos de esta ciudad a fines del siglo v, en tiempos del emperador Zenón.
Las primeras iglesias visitadas por Pablo, acompañado de Silas, son las de Siria y Cilicia (v.41). La expresión es demasiado genérica, sin que sea fácil concretar de qué iglesias se trata y por quién habían sido fundadas. Bien pudiera ser que hubieran sido fundadas por el mismo Pablo durante su larga estancia en Tarso después de la conversión (cf. 9:30; 11:25), como parece insinuarse en
Gal_1:21. Desde luego, la existencia de comunidades cristianas en estas regiones la hallamos atestiguada en el encabezamiento mismo del decreto apostólico (v.23). Es curioso que aquí no se hable para nada del
decreto apostólico, a pesar de que iba dirigido a estas iglesias (cf. 15:23), y, sin embargo, se habla luego de él, al atravesar Licaonia (cf. 16:4). Es una de las anomalías de que suelen hablar los críticos.