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Llegados a Jerusalén fueron recibidos por la comunidad, los apóstoles y los ancianos, y les contaron lo que Dios había hecho por su medio. (Hechos 15, 4) © La Biblia de Nuestro Pueblo (2006)

Biblia Comentada, Profesores de Salamanca (BAC, 1965)



El problema de la obligación de la Ley, 15:1-2.
1 Algunos que habían bajado de Jerusalén enseñaban a los hermanos: Si no os circuncidáis conforme a la Ley de Moisés, no podéis ser salvos. 2 Con esto se produjo una agitación y disputa no pequeña, levantándose Pablo y Bernabé contra ellos.

Parece que esos bajados de Jerusalén (v.1), que así logran turbar la paz de la iglesia de Antioquía (v.2), se presentaban como enviados de los apóstoles, pues éstos, una vez enterados de lo sucedido en Antioquía, se creen en la obligación de decir que no tenían comisión alguna suya (cf. v.24). Sus afirmaciones eran tajantes: Si no os circuncidáis conforme a la Ley de Moisés, no podéis ser salvos (v.1), o lo que es lo mismo, para poder participar de la salud traída por Cristo hay que incorporarse antes a Moisés, practicando la circuncisión y observando la Ley. El pacto de Dios con Abraham, del que los judíos se mostraban tan orgullosos (cf. Mat_3:9; Jua_8:33), no podía ser abolido, puesto que las promesas de Dios no pueden fallar. Estaba muy bien la fe en Cristo, pero había que pasar por Moisés. ¿No había dicho el mismo Jesús bueno había venido a abrogar la Ley, sino a cumplirla? (cf. Mat_5:17-18).
Estas y otras razones aducirían sin duda esos defensores de la obligatoriedad de la Ley. Como ellos, más o menos abiertamente, pensaban muchos de los fieles procedentes del judaísmo. Ya con el caso de Cornelio habían surgido murmuraciones y descontento (cf. 11:2-3), Pero hubieron de aquietarse ante la afirmación de Pedro de que era una orden expresa de Dios (cf. 11:17-18). Ese fermento latente sale ahora a la superficie ante la dimensión que iban tomando las cosas con el rumbo que habían dado a su predicación Pablo y Bernabé, admitiendo en masa a los gentiles, primeramente en Antioquía (cf. 11:22-26), y, luego, a través de Asia Menor (cf. 13:4-14:25).
La reacción de los antioquenos frente a las exigencias de los que habían bajado de la iglesia madre de Jerusalén fue muy viva: una agitación y disputa no pequeña (v.2). Era el choque entre un mundo viejo y otro nuevo, que proporcionará no pocas persecuciones y disgustos a Pablo. La cuestión era muy grave y podía comprometer la futura propagación de la Iglesia, pues difícilmente el mundo se hubiera hecho judío, aceptando las prácticas mosaicas, máxime la circuncisión.




El concilio de Jerusalén.
L a respuesta, si damos fe a los relatos de Lucas, la van a dar los Apóstoles en el que se ha dado en llamar concilio o asamblea de Jerusalén. Sin embargo, antes de pasar a la exégesis de estos relatos, igual que hicimos para el relato de la conversión de Saulo, necesitamos también aquí referirnos al problema literario de la narración 127.
Tenemos un punto de partida: la comparación con Gal_2:1-14. En efecto, todo da la impresión de que en ambos lugares se está aludiendo al mismo hecho fundamental: en ambos aparecen los mismos personajes, Pablo y Bernabé, que han subido a Jerusalén para tratar con los apóstoles la obligatoriedad de las prescripciones mosaicas, y en ambos también se consigna el mismo resultado, o sea, el triunfo de la tesis de Pablo (cf. Hec_15:10.19; Gal_2:7-9). Sin embargo, hay ciertas diferencias, que no pueden menos de llamar la atención: mientras que Pablo da a entender que es el segundo viaje que hace a Jerusalén después de su conversión (Gal_1:18; Gal_2:1), Lucas deja entender que es el tercero (cf. 9:25-26; 11:29-30; 15:2-4); igualmente, mientras que Pablo distingue dos controversias, la de Jerusalén sobre la obligatoriedad de la Ley para los gentiles convertidos (Gal_2:1-10) y la de Antioquía sobre relaciones entre judío-cristianos y étnico-cristianos en cuestión de alimentos (Gal_2:11-14), Lucas mezcla ambas cosas en un único decreto dado en Jerusalén (Gal_15:23-29); asimismo, mientras que Pablo dice que sube a Jerusalén en virtud de una revelación (Gal_2:2), Lucas da a entender que sube, junto con Bernabé, comisionados por la iglesia de Antioquía (Gal_15:2). Existen, además, otras anomalías en el relato de Lucas, como la de presentar la asamblea de Jerusalén, de una parte, como reservada a los dirigentes (Gal_15:6), y de otra, como reunión pública (Gal_15:12-22); asimismo, la de hacer dos veces referencia a los informes dados por Pablo y Bernabé (Gal_15:4.12), así como a la ofensiva por parte de los judaizantes (Gal_15:1.5) y a la discusión que sigue a esa ofensiva (Gal_15:2-7). Ni debemos silenciar que Pablo, al aludir en sus cartas a problemas análogos a los resueltos en el concilio de Jerusalén, da la impresión de que ignora ese decreto (cf. Gal_2:1-14; 1 Cor 8:1-10:33; Rom_14:1-33), señal clara de que Pablo no estaba presente cuando se dio.
Todo esto exige una explicación. ¿No será que Lucas recoge noticias de diversas fuentes y forma un relato seguido, sin que se preocupe de la realidad histórica, guiado más bien por motivos de tipo teológico?
Tal es la respuesta que suelen dar los críticos, aunque en la determinación de cuáles pudieran ser esas fuentes no siempre, como es obvio, haya entre ellos coincidencia. Frecuentemente suelen hablar de tres fuentes: palabras de Pedro (cf. 15:5-12), palabras de Santiago (cf. 15:13-22) y decreto apostólico (cf. 15:23-29). A base de estas fuentes y de las adaptaciones convenientes, Lucas habría compuesto su relato, que enmarcó dentro de este otro documento más amplio o diario de viaje, a que ya aludimos en la introducción, y del que hay claras huellas en los capítulos 13-14. A este diario de viaje pertenecerían probablemente los v.1-4.13.19.21-22.30-44 128.
En efecto, en orden a la conciliación con Pablo, tengamos en cuenta que Pablo habla como abogado que defiende su propia causa en este caso, su independencia apostólica, aunque de acuerdo con los demás apóstoles doctrinalmente y elige aquellos hechos que más interesan a su propósito. Así se explica que no cite el decreto apostólico conservado por Lucas (15:23-29), pues la última parte de ese decreto apostólico prohibiendo el uso de idolotitos, sangre, ahogado, fornicación, podría resultar en su caso contraproducente, a menos de añadir una larga y fatigosa explicación que no tenía por qué verse obligado a añadir. Le bastaba con indicar lo esencial: Ni Tito fue obligado a circuncidarse.., nos dieron la mano en señal de comunión. Algo parecido puede decirse de la noticia que nos da, de que subió a Jerusalén conforme a una revelación (Gal_2:2), cosa que no se opone a lo que dice Lucas, de que iba comisionado por la comunidad de Antioquía. Ambas cosas son compatibles. Si Pablo se fija en lo de la revelación, es probablemente para que no deduzcan sus adversarios que no estaba seguro de la rectitud de proceder. Ni hay por qué suponer que Lucas mezcla y confunde en un único decreto dos temas que habrían sido discutidos independientemente, el uno en Jerusalén y el otro en Antioquía; el caso de la disputa con Pedro en Antioquía es cosa distinta, y forma un episodio aparte, del que Lucas no dice nada.

Comisionados por la iglesia de Antioquía, Pablo y Bernabé suben a Jerusalén,Gal_15:2-5.
2 Al cabo determinaron que subieran Pablo y Bernabé a Jerusalén, acompañados de algunos otros de entre ellos, a los apóstoles y presbíteros, para consultarlos sobre esto. 3 Ellos, despedidos por la iglesia, atravesaron la Fenicia y Samaría, contando la conversión de los gentiles y causando grande gozo a todos los hermanos. 4 A su llegada a Jerusalén fueron acogidos por la iglesia y por los apóstoles y presbíteros, y les contaron cuanto había hecho Dios con ellos. 5 Pero se levantaron algunos de la secta de los fariseos que habían creído, los cuales decían: Es preciso que se circunciden y mandarles guardar la Ley de Moisés.

