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Y en virtud de esa voluntad, quedamos consagrados por la ofrenda del cuerpo de Jesucristo, hecha de una vez para siempre. (Hebreos 10, 10) © La Biblia de Nuestro Pueblo (2006)

Comentario al Nuevo Testamento (Serafín de Ausejo, 1975)



CAPÍTULO 10

9. SOMBRAS E IMAGEN (10/01-04)

1 La ley, en efecto, por contener sólo una sombra de los bienes futuros, no la imagen misma de las cosas, nunca puede, con los sacrificios, siempre los mismos, que incesantemente ofrecen año tras año, perfeccionar a los que se acercan. 2 De otra manera, ¿no habrían cesado de ser ofrecidos, puesto que los que rinden ese culto, purificados de una vez para siempre, ya no tendrían conciencia alguna de pecado? 3 Sin embargo, en estos sacrificios, año tras año se hace mención de los pecados; 4 porque es imposible que sangre de toros y machos cabríos borre pecados.

La ley y el Evangelio se hallan en la misma relación que la sombra y el ser verdadero de los bienes de salvación, la realidad divina. Una comparación semejante hallamos en Col_2:17. Sin embargo, allí se distingue entre la «sombra de las (cosas) futuras» y «la realidad» de «Cristo»: nos hallamos, pues, ante una expresión basada simplemente en el hecho de una figura corpórea que proyecta su sombra. En la carta a los Hebreos tenemos en cambio una división tripartita en «sombra», «imagen» (eikon) y «cosas», que se halla también en Filón de Alejandría. En el filósofo judío de la religión se halla la eikon entre Dios y el mundo visible. Es no menos fiel imagen de Dios que arquetipo de la creación terrestre y se identifica, por tanto, con el Logos y con el mundo inteligible e invisible de las ideas. Este esquema platonizante sirve una vez más a nuestro autor para poner en claro frente a la ley la diferente modalidad esencial del hecho de Cristo. Este no pertenece al orden cultual de sombras y figuras de la antigua alianza (cf. 8,5), sino que en él apareció corporalmente el mundo celestial de los arquetipos divinos. En cambio, los sacrificios prescritos por la ley, siendo como eran una representación anticipada de los bienes cristianos de la salvación, no podían lograr su fin ni borrar para siempre los pecados. El mero hecho de tener que repetirse es para el autor una prueba de su ineficacia. Si los ministros del culto del Antiguo Testamento hubiesen estado convencidos de haber sido purificados de una vez para siempre de las manchas de los pecados, habrían debido dar por terminados sus sacrificios.

Desde luego, esta argumentación sólo es concluyente si se da por supuesto que los sacrificios por el pecado en el Antiguo Testamento pretendían causar una expiación perfecta y definitiva. Sin embargo, las finalidades del culto levítico, consideradas desde un punto de vista de historia de las religiones, eran incomparablemente más modestas. En realidad se trataba solamente de una expiación limitada temporalmente y referida a determinados objetos. La idea de una redención del pecado efectuada de una vez y definitivamente valedera sólo surgió en el marco de expectativas escatológicas. Dado que Cristo, como creían sus adeptos, había aparecido «al final de los tiempos» (9,26) para la salvación del mundo, también su muerte en la cruz debía en realidad quitar los pecados definitivamente y para siempre. A la sazón en que fue escrita la carta a los Hebreos comenzaba a plantearse el difícil problema de cómo es posible que muchos cristianos, a pesar de la redención habida definitivamente, vuelvan a pecar o incluso apostaten de la fe. A esto se añadía la dilación de la parusía y con ello la prolongación de la situación de peligro en el mundo. Así se explica que surgieran dudas sobre la eficacia del sacrificio expiatorio de Cristo. ¿Es que su sangre no tenía quizá la fuerza de purificar de una vez para siempre de los pecados? Pero también se comprende por qué el autor de la carta a los Hebreos, para demostrar la eficacia expiatoria de la muerte de Cristo no adujera únicamente el argumento escatológico tradicional, sino que también y sobre todo señalara el carácter celestial y arquetípico de este sacrificio. El esquema prestado por la filosofía alejandrina era independiente de toda cuestión de plazos. Por mucho que pudiera diferirse la parusía, ello no cambiaba nada de la eficacia única y eternamente valedera de la muerte de Cristo.

10. LA OBLACIÓN DEL CUERPO DE CRISTO (10/05-10).

5 Por eso, al venir al mundo, Cristo dice: «Sacrificio y ofrenda no quisiste, pero me preparaste un cuerpo; 6 holocaustos y expiaciones por el pecado no te fueron agradables. 7 Entonces dije: Aquí estoy; en el rollo del libro así está escrito de mí, para cumplir, oh Dios, tu voluntad» (Psa_40:7-9). 8 Lo primero que dice es: Sacrificios y ofrendas, y holocaustos y expiaciones por el pecado no quisiste ni te fueron agradables, a pesar de que se ofrecen según la ley. 9 Entonces declara: Aquí estoy, para cumplir tu voluntad. Así abroga lo primero, para poner en vigor lo segundo. 10 Y en virtud de esta voluntad, quedamos consagrados, por la ofrenda del cuerpo de Jesucristo, hecha de una vez para siempre.

Mientras que hasta aquí sólo se ha hablado de la sangre, ahora se menciona también el cuerpo de Cristo como don sacrificial. Cierto que a la mención del «cuerpo» ha dado pie la cita del salmo (Psa_40:7-9), pero creemos que hay también razón de preguntarse si el autor no eligió el salmo precisamente porque en él se hablaba del cuerpo44. La palabra «cuerpo» debía suscitar inmediatamente en los cristianos asociaciones eucarísticas, y una vez más llama la atención que la carta no establezca expresamente el enlace tan obvio con el banquete del Señor. Una razón de este silencio que a nosotros se nos hace tan extraño está seguramente en el hecho de que en la época del Nuevo Testamento todavía no se consideraba la eucaristía como una realidad en cierto modo aislada, como más tarde lo hizo con tanta frecuencia la devoción sacramental. En el banquete del Señor se anunciaba, como dice san Pablo, «la muerte del Señor» (1Co_11:26); en otras palabras, se conmemoraba la virtud expiatoria y salvífica de la cruz de Cristo. Ahora bien, una finalidad semejante persigue ahora también la carta a los Hebreos, que quiere convencer a los fieles de la virtud purificadora, santificadora y consumadora del sacrificio de Cristo. Cierto que no lo hace en el estilo de la conmemoración litúrgica (anamnesis), sino como teólogo y pastor de almas que debe crear los presupuestos espirituales y morales para que su comunidad se acerque al altar de la gracia «con un corazón sincero y una fe plena» (1Co_10:22; cf. 4,16). La predicación de la carta tiene en cierto sentido carácter mistagógico y lleva a comprender la celebración de la eucaristía, por cuanto razona y profundiza teológicamente la fe en la virtud expiatoria de la muerte de Cristo. En nuestro pasaje tenemos una prueba de Escritura, que trata de presentar la «oblación del cuerpo de Jesucristo» como cumplimiento de una voluntad de Dios existente desde toda la eternidad. Según el autor, Dios no quiso en modo alguno los sacrificios prescritos por la ley, sino que sólo en la oblación que hizo Cristo de sí mismo se manifestó dónde tenía Dios realmente sus complacencias. Esta posición de la carta con respecto al Antiguo Testamento parece contradictoria. Por un lado se considera la palabra de la Escritura como notificación divina, inmediata, de la voluntad de Dios, como libreto de un drama celestial de redención. En el salmo habla el Hijo divino a su ingreso en el mundo, para explicar auténticamente el sentido de su vida, de su pasión y de su muerte. Por otra parte no reconoce la carta los sacrificios -que en el Antiguo Testamento se hacen remontar efectivamente a una ordenación divina- como expresión de lo que Dios había realmente querido y perseguido.

La crítica del culto expresada ocasionalmente por los profetas45 se entiende aquí como desestimación y condenación por principio de la entera institución sacrificial levítica. Hay por tanto dentro del Antiguo Testamento dos ordenaciones o esferas, la «primera» y la «segunda», formulación con la que sin duda se quiere traer a la memoria la distinción entre la primera y segunda tienda del tabernáculo, o entre la primera y la segunda alianza. Jesús, con su encarnación, con su entrada en este mundo, suprimió ya la primera tienda, la esfera de los ritos terrestres y carnales, poniendo en su lugar la segunda tienda, nueva y celestial, en la que él ofrece su cuerpo preparado directamente por Dios. Aquí se contempla de un golpe la encarnación y la pasión, el pesebre y la cruz, y esto vuelve a confirmarnos que en la concepción de la carta toda la vida de Jesús fue un único ofertorio o procesión sacrificial que a través de «un tabernáculo mayor y más perfecto» conducía al lugar santísimo de Dios: «Aquí estoy para cumplir tu voluntad».

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44. En el original hebraico se dice en cambio: «Me cavaste oídos». Quizá se trate de una lectura corrompida.

45. Cf. especialmente Jer_7:21-23.

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11. CARÁCTER ÚNICO Y DEFINITIVO DEL SACRIFICIO DE CRISTO (10/11-18).

11 Cada día, todo sacerdote, puesto en pie, oficia y ofrece repetidas veces los mismos sacrificios, a pesar de que éstos nunca pueden borrar pecados. 12 Este, en cambio, habiendo ofrecido un solo sacrificio por los pecados, se sentó para siempre a la diestra de Dios 13 aguardando desde entonces a que sus enemigos sean puestos por escabel de sus pies. 14 Así, con una sola ofrenda, ha perfeccionado para siempre a los santificados. 15 Y un testimonio de esto nos lo da también el Espíritu Santo; porque después de haber dicho: 16 «Esta será la alianza que concertaré con ellos después de aquellos días -dice el Señor-: Mis leyes pondré en su corazón y las grabaré en su conciencia», 17 añade: «Y de sus pecados y sus iniquidades no me acordaré ya jamás» (Jer_31:33). 18 Y donde hay perdón de pecados, ya no hay más sacrificio de expiación por el pecado.

Las consideraciones sobre el ministerio de Jesús como sumo sacerdote se acercan rápidamente a su fin, y cada vez aparece más claro adónde quiere llegar la carta. Cristo, con su muerte sacrificial en la cruz, procuró a sí mismo y a los suyos la salud definitiva. él mismo llegó a su meta celestial y ahora ya, compartiendo el trono con Dios, sólo tiene que aguardar en paz a que, como lo expresa el autor con una cita del Psa_110:1, «sus enemigos sean puestos por escabel de sus pies». A lo que se ve, la carta no da tanta importancia a los acontecimientos dramáticos del final de los tiempos, en los que habían fijado toda su atención los autores de apocalipsis 46 El acontecimiento escatológico decisivo ha tenido ya lugar, y todo lo que puede ahora venir todavía, pueden aguardarlo los fieles con el mayor sosiego; porque también ellos han logrado la «consumación» o perfección: ya tienen abierto el camino que conduce al lugar santísimo de Dios. Cierto que todavía no han ocupado un puesto, como ya lo ha hecho Cristo, y todavía corren peligro de recaer en el pecado y en la infidelidad. A fin de desviar este peligro, inculca el autor a sus lectores asaltados por las dudas y la fatiga, que Cristo lo ha hecho ya todo por ellos. Pero caso que rechacen y hagan inútil el perdón que ya se les ha otorgado, deben saber que ya no hay otro medio con que poder borrar la culpa de sus pecados.

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46. El combate y la victoria del rey Mesías celestial sobre los poderes del infierno es también un tema central del Apocalipsis de san Juan.

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V. ESTÍMULOS Y PRECAUCIONES (Psa_10:19-31).

1. ACERQUEMONOS AL SANTUARIO (10/19-22).

19 Así pues, hermanos, tenemos entera confianza para la entrada en el lugar santísimo en virtud de la sangre de Jesús: 20 entrada que él inauguró para nosotros, como un camino nuevo y vivo, a través del velo, o sea, de su carne. 21 Y tenemos así un gran sacerdote al frente de la casa de Dios. 22 Acerquémonos, pues, con un corazón sincero y una fe plena, purificado el corazón, de toda impureza de conciencia y lavado el cuerpo con agua pura.

