No te dejes fascinar por el éxito de los impíos,
recuerda que no morirán impunes.
(Eclesiástico 9, 12) © Nueva Biblia de Jerusalén (Desclee, 1998)
;;;;;;;;;;;;;;;;;
9. Prudencia con las Mujeres y Ciertas Clases de Hombres.
El trato con las mujeres (9:1-13).
1 No seas celoso de tu mujer, no la vayas a maliciar en daño tuyo, 2 No te dejes dominar de tu mujer, no se alce sobre ti. 3 Huye de la cortesana, no caigas en sus lazos. 4 No te entretengas con la cantadora, no te coja en sus redes. 5 No fijes tu atención en doncella, no vayas a incurrir en castigo por su menoscabo. 6 No te entregues a las meretrices, no vengan a perder tu hacienda. 7 No pasees tus ojos por las calles de la ciudad ni andes rondando por sitios solitarios. 8 Aparta tus ojos de la mujer muy compuesta y no fijes la vista en la hermosura ajena. 9 Por la hermosura de la mujer muchos se extraviaron, y con eso se enciende como fuego la pasión. 10-11-12 No te sientes nunca junto a mujer casada ni te recuestes con ella a la mesa; 13 ni bebas con ella vino en los banquetes; no se incline hacia ella tu corazón y seas arrastrado a la perdición.
Los peligros que pueden provenir del trato con las mujeres son tan numerosos y tan sutiles, que merecen una sección especial. El autor va recorriendo las diversas clases de mujeres de quienes aquéllos pueden provenir, para dar en cada caso su consejo oportuno.
Comienza advirtiendo al marido dos cosas respecto de su mujer. La primera, que no sea celoso de ella; el hombre ha de tener confianza en su mujer y no concebir sospechas infundadas sobre su fidelidad; éstas, además de destruir la paz y fidelidad conyugal, pueden enseñarle caminos, tal vez por ella ignorados, de pecado, lo que repercutiría en daño del esposo, que vería venir a menos el amor de la esposa y tal vez quebrantada la misma fidelidad matrimonial. La segunda, que, si bien ha de amarla entrañablemente, no ha de dejarse dominar por ella. Por derecho natural, divino y humano, él es el superior. El Génesis la presenta formada de su costilla, como queriendo indicar su dependencia de él San Pablo dice que el varón es la cabeza de la mujer, como Cristo lo es de la Iglesia. Y como la Iglesia está sujeta a Cristo, así las mujeres deben estarlo a sus maridos en todo 2. Adán, Sansón, Salomón y otros muchos sufrieron las consecuencias de la inversión del orden establecido por Dios. La mujer, por lo demás, fácilmente hace mal uso o abusa de un poder que no fue hecho para ella. Entre las categorías de hombres que enumera el Talmud para quienes la vida, dice, no es vida, una es la de aquellos que se dejan dominar por las propias mujeres.
Hay mujeres sumamente peligrosas, cuyo trato hay que evitar si no se quiere caer en sus lazos: las cortesanas, prostitutas profesionales, generalmente extranjeras 3, y las cantadoras, presentadas a veces como rameras4, pues eran en Oriente con frecuencia mujeres depravadas que con sus cantos y bailes fácilmente excitaban la concupiscencia del hombre y movían su ánimo al pecado. Pero también es necesaria la circunspección para con la joven no desposada cuyo atractivo, por la flor de su edad, puede ser mayor que respecto de las anteriores. Para con ella es preciso cautela en las miradas, pues por los ojos entra la tentación al corazón. Job dice haber hecho un pacto con sus ojos de no mirar virgen5. Alejandro Magno no quiso ver a las hijas de Darío hechas prisioneras por los suyos, diciendo: No lo haré, no sea que, habiendo vencido a los hombres, sea vencido por las mujeres.6 El Deuteronomio ordenaba que quien yació con ella dará al padre de la joven cincuenta siclos de plata, y ella será su mujer, por haberla él deshonrado, y no podrá repudiarla en su vida.7 El trato con las meretrices trae, además, consigo la ruina de la hacienda de quien se entrega a ellas; excitadas las pasiones, ya no podrá contenerse mientras tenga dinero con que sostenerlas, como ocurrió al hijo pródigo 8. Por lo que las meretrices vienen a ser, en expresión de Spicq, como sanguijuelas, que absorben toda la sangre de aquellos que caen en sus manos 9.
La conducta del sabio ha de ser huir de las ocasiones que llevan a tales extremos (v.7-8). Quien voluntariamente se coloca en la tentación, dada la proclividad de la naturaleza humana hacia la sensualidad, difícilmente evitará la caída. Por eso deberá controlar sus ojos a su paso por las calles, absteniéndose de fijarlos en hermosuras peligrosas, que comienzan a encender la pasión, que termina por abrasar, y sobre todo evitará frecuentar los lugares solitarios, en que suelen merodear las mujeres de mala vida10.