Visto como se pusieron las cosas en Antioquía (v.1-2), es natural que se terminara por enviar comisionados a la iglesia de Jerusalén. La cuestión era de tal naturaleza que estaba pidiendo una intervención de las autoridades supremas. Se comisionó a Pablo y a Bernabé, acompañados de algunos otros de entre ellos, para que subiesen a Jerusalén y consultasen a los apóstoles y presbíteros (v.2). Estos presbíteros han sido ya mencionados en 11:30, y, como entonces hicimos notar, debían formar una especie de senado o colegio que asistía a los apóstoles en el gobierno de la comunidad.
El viaje de Pablo y Bernabé a través de Fenicia y Samaría tuvo algo de triunfal, contando la conversión de los gentiles y causando grande gozo a todos los hermanos (v.3). Se ve que estas comunidades de Fenicia y Samaría no participaban de las ideas judaizantes de los que habían bajado de Jerusalén y turbado la paz en Antioquía. Llegados a Jerusalén, fueron recibidos por la comunidad con particular deferencia, asistiendo los apóstoles y presbíteros (v.4). Era ésta una reunión de recibimiento y saludo, y en ella Pablo y Bernabé cuentan cuanto había hecho Dios con ellos, es decir, los excelentes resultados de su predicación en Antioquía y a través de Asia Menor. Dan cuenta también, como es obvio, de la finalidad específica por la que habían subido a Jerusalén, o sea, la cuestión de si debían imponerse o no las observancias mosaicas a los gentiles hechos cristianos. Allí mismo algunos judío-cristianos, procedentes de la secta de los fariseos no sabemos si son los mismos o distintos de los que habían bajado a Antioquía , se levantan para defender la obligatoriedad de tales observancias (v.5); pero la cuestión fue aplazada para ser examinada más detenidamente en una reunión posterior.

Reunión de la iglesia de Jerusalén y discurso de Pedro, 15:6-12.
6 Se reunieron los apóstoles y los presbíteros para examinar este asunto. 7 Después de una larga discusión, se levantó Pedro y les dijo: Hermanos, vosotros sabéis cómo, de mucho tiempo ha, Dios me escogió en medio de vosotros para que por mi boca oyesen los gentiles la palabra del Evangelio y creyesen. 8 Dios, que conoce los corazones, ha testificado en su favor, dándoles el Espíritu Santo igual que a nosotros 9 y no haciendo diferencia alguna entre nosotros y ellos, purificando con la fe su corazones.10 Ahora, pues, ¿por qué tentáis a Dios queriendo imponer sobre el cuello de los discípulos un yugo que ni nuestros padres ni nosotros fuimos capaces de soportar? 11 Pero por la gracia del Señor Jesucristo creemos ser salvos nosotros, lo mismo que ellos. 12 Toda la muchedumbre calló, y escuchaba a Bernabé y a Pablo, que referían cuantas señales y prodigios había hecho Dios entre los gentiles por medio de ellos.

Es evidente que la reunión en que Pedro pronuncia su discurso es una reunión pública, a la que asisten también los fieles (cf. v.12 y 22). Lo que no está tan claro es si antes de esa reunión hubo otra reunión privada de sólo los apóstoles y presbíteros. Es lo que algunos quieren deducir del v.6, en que se habla de que se reunieron los apóstoles y presbíteros, sin aludir para nada a la comunidad de los fieles. Y encuentran una confirmación en Gal_2:2-7, donde San Pablo dice que expuso su evangelio en particular (êáô éäßáí) a los que figuraban.., los cuales nada le impusieron.
Desde luego, es obvio suponer que, durante los días que Pablo y Bernabé estuvieron en Jerusalén, no una, sino varias veces hablarían en particular con los apóstoles acerca del tema de la Ley mosaica; y eso basta para explicar el en particular a los que figuraban de Gal_2:2. Pero de ahí no se sigue que hayamos de suponer una reunión privada de sólo los apóstoles y presbíteros, preliminar a la sesión pública; más bien creemos que ya desde el v.6 se habla de la misma reunión pública, como aconseja la lectura sin prejuicios del texto bíblico. Si se alude de modo especial a los apóstoles (Gal_2:6-10) o a los apóstoles y presbíteros (v.6), es porque, en resumidas cuentas, son ellos los que han de resolver el asunto (cf. v.23) y a los que, en realidad, habían sido enviados Pablo y Bernabé (cf. v.2). La multitud, aunque asista, se deja de lado, y sólo se alude a ella cuando interviene (cf. v.12.22).
En esa reunión pública se produjo una larga discusión (v.6), y es de creer que la voz cantante la llevarían los judío-cristianos del v.5, por un lado, y Pablo y Bernabé, por el otro, con la consiguiente división entre los fieles asistentes. Al fin, se levanta a hablar Pedro, quien había dejado Jerusalén con ocasión de la persecución de Herodes (cf. 12:17), pero por este tiempo, según vemos, estaba de vuelta en la ciudad.
El discurso de Pedro, que sólo nos ha llegado en resumen esquemático, parte del hecho de la conversión de Cornelio (v.7-9), deduciendo que allí quedó ya claramente manifestada la voluntad de Dios respecto del ingreso de los gentiles en la Iglesia, y que sería tentarle tratar de exigir a éstos ahora las prescripciones mosaicas, yugo pesadísimo que ni los mismos judíos eran capaces de soportar (v.10). Y aún va más lejos, añadiendo que no sólo los gentiles, sino incluso los judíos que se convierten, se salvan por la gracia de Jesucristo y no por la observancia de la Ley (v.11), expresión que parecería ser de San Pablo (cf. Rom_3:24; Gal_2:16; Efe_2:8-9). La idea de la Ley como yugo pesado, que ningún judío había soportado íntegramente, la encontramos también en otros lugares de la Escritura, en boca de Jesucristo (Jua_7:19), Esteban (Jua_7:53), Pablo (Rom_2:17-24; Gal_5:1; Gal_6:13); querer imponer ahora este yugo a los recién convertidos sería tentar a Dios (v.10; cf. Mat_4:7), es decir, tratar de exigir de él nuevas señales de su voluntad, siendo así que ya la había manifestado claramente en el caso de Cornelio, al enviar sobre él y los suyos el Espíritu Santo sin exigirles para nada las prescripciones mosaicas 131.
Cuando Pedro terminó su discurso, toda la muchedumbre calló (v.12), es decir, cesaron las discusiones y apreciaciones personales que habían prolongado la discusión precedente (cf. v.7). Era el silencio de quien nada encuentra ya que objetar. Sólo se oía a Pablo y a Bernabé, que, aprovechando la ocasión favorable, hablaban de los frutos recogidos por ellos entre los gentiles (v.12; cf. 14:3.27), lo que confirmaba aún más la tesis de Pedro.

Discurso de Santiago, 15:13-21.
13 Luego que éstos callaron, tomó Santiago la palabra y dijo: 14 Hermanos, oídme: Simón nos ha dicho de qué modo Dios por primera vez visitó a los gentiles para consagrarse de ellos un pueblo a su nombre. 15 Con esto concuerdan las palabras de los profetas, según está escrito: 16 Después de esto volveré y edificaré la tienda de David, que estaba caída, y reedificaré su ruinas y la levantaré, 17 a fin de que busquen los demás hombres al Señor, y todas las naciones sobre las cuales fue invocado mi nombre, dice el Señor que ejecuta estas cosas, 18 conocidas desde antiguo. 19 Por lo cual, es mi parecer que no se inquiete a los que de los gentiles se conviertan a Dios, 20 sino escribirles que se abstengan de las contaminaciones de los ídolos, de la fornicación, de lo ahogado y de sangre. 21 Pues Moisés desde antiguo tiene en cada ciudad quienes lo expliquen, leyéndolo en las sinagogas todos los sábados.

De este Santiago, hermano del Señor, jefe de la comunidad jerosolimitana y presidente del Concilio, ya se habló anteriormente (cf. 12:17). Como entonces hicimos notar, se trata, según todas las probabilidades, de Santiago el Menor, uno de los apóstoles; ni sería fácil explicar su papel preponderante en esta reunión, al lado de Pedro y Juan (cf. Gal_2:9), de no ser un apóstol. Era renombrado por su devoción a las observancias de la Ley (cf. 21:18-20; Gal_2:12), de él habla en este sentido Eusebio, citando un testimonio de Hegesipo 132. Sin duda los judaizantes del v.5, acobardados por el discurso de Pedro, concibieron ciertas esperanzas al ver que se levantaba a hablar Santiago.
Su discurso es un modelo de equilibrio y, mientras por una parte confirmó la opinión que se tenía de él como hombre muy ligado al judaísmo, por otra decepcionó grandemente la secreta esperanza de los judaizantes. En sustancia se muestra totalmente de acuerdo con Pablo, en el sentido de que no deben ser molestados con las prescripciones mosaicas los gentiles que se convierten (v. 14-19); pero, de otra parte, como fervoroso admirador de las tradiciones de Israel, sugiere que se les exija, para facilitar las buenas relaciones entre todos, étnico-cristianos y judío-cristianos, la abstención de cuatro cosas hacia las que los judíos sentían una repugnancia atávica, conforme habían oído repetir constantemente en las sinagogas al explicarles la Ley de Moisés: idolotitos, fornicación, ahogado y sangre (v,20-21; cf. 13:27). Tal parece ser la ilación entre los v.20 y 21, insinuada por el pues. Cierto que la discusión tenía como objeto central el tema de la circuncisión; pero Santiago, supuesta ya la no obligatoriedad de la circuncisión, creyó oportuno añadir, por razones de convivencia social, cuatro exigencias.
De estas cuatro exigencias, recogidas luego en el decreto apostólico (v.29), ya hablaremos entonces. Ahora baste añadir que Santiago, para demostrar su tesis, que es la de Pedro, parte no como éste del hecho de la conversión de Cornelio, sino de las profecías. Viene a decir en sustancia que lo que Pedro demostró partiendo de los hechos, es decir, la llamada de los gentiles a la bendicion mesiánica estaba ya predicha en los profetas (v. 14-18); de donde, queda reforzada la tesis de Pedro, de que no hay por qué imponer a los gentiles que se convierten la observancia de la ley judía (v.16). El texto citado, a excepción de las últimas palabras, que estarían tomadas de Isa_45:27, o más probablemente son una reflexión del mismo Santiago, se halla en Amo_9:11-12, conforme a la versión griega de los Setenta, bastante diferente del texto hebreo, que lee: a fin de que posean los restos de Edom.., en lugar de: .. busquen los demás seress humanos al Señor..138. Propiamente, lo mismo en una que en otra lección, lo que aquí se predice es la conversión de las gentes en general, pero no se determina en qué condiciones, si ha de ser sujetándose a las prescripciones mosaicas o quedando libres; por tanto, para que la prueba de las profecías concluya, hay que unirla al hecho contado por Pedro. No conviene separar. De hecho, el mismo Santiago parece establecer claramente esa unión (v.14-15). Se habla en plural los profetas (v.15), aunque luego se haga referencia sólo a un profeta, igual que en 7:42 y 13:40; pues es alusión a la colección de los doce profetas menores.