Una vez hemos oído ya el llamamiento procesional: «¡Acerquémonos!» (Psa_4:16), pero ahora sabemos ya por qué está patente ante nosotros el camino hacia el «trono de la gracia». La sangre de Cristo, es decir, su muerte cruenta como sacrificio en la cruz, nos ha facilitado la parrhesia (palabra difícil de traducir en nuestras lenguas) para la entrada. En primer lugar se quiere indicar el derecho objetivo, la autorización para entrar en el lugar santísimo celestial, pero al mismo tiempo también el estado subjetivo de gozosa seguridad y confianza que responde a la convicción de podernos acercar en todo tiempo gracias a la sangre de Jesús. El cuadro del gran día de la expiación se despliega de nuevo y se amplía convirtiéndose en símbolo de toda la vida humana. Todos nosotros estamos en camino. ¿Hacia dónde? En el ámbito terrestre se trata del camino de la muerte, que nos conduce solamente hasta el velo oscuro, hasta los muros infranqueables de nuestra prisión, que está custodiada por poderes demoníacos (cf. 2,14.15). ¿Hay quizá algo situado detrás, al otro lado del velo? ¿Un lugar santísimo concebido y fabricado por hombres, un campo de las ideologías y de los ensueños? A lo sumo una imagen de las cosas celestiales, un prenuncio negativo del verdadero santuario de Dios, el cual ha aparecido al mundo en Jesucristo. En él es donde el pueblo, la familia de Dios halla el camino del cielo nunca hollado, la vía procesional inaugurada con la sangre de Jesús, que conduce a la vida, al Dios viviente. Pero también este camino del cielo conoce un velo de muerte, que separa lo transitorio y provisional de lo definitivo: es el velo de la carne de Jesús sacrificada en la cruz. Ahora bien, mientras que el velo en el tabernáculo terrestre significaba recusación de la entrada y límites insuprimibles, el velo de la carne de Jesús facilita en todo tiempo a los creyentes el acceso a Dios. Una vez más sería sumamente obvio pensar en el culto eucarístico, en el que la comunidad gusta la carne y la sangre de Jesús, para que del «trono de la gracia... obtengamos misericordia y hallemos gracia para el socorro en el momento oportuno» (4,16). ¿Dónde, si no, podría verificarse este «acercarse» en el ámbito de la Iglesia? Por lo menos, toda otra manera de acercarse en la oración personal, en las obras de caridad o finalmente en la muerte, recibe un sentido luminoso de la celebración conmemorativa de la muerte de Cristo.

Todavía hay otra razón para que nos presentemos con confianza gozosa ante la presencia de Dios. Tenemos un gran sacerdote al frente de la casa de Dios. Con esta breve fórmula compendia la carta todo lo que en los capítulos precedentes se ha dicho acerca de la ayuda misericordiosa, fiel y comprensiva que el sumo sacerdote celestial presta a su comunidad que se ve tentada y en peligro. Al «acercarse» de los fieles corresponde el «entrar» cerca de Dios, de su sumo sacerdote y mediador de la alianza, Jesús (cf. 7,25). Así resulta que los presupuestos que para este acercarse menciona la carta -un corazón sincero, una fe plena, la purificación de la mala conciencia, la limpieza del cuerpo- aparecen a la vez como sus consecuencias y frutos. Seguramente se piensa en primer lugar en el bautismo y en su eficacia purificadora, pero en su acercarse en el culto actualiza la comunidad el estado adquirido por el bautismo, de modo que vuelve a adquirir gozosamente conciencia del perdón que se le otorgó de una vez para siempre. Aquí tenemos las insinuaciones, desgraciadamente pasadas por alto con frecuencia, que la carta a los Hebreos hace de una penitencia posible en todo tiempo al cristiano, es decir, de la victoria sobre sus flaquezas y faltas cotidianas mediante la gracia de Dios siempre dispuesta a perdonar. Apenas si debe sorprendernos que los límites entre tales pecados «veniales» y el «pecado mortal», deliberado e imperdonable, no sean los mismos que más tarde fijará la teología moral.

2. MANTENGAMOS FIRME LA PROFESIÓN DE LA ESPERANZA (10/23-25)

23 Mantengamos firme la profesión de la esperanza, porque el que prometió es fiel, 24 y miremos los unos por los otros, estimulándonos al amor y a las buenas obras. 25 «No abandonemos nuestras propias reuniones, como acostumbran algunos, sino exhortémonos unos a otros, y esto tanto más, cuanto que estáis viendo que se acerca el día.

También la exhortación a mantener firme la profesión la tenemos oída antes (4,14). Pero ahora sabemos algo más acerca del contenido de la profesión, ya se refiera la carta a un símbolo bautismal -que es lo más probable- o a una profesión o fórmula de fe recitada en la liturgia. Se trata de dar expresión en común a nuestra esperanza de que por la carne y sangre de Cristo alcanzaremos la meta celestial de las promesas, la «herencia eterna» (9,15). La convicción de la absoluta fidelidad de Dios, de la que podemos fiarnos incondicionalmente, destierra toda duda y toda vacilación interior.

Uno de los medios más importantes para conservar o restablecer el buen estado de la comunidad era en los primeros tiempos de la Iglesia la corrección fraterna; (cf. 3,13). Este espolearse mutuamente al «amor y a las buenas obras» puede considerarse como una forma temprana del sacramento de la penitencia, sobre todo porque no le faltaba la paraclesis autorizada por el Espíritu Santo. Este consolarse, estimularse y corregirse mutuamente, de que también Pablo habla en sus cartas 47, respondía en cierto modo a lo que en la confesión llamamos hoy «exhortación y «absolución». Como se ve por el contexto, el servicio fraternal de corregirse y estimularse se prestaba principalmente en las asambleas cultuales. Aquí, en la anticipación litúrgica del «día» de Cristo, de la parusía, conservaba su valor permanente e intemporal el antiguo motivo de la expectativa del pronto retorno del Señor, que por lo regular no ocupa ya puesto destacado en la carta.

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47.Cf. 1Th_5:11.

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3. A LOS APÓSTATAS LOS AMENAZA UN TREMENDO JUICIO (JUICIO).

26 Porque, si pecamos deliberadamente después de haber recibido el conocimiento de la verdad, ya no queda más sacrificio expiatorio por los pecados, 27 sino la terrible perspectiva del juicio y el fuego ardiente que está para devorar a los enemigos. 28 Si el que ha rechazado la ley de Moisés, muere sin compasión ante la declaración de dos o tres testigos, 29 ¿de cuánto más duro castigo pensáis que será reo el que ha pisoteado al Hijo de Dios, y ha tenido por impura la sangre de la alianza con la que fue santificado, y ha ultrajado al Espíritu de la gracia? 30 Pues bien conocemos al que ha dicho: «La venganza es cosa mía; yo daré lo merecido.» Y en otro lugar: «El Señor juzgará a su pueblo» (Deu_32:35.36). 31 ¡Terrible cosa es caer en manos del Dios viviente!

El cristiano de hoy que oiga estas palabras conminatorias se verá inducido a dudar de la inerrancia de la Escritura o de la gracia de Dios. ¿Cuántos de nosotros no tenemos que reconocer haber pecado deliberadamente después del bautismo y haber perdido, por tanto, la gracia santificante? Pero aunque nosotros hayamos «pisoteado al Hijo de Dios» y «ultrajado al Espíritu de la gracia», por lo menos en el sacramento de penitencia tenemos siempre abierto el camino hacia el corazón de Dios. ¿Ha abandonado, pues, la Iglesia el riguroso punto de vista de la carta a los Hebreos e introducido una práctica más suave? En este caso, ¿cómo podrá ser la recusación de una segunda penitencia, como parece expresarse en nuestra carta, una palabra de Dios eternamente valedera? ¿O es que -como segunda posibilidad- la Iglesia se ha apartado del ideal primigenio de la santidad de los últimos tiempos y ha rebajado la gracia del perdón otorgada de una vez para siempre, degradándola y reduciéndola a la condición de «mercancía», que se puede enajenar una y otra vez a discreción para volver a adquirirla después? Vamos a tratar de hallar una respuesta que satisfaga tanto a la evolución histórica del sacramento de penitencia como también a la doctrina teológica de la carta a los Hebreos.

En primer lugar hay que tener presente que el autor, en su calidad de pastor de almas, quiere prevenir y poner en guardia contra el peligro de una apostasía irreparable. Todavía no le preocupa el problema, que más tarde proporcionará a la Iglesia tantos quebraderos de cabeza, de si los cristianos que en la persecución habían abjurado la fe y luego, una vez pasado el peligro, querían de nuevo incorporarse a la comunidad, habían de ser recibidos en gracia o no. No menos difícil de enjuiciar era el caso de cristianos que habían cometido uno de los llamados delitos capitales (homicidio, adulterio) y querían hacer penitencia. Si el autor hubiese tenido que pronunciarse sobre este problema, quizás habría hallado una respuesta diferenciada y matizada, pero en la situación en que se hallaba habría sido sumamente imprudente, desde el punto de vista pastoral, presentar como posible una segunda penitencia a los cristianos que se veían tentados a apostatar.

Además, para comprender debidamente la aserción de la carta no hay que perder de vista que los pecados cometidos «deliberadamente», contra los que se pone en guardia con tanto empeño, no son sencillamente los pecados «graves» o «mortales» de que hablará más tarde la teología moral. Como lo muestra el ejemplo tomado del Antiguo Testamento, se piensa en primer lugar en la apostasia de la fe y en la idolatría 48. En el sentido de nuestra carta se podría decir, por tanto, que el cristiano no peca «deliberadamente» y, por tanto, irremediablemente en tanto mantiene en vigor su unión con Cristo y con la Iglesia. Ahora bien, como pecadores por debilidad y por ignorancia (cf. 4,15), debemos siempre apoyarnos en la ayuda misericordiosa de nuestro sumo sacerdote celestial. Así pues, comparada con la actual práctica penitencial de la Iglesia, no parece, en modo alguno, tan rigurosa la actitud de la carta, como con frecuencia se supone. Al contrario: si tomamos en serio la doctrina del carácter único e irrepetible del sacrificio expiatorio de Cristo y de su permanente poder santificante, no hay lugar para apreturas de conciencia ni para ansiedades con respeto a la confesión. Ni siquiera el pecado mortal más grave según las normas morales ha de significar necesariamente un «apartarse del Dios viviente» (3,12), supuesto que nosotros mismos nos confiemos a sus manos misericordiosas. Entonces todo lo tremendo de la quiebra moral que induce a desesperación a los incrédulos, puede convertirse en una «profesión de la esperanza» (10,23), una profesión que no tiene por qué temer el juicio de Dios.

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48.Cf. Deu_17:2-6.

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Parte tercera

CONSTANCIA BN LAS PRUEBAS Y EN LA PERSECUCIÓN 10,32-13,25

La parte tercera de la carta no parece tan homogénea como las precedentes. Preferimos elegir como leitmotiv la exhortación formulada así: «Necesitáis constancia, para que, después de cumplir la voluntad de Dios, obtengáis lo prometido» (10,36; cf. 13,21). De esta manera, los justos del Antiguo Testamento y Jesús mismo dieron testimonio de su fe en Dios y en su ciudad invisible, la patria celestial, y así llegaron -por lo menos en Jesús, «promotor y consumador de la fe»- a la meta de la promesa (11,1-12,3). Tentaciones, combates, sufrimientos y persecuciones no son motivo para desanimarse, pues entran en el plan de la sabiduría educativa de Dios (12,4-11). Una vez más confronta el autor la revelación del Antiguo Testamento y del Nuevo para exhortar a una seria responsabilidad en el empeño moral y a una gratitud reverente por los bienes de la salud (12,12-29). El último capítulo da una serie de exhortaciones particulares y termina en forma epistolar el discurso de exhortación (13,22).

I. INVITACIÓN AL COMBATE DE LA FE (10,32-12,1).

1. RECUERDO DE TRIBULACIONES PASADAS (10/32-39).

32 Acordaos de aquellos primeros tiempos, cuando, después de haber sido iluminados, sostuvisteis el duro combate de los sufrimientos, 33 unas veces como objeto de públicas injurias y tribulaciones, otras veces como solidarios de los que sufrían aquel trato. 34 Porque, realmente, compartisteis los sufrimientos de los presos y aceptasteis con gozo el despojo de vuestros bienes, conscientes de poseer un patrimonio mejor y permanente. 35 No perdáis, pues, vuestra segura confianza, ya que ésta lleva consigo una gran recompensa. 36 Porque necesitáis constancia, para que, después de cumplir la voluntad de Dios, obtengáis lo prometido. 37 Pues todavía «un poco, un poco nada más, y el que ha de venir vendrá, y no tardará. 38 Mi justo vivirá por la fe; pero, si vuelve atrás, no pondré yo en él mi complacencia» (Hab_2:3S). 39 Y nosotros no somos de los que se vuelven atrás, para su perdición, sino de los que permanecen en la fe, para poner a salvo su vida.

Parece como si el autor mismo estuviese asustado de lo tajante de su discurso conminatorio, y así cambia de repente el tono y comienza de nuevo a animar bondadosamente. Como pastor de almas que es, no quiere condenar y reprobar, sino ayudar y sanar. Por eso conoce todavía un camino para los cristianos que se ven tentados y en peligro. Como buen terapeuta, aconseja que se acuerden. Hubo en su vida un período en que estaban dispuestos a todo sacrificio por la fe. Entonces, cuando estaban recién convertidos, soportaron «con gozo» las pérdidas terrenas, porque estaba viva ante sus ojos la meta de la promesa. Después se fue evaporando el primer fervor y fueron palideciendo las luminosas imágenes de la vocación celestial. A los fieles de la época postapostólica les falta la virtud tan estimable de la hypomone, de la constancia, paciencia y perseverancia. En lugar de soportar con constancia y valentía las molestias a que necesariamente está expuesta en este mundo la fe, querrían los lectores de la carta abandonar su parrhesia, es decir, su «segura confianza» para poder acercarse en todo tiempo a Dios, y desertar. ¿Es que no saben que la fuga que aparentemente salva conduce con toda seguridad a la perdición, mientras que la constancia y la fe, a través del sufrimiento y de la muerte, acarrea el premio y corona de la vida?