Los últimos versos recomiendan evitar las relaciones demasiado familiares con las mujeres casadas, que pueden arrastrar el corazón y llevar al pecado, como sentarse junto a ella en la mesa, dado que los comensales se recostaban en los asientos, de modo que la cabeza de uno venía casi a rozar el pecho de quien estaba a su izquierda H; el tomar vino con ella en los banquetes, que fácilmente nubla la razón y excita la sensualidad. El adulterio, además de exponer a la ira del marido, era castigado en la Ley con la muerte 12, si bien parece se aplicaba un castigo menos riguroso en los tiempos posteriores.
El trato con ciertas clases de hombres (9:14-23).
14 No abandones al amigo antiguo, que el nuevo no valdrá lo que él. 15 Vino nuevo, el amigo nuevo; cuando envejece es cuando se bebe con placer. 16 No envidies la gloria del pecador, porque no sabes cuál será su suerte. 17 No te complazcas en el aplauso de los impíos; acuérdate que ya antes del hades no quedarán impunes. 18 Aléjate del hombre que tiene poder para matar, y no tendrás que temer la muerte. 19 Si te acercas a él, no cometas falta alguna, no vaya a quitarte la vida. 20 Considera que caminas en medio de lazos y que te paseas en medio de redes. 21 Aconseja a tu prójimo según leal entender. Cuanto te sea posible, guárdate de tus prójimos y aconséjate de los sabios* 22 Los justos sean tus comensales y no te gloríes sino en el temor del Señor. 23 Sea con los discretos tu trato, y tu conversación toda según la ley del Señor.
Complementando la perícopa anterior, presenta ahora unas cuantas normas de prudencia en el trato con varias clases de hombres, especialmente los poderosos y los pecadores.
La primera se refiere a los amigos. Recomienda mantener la amistad con el amigo cuya fidelidad ha probado el tiempo y no dejarse llevar por la impresión o ventajas que una nueva amistad pueda ofrecer. Aquél te es conocido y conoce tu manera de ser. Este puede ser como el vino nuevo, que impresiona y embriaga. Sólo el tiempo te podrá decir si reúne las condiciones del viejo amigo.
La segunda pone alerta frente a la gloria de los malvados. Cuando uno contempla el triunfo de los impíos, obtenido tal vez a través de sus maldades, puede sentir la tentación de seguir sus caminos y abandonar el camino de la vida justa. El sabio advierte a su discípulo que no se deje fascinar por ello; la furia de Dios se cierne sobre él, y más pronto o más tarde recibirá su castigo. Los antiguos pensaban que él Señor castigaba el mal y premiaba el bien en esta vida; los cristianos sabemos que, si esto no tiene lugar en la tierra, lo tendrá ciertamente en el cielo. De modo que, si vieres que el impío triunfa y que, no obstante su maldad, prospera y goza de la vida, teme por su salvación. Tal vez está recibiendo aquí en la tierra el premio al bien que ha hecho - no hay pecador tan impío que no haya tal vez muchas veces obrado el bien -, porque en la otra le espera el castigo eterno.
La tercera (v. 18-20) señala la conducta a seguir con los poderosos, que pueden disponer de tu vida, y tenía una aplicación especial en aquellas sociedades antiguas, en que los reyes eran señores de la vida y de la muerte de sus subditos. Lo mejor en tales circunstancias es evitar el trato con ellos a fin de no incurrir en su indignación. Y si tuvieres que tratar con ellos procede con suma cautela, que quienes tienen tales poderes suelen ser celosos de su honor, y cualquier sospecha de infidelidad o actitud desagradable les bastan para caer en su desgracia y sufrir duros castigos.
La cuarta indica a los lectores de Ben Sirac con quiénes han de tratar: más bien que los poderosos, sus amigos y comensales han de ser los hombres buenos y prudentes, y, como ellos, ha de poner su corazón en el temor de Dios, verdadero principio de sabiduría que lleva al cumplimiento fiel de la ley de Dios. Semejante actitud proporciona una paz y satisfacción interior que no proporciona ni el trato con los poderosos ni la posesión de las cosas de la tierra. Los cristianos sabemos hasta qué punto nuestro corazón ha sido hecho para Dios, de modo que sólo El puede hacerlo plena y perfectamente feliz 13. Comentamos los dos últimos versos del capítulo en la perícopa siguiente.
1 2:22 - 2 Efe_5:22-24. - 3 Cf. Pro_2:16; Pro_5:3.20; Pro_7:5. - 4 Isa_23:16. - 5 31:1. - 6 Plutarco en Alexandr. - 7 22:23; Exo_22:15-16. - 8 Pro_5:10-14; Pro_6:26; Pro_29:3. - 9 O.c., a.9:6-8 p.615. - 10 Los v.10-11, que faltan en el hebreo y el griego, se leen en la Vulgata: Toda prostituta es como basura en el camino, que es pisada de cuantos pasan. 16 Muchos, alucinados por la belleza de una mujer extraña, se hicieron reprobos, pues su conversación es como fuego que quema. Ponen de relieve la bajeza y desprecio de la mujer de mala vida. - 11 Cf. Jua_13:23. - 12 Lev 20:10. - 13 Cf. 6:34-37.