El decreto apostólico, 15:22-29.
22 Pareció entonces bien a los apóstoles y a los presbíteros, con toda la iglesia, escoger de entre ellos, para mandarlos a Antio-quía con Pablo y Bernabé, a Judas, llamado Barsabas, y a Silas, varones principales entre los hermanos,23 y escribirles por mano de éstos: Los apóstoles y presbíteros hermanos, a sus hermanos de la gentilidad que moran en Antioquía, Siria y Cilicia, salud: 24 Habiendo llegado a nuestros oídos que algunos, salidos de entre nosotros, sin que nosotros les hubiéramos mandado, os han turbado con palabras y han agitado vuestras almas, 25 de común acuerdo, nos ha parecido enviaros varones escogidos en compañía de nuestros amados Bernabé y Pablo, 26 hombres que han expuesto la vida por el nombre de Nuestro Señor Jesucristo. 27 Enviamos, pues, a Judas y a Silas para que os refieran de palabra estas cosas. 28 Porque ha parecido al Espíritu Santo y a nosotros no imponeros ninguna otra carga, a excepción de estas cosas necesarias: 29 Que os abstengáis de los idolotitos, de sangre y de lo ahogado, y de la fornicación, de lo cual haréis bien en guardaros. Pasadlo bien.

Terminado el discurso de Santiago, la cosa pareció ya suficientemente clara: a los cristianos procedentes del paganismo no debe imponérseles la obligación de la circuncisión y demás prescripciones de la Ley mosaica; pero, en atención a sus hermanos procedentes del judaísmo, con los que han de convivir, deben abstenerse de ciertas prácticas (uso de idolotitos, sangre, ahogado, fornicación), que para éstos, dada su educación, resultaban particularmente abominables. En ese sentido está redactado el decreto, que suscriben con su autoridad los apóstoles y presbíteros (v.23-29).
Es de notar la frase ha parecido al Espíritu Santo y a nosotros (v.28), con la que dan a entender que toman esa decisión bajo la infalible guía del Espíritu Santo y no de Pedro (cf. 1:8; Jua_14:26). La parte más positiva y fundamental del decreto está en las palabras no imponer ninguna otra carga.. (v.28). La frase es poco precisa; pero, dado el contexto, es lo suficientemente clara para que veamos en ella una rotunda afirmación de que los gentiles que se convierten no quedan obligados a la circuncisión ni, en general, a las prescripciones mosaicas. De eso era de lo que se trataba (cf. v.2.6), y a eso se habían venido refiriendo Pedro y Santiago en sus discursos (cf. v. 10.19); por tanto, en ese sentido ha de interpretarse la frase general: no imponer ninguna otra carga. Además, el hecho de que públicamente se alabe en el decreto a Pablo y Bernabé (cf. v.25-20) y se desautorice a los defensores de la obligatoriedad de la circuncisión (cf. v.24; cf.15:1), nos confirma en la misma idea. Añádase el testimonio explícito de Pablo en su carta a los Galatas, quien sólo recoge esta parte más positiva y fundamental de la decisión apostólica: ni Tito fue obligado a circuncidarse.., nada añadieron a mi evangelio.., nos dieron a mí y a Bernabé la mano en señal de comunión (Gal_2:3-9).
En cuanto a la parte negativa o disciplinar del decreto (v.29), se recogen las cuatro prohibiciones que había aconsejado Santiago (cf. v.20). La única diferencia, aparte el cambio de orden respecto de la fornicación, es que Santiago habla de contaminaciones de los ídolos, y aquí se habla de idolotitos; en realidad se alude a la misma cosa, es decir, a las carnes sacrificadas a los ídolos, parte de las cuales, en el uso de entonces, quedaban reservadas para el dios y sus sacerdotes, pero otra parte era comida por los fieles, bien allí junto al templo o bien luego en casa, e incluso era llevada para venta pública en el mercado. Santiago, para designar estas carnes, emplea un término de sabor más judío, indicando ya en el nombre que se trataba de algo inmundo; comer de ellas era considerado como una apostasía de la obediencia y culto debidos a Yahvé, una especie de idolatría (cf. Exo_34:15; Num_25:2). También estaba prohibido en la Ley de Moisés, y los judíos lo consideraban como algo abominable, el uso de la sangre como alimento, pues, según la mentalidad semítica, la sangre era la sede del alma y pertenecía sólo a Dios (cf. Gen_9:4; Lev_3:17; Lev_17:10; Deu_12:16; 1Sa_14:32). Esta prohibición llevaba consigo otra, la de los animales ahogados y muertos sin previo desangramiento (cf. Lev_17:13; Deu_12:16). Era tanta la fidelidad judía a estas prescripciones y tanta su repugnancia a dispensarse de ellas, que todas tres (idolotitos, sangre, ahogados) se hallaban incluídas en los preceptos de los hijos de Noé o preceptos noáquicos, que, según la legislación rabínica, debían ser observados incluso por los no israelitas que habitasen en territorio de Israel 139.
Referente a la fornicación (ðïñíåßá), última de las cuatro prescripciones del decreto apostólico (v.29), se ha discutido mucho sobre cuál sea el sentido en que deba interpretarse. Hay bastantes autores que entienden esa palabra en su sentido obvio de relación sexual entre hombre y mujer no casados. Pero arguyen otros: si tal fuese el sentido, ¿a qué vendría hablar aquí de la fornicación? Porque, en efecto, lo que se trata de resolver en esta reunión de Jerusalén es si los étnicos-cristianos habían de ser obligados a la observancia de la Ley mosaica, conforme exigían los judaizantes, o, por el contrario, debían ser declarados libres. Aunque la solución es que, de suyo, no están obligados (v. 10.19.28), entendemos perfectamente que se prohiban los idolotitos, sangre y ahogado, pues su uso era execrado por los judíos, incluso después que se habían hecho cristianos, y es natural que, por el bien de la paz, se impusiesen también esas prescripciones a los étnico-cristianos que habían de convivir con ellos. Ello no es otra cosa que la aplicación de aquella condescendencia caritativa, que tan maravillosamente para circunstancias parecidas expone San Pablo: Si mi comida ha de escandalizar a mi hermano, no comeré carne jamás por no escandalizar a mi hermano (1Co_8:13). Pero la prohibición de la fornicación pertenece al derecho natural, y aunque ciertamente era vicio muy extendido en el mundo pagano 140, no se ve motivo para que se hable aquí de ella no sólo en el decreto apostólico (v.29), sino incluso en el discurso de Santiago (v.20), de sabor totalmente judío. Por eso, muchos otros autores, y esto parece ser lo más probable, creen que en este contexto la palabra fornicación tiene el sentido particular de uniones ilícitas según la Ley, consideradas por los judíos como incestuosas (cf. Lev_18:6-18) y muy execradas por ellos, en cuyo caso esta prohibición está en perfecta armonía con las tres anteriores. Tanto más es aconsejable esta interpretación cuanto que en la Ley la prohibición de matrimonios entre consanguíneos (Lcv 18:6-18) viene a continuación de las prohibiciones de sacrificar a los ídolos (Lcv 17:7-8) y de comer sangre y ahogado (Lcv 17:10-16), y todas cuatro prescripciones son exigidas no sólo a los judíos, sino incluso a los gentiles que vivieran en territorio judío (cf. Lev_17:8. 10.13; Lev_18:26). Santiago, y lo mismo luego el decreto apostólico, no harían sino imitar esta práctica legal judía, adaptándola a una situación similar de los cristianos gentiles que vivían en medio de comunidades judío-cristianas. Cierto que los étnico-cristianos a quienes iba dirigido el decreto, no era fácil que entendieran la palabra fornicación en ese sentido; pero para eso estaban los portadores de la carta, que eran quienes debían promulgar y explicar el decreto (cf. v.25-27).
El decreto, aunque dirigido a las comunidades de Antioquía, Siria y Cilicia (v.23), tiene alcance más universal, pues vemos que San Pablo lo aplica también en las comunidades de Licaonia (Lev_16:4) y Santiago lo considera como algo de carácter general (Lev_21:25). Claro es que donde las circunstancias sean distintas y no haya ya motivo de escándalo dicho decreto no tiene aplicación, y, de hecho, San Pablo parece que muy pocas veces lo aplicó en las comunidades por él fundadas. Con todo, dada la veneración suma con que se miraba el decreto apostólico, la observancia de las cuatro prohibiciones se mantuvo largo tiempo en muchas iglesias, aunque no hubiese ya motivo de escándalo, y así vemos que en el año 177 los mártires de Lyón declaran que ellos, como cristianos, no podían comer sangre 141.
Para llevar el decreto 142 a Antioquía, Siria y Cilicia son elegidos algunos delegados que acompañen a Pablo y a Bernabé, de los que explícitamente se nos dan los nombres: Judas, llamado Barsabas, y Silas (v.22.27). De Judas no volvemos a tener ninguna otra noticia; Silas, en cambio, aparecerá luego como compañero de San Pablo (cf. 15:40; 16:19; 17:4-10; 18:5), y parece claro que debe identificarse con el Silvano nombrado en las epístolas paulinas (1Te_1:1; 2Te_1:1; 2Co_1:19).