Este pasaje es uno de los pocos de la carta que da algunos datos concretos sobre la situación de la comunidad en cuestión. A causa de la expresión «como objeto de públicas injurias...» (Hab_10:33) ha pensado más de uno que el autor aludía a la persecución de Nerón 499, aunque no se puede decir nada concreto, por lo cual, en una «lectura espiritual» será más conveniente atenerse a la idea general de que al fin y al cabo en toda comunidad y -como es de esperar- también en la vida de todo cristiano haya habido un tiempo del «amor primero» (cf. Rev_2:4), del que conviene acordarse.

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49. Así debían, por ejemplo, los cristianos servir de antorchas vivientes para iluminar las orgías nocturnas del emperador.



Comentario de Santo Toms de Aquino

Capítulo 10
Lección 1: Hebreos 10,1-18
Demuéstrase que el Antiguo Testamento no pudo lavar al hombre de las manchas de sus pecados, razón que se apoya en el testimonio de la Escritura y en la misma razón.1 Porque no teniendo la Ley más que la sombra de los bienes futuros y no la realidad misma de las cosas, no puede jamás por medio de las mismas víctimas, que no cesan de ofrecerse todos los años, hacer justos y perfectos a los que se acercan al altar y sacrifican;2 de otra manera hubieran cesado ya de ofrecerlas, pues que los sacrificadores, purificados una vez, no tendrían ya remordimiento de pecado;3 con todo eso, todos los años, al ofrecerlas, se hace conmemoración de los pecados,4 porque es de suyo imposible que con sangre de toros y de machos cabríos se quiten los pecados.5 Por eso el Hijo de Dios, al entrar en el mundo, dice a su eterno Padre: Tú no has querido sacrificio ni ofrenda, mas a Mí me has apropiado un cuerpo mortal;6 holocaustos por el pecado no te han agradado.7 Entonces dije: heme aquí que vengo, según está escrito de Mí al principio del libro o Escritura Sagrada, para cumplir, ¡oh Diosi, tu voluntad.8 Ahora bien, diciendo: Tú no has querido, ni han sido de tu agrado los sacrificios, las ofrendas y holocaustos por el pecado, cosas todas que se ofrecen según la Ley,9 y añadiendo: heme aquí que vengo, ¡oh mi Diosi, para hacer tu voluntad, claro está que abolió estos últimos sacrificios, para establecer otro, que es el de su cuerpo.10 Por esta voluntad, pues, somos santificados por la oblación del cuerpo de Jesucristo hecha una vez sola.11 Y así, en lugar de que todo sacerdote de la antigua Ley se presente cada día, mañana y tarde, a ejercer su ministerio, y a ofrecer muchas veces las mismas víctimas, las: cuales no pueden jamás quitar los pecados,12 este nuestro pontífice, después de ofrecida una sola Hostia por los pecados, está sentado para siempre a la diestra de Dios,13 aguardando, entretanto, lo que resta, es a saber, a que sus enemigos sean puestos por estrado de sus pies.14 Porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los que ha santificado.15 Eso mismo nos testifica el Espíritu Santo. Porque después de haber dicho:16 He aquí la alianza, que Yo asentaré con ellos, dice el Señor, después de aquellos días, imprimiré mis leyes en sus corazones, y las escribiré sobre sus almas;17 añade a continuación: ya nunca jamás me acordaré de sus pecados, ni de sus maldades.18 Cuando quedan, pues, perdonados los pecados, ya no es menester oblación por el pecado.Después de consideradas las cosas que se hacían en ambos testamentos, concluye de ahí el Apóstol la ventaja que al viejo le hace el nuevo; ahora prueba un punto que había dado por supuesto, es a saber, que el antiguo testamento no podía limpiar de pecados; punto el último de los 5 que había propuesto tratar de Cristo. Acerca del cual, señala primero la manquedad del antiguo en lo tocante a la abolición de la cu'pa y, fundado en esto, compara luego a un sacerdote y otro de ambos testamentos.Cuanto a lo primero, es de saber que el Apóstol, del rito y condición de la antigua ley, concluye su imperfección. Mas por el pecado vese uno privado de los bienes futuros; por consiguiente, como si aquel pecado tuviese que ver con los bienes futuros, es a saber, celestiales; respecto de los cuales la ley vieja es como la sombra al cuerpo, pero la nueva como la imagen. Ahora bien, sombra e imagen convienen en que ambas representan, pero la sombra en común y por lo que mira a la naturaleza de la especie; la imagen, en cambio, en particular y por lo que mira a la naturaleza del individuo y en especial.Así también, la nueva ley respecto de los bienes futuros los representa con más viveza que la antigua; primero porque en las palabras del Nuevo Testamento se hace expresa mención y promesa de los bienes futuros, no así en el Antiguo, sino sólo de los carnales.Segundo, porque la fuerza del Nuevo Testamento estriba en la caridad, que es la plenitud de la ley; y esta caridad, aunque imperfecta, por razón de la fe a la que va unida, es semejante a la caridad de la patria.De ahí que la ley nueva se diga ley de amor y, por siguiente, imagen, pues tiene una semejanza expresa, de los bienes futuros; no así la ley vieja, cuya representación de tales bienes es por figuras carnales y a mil leguas de lo que es la realidad, por lo cual se llama: sombra.Esta es, pues, la condición del Antiguo Testamento, que no tiene más que la sombra de los bienes futuros, y no la realidad misma de las cosas; y el rito consistía, en que cada año ofrecían, en la fiesta de la expiación, las mismas víctimas, es a saber, la sangre de los toros y machos cabríos, con el mismo intento, a saber, de expiar por el pecado, como parece por Levítico 23. De lo cual saca como conclusión lo que intentaba demostrar, es a; saber, que "no teniendo la Ley más que la sombra de los bienes futuros, y no la realidad misma de las cosas, no puede jamás hacer justos y perfectos a los que se acercan al altar y sacrifican, esto es, a los pontífices, por medio de las mismas víctimas, que no cesan de ofrecerse todos los años"; "pues que la Ley no condujo ninguna cosa a perfección" (He 7,19); prerrogativa ésta de la nueva ley, que consiste en la caridad, la cual es el" vínculo de la perfección (Col 2), y por eso se dice en-San Mateo: "sed, pues, perfectos como vuestro Padre* celestial"."De otra manera hubieran cesado ya de ofrecerlas".. Prueba su propósito por razón del rito y por razón de la condición de las ofrendas; y para demostrar que la; purificación de la Ley no era perfecta fúndase, primero, en la reiteración frecuente de las mismas víctimas que?se hacía en elia, y el razonamiento es el siguiente: "los sacrificadores, si por el ofrecimiento de !as mismas víctimas hubiesen ya quedado purificados de una vez por todas, por no tener ya remordimiento de pecado, hubiesen cesado de ofrecerlas", y habiendo cesado, no tuvieran necesidad de ofrecerlas. Ahora bien, no cesaban, porque, como va dicho, año con año ofrecían las mismas víctimas; y, puesto que no cesaban de hacer siempre las mismas ofrendas, señal es que no se purificaban (Mt 9).Pero, al contrario, pudiera objetarse que tal razonamiento no es eficaz; pues pudiera decirse que aquella oblación purificaba de los pecados pasados, no de los futuros; por consiguiente, porque a menudo pecaban, a menudo también era necesario se reiterasen las ofrendas. Respondo que la manera de hablar del Apóstol no da lugar a ello; pues, siendo el pecado una cosa espiritual, opuesta a lo celestial, conviene que, por lo que se purifica, la ofrenda sea también celestial y espiritual y, por consiguiente, tenga virtud permanente.De ahí que, al hablar de la virtud del sacrificio de Cristo, le atribuye virtud perpetua, diciendo: "habiendo obtenido una eterna redención". Mas lo que tiene virtud perpetua es suficiente para lo cometido y por cometer y, por consiguiente, no es necesario repetirlo mas; de donde Cristo con una sola ofrenda purificó para siempre a los que ha santificado, como se dice abajo.Asimismo el decirse que no se repita, en contra de lo cual está el hecho de nuestra oblación diaria. Respondo que nuestra oblación no es diferente a la que Cristo hizo por nosotros, es a saber, su sangre; de suerte que no es otra la ofrenda, sino que es la conmemoración de aquella Hostia que Cristo ofreció: "haced esto en memoria mía" (Mt 26). Lo segundo que adelanta es que en el Antiguo Testamento hacíase conmemoración año por año de sus pecados y de los del pueblo, luego no estaban abolidas las oblaciones. De ahí que diga que, "al ofrecerlas, se hace conmemoración de los pecados", lo cual es cierto; pues en general se hacía mención de los pecados, es a saber, que tenían remordimiento de pecado, pero en especial se hace mención en el Nuevo: "confesad, pues, vuestros pecados uno a otro" (Stg. 5,16).-"Porque es de suyo imposible que con sangre de toros y de machos cabríos se quiten los pecados". Prueba lo mismo por la condición de las ofrendas; pues lo más solemne que tenían era la ofrenda de los toros y machos cabríos, que se hacía en el día de la expiación; y siendo ésta una representación obscura e imperfecta de las cosas celestiales, como una sombra, "no es posible que con la sangre de tales animales se quiten los pecados"; lo cual es cierto, si atendemos a su propia virtud, mas no si a la sangre de Cristo, representada en la de aquellos animales, por cuya virtud se perdonaban. "¿Acaso las carnes sacrificadas te han de purificar de tus maldades, de las cuales has hecho alarde?" (Jr XI,15). Como si quisiese decir: ¡No!-"Por eso, al entrar en el mundo, dice". Trae una autoridad de la Escritura que, según la Glosa, puede dividirse en dos, pues primero trata de la Encarnación de Cristo prefigurada en las observancias legales; segundo, de la Pasión de Cristo; con todo, según la intención del Apóstol, puede decirse que primero toca lo que se refiere a la reprobación del Antiguo Testamento; segundo, lo que al aceptamiento del Nuevo; y esta autoridad dice bien con Cristo al entrar en el mundo. Luego, ya que aquellas víctimas no podían quitar los pecados, por eso "ei Hijo de Dios, al entrar en el mundo, dice". Pero San Juan dice lo contrario: "estaba en el mundo". Respondo: es cierto que estaba en el mundo, como gobernándolo todo, en cuanto se dice que está en todas !as cosas por esencia,' presencia y potencia; pero está fuera del mundo, porque el mundo no quiere recibirlo, sino que tiene su bondad, de quien se deriva toda bondad, separada de todo el mundo; mas, por haberse hecho por nosotros el supuesto de la naturaleza humana, dícese que entra en el mundo, por haber tomado esa naturaleza, como dijo arriba: "y otra vez, al introducir a su Primogénito en el mundo" (He 1,6).Así pues, al entrar en el mundo, dice: pero ¿qué dice? "Tú no has querido sacrificio ni ofrenda"; y pone 4 cosas del Antiguo Testamento: porque el sacrificio o era de cosas inanimadas, por ejemplo, de pan o de incienso, y se llamaba ofrenda; o de animadas, y entonces o se ofrecía para aplacar a Dios, y se llamaba holocausto -la oblación más digna de todas, pues toda entera se quemaba y cedía en honra de Dios-; o para limpiarse del pecado y llamábase sacrificio por el pecado, una de cuyas partes se quemaba en el altar y otra se quedaba para el servicio de los ministros; o en agradecimiento de los beneficios de Dios -el sacrificio menos digno de todos, pues sólo se quemaba una parte, las otras dos se las repartían los oferentes y los ministros- y se llamaba sacrificio de hostia pacífica.A todos estos sacrificios corresponde en el Nuevo Testamento la oblación del cuerpo de Cristo, pues por el cuerpo de Cristo aplacóse Dios, es a saber, al ofrecerse El mismo en la cruz. "Cuando éramos enemigos de Dios fuimos reconciliados con E! por la muerte de su Hijo" (Rm 5,10). Asimismo por El somos introducidos en posesión de los bienes eternos y nos disponemos a recibir los beneficios de Dios.Dice, pues: "hostia, es a saber, sacrificio, y ofrenda no has querido"; e interpone luego: "mas a Mí me has apropiado un cuerpo", esto es, lo has hecho a propósito para ser inmolado, y esto por dos razones: a) porque fue purísimo, a tal grado, que borrase todo pecado (Ex. 12);b) porque fue posible, de suerte que pudiese ser inmolado (Rm 8). Y este cuerpo es una verdadera víctima y verdadera ofrenda (Ep 5).-"Holocaustos por el pecado no te han agradado". Dice más agradar que querer, porque agradan aquellas cosas que en sí tienen algo para ser queridas; y a veces queremos algunas cosas no por razón de sí, mas por otro motivo. Ahora bien, si de aquellos holocaustos, con ser tan dignos, eso no obstante, dice que no le agradaron, luego mucho menos los otros. Pero es al contrario, porque el Levítico dice que el sacerdote los quemaba sobre el altar, en holocausto de olor suavísimo al Señor (!,9). Además, si no eran de su agrado, ¿para qué mandaba se los ofrecieran?.Respondo que el no querer Dios una cosa puede entenderse de dos modos: de uno, que no la quiere para este tiempo en que, llegada la verdad, cesó ia sombra, de suerte que el que ahora la ofreciese pecara.De otro, que no la quiere por los pecados de los oferentes, "cuyas manos están empapadas de sangre" (Is 1).Una tercera respuesta, a que apunta el Apóstol, es porque estas ofrendas de suyo nunca agradaron a Dios, ni le fueron aceptas sino por dos razones:1- porque eran figura de Cristo, cuya pasión a Dios le fue aceptada; que no se pagaba de animales muertos, sino de la fe en su pasión; pues todo lo que les sucedía eran figuras (1Co 10,2).2- para por estos sacrificios apartarnos de la idolatría; de ahí que al darles por primera vez la ley no hizo ninguna mención de sacrificios, sino hasta que hicieron el becerro. De donde dice Jeremías: "cuando saqué de la fierra de Egipto a vuestros padres, no les hablé ni mandé cosa alguna en materia de holocaustos y de víctimas" (7).-"Entonces dije". Prosigue hablando de la aprobación del Nuevo Testamento, y, según la Glosa, se lee de esta manera: entonces, es a saber, cuando me hiciste un cuerpo a propósito, esto es, en la concepción, "dije: heme aquí que vengo", esto es, determiné venir, conviene a saber, a la pasión (1Jn 5); a no ser que prefiramos referirlo a su venida a este mundo, diciendo: entonces, es a saber, cuando los holocaustos no fueron ya de tu agrado, dije: vengo por la encarnación (Jn 16); y esto para ofrecerme a la pasión. Por eso dice: Heme aquí.Mas ¿por ventura este sacrificio será del beneplácito de Dios? Cierto que sí, porque "está escrito de Mí al principio del libro". Este libro es Cristo, según la naturaleza humana, en cuyas páginas escrito está cuanto es menester al hombre para salvarse (Is 8). La cabeza de Cristo es Dios (1Co XI). "Al principio del libro", esto es, en la ordenación de Dios, que es cabeza de Cristo, que es el libro, escrito está que el Hijo de Dios tendrá que encarnarse y morir; o el libro, esto es, el salterio, cuyo primer salmo trata de Cristo; o, mejor aún, el libro de la vida, que no es otra cosa que el conocimiento que Dios tiene de la predestinación de los santos que se salvan por Cristo. Luego en este libro está escrito de Mí, porque los santos si son predestinados, lo son por Mí (Ep 1; Rm 8). Así pues, si la predestinación se llama libro, claro es que Cristo es su cabeza o principio (Ap. 21); que simplemente está predestinado (Rm 1). Luego al principio del libro, esto es, en Mí,- según la naturaleza divina, escrito está de Mí, según la naturaleza humana, "para cumplir, ¡oh Diosi, tu voluntad", conviene a saber, de antemano ya estaba determinado que por tu gracia hiciese tu voluntad, ofreciéndome para salvar al género humano.-"Ahora bien, diciendo". Explica la antedicha autoridad, pues poniendo orden en lo que va a decir, señala la diferencia entre el Nuevo y el Antiguo Testamento, y se detiene especialmente en cierta supuesta cosa de la autoridad alegada, en la cual, según se dijo, se tocaban dos puntos: uno, concerniente a la reprobación del Antiguo Testamento; otro, a la aprobación del Nuevo.Repruébase el Antiguo Testamento por dos capítulos: ya porque Dios no quiere sus sacrificios, ya porque no le agradan, y así el profeta David "diciendo arriba", esto es, al principio... ¿qué dice? "Tú no has querido, ni han sido de tu agrado los sacrificios, las ofrendas y holocaustos por el pecado" (Is 1). Verdad es que en cuanto tales "no has querido ni han sido de tu agrado esos sacrificios... cosas todas que se ofrecen según la Ley", esto es, no te complaces en ellas (Sal 50), sino por ser figuras o porque por ellas se apartaban de la idolatría.Luego, pues, de decir esto, añade: "entonces dije", es a saber, cuando me diste un cuerpo a propósito para padecer, o cuando estas ofrendas no te agradaron: heme aquí que vengo, o para encarnarme o para padecer; pero ¿a qué?: "para cumplir, ¡oh Diosi, tu voluntad" (Jn 6,4).Así que el profeta, al decir esto, "claro está que abolió estos últimos sacrificios, para establecer otro, que es el de su cuerpo", con lo cual muestra la diferencia entre el Antiguo y el Nuevo Testamento, porque, hablando del Viejo, dice que no los quiere ni le agradan, es a saber, por sí mismos. Quedan, pues, abolidos. Mas cuando habla del Nuevo dice que lo quiere, porque a eso vengo, para hacer tu voluntad. Luego se establece el Nuevo, esto es, confírmase en su ser según la voluntad de Dios. "Al fin arrojaréis los frutos añejos por la superabundancia de los nuevos" (Lv. 26,10).-"Por esfa voluntad, pues, somos santificados". Explica lo que había dicho de la voluntad de Dios, es a saber, en qué consiste esa voluntad, para cuyo cumplimiento vino Cristo. Esta consiste -como se dice en i Tesalonicenses 1V- en "vuestra santificación". Por eso dice: "por esta voluntad, pues, somos santificados, y esto por ia oblación del cuerpo de Jesucristo" (Ep 1) hecha una sola vez (! P. 3).-"Y así, en lugar de que todo sacerdote se presente cada día". Muestra, por comparación, la diferencia entre el sacerdote del Antiguo y el del Nuevo Testamento. Es de saber que en la Ley había dos sacrificios solemnes: uno perpetuo y otro el día de la expiación, que ofrecía sólo el Sumo Pontífice, como ya se dijo sobradamente. En el perpetuo -de que hablan los Números- se ofrecía un cordero por la mañana y otro por la tarde. A éste también se refiere el Apóstol y para tratar de él pone lo que toca al sacerdote de uno y otro testamentos, y lo confirma por autoridad.Dice, pues: "todo sacerdote": todo, a diferencia del sacrificio expiatorio, que sólo lo hacía el Sumo Sacerdote; mas, por lo que mira a éste, "todo sacerdote se presenta cada día, mañana y tarde, a ejercer su ministerio, y a ofrecer muchas veces las mismas víctimas", pues siempre ofrecían un cordero, "las cuales no podían jamás quitar los pecados", porque se repetían (Jr XI). Por este sacrificio perpetuo figúrase Cristo y la eternidad del que es el Cordero inmaculado.-"Mas este nuestro pontífice, después de ofrecida una sola Hostia". Muestra lo que pertenece al sacerdocio de Cristo y da razón de su intento. Dice, pues: "pero éste, es a saber, Cristo, después de ofrecida una sola Hostia por los pecados", esto es, que los quita; la Ley vieja, en cambio, ofrecía muchas que no expiaban los pecados. Este, pues, conviene a saber, Cristo, después de ofrecida una sola Hostia, ya que por nuestros pecados ofrecióse no más de una vez, está sentado, no como servidor, al modo de los sacerdotes legales, que siempre estaban a punto, mas como Señor (Sal 109; Mt 28).-"a la diestra de Dios" Padre, cuanto a la igualdad de poder, según la divinidad; en cuanto hombre, heredero de todos sus bienes (He 1); y esto para siempre, pues no tornará a morir (Rm 6; Dn. 7).-"aguardando, entretanto, lo que resta, es a saber, a que sus enemigos sean puestos por estrado de sus pies". Esta expectación no nos da pie a suponer alguna ansiedad en Cristo, como en los hombres, pues, como dicen los Proverbios, la esperanza que se dilata aflige el alma, sino indica la voluntad de apiadarse que para con nosotros tiene Dios (Is 30). Así pues, sujétansele a sus pies, esto es, a la humanidad de Cristo, unos de su voluntad, y en esto consiste su salvación, es a saber, en hacer su voluntad (Ex. X); pero los malos sujétansele contra su voluntad, porque, aunque no cumplen su voluntad como tal, cúmplese en ellos por lo que mira a su obra justiciera; y así, de un modo o de otro, todo le está sujeto (Sal 8).-"Porque con una sola ofrenda". Da la razón, es a saber, de por qué está sentado como Señor, no como servidor, como el sacerdote de la Ley, ya que éste con una víctima no quitaba los pecados y, por consiguiente, era necesario la ofreciese varias y muchas veces (He 5); pero la Hostia que Cristo ofrece, ésa sí quita todos los pecados (He 9). Por eso dice que "con una sola oblación consumó, esto es, hizo perfectos, reconciliando y uniéndonos con Dios como principio, para siempre a los que ha santificado", porque la Hostia de Cristo, que es Dios y hombre, tiene poder para santificar eternamente (He 13); pues por Cristo llegamos a la perfección y nos unimos con Dios (Rm 5).-"Eso mismo nos testifica el Espíritu Santo". Confirma lo que había dicho por la autoridad de Jeremías que, como ya está explicada, al presente no se explica; con todo, puede dividirse en dos partes: la pone primero y en ella se apoya para formar su argumento, que es el siguiente: en el Nuevo Testamento perdónanse los pecados por la oblación de Cristo, que para eso derramó su sangre, para el perdón de los pecados. Luego en el Nuevo Testamento en que se perdonan, como está dicho, iniquidades y pecados, "ya no es menester reiterar la oblación por el pecado" (Mt 1X); pues lo contrario fuera injurioso a la Hostia de Cristo.