Promulgación del decreto en Antioquía,2Co_15:30-35.
30 Los enviados bajaron a Antioquía, y, reuniendo a la muchedumbre, les entregaron la epístola, 31 que, leída, los llenó de consuelo 32 Judas y Silas, que también eran profetas, con muchos discursos exhortaron a los hermanos y los confirmaron. 33 Pasado allí algún tiempo, fueron despedidos en paz por los hermanos a aquellos que los habían enviado. 34 Pero Silas decidió permanecer allí, y partió solamente Judas. 35 Pablo y Bernabé se quedaron en Antioquía, enseñando y evangelizando con otros muchos la palabra del Señor.

El decreto apostólico es leído solemnemente en una reunión pública de la iglesia antioquena (v.30). Sin duda que los dos comisionados, Judas y Silas, darían toda clase de ulteriores explicaciones, conforme se les había encomendado (cf. v.27). El hecho es que los fieles antioquenos se llenan de consuelo (v.31), con lo que se da a entender que quedaron tranquilos de que iban por el buen camino y no tenían necesidad de sujetarse a la Ley mosaica, como se les había querido imponer (cf. v.1.24).
No sabemos cuánto tiempo permanecieron en Antioquía Judas y Silas, exhortando y confirmando a los fieles (v.32). El texto pone sólo la frase genérica de que, pasado algún tiempo, fueron despedidos en paz.. a aquellos que los habían enviado (v.33). Lo de que también ellos eran profetas (v.32), parece una alusión evidente a los profetas y doctores Deu_13:1 143,
Pablo y Bernabé, en cambio, se quedan en Antioquía enseñando y evangelizando la palabra del Señor (v.35). Parece que fue durante este tiempo cuando tuvo lugar el incidente con Pedro, de que se habla en Gal_2:11-14, pues Bernabé, que se halla también allí (cf. Gal_2:13), se va a separar muy pronto de Pablo (cf. v.39) y no parece, a juzgar por los datos que tenemos, que volvieran a estar nunca juntos en Antioquía. La razón de la omisión por San Lucas del incidente se quedó simplemente en incidente sin otras consecuencias. Para Pablo, sin embargo, era oportuno contarlo, pues ese resistir a Pedro era una prueba más de la independencia de su autoridad apostólica, que venía defendiendo ante los Gálatas.




Segundo viaje misional de Pablo, 15:36-18:22.

Separación de Pablo y Bernabé, 15:36-41.
36 Pasados algunos días, dijo Pablo a Bernabé: Volvamos a visitar a los hermanos por todas las ciudades en que hemos evangelizado la palabra del Señor, y veamos cómo están. 37 Bernabé quería llevar consigo también a Juan, llamado Marcos; 38 pero Pablo juzgaba que no debían llevarle, por cuanto los había dejado desde Panfilia y no había ido con ellos a la obra. 39 Se produjo una fuerte excitación de ánimo, de suerte que se separaron uno de otro, y Bernabé, tomando consigo a Marcos, se embarcó para Chipre, 40 mientras que Pablo, llevando consigo a Silas, partió encomendado por los hermanos a la gracia del Señor. 41 Atravesó la Siria y la Cilicia, confirmando las iglesias.

Abiertas las puertas del Evangelio a los gentiles, era necesario reemprender la obra de la predicación. Así lo comprendió Pablo, y así lo indica a Bernabé (v.36).
Pero he aquí que surge entre ambos una discusión sobre si llevar con ellos o no a Marcos (v.37-39). Este Marcos ya nos es conocido, pues les había acompañado al principio del anterior viaje, y luego los había abandonado (cf. 13:5-13). La discusión debió ser muy viva, pues el texto bíblico habla de fuerte excitación de ánimo (ðáñïîõóìüò). Sin duda que el conciliador Bernabé (cf. 9:27) quería dar ocasión a su primo para que reparase su falta; pero Pablo, más severo (cf. 23:3; 2 Cor 10:1-11:15; Gal 1:6-3:4;), no quería exponerse a una nueva deserción.
La discusión, en vez de acabar en un acuerdo, acabó en una separación 144, dividiéndose el campo que habían de visitar. Y mientras Bernabé, acompañado de Marcos, marcha a Chipre, de donde era nativo, Pablo, tomando por compañero a Silas, emprende el viaje por tierra hacia las ciudades de Licaonia y Pisidia anteriormente evangelizadas (v.39-40). No se crea, sin embargo, que la separación dejara rastros de rencor, pues Pablo recordará siempre a Bernabé con deferencia (cf. 1Co_9:6; Gal_2:9); y en cuanto a Marcos, del que la condescendencia de Bernabé logró hacer un gran misionero, le vemos luego entre los colaboradores de San Pablo y muy apreciado por éste (cf. Col_4:10; Flm_1:24; 2Ti_4:11). De todos modos, Bernabé, una vez separado de Pablo, desaparece de la historia de los orígenes del cristianismo, sin que Lucas vuelva a hablar de él. Sólo leyendas tardías hablan de su predicación en Chipre y de que fue martirizado en Salamina, cuyo sepulcro se habría encontrado no lejos de esta ciudad a fines del siglo v, en tiempos del emperador Zenón.
Las primeras iglesias visitadas por Pablo, acompañado de Silas, son las de Siria y Cilicia (v.41). La expresión es demasiado genérica, sin que sea fácil concretar de qué iglesias se trata y por quién habían sido fundadas. Bien pudiera ser que hubieran sido fundadas por el mismo Pablo durante su larga estancia en Tarso después de la conversión (cf. 9:30; 11:25), como parece insinuarse en Gal_1:21. Desde luego, la existencia de comunidades cristianas en estas regiones la hallamos atestiguada en el encabezamiento mismo del decreto apostólico (v.23). Es curioso que aquí no se hable para nada del decreto apostólico, a pesar de que iba dirigido a estas iglesias (cf. 15:23), y, sin embargo, se habla luego de él, al atravesar Licaonia (cf. 16:4). Es una de las anomalías de que suelen hablar los críticos.

Comentario al Nuevo Testamento (Serafín de Ausejo, 1975)



CAPÍTULO 15

II. PROBLEMAS DE LA MISIÓN DE LOS GENTILES (15,1-35).

1. ORIGEN DE LOS PROBLEMAS EN ANTIOQUÍA (Hch/15/01-02).

1 Algunos que habían bajado de Judea enseñaban a los hermanos: Si no os circuncidáis según la costumbre de Moisés, no podréis salvaros. 2 Y tras un enfrentamiento y altercado no pequeño por parte de Pablo y de Bernabé contra ellos decidieron que Pablo, Bernabé y algunos otros de ellos subieran a Jerusalén, a consultar a los apóstoles y presbíteros sobre dicha controversia.

Lo que se dice en estas líneas y lo que se comunica en los fragmentos siguientes, se refiere a un hecho de verdadera transcendencia para la Iglesia universal. Si se consideran las cosas sólo superficialmente, puede parecer que se trata de un asunto vinculado a la época, de algo lejano para nosotros. En cambio, quien pondere las razones y motivos más profundos, no podrá menos de ver que entonces se fijó en forma decisiva la esencia y la estructura de la Iglesia de Cristo. El relato de 15,1-35, así enfocado, puede considerarse como uno de los puntos culminantes del libro entero, aunque -como lo dijimos ya en la introducción- no depende de él la estructura literaria de los Hechos de los apóstoles. En realidad, la cuestión que entonces se ventilaba no era totalmente nueva. Ya en relación con el bautismo del centurión Cornelio se habían dejado oír críticas (11,1s), aunque éstas se referían más bien, en primer lugar, a la comunidad de mesa de Pedro con «incircuncisos». Según 11,18, Pedro logró acallar las críticas. También al surgir la primera comunidad judeocristiana en Antioquía debió de suscitarse la cuestión de si los gentiles pasados al cristianismo debían atenerse a las prescripciones legales de los judíos, y según 11,23 ss y seguramente también según Gal_2:12, se aceptó sin contradicción que los nuevos cristianos se preocuparan poco de las observancias judías. Bernabé, y con él Saulo (Gal_11:25 s), parecen no sólo haber aprobado esto, sino incluso haberlo apoyado.

El que ahora, de repente, estalle el conflicto en toda su crudeza, depende probablemente de la circunstancia de que por un lado, con la provechosa labor misionera de Bernabé y de Pablo, los paganos afluyeran a la Iglesia en número considerablemente mayor, y por otro, el grupo de los judeocristianos de orientación farisea adquiriera cada vez más cohesión y en la misión independiente de la ley viera una traición a la sagrada tradición de Israel. Hay gran peligro de considerar este grupo como una oposición malintencionada. Sin embargo, no se debe olvidar cuán profundamente enraizada estaba la convicción, formada en el transcurso de los siglos y sancionada con motivos religiosos, según la cual la fiel observancia de la ley mosaica era requisito indispensable de toda justicia. ¿No tiene también la Iglesia que pasar constantemente por la experiencia de la gran dificultad que supone armonizar una tradición practicada durante largo tiempo con las exigencias y necesidades de una actualidad cambiante?

Cierto que entonces en la controversia de Antioquía se trataba de cuestiones de mayor profundidad. Se trataba de la circuncisión, que parecía imprescindible según el pensar judío. Los judaizantes, como designamos a los representantes extremos del cristianismo judaico aferrado a la ley, exigían también a los gentiles que aceptaban el Evangelio, la circuncisión como condición ineludible de salvación. Pablo, al que consideramos como el verdadero paladín del Evangelio exento de la ley, insistía en que con la obra salvífica de Cristo había quedado derogada la ley en cuanto fundamento de la salvación y había sido sustituida por la gracia de Dios y por la fe salvadora manifestada en el bautismo. Según Pablo, no se trataba de despreciar el orden de salvación del Antiguo Testamento, sino de entender consecuentemente lo que Dios había otorgado como gracia a la humanidad en Cristo Jesús.

Era, por tanto, un viaje de gran transcendencia en la historia universal el que Bernabé y Pablo emprendían de Antioquía a Jerusalén para defender allí la libertad y al mismo tiempo la unidad de la Iglesia. El hecho de que se dirigieran a Jerusalén es una señal de que -sin perjuicio de su libertad- reconocían la autoridad de la Iglesia jerosolimitana y querían hallar la solución en franco diálogo con ella. También aquí vemos un rasgo de la fisonomía de la Iglesia, que ha conservado su importancia a través de todas las crisis de la historia y también la conservará en las tensiones que sacuden a la Iglesia en nuestros días.

2. LLEGADA A JERUSALéN (Hch/15/03-05).

3 Ellos, pues, provistos por la Iglesia de lo necesario para el viaje, atravesaron Fenicia y Samaría, refiriendo la conversión de los gentiles y proporcionando una gran alegría a todos los hermanos. 4 Llegados a Jerusalén, fueron bien recibidos por la Iglesia y por los apóstoles y presbíteros, a los cuales informaron de todo cuanto Dios había hecho con ellos. 5 Pero surgieron algunos de la secta de los fariseos, que habían abrazado la fe, los cuales decían que era necesario circuncidarlos y mandarles guardar la ley de Moisés.

De nuevo un detalle muy propio de Lucas. Los pregoneros del Evangelio están en camino. También en esta circunstancia aprovechan toda oportunidad de dar testimonio directa o indirectamente. La noticia de la «conversión de los gentiles» proporciona «gran alegría a todos los hermanos» que se hallan en el camino a través de «Fenicia y Samaría». Por todas partes se han formado en el país las primeras células, constituidas por aquellos que la persecución había dispersado de Jerusalén (Gal_8:4). Todos ellos se sabían unidos en la misma fe. En la misma solicitud e interés por el camino de la Iglesia. Los relatos de misión de Pablo y Bernabé les dieron conciencia de su solidaridad, con voluntad de ser todos corresponsables. El contacto misionero y la información estimulante en el ámbito eclesial reaniman la fe y despiertan la solicitud por la comunión de los santos.

Pero juntamente con la alegría asoma también oposición y crítica. En Jerusalén estaba todavía la comunidad dominada por la modalidad judía. Ya en el relato del bautismo del gentil Cornelio hemos intuido el problema que se planteaba al pensar judío. Así comprendemos que, al encontrarse Pablo y Bernabé con los «apóstoles y presbíteros» en Jerusalén, no presentaran la conversión de los gentiles como iniciativa y éxito personales, sino que «informaron de todo cuanto Dios había hecho con ellos». Si la misión independiente de la ley entre los gentiles está acreditada por Dios mismo -«con señales y prodigios» (Gal_14:3; Gal_15:12)-, como también en la conversión de Cornelio se había manifestado el don del Espíritu Santo (Gal_10:44; Gal_11:17) como signo de la aprobación de Dios, entonces deben silenciarse todas las reflexiones humanas de segundo orden. Ahora bien, cuán dura era la oposición con que tropezaba Pablo lo muestran los fariseos pasados a la Iglesia, los cuales seguían exigiendo como condición indispensable, de la misma manera que antes, la circuncisión y la observancia de la ley mosaica.

3. DECLARACIÓN DE PEDRO (Hch/15/06-11).

6 Reuniéronse, pues, los apóstoles y los presbíteros para examinar este asunto. 7 Después de larga controversia, se levantó Pedro y les dijo: «Hermanos, vosotros sabéis cómo desde los primeros días aquí entre vosotros quiso Dios que los gentiles oyeran de mi boca la palabra del Evangelio y abrazaran la fe. 8 Y Dios, que conoce los corazones, lo ratificó, dándoles el Espíritu Santo como a nosotros, 9 y no hizo diferencia alguna entre nosotros y ellos a la hora de purificar sus corazones por la fe. 10 Ahora, pues, ¿por qué tentáis a Dios, pretendiendo imponer sobre el cuello de los discípulos el yugo que ni nuestros padres ni nosotros hemos sido capaces de soportar? 11 Es por la gracia del Señor Jesús por la que creemos ser salvos, de la misma manera que ellos.»

Las exigencias de los judaizantes dan lugar a la asamblea oficial de las autoridades de Jerusalén 10. Junto a los «apóstoles» se menciona, como en 15,4, a los «presbíteros». Ya en 11,30 se había hablado de ellos. Había crecido el número de los dignatarios eclesiásticos. Pedro, conforme a su posición, da la directriz fundamental. En toda la parte tercera de los Hechos de los apóstoles (13-28), es este el único pasaje en que se le menciona. Sin embargo, es suficiente para hacer ver claramente que en nada ha cambiado la función de jefe de este Pedro y que no hay necesidad de suponer que al retirarse anteriormente de Jerusalén (12,17) había dejado a Santiago la dirección de aquella Iglesia. Esto no excluye que Santiago gozara de especial prestigio en el circulo jerosolimitano de la Iglesia, como lo veremos a continuación.

En las palabras de Pedro se remite expresamente al caso de Cornelio. Deliberadamente los Hechos de los apóstoles dedicaron gran espacio a su exposición (10,1-11,18). Pedro atribuye a «Dios» la instrucción que había seguido al acoger al hombre romano pagano. El signo del Espíritu Santo que entonces vino sobre los gentiles (10,44-48) había sido determinante de la decisión de incorporar Cornelio y su circulo, mediante el bautismo, a la comunidad de Cristo.

Creemos oír a Pablo -y tenemos derecho a suponer que los Hechos de los apóstoles eligen los términos deliberadamente- cuando dice Pedro que fue por razón de la fe por lo que Dios purificó los corazones de los gentiles, o sea, que los condujo del pecado a la justificación (cf. Rom_3:21 ss). Como también da la sensación de que es Pablo quien habla cuando se refiere Pedro al «yugo» de la ley, que ni siquiera los judíos habían podido soportar. Esto nos recuerda Rom_2:17-24 y otros pasajes de las cartas de Pablo, pero también pasajes del Evangelio, como Mat_23:4 : «Atan cargas pesadas y las echan sobre los hombros de los demás, pero ellos no quieren moverlas siquiera con el dedo.» Precisamente las palabras del Evangelio muestran que también a Pedro era posible sostener el principio formulado en nuestro texto.

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10. A esta asamblea de la Iglesia primitiva, llamada con frecuencia concilio de los apóstoles, alude también el relato de la carta a los Gálatas (Mat_2:1-10), aunque su exposición está marcada, a ojos vistas, por la tónica apasionada de la entera carta a los Gálatas. Sin embargo, si se tienen en cuenta las cosas esenciales, habrá que reconocer que Act_15:1-35 y Gal_2:1-10 se refieren al mismo acontecimiento.

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4. INTERVENCION DE SANTIAGO (Hch/15/12-21).

12 Calló toda la asamblea, y escuchaban a Bernabé y a Pablo que referían todas las señales y prodigios que Dios había obrado entre los gentiles por medio de ellos. 13 Y después que ellos callaron, tomó la palabra Santiago y dijo: «Oídme, hermanos, 14 Simón acaba de referir cómo Dios, desde el principio, tuvo a bien procurarse de entre los gentiles un pueblo para su nombre. 15 Y con esto concuerdan las palabras de los profetas, según está escrito: 16 De nuevo, después de esto, volveré, reedificaré la derruida tienda de David, reedificaré sus ruinas y la levantaré; 17 para que el resto de los hombres busque al Señor: todos los gentiles sobre los cuales haya sido invocado mi nombre. Así dice el Señor, el que hace estas cosas, 18 conocidas desde antiguo (Amo_9:11; cf. Isa_45:21). 19 Por ello pienso yo que no se debe seguir molestando a los gentiles que se conviertan a Dios, 20 sino escribirles que se abstengan de las contaminaciones de los ídolos, de la fornicación, de lo estrangulado y de la sangre. 21 Porque, desde hace muchas generaciones, Moisés tiene en cada ciudad sus predicadores que lo leen en las sinagogas todos los sábados.»