Biblia Comentada, Profesores de Salamanca (BAC, 1965)



Recapitulación: Superioridad del sacrificio de Cristo, 10:1-18.
I Pues como la Ley sólo es la sombra de los bienes futuros, no la verdadera realidad de las cosas, en ninguna manera puede con los sacrificios que cada año sin cesar se ofrecen, siempre los mismos, perfeccionar a quienes los ofrecen. 2 De otro modo cesarían de ofrecerlos, por no tener conciencia ninguna de pecado los adoradores, una vez ya purificados.3 Pero en esos sacrificios cada año se hace memoria de los pecados, 4 por ser imposible que la sangre de los toros y de los machos cabríos borre los pecados. 5 Por lo cual, entrando en este mundo, dice: No quisiste sacrificios ni oblaciones, pero me has preparado un cuerpo. 6 Los holocaustos y sacrificios por el pecado no los recibiste. 7 Entonces dije: He aquí que vengo en el volumen del libro está escrito de mí para hacer, |oh Dios!, tu voluntad. 8 Habiendo dicho arriba: Los sacrificios, las ofrendas y los holocaustos por el pecado no los quieres, no los aceptas, siendo todos ofrecidos según la Ley, 9 dijo entonces: He aquí que vengo para hacer tu voluntad. Abroga lo primero para establecer lo segundo. 10 En virtud de esta voluntad somos nosotros santificados por la oblación del cuerpo de Jesucristo, hecha una sola vez. II Y mientras que todo sacerdote asiste cada día para ejercer su ministerio y ofrecer muchas veces los mismos sacrificios, que nunca pueden quitar los pecados; 12 éste, habiendo ofrecido un sacrificio por los pecados, para siempre se sentó a la diestra de Dios, 13 esperando lo que resta hasta que sean puestos sus enemigos por escabel de sus pies. 14 De manera que con una sola oblación perfeccionó para siempre a los santificados. 15 Y nos lo certifica el Espíritu Santo, porque después de haber dicho: 16 Esta es la alianza que contraeré con vosotros después de aquellos días dice el Señor , depositando mis leyes en sus corazones y escribiéndolas en sus mentes, [añade]: 17 y de sus pecados e iniquidades no me acordaré más. 18 Ahora bien, cuando están remitidos los pecados, no cabe ya oblación por el pecado.