Sólo con una frase se recuerda que Bernabé y Pablo informaron a la asamblea de su misión anterior. El autor de los Hechos de los apóstoles no creyó indicado aducir detalles de su narración, una vez que había informado ya por extenso al lector sobre la actividad de los dos misioneros. Una vez más notamos que se hace mención de «señales y prodigios», que «Dios había obrado entre los gentiles». Los Hechos de los apóstoles no resaltarán nunca suficientemente la presencia del Señor glorificado que en ello se revela. Santiago, llamado en Gal_1:19 «hermano del Señor», cuya pertenencia al grupo de los doce se discute, poseía un rango directivo en la comunidad de Jerusalén, estaba todavía, aun como cristiano, muy ligado al orden de vida judío, por lo cual tenía especial prestigio para el sector conservador de la Iglesia judeocristiana -como lo insinúa Gal_2:12y, a lo que parece, también para los judaizantes extremistas. Así Lucas tiene una especial intención cuando lo muestra en el marco del concilio de Jerusalén y cita sus mismas palabras para caracterizar su postura tocante a la cuestión de la misión de los gentiles independientes de la ley. Sin embargo, por el hecho de que Santiago dijera la última palabra en la discusión, no hay razón para concluir que hablara como el verdadero cabeza de la Iglesia, al que según 12,17 habría confiado Pedro la dirección. Como tampoco se puede decir que Santiago deja de mencionar intencionadamente a Bernabé y a Pablo y que, con su requerimiento « ¡Oídme! », se sienta como el verdaderamente competente, del que depende la decisión. En tal interpretación late la tesis infundada de una tensión personal entre Santiago y Pablo, con lo cual se piensa sobre todo en la polémica de la carta de Santiago 11. Cierto que entre ambos se puede descubrir una diferencia de punto de vista y comprobar una acentuación diferente, pero si se ponderan bien todas las circunstancias no se podrá deducir de ello una doctrina contraria, como se hace con frecuencia. Sin embargo, es exacto que para nuestro relato sobre el primer concilio de la Iglesia era muy importante poder decir que no sólo Pedro, sino también Santiago, hombre fiel a la ley, sostiene el principio de la misión a los gentiles independientes de ta ley y que en favor de esto adujo incluso un pasaje de la Escritura. Este pasaje, citado según la versión griega del Antiguo Testamento e interpretado libremente, no ha de considerarse como prueba en sentido estricto. Es una tentativa de enfocar el giro del mensaje salvación hacia los gentiles a la luz de la expectativa profética, según la cual los pueblos se han de congregar en torno al Israel del futuro para constituir la gran alianza de los que buscan a Dios.

Por consiguiente, lo que interesa al autor en este relato es el hecho de que Santiago está de acuerdo con la declaración de principios de Pedro, al que aquí, sin duda intencionadamente, no se le designa con su nombre corriente Simón, sino con el de Simeón, según la forma hebrea. En comparación con esto, las cláusulas de Santiago, con sus cuatro propuestas especiales, parecen tener aquí un significado secundario. Se trata de normas que, según Lev_17:10-15; Lev_18:26; Lev_20:2, ya en el antiguo judaísmo tenían vigencia para el no judío que vivía como «advenedizo» en Israel, y que según la teología rabínica se contaban entre los preceptos de Noé (Gen_9:4), que a través de aquél habrían alcanzado validez para la humanidad entera. Es de suponer que los judíos, también en la diáspora, exigían el respeto de tales preceptos a los gentiles aceptados como «temerosos de Dios».

Para Pablo, estas cláusulas, de las que, por lo demás no dice nada en Gal_2:1-10, no significan ninguna ingerencia digna de mención en su práctica misionera. En efecto, ICor 8-10 dice claramente que él ponía en guardia a los cristianos contra las «contaminaciones con los ídolos»; según 15,29 se piensa en las «carnes consagradas a los ídolos». Por «fornicación» parecen entenderse las relaciones sexuales incestuosas, que también Pablo combatía según ICor 5. Con la abstención de lo «estrangulado» y de la «sangre» se pone la mira en las prescripciones cultuales dictadas en Exo_22:30; Lev_7:24; Lev_17:15; Deu_14:21, según las cuales se prohibía alimentarse de sangre y de animales no degollados. De las cartas de Pablo no se desprende si exigía Pablo la observancia de las cláusulas jacobeas tocante a lo «estrangulados» y a la «sangre». En esto, no se veía ningún precepto estricto, sino más bien una regla pastoral para situaciones difíciles. Téngase en cuenta lo que dice en 1Co_9:20 : «Con los judíos me hice como judío, para ganar judíos; con los súbditos de la ley me hice como súbdito de la ley -yo que no lo soy- para ganar a los súbditos de la ley.» Y Rom_14:1-23 nos dice cómo Pablo, en la convivencia del «débil en la fe» y el fuerte, pedía comprensión y consideraciones mutuas. Sin negar que estaba al corriente de las cláusulas jacobeas, podía escribir en Gal_2:6 a comunidades formadas exclusivamente de cristianos venidos de la gentilidad: «Aquellos venerables no me impusieron nada.»

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11. La relación entre Santiago y Pablo se enjuicia muy diversamente. Si se supone, como se hace a veces, que Santiago en su carta, sobre todo en 2,14-26, polemiza contra la carta a los Romanos, entonces -prescindiendo de lo inseguro de esta hipótesis- hay que tener presente que en definitiva ambas cartas muestran una misma inteligencia de la fe. Únicamente cada uno subraya su enunciado sobre la fe de la manera que parece indicada en vista de la corriente que se combate. Pablo combate contra el concepto judío legalista de la salvación y contrapone la fe en Cristo Jesús a la justicia de la ley. Si se quiere entender bien a Pablo, hay que tener en cuenta la profundidad y amplitud de su concepto de la fe. Se llegará en lo esencial a la misma concepción de la fe, sostenida también por Santiago cuando exige las obras, además de la fe, no en lugar de la fe.

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5. CONCLUSIÓN DE LA ASAMBLEA (Hch/15/22-29).

22 Entonces pareció bien a los apóstoles y a los ancianos, con todo la Iglesia, elegir entre ellos, para enviar a Antioquía, con Pablo y Bernabé, a Judas, llamado Barsabás, y a Silas, hombres principales entre los hermanos, 23 los cuales llevarían en mano el siguiente escrito: Los apóstoles y los hermanos presbíteros, a los hermanos de Antioquía, Siria y Cilicia, provenientes de la gentilidad: «Salud. 24 Dado que hemos oído que algunos de los nuestros, sin mandato nuestro, os han inquietado con palabras, perturbando vuestras almas, 25 nos ha parecido bien, de común acuerdo, elegir unos hombres y enviarlos a vosotros, juntamente con nuestros queridos Bernabé y Pablo, 26 que han consagrado sus vidas al nombre de nuestro Señor Jesucristo. 27 Os enviamos, pues, a Judas y a Silas, que de palabra os explicarán esto mismo. 28 Pues ha parecido bien al Espíritu Santo y a nosotros no imponeros otra carga, fuera de éstas, que son indispensables: 29 que os abstengáis de las carnes consagradas a los ídolos, de la sangre, de lo estrangulado y de la fornicación. Preservándoos de estas cosas, obraréis rectamente. Conservaos bien.»

¡Escrito memorable! En él se consigna documentalmente la decisión del concilio. Esta Iglesia no vive de una tónica entusiástica, sino que es una comunidad jurídicamente ordenada, que se sirve de medios y organizaciones, como sucede en la sociedad humana en general. Desde luego, esto no debe quitar a la Iglesia nada de su esencia, que sugiere un plano superior.

Este «decreto apostólico» -como se lo suele llamar- vino a ser el arquetipo de todos los decretos y declaraciones oficiales de la Iglesia. En cuanto a la forma, imita los documentos entonces corrientes en la vida pública. ¿Sería Lucas quien diera a este documento la forma en que lo conocemos? Nos parece posible que él, que era antioqueno, hubiera tenido a la vista el texto mismo del escrito.

El contenido no exige largas explicaciones. La Iglesia de Jerusalén habla a las comunidades hermanas de Siria y de Cilicia. Con razón se pone en cabeza a Antioquía, puesto que de allí había partido la misión a los gentiles. También allí había comenzado la controversia tocante a la exención de la ley, de los gentiles convertidos.

La asamblea de la Iglesia se distancia sin ambages de la actividad de los judaizantes, que sin encargo oficial alguno habían suscitado inquietud y confusión en las comunidades. «De común acuerdo», reza el decreto. Si se ha de tomar esto a la letra, quiere decirse que los judaizantes no estaban presentes o que no tomaron parte en la votación. Parece, en efecto, que fueron sólo los «apóstoles y los presbíteros» los que tomaron la decisión. Bernabé y Pablo reciben un reconocimiento honorífico. También en esto hay cierta intención. Su actividad anterior no sólo se acepta, sino que se ensalza, porque «han consagrado sus vidas al nombre de nuestro Señor Jesucristo». Todavía tendremos ocasión de encontrarnos más de una vez (cf. 15,40; 16,19, etc.) con Silas como compañero de Pablo, el cual, junto con Judas Bersabás (seguramente hermano de José Bersabás Justo, mencionado en 1,23) era entonces representante de la comunidad jerosolimitana. El decreto del Concilio se atribuye, en primer lugar, al Espíritu Santo. Aquí se revela un rasgo de la concepción de sí misma que tenía la Iglesia primitiva. Quiere ser más que una entidad estructurada jurídicamente, vive del misterio, de la «fuerza del Espíritu», como se lo había asegurado el Resucitado (1,8). Sólo en estrecha unión con el Espíritu, en el cual está presente el Señor glorificado, reciben su derecho, su legitimidad y su eficacia los titulares de la autoridad.