Está para terminar la parte dogmática de la carta. El autor condensa en pocas líneas la doctrina ya expuesta sobre la ineficacia de los sacrificios levíticos, impotentes para santificar, que son reemplazados por el sacrificio único de Cristo, suficiente por sí solo para perfeccionar para siempre a los santificados (v.14).
Respecto de los sacrificios de la Antigua Ley, a la que se califica de sombra (cf. 8:5) de los bienes futuros (cf. 9:11), es afirmación básica la del v.1: no pueden perfeccionar a quienes los ofrecen (???? ?????????????? ????????? ). Se alude aquí a los solemnes sacrificios del día del Kippur, como claramente se da a entender con la expresión cada año (cf. 9:7). Poco después (v.11) se hará referencia a todos los otros sacrificios en general, y de ellos se dirá lo mismo: no pueden quitar los pecados (????????? ???????? ). Prueba de ello la tenemos, añade el autor, en que necesitan ser continuamente repetidos, lo que demuestra que no son eficaces, pues de lo contrario no habría necesidad de repetición (v.2-4). Quizás a alguno se le ocurra argüir: del hecho de la repetición no se sigue que no perdonen el pecado, pues puede tratarse de nuevos pecados, posteriores al primer sacrificio. Sin embargo, téngase en cuenta que el autor ha dejado ya suficientemente entender que un sacrificio perfecto debe ser capaz de expiar todos los pecados, de todos los tiempos. Un sacrificio que necesite repetirse cada año, como el del Kippur, está afectado de intrínseca insuficiencia, y ni siquiera los pecados del año podrá borrar realmente, sirviendo a lo más para dar cierta pureza legal y disponer los ánimos a implorar el perdón divino, el cual, caso de ser concedido, lo será en virtud del único sacrificio futuro de Cristo. Así lo ha dejado ya entender antes (cf. 9:26), y lo dirá luego más claramente (v. 10.14).
A todos esos sacrificios antiguos, impotentes para santificar interiormente, sustituye el sacrificio de Cristo. De este sacrificio va a hablar ahora el autor directamente, comenzando por aplicarle (v-5~7) las palabras de Sal_40:7-9, de las que el mismo hace la exé-gesis (v.8-10).
Respecto a esta cita del salmo ha habido muchos expositores, particularmente entre los antiguos, que creen tratarse de un texto directamente mesiánico. Parece, sin embargo, dado el contexto general del salmo, que es el mismo salmista quien habla, agradeciendo a Dios un beneficio recibido, y pregonando que no a los sacrificios y ofrendas, sino a la confianza en El y a la obediencia a sus preceptos debe el que Dios le haya escuchado. No se trataría, tomadas las palabras en su sentido literal histórico, de una repulsa absoluta de los sacrificios legales, entonces en vigor, y que el mismo Dios había ordenado, sino de hacer resaltar que, más que la materialidad de los sacrificios, Dios agradece la entrega al cumplimiento de su voluntad, y que de poco valen aquéllos si falta esta entrega del corazón (cf. 1Sa_15:23; Isa_1:11-17; Ose_6:6; Miq_6:6-8). Con todo no tendríamos aquí sólo mera acomodación. Esto parece ser muy poco, dado el modo como el autor de la carta a los Hebreos cita esas palabras. Creemos que, a semejanza de lo que hemos dicho respecto de otros textos (cf. 2:6.12), también aquí la idea que expresa el salmista, sin dejar de aplicarse a él, va en la intención de Dios hasta el Mesías, primero en quien había de realizarse de modo pleno, con su entrega total a la voluntad del Padre, que le lleva hasta el sacrificio de la cruz. Aplicadas a Jesucristo esas palabras, conforme hace el autor de la carta a los Hebreos, adquieren ya un valor más absoluto, de repulsa completa de los sacrificios antiguos, que quedan abrogados y sustituidos por el de Cristo (v,9-10) 440.
Insistiendo en la excelencia de ese sacrificio de Cristo, el autor vuelve a proclamar lo que ha dicho ya muchas veces, es a saber, que, al contrario que los sacrificios levíticos, es único e irreiterable (v.11-18). Una vez ofrecido el sacrificio, Cristo no necesita repetir, sino que se sentó para siempre a la diestra de Dios, esperando en su sede de gloria la plena realización de los efectos de aquella inmolación, con la sumisión total y definitiva de todos sus enemigos (v.12-13; cf. 1:13; 1Co_15:22-26). Bastó una sola oblación para perfeccionar para siempre a los santificados (??? ???????? ??????????? ??? ?? ???????? ???? ?????? ?????? ), es decir, para conseguir el perdón divino y purificar interiormente a los hombres de todos los tiempos, que serán, de hecho, individualmente santificados conforme vayan haciendo suyos esos méritos por medio de la fe y de los sacramentos (v.14; cf. Rom_3:21-26; Rom_6:3-11). Como prueba de que en la nueva alianza, establecida con la oblación de Cristo (cf. 9:15-17), hay verdadera remisión de los pecados, se cita nuevamente el texto de Jer_31:33-34 (cf. 8, 10-12), en el que se habla de que Dios no se acordará más de nuestros pecados e iniquidades (v.15-17; cf. Rom_4:7-8).
A manera de colofón, viene la frase final: Ahora bien, cuando están remitidos los pecados, no cabe ya oblación por el pecado (v.18). Ofrecer nuevas oblaciones sería hacer una injuria a la sangre de Cristo, como si aquel sacrificio no hubiese bastado (cf. Gal_2:21). Ni esto se opone a la constante repetición en la Iglesia del sacrificio de la Misa, pues este sacrificio, como ya dijimos al comentar 7:27, no es distinto del sacrificio de la cruz, sino aquél mismo, que continuamente se renueva ante nuestra vista de modo incruento y nos aplica sus frutos.




II. Exhortación a la Perseverancia, 10:19-12:29.

Firme confianza de que llegaremos a la meta, 10:19-25.
19 Teniendo, pues, hermanos, en virtud de la sangre de Jesús, firme confianza de entrar en el santuario 20 que El nos abrió, como camino nuevo y vivo a través del velo, esto es, de su carne; 21 y teniendo un gran sacerdote sobre la casa de Dios, 22 acerquémonos con sincero corazón, con plenitud de fe, purificados los corazones de toda conciencia mala y lavado el cuerpo con el agua pura. 23 Retengamos firmes la confesión de la esperanza, pues fiel es quien hizo la promesa. 24 Miremos los unos por los otros, para excitarnos a la caridad y a las buenas obras; 25 no abandonando vuestra asamblea, como es costumbre de algunos, sino exhortándoos, y tanto más cuanto que veis que se acerca el día.

Comienza aquí la parte parenética o exhortatoria de la carta. No que antes no haya habido ya exhortaciones (cf. 2:1-4; 3:7-4:16; 6:9-12), pero era algo circunstancial y de paso, para volver en seguida a la exposición doctrinal. Ahora, en cambio, se va directamente a la exhortación.
Muy en consonancia con la doctrina expuesta, el autor comienza insistiendo en la confianza que nos debe dar el saber que tenemos de nuestra parte a Jesucristo, nuestro gran Sacerdote, que fue quien nos abrió el camino del cielo, donde nos espera (v. 19-25). La terminología, lo mismo que anteriormente, sigue siendo alegórica, hablando del santuario que El nos abrió. a través del velo (v. 19-20). Ciertamente ese santuario es el cielo (cf. 4:14; 8:2; 9:12.24), antes cerrado (cf. 9:8), representado figurativamente en el Santísimo del santuario mosaico, separado del Santo por un velo, y donde sólo podía entrar una vez al año el sumo sacerdote judío, y eso con grandes limitaciones (cf. 9:3.7). Había que acabar con ese velo de separación, para que pudiésemos entrar todos hasta la presencia misma de Dios; y fue Cristo quien, con el desgarro de su carne en la cruz (cf. 9:15-17), rompió ese velo (cf. 9:12; Mat_27:51), de modo que muy bien podemos decir que velo del santuario mosaico y carne de Cristo en cierto sentido se corresponden (v.20). Puede decirse que por la fe (cf. 11:1) hemos penetrado ya en el santuario del cielo, al que la sangre de Cristo nos ha dado acceso.
Esto supuesto, sabiendo que es Jesucristo quien está puesto sobre la casa de Dios (v.21; cf. 3:6; 7:25), acerquémonos a su trono de gracia (cf. 4:16) llenos de fe, sin vacilaciones de ninguna clase, reteniendo firme nuestra esperanza en lo que nos ha prometido, y estimulándonos mutuamente por la caridad (v.22-25). Vemos que, como muchas veces en San Pablo (cf. 1Co_13:13; Col_1:4-5; 1Te_1:3), también aquí aparecen juntas las tres virtudes teologales. La expresión lavado el cuerpo con el agua pura (v.22) parece ser claramente una alusión al bautismo (cf. Tit_3:5). Al final hay una queja, la de que algunos entre los destinatarios, quizás por pereza, o más probablemente, por miedo a los judíos, no asistían regularmente a las reuniones o asambleas cristianas (v.25; cf. Hch_2:42; Tit_20:7; 1Co_14:26). Esto podría ser para ellos un peligro, pues dejaban perder la ocasión de animarse mutuamente y de reafirmarse en la fe común. A fin de estimularles más a que se enmienden, el autor les recuerda (v.25) el hecho de que se acerca el día, es decir, el retorno glorioso de Cristo. Esta alusión a la parusía, cuya fecha, sin embargo, ignoraban, es frecuente en las exhortaciones de los apóstoles (cf. Rom_13:11-14). No es claro qué quiera indicarse con ese cuanto que veis. Lo más probable es que sea una alusión a las turbulencias ya existentes en Judea, que preludiaban la destrucción de Jerusalén, más o menos entremezclada para los primeros cristianos con la destrucción final del mundo (cf. Mat_24:1-44).

Peligro de apoetasía,Mat_10:26-31.
26 Porque si voluntariamente pecamos después de recibir el conocimiento de la verdad, ya no queda sacrificio por los pecados, 27 sino un temeroso juicio, y el ardor vengativo del fuego que devora a los enemigos. 28 Si el que menosprecia la Ley de Moisés, sin misericordia es condenado a muerte sobre la palabra de dos o tres testigos, 29 ¿de cuánto mayor castigo pensáis que será digno el que pisotea al Hijo de Dios y reputa por inmunda la sangre de la alianza, con la que fue santificado, e insulta al Espíritu de la gracia? 30 Porque conocemos al que dijo: Mía es la venganza; yo retribuiré. Y luego: El Señor juzgará a su pueblo. 31 Terrible cosa es caer en las manos del Dios vivo.

Severa admonición a los que, deslumhrados por el judaismo, estaban tentados a abandonar la fe. Ya se aludió a esto mismo en 6:4-8. Se ve que realmente existía el peligro, y el autor trata de prevenirlo, haciendo ver la suerte terrible que aguarda a los apóstatas.
Para quien deliberadamente rechaza la verdad (v.26) y pisotea al Hijo de Dios y reputa por inmunda la sangre de su alianza e insulta al Espíritu de la gracia (v.29), no le queda otra perspectiva que el juicio y fuego vengador de Dios (v.27). Las frases no pueden ser más realistas y terribles. Notemos, sin embargo, que no se dice que la conversión sea imposible, pues, como ya dijimos al comentar 6:6, nada es capaz de atar las manos a la eficacia de la gracia divina. Lo que se quiere decir, en consonancia con la doctrina anteriormente expuesta, es que no hay más que un único verdadero sacrificio para la remisión de los pecados, que es el de Cristo (cf. 9:26; 10:14), Y si se rechaza ese sacrificio, no queda otro conque poder suplir (v.26). Que nadie crea, pues, que podrá arreglar su situación con los sacrificios de toros y machos cabríos (cf. 9:12; 10:4); sepan todos que esos sacrificios no tienen valor alguno, y, rechazado el sacrificio de Cristo, reputando por inmunda y sin valor religioso su sangre, con la que nos obtuvo la redención eterna (9:12) y sancionó la nueva alianza (9:15-18), no queda otra perspectiva que la del terrible juicio divino (v.27). Con el término juicio no parece que se aluda específicamente al juicio particular de cada uno después de la muerte o al universal, al final de los tiempos, sino, en general, al juicio de Dios en sus diferentes y sucesivas manifestaciones, que culminará en el juicio final (cf. Mat_25:31-46).
Para poner más de relieve lo terrible de la sanción en los apóstatas, el autor (v.28-29) recurre a la comparación con la antigua alianza, y dice que si allí se castigaban tan severamente las transgresiones de la Ley (cf. Deu_17:2-6), ¿qué no cabe suponer aquí? Como prueba bíblica de que Dios se reserva el tomar venganza de los pecados, se citan (? .?? ) los textos de Deu_32:35-36, alegados también por San Pablo en Rom_12:19. La frase final (v.31), a modo de epifonema, no puede ser más apta para sacudir la indolencia de los destinatarios y hacerles caer en la cuenta del peligro en que se encontraban.

Recuerdo del pasado,Rom_10:32-39.
32 Recordad los días pasados, en los cuales, después de iluminados, soportasteis una grave lucha de padecimientos; 33 de una parte fuisteis dados en espectáculo a las públicas afrentas y persecuciones; de otra os habéis hecho partícipes de los que así están. 34 Pues habéis tenido compasión de los presos, y recibisteis con alegría el despojo de vuestros bienes, conociendo que teníais una hacienda mejor y perdurable. 35 No perdáis, pues, vuestra confianza, que tiene una gran recompensa. 36 Porque tenéis necesidad de paciencia, para que, cumpliendo la voluntad de Dios, alcancéis la promesa. 37 Porque aun un poco de tiempo, y el que llega vendrá y no tardará. 38 Mi justo vivirá de la fe, pero no se complacerá ya mi alma en el que cobarde se oculta. 39 Pero nosotros no somos de los que se ocultan para perdición, sino de los que perseveran fieles para ganar el alma.