El decreto cita además explícitamente las cuatro cláusulas que había propuesto Santiago, esta vez en una redacción y sucesión algo diferente. Vienen designadas como prescripciones indispensables o «necesarias», según otra versión. ¿Se consideraban realmente como «necesarias» en sentido estricto y absoluto? ¿O se trataba más bien de una solución de transición con vigencia limitada en el espacio y en el tiempo? La observación de que Pablo y Bernabé, al recorrer las ciudades, «mandaban observar los decretos aprobados por los apóstoles y los presbíteros» (16,4), no se refiere seguramente, en primera línea, a las cláusulas, sino más bien a la misión de los gentiles exenta de la ley. En todo caso, según 21,25, aun después de terminado el tercer viaje misionero de Pablo, todavía el padre espiritual de estas instrucciones especiales, Santiago, se muestra totalmente interesado en su vigencia ulterior.

En la historia de estas cláusulas jacobeas se revela una experiencia que con frecuencia se repite en la Iglesia. Los representantes de la autoridad eclesiástica se ven a menudo en la necesidad de tomar decisiones conciliadoras para mantener la unidad de corrientes opuestas. Al fin y al cabo se trata del gran bien de la unidad de la Iglesia. El curso ulterior de la historia -también bajo la guía del Espíritu Santo- irá esclareciendo más y más el asunto, como sucedió también con las cláusulas jacobeas.

6. TRANSMISIóN DEL DECRETO A ANTIOQUÍA (Hch/15/30-35).

30 Despedidos, pues, llegaron a Antioquía, y reuniendo a la comunidad, les entregaron la carta. 31 Al leerla, se gozaron por el consuelo que les daba. 32 Por su parte, Judas y Silas, que también eran profetas, exhortaron y confirmaron a los hermanos con un largo discurso. 33 Y pasado algún tiempo, fueron devueltos en paz por los hermanos a los que los habían enviado. 34 Pero Silas decidió quedarse allí, y sólo Judas regresó a Jerusalén. 35 Pablo y Bernabé permanecían en Antioquía, enseñando y evangelizando con otros muchos la palabra del Señor.

El regreso a Antioquía se efectuó -podemos suponerlo- en un estado de ánimo más sereno que el viaje a Jerusalén. Por lo menos se había eliminado en principio la tensión entre los dos centros de la Iglesia primitiva. La carta que los emisarios de Jerusalén, Judas y Silas, llevaron a la comunidad de cristianos de la gentilidad, da testimonio de comunión fraterna. Se comprende que los fieles de Antioquía se gozaran «por el consuelo» que la carta les daba. Es posible que hasta la recepción de esta carta la comunidad hubiese estado agitada por disputas virulentas. Así notamos, en efecto, en nuestro tiempo cómo las disensiones dentro de la Iglesia pueden afligir a los hombres. El concilio había reconocido a Pablo y Bernabé aquella libertad con que ya anteriormente habían anunciado a los gentiles el camino de la salvación. Cierto que todavía seguirá adelante la lucha con los judaizantes descontentos. Con todo, Pablo, frente a toda clase de ataques, puede remitirse, como lo hace en Gal_2:1-10, a la declaración del concilio y de la autoridad de la Iglesia. Sin embargo, no por ello transcurrieron para Pablo con absoluta tranquilidad los días de Antioquía, como lo muestra la historia del conflicto con Pedro, del que nos informa Gal_2:11-21 (12).

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12. En el llamado incidente antioqueno se trataba para Pablo del respeto consecuente de la libertad de la ley, de los cristianos procedentes de la gentilidad. El hecho de que según Gal_2:13 también Bernabé fuera objeto de la crítica de Pablo, pudo dar lugar a una tensión entre ambos, que sólo se manifestó plenamente cuando ambos vinieron a separarse por causa de Marcos (Gal_15:37 ss).

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III. SEGUNDO VIAJE MISIONAL (,22).

1. PARTIDA SIN BERNABé (Hch/15/36-41).

36 Después de algunos días, dijo Pablo a Bernabé: «Volvamos ya a visitar a los hermanos por todas las ciudades en las que anunciamos la palabra del Señor, a ver cómo les va. 37 Bernabé quería llevar consigo también a Juan, llamado Marcos; 38 pero Pablo estimaba que no lo debían llevar, puesto que los había abandonado desde Panfilia y no había ido con ellos a la obra. 39 El desacuerdo llegó hasta el extremo de separarse el uno del otro, y de embarcarse Bernabé, llevando consigo a Marcos, en dirección a Chipre. 40 Por su parte, Pablo, eligiendo por compañero a Silas, partió, encomendado por los hermanos a la gracia de Dios. 41 Y atravesó Siria y Cilicia confirmando las Iglesias.

De nuevo una escena memorable. No se trata de contrastes teológicos, sino únicamente de diferencias de temperamento y de intereses personales. También los hombres de la Iglesia primitiva tenían que habérselas con humores y malos humores. Hasta en el ámbito mismo de la misión apostólica tenía repercusiones este aspecto humano. ¿A quién se ha de imputar la culpa de esta disensión entre dos amigos de largos años? ¿Era realmente tan grave el abandono por parte de Marcos, del que se nos habla en 13,13? ¿O es Pablo demasiado rígido e inflexible? ¿O, en razón de la gran empresa, no habría debido Bernabé llevar consigo a su primo Marcos (Col_4:10)? Sólo podemos formular preguntas y a la vez considerar cuán a menudo se repiten tales situaciones en la historia humana e incluso en la historia de la Iglesia. Esta desavenencia entre Pablo y Bernabé parece casi inconcebible a quien conoce la historia anterior que había unido a estos dos hombres. Bernabé había sido quien, según 9,27, había facilitado a Pablo, fugitivo de Damasco, el acceso a la comunidad recelosa de Jerusalén. Bernabé había sido quien, según 11,25s, había buscado a Pablo, casi olvidado en Tarso, y lo había llevado consigo a Antioquía para colaborar con él. Bernabé era quien había acompañado a Pablo en misión a Chipre y Asia Menor y había entonces dejado la palabra a Pablo y, cada vez más, también la dirección.

Ahora se separan los dos amigos y cada uno sigue su propio camino, sin duda ambos dolorosamente defraudados y, sin embargo, también ambos llamados por el gran ideal de la proclamación de la salvación y empeñados en este ideal. Silas, del que se nos ha hablado poco ha, es ahora el compañero de Pablo en lugar de Bernabé, y pronto vendrá a ocupar el joven Timoteo el puesto de Juan Marcos. Y una vez más -pese a todos los fallos humanos y a la desavenencia personal la palabra del mensaje de salvación sigue su camino y se deja llevar por mensajeros que, para decirlo con palabras de Pablo, sólo son «hombres, sujetos a las mismas miserias que vosotros» (14,15).



Nuevo Comentario Bíblico San Jerónimo. Nuevo Testamento (Verbo Divino, 2004)



80(F) Asamblea de Jerusalén y resolu(-)ción (15,1-35). La disputa lucana que comen(-)zó con la aparición de los helenistas en 6,1 vuelve ahora a su punto de partida cuando los representantes de sus iglesias regresan a Jeru(-)salén para confirmar la legitimidad de la mi(-)sión a los incircuncisos. El relato lucano de estos acontecimientos incluye el mismo en(-)cuentro que Pablo contó en Gál 2,1-10 (? Pa(-)blo, 79:36); pero, por su idílica visión de la Iglesia apostólica bajo la guía constante del Espíritu (v. 28), Lucas no nos contará el poste(-)rior conflicto que tuvo lugar en Antioquía a causa del encuentro de Jerusalén (Gál 2,11-14) , cuando Pablo censuró a Pedro que se hu(-)biera echado atrás en la comensalidad con los gentiles convertidos por las presiones de los ri(-)goristas judíos, y cortó sus relaciones con Ber(-)nabé y el resto de los antioquenos (cf. Hengel, Acts 122-23). Esta traumática pelea, que débil(-)mente reverbera en el v. 39, ha sido elaborada sutilmente por una inteligente historiografía que funde su problemática con los asuntos tratados en Jerusalén, relegándola de este mo(-)do ad acta. Esto se consigue mediante dos pa(-)sos: una vez que el discurso de Pedro ha re(-)suelto el asunto de la circuncisión, que, según Pablo (Gál 2,3 = vv. 7-11), era el único punto en el programa de la asamblea, un segundo discurso, realizado por Santiago, presenta, de forma prematura, la controversia sobre la comensalidad (Gál 2,12 = vv. 13-21; cf. 11,3), es(-)tableciendo las «cuatro clausulas» que tenían que observar como mínimo los gentiles (vv. 20.29), sobre las que Pablo nada dice en su re(-)lato (Gál 2,6; cf. Strobel, «Das Aposteldekret» [?85 infra] 90).
Desde el punto de vista histórico, el «decre(-)to» formulado por Santiago representaba un compromiso sobre la controversia de la comensalidad que se había alcanzado con ante(-)rioridad a la crisis antioquena (P. Achtemeier, CBQ 48 [1986] 19-21), o, más probablemente, con posterioridad y como respuesta a ésta (Hengel, Acts 117; Wilson, Gentiles 189-91). El hecho de que el compromiso aparezca ahora como una resolución conseguida en Jerusalén es un verdadero tour de forcé lucano, que in(-)tensifica su visión unilineal de los orígenes de la Iglesia universal (Schneider, Apg. 2.189-90; Weiser, Apg. 368). En consecuencia, el «clási(-)co» precedente de la conversión de Cornelio por Pedro se convierte en la pieza clave del acuerdo. Al mismo tiempo, la asociación de Pedro y Santiago como actores decisivos en la asamblea, con Pablo reducido a testigo «de fa(-)vor» (w. 4.12), señala a la inminente partida de los apóstoles del escenario y al acceso de Santiago y los presbíteros a la custodia del marco normativo de la Iglesia madre.
Las teorías anteriores sobre las tijeras y pe(-)gamento que Lucas aplicó a sus fuentes en la elaboración de este capítulo han quedado su(-)peradas por estudios que revelan su integrador plan de composición (Dibelius, Studies 93-101; Haenchen, Acts 457). No obstante, la cuestión de las fuentes no es del todo infecunda, porque las convergencias entre la información de Lu(-)cas y la de Pablo son demasiado importantes como para no tenerlas en cuenta. Como de costumbre, los discursos son resultado de las intervenciones directas del autor (Dómer, Heil 182-85), mientras que el «decreto» procede de su tradición, en la que, tal vez, se recordaba una solución real de compromiso iniciada por Santiago (Roloff, Apg. 227).