La impresión sombría de la severa admonición anterior se endulza ahora con el recuerdo del fervor de tiempos pasados. La finalidad es la misma: estimularles a que sean constantes en la fe. No hay duda, en efecto, que recordar los días del fervor es uno de los más poderosos antídotos contra la relajación.
Si, como es probable, la comunidad a la que va dirigida la carta es la comunidad cristiana de Jerusalén o al menos íntimamente relacionada con ella, esas persecuciones e incluso pérdida de bienes a que se alude (v.32-34) serían las mencionadas en Hec_8:1-3 Y 12:1-4, a las que luego se añadirían sin duda otras. Se alaba a los destinatarios de lo bien que entonces se portaron, con qué fervor y valentía, sin miedo a perder los bienes, sabiendo que tenían en el cielo otros mejores y más duraderos. La expresión después de iluminados (v.32) alude sin duda a su conversión a la fe cristiana, cuyo momento culminante era el bautismo (cf. 6:4).
Hecho el recuerdo, les anima a que no pierdan su confianza (?·35), Y Pues necesitan de paciencia (????????? ) ante los males que les afligen para ser fieles a lo que Dios les pide (v.36), sepan que la espera hasta que retorne el Señor no será larga (v.37; cf. v.25) y, si mantienen firme su fe, tendrán fuerza suficiente para aguantar todas las pruebas (v.38). Los dos textos citados en los v.37-38 pertenecen a Isa_26:8 y Hab_2:3-4 respectivamente. Este último, citado algo libremente, lo alega también San Pablo en Rom_1:17 y Gal_3:11, a cuyos comentarios remitimos.
Con hábil y estimulante optimismo, el autor subraya al final (?·39) Que él, y lo mismo supone de sus lectores, no es de los que ocultan o disimulan su fe, caminando hacia la perdición, sino de los que perseveran firmes en ella, para salvar el alma.

Nuevo Comentario Bíblico San Jerónimo. Nuevo Testamento (Verbo Divino, 2004)



57 (D) El sacrificio de Jesús, motivo para la perseverancia (10,1-39).
(a) Los MUCHOS sacrificios y el sacrificio Único (10,1-18). 1. no teniendo la ley más que una sombra de los bienes venideros: Én este ca(-)so, el autor no está usando «sombra» como en 8,5, donde se busca la contraposición platóni(-)ca celestial-terreno, sino en el sentido de pre(-)figuración de lo que ha de venir por medio de Cristo (Col 2,17; cf. Vanhove, Prétres anciens [? 28 supra] 240). no la imagen misma: P46 lee «y la imagen», con lo cual equipara práctica(-)mente ambas cosas. Pero el significado nor(-)mal de «imagen» (eikón) es una representa(-)ción que de algún modo participa de la realidad de la que es imagen (cf. H. Kleinknecht, «Eikón», TDNT 2.388-90). Por consi(-)guiente, resulta preferible la lectura que la contrapone a «sombra». Los sacrificios anual(-)mente repetidos del día de la expiación eran incapaces de eliminar el pecado; simplemente prefiguraban el sacrificio de Jesús. 2. de ser ofrecidos: La repetición misma de los sacrifi(-)cios demuestra su impotencia. Si hubieran quitado los pecados, los que daban culto ya no habrían tenido conciencia de culpa, y los sa(-)crificios habrían cesado. El argumento es flo(-)jo y pasa por alto la objeción evidente de que esos sacrificios podrían haber expiado peca(-)dos pasados, pero nuevos pecados habrían re(-)querido ulteriores sacrificios. Se trata, sin em(-)bargo, de una mera exageración de algo que la fe del autor le asegura a éste que es verdad: el único sacrificio de Jesús ha traído la libera(-)ción de los pecados pasados (9,15), y por eso Jesús es siempre fuente de salvación (5,9); de(-)bido a su perfección, ya no resulta necesario ni posible otro sacrificio. 3-4. año tras año: Los sacrificios anuales de expiación traían a la «memoria» (anamnesis) los pecados pasados, pero no podían borrarlos. Esta declaración de incapacidad contradice la creencia expresada en Jub 5,17-18. Sin embargo, no parece que la «memoria» de los pecados signifique que el autor creyera que «los ritos cultuales traían realmente los pecados pasados al presente» (así Montefiore, Hebrews 165; de manera se(-)mejante J. Behm, «Anamnesis», TDNT 1.348-49). Para el concepto semítico de memoria, que se invoca a menudo a este respecto, véase W. Schottroff, «Gedenken» im alten Orient und im Alten Testament (Neukirchen 1964) 117-26.339-41. No está claro si el que «recuerda» los pecados es Dios o el oferente. La primera interpretación es la sugerida por 8,12, que ha(-)bla del tiempo de la nueva alianza, cuando Dios ya no recordará los pecados de su pueblo, y por la afirmación de Filón (De plant. 108) de que los sacrificios de los malvados «le traen a la memoria [a Dios]» sus pecados. Pero en ese caso el autor querría decir que todos los sacri(-)ficios, fueran ofrecidos por los arrepentidos o los impenitentes, sólo servían para recordar a Dios el pecado, y en realidad provocaban el castigo del oferente; en cambio el v. 4, lo mis(-)mo que otros textos de Heb, sólo habla de la ineficacia de estos sacrificios, y no de su ca(-)rácter positivamente perjudicial para el ofe(-)rente. es imposible que la sangre de toros y ca(-)bras quite los pecados: L. Goppelt dice de este juicio acerca del valor del culto sacrificial de Israel que «no podría haber sido más radical» (Theology [--> 42 supra] 2.256).
58 5-7. Las palabras de Sal 40,7-9a se atri(-)buyen en este pasaje al Hijo en su encarnación. La cita sigue en lo esencial a los LXX. En el v. 7b del salmo, el TM lee: «me has abierto oídos» (para oír y obedecer la voluntad de Dios). La mayoría de los mss. de los LXX contienen la lectura dada en Heb: «me has preparado un cuerpo». El significado del salmo es que Dios prefiere la obediencia al sacrificio; no es un re(-)chazo de los ritos, sino una declaración de su inferioridad relativa. Puesto que la obediencia de Jesús quedó expresada mediante la ofrenda voluntaria de su cuerpo (es decir, de sí mismo) en la muerte, la lectura del v. 7b en los LXX es especialmente aplicable a él, hasta el punto de que se ha llegado a pensar que dicha lectura tal vez fuera introducida en los LXX debido a la influencia de Heb (cf. Héring, Hebrews 88 n. 8).
8. sacrificios y oblaciones y holocaustos y sacri(-)ficios por el pecado: Estos términos empleados para designar los sacrificios probablemente pretenden abarcar los cuatro tipos principales: ofrendas de paz («sacrificios»), ofrendas de ce(-)reales («oblaciones»), holocaustos y sacrificios por el pecado. Estos últimos incluyen los sacri(-)ficios de reparación (cf. Lv 5,6-7, donde en el TM se intercambian los nombres de los dos). que se ofrecen conforme a la J^ey: Esto prepara para la declaración del v. 9 de que la ley ha que(-)dado anulada a este respecto. 9. luego dice: «He aquí que vengo a hacer tu voluntad». Abroga lo primero para establecer lo segundo: La prefe(-)rencia de Dios por la obediencia antes que por el sacrificio se interpreta como un rechazo de los sacrificios del AT y como una sustitución de éstos por la ofrenda de sí mismo hecha por Je(-)sús. 10. en virtud de esta voluntad hemos sido consagrados: «Esta voluntad» es la voluntad de Dios, cumplida por Cristo, que ofrece en su muerte el cuerpo que Dios «preparó» para él. La ofrenda del cuerpo de Jesús significa lo mismo que el derramamiento de su sangre; ambos expresan la ofrenda total de sí mismo realiza(-)da por Cristo.
59 11. todo sacerdote está en pie desempe(-)ñando sus funciones cada día: El hecho de que el autor hable en este momento de «todo sacerdote», y no del sumo sacerdote sólo, y de que se refiera a unas funciones sacerdotales desempeñadas cada día, indica que ya no está pensando en el día de la expiación, sino en to(-)dos los ritos sacrificiales del AT. 12. pero este hombre ofreció un solo sacrificio por los peca(-)dos y se sentó para siempre a la diestra de Dios: Las posturas contrapuestas de los sacerdotes judíos de pie y Cristo sentado se han invocado con frecuencia contra la opinión de que el sacrificio de Jesús perdura en el cielo (véase el comentario a 8,2-3). Pero hay que reconocer que las diferentes imágenes utilizadas en Heb para describir las funciones de Cristo se su(-)perponen parcialmente. En esta ocasión, co(-)mo en 8,1, que Jesús esté sentado hace refe(-)rencia a su entronización. El hecho de que esté sentado como rey se contrapone a la posi(-)ción de los sacerdotes del AT, que realizan en pie su labor sacrificial constantemente repeti(-)da. ¿Se pretende decir además que la labor sa(-)crificial propia de Jesús ha concluido? La res(-)puesta a esta pregunta depende de hasta qué punto se tome en serio la tipología previa del día de la expiación utilizada para describir el sacrificio de Jesús. Excluir que la actividad sa(-)crificial sacerdotal sea un aspecto esencial de la existencia celestial de Jesús es poner en tela de juicio la razón por la que el autor habría empleado esa tipología (así sucede, p.ej., con la opinión de W. Loader [véase Sohn und Hoherpriester (-->21 supra) 182-222] de que Heb sitúa el sacrificio expiatorio de Jesús sólo en la cruz y ve su sacerdocio celestial únicamente como intercesión por su pueblo). Pero si la ti(-)pología del día de la expiación ofrece una vi(-)sión del sacrificio de Jesús a la vez terrena y celestial, ¿se puede concebir este último como algo que se está siempre consumando? Para Heb, la eternidad es una cualidad de toda rea(-)lidad celestial. A este respecto se puede recor(-)dar un comentario de Filón que, siguiendo la distinción platónica de aión como eternidad intemporal y chronos como tiempo sucesivo del mundo terreno (Quod Deus imm. 32), dice: «El verdadero nombre de la eternidad es hoy» (De fuga et inv. 57). No se puede dudar de que la posición de sentado de Jesús es una alusión a Sal 110,1 (cf. 1,3; 8,1; 12,2). W. Stott lo compara con lo que David hizo al sentarse y orar ante el Señor (2 Sm 7,18), lo cual signifi(-)caría que Jesús está ahora «reclamando el cumplimiento de las promesas de la alianza a su descendencia» (NTS 9 [1962-63] 62-67). Pe(-)ro si el autor hubiera pretendido establecer esa comparación, resulta extraño que, pese a todo cuanto tiene que decir sobre la actividad celestial de Jesús, no haya ni una sola alusión inequívoca a ese texto de 2 Sm. 13. esperando: El tiempo que media entre la entronización de Jesús y la parusía se describe con una alusión a Sal 110,1 b. A diferencia de Pablo, el autor no indica quiénes son, a su entender, los enemi(-)gos que todavía han de quedar sometidos a Cristo (1 Cor 15,24-26). 14. mediante una sola oblación ha llevado a la perfección definitiva a los consagrados: Mediante la limpieza de sus conciencias para que puedan dar culto al Dios vivo (9,14), Jesús ha dado a sus seguidores ac(-)ceso al Padre; éstos participan de la consagra(-)ción sacerdotal de él (véase el comentario a 2,10-11). 15-17. Lo que se ha dicho queda aho(-)ra confirmado por el testimonio de la Escritu(-)ra («el Espíritu Santo»; véase el comentario a 3,7) . El texto citado es un pasaje de la profecía de Jr 31,31-34 relativa a la nueva alianza y usada ya en 8,8-12. Las dos citas son ligera(-)mente diferentes en los versículos en que coin(-)ciden, pero las variantes no afectan al signifi(-)cado. 18. donde hay perdón de estas cosas, ya no hay más oblación por el pecado: Esta con(-)clusión se saca de las últimas palabras de la profecía, donde se dice que Dios no recordará ya los pecados. No se recordarán ya porque habrán sido perdonados. Esto se ha cumplido mediante el sacrificio de Jesús; ahora ya no hay más oblación por el pecado. W. G. Johnsson se opone a la trad. de la palabra gr. aphesis por «perdón», pues sostiene que éste «es una categoría ajena al esquema conceptual de Hebreos» (ExpTim 89 [1977-78] 104-08; contra esto, véase L. Goppelt, Theology [-->42 supra] 2.57).

60 (b) Confianza, juicio, recordatorio del PASADO (10,19-39). 19. confianza para entrar en el santuario: cf. 3,6; 4,16; 6,19-20. 20. este ca(-)mino nuevo y vivo, abierto por él para nosotros: El gr. enkainizo, «abrir», también puede signi(-)ficar «inaugurar» o «dedicar» (cf. 9,18; 1 Re 8,63). a través del velo, es decir, de su carne: Vé(-)ase el comentario a 9,11. La carne de Cristo no es el medio para acceder al santuario, sino, co(-)mo el velo puesto delante del Santo de los san(-)tos, un obstáculo para la entrada en él (Kuss, Hebraer 155). Conviene advertir que el autor no habla del «cuerpo» de Cristo, sino de su «car(-)ne». Se ha de aceptar la opinión de E. Kásemann sobre el significado peyorativo de ésta (Wandering [-> 8 supra] 225-26); véanse tam(-)bién los comentarios a 2,14; 5,7; 9,13. Puede que haya relación entre este texto y la rasgadu(-)ra del velo del templo a la muerte de Cristo (Mc 15,38) . Para una interpretación diferente del versículo, véase O. Hofius, «Inkamation und Opfertod Jesu nach Hebr 10,19f», Der Ruf Jesu (Fest. J. Jeremías, ed. C. Burchard et al., Gotinga 1970) 132-41. 21. la casa de Dios: La co(-)munidad cristiana (cf. 3,6). 22. con corazones asperjados [limpios] de mala conciencia y cuer(-)pos lavados con agua pura: La aspersión es una denominación metafórica de la fuerza purificadora del sacrificio de Cristo. Mientras que la aspersión ritual judía hecha con agua lustral producía sólo una pureza exterior (9,13), quie(-)nes han sido asperjados con la sangre de Cris(-)to están limpios en lo tocante a la conciencia (9,14) . «Lavados con agua pura» probablemen(-)te hace referencia al bautismo (cf. 1 Cor 6,11; Tit 3,5). 23. la confesión de la esperanza: Esto probablemente denota la confesión hecha en el bautismo (véase el comentario a 3,1). 24. para estímulo mutuo de la caridad y las buenas obras: La mención de la caridad en este versículo tal vez se buscara para completar la tríada fe (v. 22), esperanza (v. 23) y caridad (así Westcott, Hebrews 322). 25. nuestra asamblea: Probable(-)mente, la reunión de la comunidad para el cul(-)to. Puede que el abandono de tales reuniones se debiera al temor a la persecución, pero es más probable que fuera simplemente una ma(-)nifestación más de ese decaimiento del fervor que rayaba casi en la apostasía y contra el cual arremete Heb. El autor ve la asamblea como una situación particularmente apropiada para la estimulación de la caridad y para el aliento mutuo, el día: La parusía; cf. Rom 13,12; 1 Cor 3,13.
61 26. si voluntariamente pecamos: Se ha(-)ce referencia al pecado de apostasía, como que(-)da claro por el v. 29 (cf. 3,12). Las reflexiones del autor sobre las consecuencias de ese peca(-)do se asemejan a 6,4-8. 28. si alguno abandona la ley de Moisés es condenado a muerte sin com(-)pasión, por la declaración de dos o tres testigos: El «abandono» de la ley en el que se piensa no es, evidentemente, cualquier pecado contra ella, sino la idolatría, por la cual se imponía la pena de muerte, siempre y cuando pudieran dar testimonio de ella dos o tres testigos (Dt 17,2-7). 32. tras haber sido iluminados: Véase el comentario a 6,4. Es difícil determinar de qué persecución habla el autor aquí y en los vv. 33-34 (--> 5 supra). 37-38. En este punto, el autor cita un texto del AT para apoyar lo que acaba de decir. Utiliza Hab 2,3-4 introduciéndolo me(-)diante una breve cita de Is 26,20, «un poco, muy poco tiempo». La cita de Hab es casi idén(-)tica al texto del códice Alejandrino de los LXX, pero el autor invierte el primer verso y el se(-)gundo del v. 4. «El que ha de venir» es Jesús; su venida es la parusía, que ahora es sólo cuestión de «un poco, muy poco tiempo». Mientras tan(-)to, el justo debe vivir por la fe, aguardando el regreso de Cristo. Si pierde la fe y se echa atrás, incurrirá en el desagrado de Dios. El texto de Hab fue usado en Qumrán en referencia a la li(-)beración de quienes tenían fe en el Maestro de justicia (lQpHab 8,1-3) y fue utilizado por Pa(-)blo como argumento del AT en favor de la jus(-)tificación por la fe y no por las obras (Rom 1, 17; Gál 3,11). No existe certeza sobre el mo(-)do en que el autor entiende la palabra «fe» (gr. pistis) en su cita del texto de Hab (véase J. A. Fitzmyer, TAG 235-246). Puede que quiera de(-)cir «fidelidad», pero a la vista de lo que dice so(-)bre la pistis en el capítulo siguiente, «fidelidad» no puede ser aquí su único ni tampoco su prin(-)cipal significado. 39. tenemos fe y poseeremos la vida: Como en 6,9-12, tras una advertencia el autor pronuncia unas palabras de aliento.

Nuevo Comentario Bíblico Siglo XXI (Editorial Mundo Hispano, 2019)



Los beneficios del nuevo pacto

Cuando la sección doctrinal central de Heb. se acerca al fin, el autor continúa explicando los beneficios del nuevo pacto. Una vez más, bosqueja con fuerza las limitaciones de la ley y sus provisiones para acercarse a Dios (vv. 1-4). El Sal. 40:6-8 se usa, entonces, para establecer que todo el sistema de sacrificios es reemplazado por la perfecta obediencia de Cristo en darse a sí mismo (vv. 5-10). En contraste con los sacerdotes del antiguo pacto, que se colocaban todos los días ante el altar para ofrecer los mismos sacrificios que nunca pueden quitar los pecados, Jesús está sentado a la diestra de Dios, su obra de sacrificio cumplida (vv. 11-14). El resultado de esto para los creyentes es que hemos sido santificados y ha perfeccionado para siempre a los santificados. Estos términos se usan para describir el tipo de relación con Dios predicha por Jer. 31:33, 34. El autor cita estos versículos en forma abreviada (vv. 15-18) para señalar que el argumento comenzado en el cap. 8 ha llegado a su fin. Puesto que el sacrificio de Cristo es tan eficaz, no hay necesidad de que se haga otro por el pecado. El perdón prometido por Jeremías está disponible, haciendo posible la renovación del corazón y la mente que es fundamental para el nuevo pacto.

1, 2 Cuando el autor describe la ley de Moisés como sólo la sombra de los bienes venideros, quiere decir que anunció con anterioridad las bendiciones del nuevo pacto que Jesús traería. El ritual de la ley señalaba hacia la necesidad de las realidades definitivas del ministerio de Cristo como sumo sacerdocio. Hay un sentido en el cual aún esperamos disfrutar la salvación completa que ha sido alcanzada para nosotros (9:28; cf. 13:14). Sin embargo, muchos de sus beneficios pueden ser experimentados por adelantado (p. ej. 9:14; 10:19-25). Lo inadecuado del ritual del AT se destaca por el hecho de que los mismos sacrificios se ofrecían continuamente de año en año. Como se hace notar en 7:11, 19 y 9:9, la ley nunca pudo hacer perfectos a los que se acercan a Dios de esa manera. El perfeccionamiento de los creyentes tiene que ver con la limpieza de sus conciencias de la culpa del pecado, de modo que puedan estar plenamente consagrados a Dios y a su servicio (ver notas sobre 10:10 y 10:14). Si los sacrificios del primer pacto han logrado su fin, ¿habrían dejado de ser ofrecidos? Sin embargo, los adoradores continuaron teniendo (lit.) una conciencia de pecado (DHH, se sentirían culpables; cf. 9:9). No fueron limpiados de una vez para siempre, como se puede estar por medio de la confianza en la efectividad del sacrificio de Jesús (cf. 9:14; 10:17, 18).

3, 4 Aunque el ritual del día de la expiación aseguraba a Israel que el Señor podía perdonar los pecados, la ceremonia tenía que repetirse año tras año. El efecto de esto era que cada año se hace memoria de estos pecados, recordando que el pecado es un impedimento a la comunión con Dios y trae su juicio. En contraste, Dios mismo promete que bajo el nuevo pacto yo perdonaré su iniquidad y no me acordaré más de sus pecados (Jer. 31:34; cf. v. 17). No hubo una acción decisiva contra el pecado hasta que Jesús murió en la cruz, porque la sangre de los toros y los machos cabríos no puede quitar los pecados. Dios requirió los sacrificios de animales para enseñar a Israel a esperar de él la limpieza, y para mostrar la necesidad de pagar el castigo por el pecado (cf. Lev. 17; 11). Pero fue el destino del Mesías de pagar esa pena por medio de su muerte y así proveer la salvación, aun para aquellos que pecaron en tiempos del AT (cf. 9:15).

5-10 Las palabras del Sal. 40:6-8 son atribuidas a Cristo cuando entró en el mundo, porque alcanzaron un cumplimiento completo en su vida. El salmista David fue más lejos que muchos otros autores del AT al enfatizar la ineficacia de los sacrificios en sí mismos como para agradar a Dios. Los cuatro términos técnicos que usa -sacrificio, ofrenda, holocaustos y sacrificios por el pecado-describen los distintos tipos de sacrificio ordenados por la ley. Pero todo el sistema estaba diseñado para alentar y hacer posible la disposición de darse a sí mismos de parte del pueblo de Dios, como es indicado por las palabras: ¡Heme aquí para hacer, oh Dios, tu voluntad! En el cuerpo que fue preparado para el Hijo de Dios, él vivió una vida de perfecta obediencia al Padre, culminando con su muerte como un sacrificio sin mancha (cf. 9:14). Vino para hacer a un lado el sistema antiguo de sacrificios y lograr la obediencia a Dios que siempre fue la intención detrás de los rituales. Encontró la voluntad de Dios expresada en la Escritura (en el rollo del libro está escrito de mí) y es en esa voluntad que somos santificados, mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre. Su sacrificio definitivo (v. 10) produce una limpieza definitiva del pecado que la ley no podía proveer (v. 2). Esa limpieza hace posible una consagración definitiva o santificación de los creyentes a Dios, lo que es el significado de la expresión somos santificados (gr. hegiasmenoi esmen, en tiempo perfecto; BA, hemos sido santificados). De ese modo, el autor sugiere el cumplimiento de la promesa que Dios escribiría sus leyes en sus corazones y en sus mentes (v. 16; Jer. 31:33). Tal dedicación a Dios y a su servicio la alcanza Jesucristo para nosotros, en cuyo corazón la obediencia se expresó perfectamente.

11-14 Algunas de las ideas expresadas en 9:25-28 y en 10:1-4 se afirman nuevamente aquí. Los sacerdotes del judaísmo participaban de los deberes religiosos diarios, lo que incluía el ofrecer muchas veces los mismos sacrificios que nunca pueden quitar los pecados. Pero Jesús ofreció un solo sacrificio por los pecados, efectivo para siempre. Este contraste es reforzado por el cuadro del sacerdote levítico que se ha presentado ante el altar, ofreciendo reiterados sacrificios, y Jesús que se sentó para siempre a la diestra de Dios, porque su obra de sacrificio estaba completa. Como en Sal. 110, el Mesías en su papel bondadoso se combina con la función sacerdotal, así como su entronización celestial significa que él también está esperando de allí en adelante que sus enemigos sean puestos como estrado de sus pies (cf. 110:1). Esto anticipa la enseñanza de los vv. 26-31, donde se revela que el juicio venidero ha de devorar a sus adversarios. Pero la implicación positiva de la entronización de Cristo es que con una sola ofrenda ha perfeccionado para siempre a los santificados (v. 14). Como se ha notado antes, el perfeccionamiento de los creyentes implica su calificación para acercarse a Dios o el capacitarlos para gozar de la certeza de una relación de nuevo pacto con Dios (cf. 7:11, 12, 19; 9:9; 10:1; 11:40; 12:23). Esto significa, en esencia, el perdón de los pecados y la limpieza de conciencia, haciendo posible la consagración a Dios de los que son santificados (ver nota sobre el v. 10) y finalmente su participación en la herencia eterna prometida (cf. 9:15).

15-18 El Espíritu Santo que inspiró a los profetas, continúa hablando a través de sus escritos a los creyentes en todas las generaciones (cf. 3:7). Por medio de la profecía de Jer. 31:33, 34 (que aquí se cita en forma abreviada), el Espíritu Santo nos da testimonio específicamente sobre las cosas mencionadas en los versículos anteriores. La promesa de Jeremías de un perdón definitivo de los pecados indica que llegaría un tiempo cuando ya no habría más ofrenda por el pecado. Pero, estrechamente relacionada con esto, se encuentra la promesa de corazones y mentes renovados, ayudando así a definir la perfección y la santificación sobre lo cual ha estado hablando el autor (10:14).

King James Version (KJVO) (1611)



Chapter X.

1 The weakenesse of the Law sacrifices. 10 The sacrifice of Christs body once offered, 14 for euer, hath taken away sinnes. 19 An exhortation to hold fast the faith, with patience and thankesgiuing.
1 For the Law hauing a shadow of good things to come, and not the very Image of the things, can neuer with those sacrifices which they offered yeere by yeere continually, make the commers thereunto perfect:
2 For then would they not haue ceased to be offered, because that the worshippers once purged, should haue had no more conscience of sinnes?
3 But in those sacrifices there is a remembrance againe made of sinnes euery yeere.
4 For it is not possible that the blood of Bulles and of Goats, should take away sinnes.
5 Wherefore when hee commeth into the world, he saith, Sacrifice and offering thou wouldest not, but a body hast thou [ Or, thou hast fitted me.] prepared mee:
6 In burnt offerings, and sacrifices for sinne thou hast had no pleasure:
7 Then said I, Loe, I come. (In the volume of the booke it is written of me) to doe thy will, O God.
8 Aboue when hee said, Sacrifice, and offering, and burnt offerings, and offering for sinne thou wouldest not, neither hadst pleasure therein, which are offered by the Law:
9 Then said he, Loe, I come to doe thy will (O God:) He taketh away the first, that he may establish the second.
10 By the which will wee are sanctified, through the offering of the body of Iesus Christ once for all.
11 And euery Priest standeth dayly ministring and offering oftentimes the same sacrifices which can neuer take away sinnes.

[The liuing way.]

12 But this man after he had offered one sacrifice for sinnes for euer, sate downe on the right hand of God,
13 From henceforth expecting till his enemies be made his footstoole.
14 For by one offering hee hath perfected for euer them that are sanctified.
15 Whereof the holy Ghost also is a witnesse to vs: for after that he had said before,
16 This is the Couenant that I wil make with them after those dayes, saith the Lord: I will [ Jer_31:33 .] put my Lawes into their hearts, and in their mindes will I write them:
17 And their sinnes and iniquities will I remember no more.
18 Now, where remission of these is, there is no more offering for sinne.
19 Hauing therefore, brethren, [ Or, libertie.] boldnesse to enter into the Holiest by the blood of Iesus,
20 By a new and liuing way which hee hath [ Or, new made.] consecrated for vs, through the vaile, that is to say, His flesh:
21 And hauing an high Priest ouer the house of God:
22 Let vs drawe neere with a true heart in full assurance of faith, hauing our hearts sprinkled from an euill conscience, and our bodies washed with pure water.
23 Let vs hold fast the profession of our faith without wauering (for he is faithfull that promised)
24 And let vs consider one another to prouoke vnto loue, and to good workes:
25 Not forsaking the assembling of our selues together, as the manner of some is: but exhorting one another, and so much the more, as ye see the day approching.
26 For if we sinne wilfully after that we haue receiued the knowledge of the trueth, there remaineth no more sacrifice for sinnes,
27 But a certaine fearefull looking for of iudgement, and fiery indignation, which shall deuoure the aduersaries.
28 Hee that despised Moses Lawe, died without mercy, vnder two or three witnesses.
29 Of how much sorer punishment suppose ye, shall hee be thought worthy, who hath troden vnder foote ye Sonne of God, and hath counted the blood of the couenant wherwith he was sanctified, an vnholy thing, and hath done despite

[Of Faith.]

vnto the spirit of grace?
30 For we know him that hath said, [ Deu_32:35 ; Rom_12:19 .] Uengeance belongeth vnto me, I wil recompence, saith the Lord: and again, The Lord shall iudge his people.
31 It is a fearefull thing to fall into the hands of the liuing God.
32 But call to remembrance the former dayes, in which after yee were illuminated, ye indured a great fight of afflictions:
33 Partly whilest ye were made a gazing stocke both by reproches & afflictions, and partly whilest ye became companions of them that were so vsed.
34 For yee had compassion of me in my bonds, and tooke ioyfully the spoyling of your goods, knowing in your selues that yee haue in heauen a better and an induring substance.
35 Cast not away therfore your confidence which hath great recompense of reward.
36 For ye haue need of patience, that shall after ye haue done the will of God ye might receiue the promise.
37 For yet a litle while, and he that shall come will come, and will not tary.
38 Now the iust shall liue by faith: but if any man drawe backe, my soule shall haue no pleasure in him.
39 But wee are not of them who draw backe vnto perdition: but of them that beleeue, to the sauing of the soule.

La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

Eficacia del sacrificio de Cristo y el sacerdocio de los creyentes. El predicador da un paso más al afirmar que en el mismo sacrificio que consagra a Cristo como sacerdote (cfr. 5,9), nosotros también «quedamos consagrados por la ofrenda del cuerpo de Jesucristo, hecha de una vez para siempre» (10). O lo que es lo mismo, el sacerdocio de Cristo nos hace a todos los creyentes sacerdotes como Él, al darnos la posibilidad de ofrecer nuestras vidas de amor y de servicio a Dios y a nuestros hermanos como verdadero sacrificio agradable a Dios. Así quedamos incorporados al sacrificio de Cristo. Esto es lo que queremos decir cuando afirmamos que somos miembros del Cuerpo de Cristo.
Los sacrificios de la antigua alianza, repetidos periódicamente, no podían realizar esta maravillosa transformación, «nunca puede hacer perfectos a los que se acercan» (1) a Dios. El predicador da la razón: eran víctimas animales, externas a los hombres y las mujeres por quienes se ofrecían, no implicaban existencialmente a las personas mismas en su relación con Dios. De hecho, Dios había mostrado a lo largo de la historia del pueblo judío su indignación ante semejantes ofrendas: «estoy harto de holocaustos de carneros... la sangre de novillos, corderos... no me agrada» (Isa_1:11), «porque quiero lealtad, no sacrificios» (Ose_6:6). Dios no se fija en los sacrificios, sino en la actitud profunda de la persona que los ofrece, quien con su vida misma trata de obedecerle y serle fiel. Así es como el predicador se refiere a la vida del cristiano entendida como sacerdocio: una vida entregada al cumplimiento de la voluntad de Dios.
Ésta fue la actitud de Cristo «al entrar en el mundo» (5), continúa el predicador, poniendo en boca del mismo Cristo las palabras de Sal_40:7s: «No quisiste sacrificios... pero me formaste un cuerpo... Aquí estoy, he venido para cumplir, oh Dios, tu voluntad» (5-7). Una vez consumada la voluntad de Dios a lo largo de toda una vida entregada hasta la muerte en amor solidario con los pecadores y marginados, Cristo «se sentó para siempre», por su resurrección, «a la derecha de Dios» (12). El verbo «sentarse» que usa el predicador no tiene nada de pasivo, sino todo lo contrario, pues Cristo sigue actuando por medio del Espíritu Santo: «Ésta es la alianza que haré con ellos... pondré mis leyes en su corazón y las escribiré en su conciencia» (16), y «me olvidaré de sus pecados y delitos» (17). Es decir, nos hará capaces de ofrecer nuestras vidas a Dios como sacrificio existencial de obediencia a su voluntad, como sacerdotes que participan de su mismo sacerdocio. Es así como el apóstol Pablo ve la entera vida del cristiano: como «sacrificio vivo, santo, aceptable a Dios: éste es el verdadero culto» (Rom_12:1); el apóstol Pedro llamará a la comunidad cristiana «sacerdocio real, nación santa y pueblo adquirido» (1Pe_2:9).
Este «sacerdocio de los fieles», con todas sus consecuencias, ha sido redescubierto por el Concilio Vaticano II. Todos los creyentes, sin distinción y en virtud del bautismo recibido, somos sacerdotes; nuestra función sacerdotal es ofrecer nuestras vidas al servicio de Dios y de nuestros hermanos. Es este sacerdocio común de todos el que da sentido al ministerio ordenado -obispos, presbíteros y diáconos-, instituido por Jesucristo para estar al servicio de la comunidad sacerdotal formada por todos los cristianos. El alcance de este redescubrimiento está revolucionando poco a poco la vida de la Iglesia, convirtiendo a la hasta ahora masa silenciosa y pasiva del laicado en protagonistas, por derecho propio, en todo lo que concierne a la misión de la Iglesia en el mundo, en comunión de corresponsabilidad, no de obediencia ciega, con la jerarquía eclesial.

Comentario al Nuevo Testamento (EUNSA, 2008)

Compara de nuevo los sacrificios del Antiguo Testamento con el sacrificio de Cristo (cfr 7,27; 9,9-10.12-14), considerándolos ahora bajo el aspecto de su eficacia. Con unos textos del Antiguo Testamento se muestra cómo el sacrificio del Mesías es superior a los sacrificios de la Antigua Ley. Éstos tenían que reiterarse y no podían borrar los pecados (v. 11). En cambio, el sacrificio de Cristo es único y perfecto (vv. 12-14).

La Santa Misa es la renovación de este único sacrificio de Cristo, pero no reiteración al modo de los antiguos sacrificios: «El sacrificio de Cristo y el sacrificio de la Eucaristía son, pues, un único sacrificio: Es una y la misma víctima, que se ofrece ahora por el ministerio de los sacerdotes, que se ofreció a sí misma entonces sobre la cruz; sólo difiere la manera de ofrecer (C. de Trento: DS 1743): Y puesto que en este divino sacrificio que se realiza en la Misa, se contiene e inmola incruentamente el mismo Cristo que en el altar de la cruz se ofreció a sí mismo una vez de modo cruento; ... este sacrificio [es] verdaderamente propiciatorio (ibid.)» (CCE 1367). (v. 5 el texto hebreo lee «me has formado oídos abiertos, me has abierto oídos» indicando la prontitud en oír, la docilidad y obediencia a Dios pronta que Dios le ha preparado. Sin embargo, la mayoría de los códices (LXX) lee sîma. Traducen «èt...a» (oídos) las versiones de Aquila, Símmaco, Teodoción. Es fácil la confusión de una letra con la otra tratándose de letras unciales (qelhsaS WTIA SWMA). Pero aquí no cabe duda que el texto griego de Heb lee y escribe «sîma», es el cuerpo de Cristo el que ha preparado Dios).


Libro del Pueblo de Dios (San Pablo, 1990)



5-7. Sal. 40. 7-g (texto griego).

12-13. Sal_110:1.

16-17. Jer_31:33-34

21. Zac_6:11-12.

27. Isa_26:11

28. Deu_17:6

29. Exo_24:8

30. Deut. 32 35-36

37. Isa_26:20 (texto griego).

38. Hab_2:3-4 (texto griego). Ver Rom_1:17; Gal_3:11

Nueva Biblia de Jerusalén (1998) - referencias, notas e introducciones a los libros


REFERENCIAS CRUZADAS

[1] Jua_17:19; Heb_9:14; Heb_9:28; Heb_10:12, Heb_10:14; Efe_5:2; Heb_7:27+

Nueva Biblia de Jerusalén (Desclée, 1998)


REFERENCIAS CRUZADAS

[1] Jua_17:19; Heb_9:14; Heb_9:28; Heb_10:12, Heb_10:14; Efe_5:2; Heb_7:27+

Biblia Peshitta en Español (Holman, 2015)

a Jua 6:51; Heb 2:14; Heb 5:7; 1Pe 2:24

Torres Amat (1825)



[5] Sal 40 (39), 7.

[10] Del Padre eterno, cumplida por Jesucristo.

[20] Por su carne, dividida y sacrificada, que recibida en la Eucaristía, o espiritualmente por medio de la fe, nos conduce a la vida eterna.

[25] El día del juicio, que comenzará en la muerte de cada uno.

[28] Deut 17, 6; Mat 26, 28.

[30] Deut 32, 35.

[31] Ya no como Padre misericordioso, sino como Juez inexorable.

[36] La promesa hecha a los que perseveran.

[38] Hab 2, 4.

Dios Habla Hoy (Sociedades Bíblicas Unidas, 1996)



Dios Habla Hoy 1996 Notes:



[1] 10.5-7 Sal 40.6-8 (gr.).

[2] 10.9 Cf. Mt 26.39,42; Jn 4.34; 5.30; 6.38-40.

[3] 10.16-17 Jer 31.33-34 (cf. Heb 8.8-12).

[4] 10.25 Día del Señor: Cf. Ez 30.3; Am 5.18; Hch 2.20; 1 Ts 5.2.

[5] 10.28 Dt 17.2-6; 19.15.

[6] 10.30 Dt 32.35-36.

[7] 10.37-38 Hab 2.3-4 (gr.).

Sagrada Biblia (Bover-Cantera, 1957)



SANTIFICADOS…DE UNA VEZ PARA SIEMPRE: no quiere decir el Apóstol que la muerte del Redentor, sin más, santificó personalmente a cada uno de los hombres, sino que es el principio único de la santificación de todos los hombres.

Biblia Hispano Americana (Sociedad Bíblica Española, 2014)

Heb 9:26.

Greek Bible (Septuagint Alt. Versions + SBLGNT Apparatus)

ἐσμὲν WH Treg NA28 ] + οἱ RP