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(a) Antecedentes (15,1-5). La intro(-)ducción parece incluir los datos conflictivos que condujeron inmediatamente a la celebra(-)ción de la asamblea: la llegada de los maestros judaizantes a Antioquía (vv. 1-2) y el aumento de la sensibilidad farisea en Jerusalén (v. 5). De los dos, los w. 1-2 parecen responder a la exigencia redaccional de conexión con el con(-)texto del relato anterior (14,26), mientras que el v. 5 es, más probablemente, el punto donde tocamos la tradición sobre la asamblea que Lucas utilizó. Por la misma razón, el informe sobre la delegación y su objetivo (v. 2) está en conformidad con Gál 2,1-2 y, por tanto, con la fuente de Lucas, mientras que los vv. 3-4, que presentan a los enviados desandando el itine(-)rario de los helenistas que habían huido (8,1; 11,19) y repitiendo ante la asamblea de Jeru(-)salén el relato de su misión en Antioquía (14,27), proceden claramente de la pluma de Lucas (cf. Dómer, Heil 174-75; diferentemente, Dietrich, Petrusbild [?19 supra] 308). 1. según la tradición de Moisés: Significa, ciertamente, que la circuncisión fue prescrita por el Penta(-)teuco, que tenía por autor a Moisés. Pero la tradición judía atribuía el origen del rito a Abrahán, no a Moisés (cf. Gn 17,9-14; cf. Rom 4,9-12). 2. altercado y fuerte discusión: Por una vez Lucas nos informa de un conflicto sobre el que Pablo no dice nada (cf. Gál 2,1). 3. gran alegría a todos los hermanos: Esta unánime aclamación reduce la estatura de los adversa(-)rios de los misioneros a la de una facción disi(-)dente en la Iglesia. 4. los apóstoles y los presbí(-)teros: Los dirigentes de la primera y segunda generación de la Iglesia madre compartirán sus deliberaciones (v. 6), mostrando cómo és(-)tas van más allá de su circunstancia y afectan a toda la posteridad cristiana, lo que Dios ha(-)bía hecho: La conocida perspectiva teocéntrica sobre la historia (vv. 6-10.12.14) minimiza cualquier posible dependencia de la misión a los gentiles del resultado de las deliberaciones humanas. 5. secta de los fariseos: El término hairesis, «facción», «escuela», se aplica a lo lar(-)go de todo el espectro del judaismo: a los sa(-)duceos (5,17), los fariseos (36,5) e incluso a los cristianos (24,5). El interés lucano por los fari(-)seos está, fundamentalmente, al servicio de su tesis sobre la continuidad (cf. comentario so(-)bre 4,1), así que hay buenas razones para llegar hasta la fuente de estos datos (a pesar de Wei(-)ser, Apg. 369-70). circuncidarlos: El único ante(-)cedente de este «los» que aparece en el contex(-)to se refiere a los gentiles de la delegación antioquena (v. 4; cf. Gál 2,3).

82(b) Pedro apela a lo acontecido (15,6-12). La voz apostólica es la que, con toda pro(-)piedad, suena en primer lugar, y el breve discurso muestra su origen y función estricta(-)mente literarios por el hecho de que sólo el lector de Lucas podría comprender sus alu(-)siones al episodio de Cornelio (vv. 7-9; Dibe(-)lius, Studies 94-95; Borse, «Beobachtungen» [? 85 infra] 201-02). 7. desde los primeros días: El acontecimiento de Cornelio pertenece ya al pasado «clásico» (Dibelius), incluso aunque haya transcurrido un breve período de tiempo. Dios dio: En cuestiones como ésta, la Iglesia madre sólo puede reconocer y obedecer la elección (exelexato) que ya previamente había realizado Dios (Roloff, Apg. 230; cf. comenta(-)rio sobre 10,3.47). El argumento de Santiago se construirá sobre la misma iniciativa divina (v. 14: epeskepsato, «procurarse»), mostrando el paralelismo estructural y la complementariedad de ambos discursos (J. Dupont, NTS 31 [1985] 323). la palabra del evangelio: cf. 10,36. El sustantivo euangelion es raro en Lucas; cf. 20,4 (en labios de Pablo). 8. conocedor de los corazones: cf. comentario sobre 10,34-35. co(-)mo a nosotros: cf. 10,47; 11,15-17. 9. sin hacer diferencia: Es Dios mismo quien ha eliminado la distinción legal entre hombres puros e im(-)puros (10,34-35); esto es lo que reveló en la vi(-)sión de Pedro (cf. comentario sobre 10,14-15). 10. poner a prueba a Dios: La expresión bíbli(-)ca (Éx 17,2) significa desafiar la voluntad ex(-)plícita de Dios. Esta pregunta retórica es pre(-)sionada por la narración teocéntrica de los vv. 7-9. un yugo sobre los hombros: Esta imagen de la ley como yugo insoportable no es pauli(-)na ni del judaismo dominante; es la perspecti(-)va de un cristiano para quien la ruptura con el judaismo es ya un acontecimiento del pasado (Conzelmann, Apg. 91). 12. guardó silencio: ¿Implica esto que fueron ellos quienes resol(-)vieron la controversia (zétésis) que motivó el discurso de Pedro (v. 7)? signos y prodigios: En cuanto acreditación profética, este testimonio dado por «Bernabé y Pablo» (que es el orden en el que aparecen en la cadena de la tradición apostólica) no es del todo extrínseco al proble(-)ma (no obstante Haenchen, «Quellenanalyse» [? 85 infra] 185-60).

83(b) Ratificación de Santiago y enmien(-)das (15,13-21). Santiago (12,17) sigue los pasos del argumento de Pedro, desde la acción divi(-)na a favor de Cornelio (v. 14) hasta la conclu(-)sión de que no debe imponerse nada a los con(-)vertidos (v. 19; cf. comentario sobre el v. 7). Aumenta el primer paso con una cita de la Es(-)critura (Am 9,11-12, LXX) y el segundo lo mo(-)difica con cuatro exigencias mínimas para la coexistencia judeo-gentil, que se basan en el «código de santidad» de Israel, Lv 17-18 (v. 20). Pablo está dispuesto a asumir esta resolución de la asamblea de Lucas y a convertirse, inclu(-)so, en uno de sus promulgadores (vv. 22-29); y, sin embargo, Lucas insinuará que en sus fuen(-)tes no se decía esto, pues en 21,25 nos comu(-)nicará que Santiago informó a Pablo de las cuatro «clausulas» como si todavía no las co(-)nociera (cf. comentario sobre este versículo; cf. Borse, «Beobachtungen» [? 85 infra] 198-200).
14. Symeón: La forma gr. del hebr. Simeón, in(-)troducida miméticamente, junto al abundante vocabulario bíblico de los dos discursos, re(-)crean la «atmósfera» sagrada de la asamblea (? Pablo, 79:36). Dios ya al principio se procu(-)ró: La iniciativa divina y su «clásica» (próton) relación con el presente constituyen una repe(-)tición del v. 7; pero el verbo «se procuró» (episkeptesthai) pertenece al vocabulario veterotestamentario de las acciones salvíficas divinas (hebr. paqad), e introduce, de este modo, un ensanchamiento de nuestra perspectiva sobre lo acontecido con Cornelio y sus consecuen(-)cias. un pueblo de entre los paganos: En cuanto parte de la oración de sustantivo que funciona como complemento objeto de epeskepsato, es(-)ta frase afirma que la nueva congregación gen: til de la Iglesia participa plenamente en el «pueblo de Dios». El término laos, «pueblo», tiene el denso sentido de pueblo elegido por Dios, que es el que Lucas le da constantemen(-)te en su obra, y el que, de nuevo, volverá a apli(-)carse a los convertidos de la gentilidad en 18,10 (cf. J. Dupont, NTS 31 [1985] 324-29). El oxímoron que combina laos con ethne (genti(-)les) saca a la luz el repentino factor sorpresa de la provisión divina, a su nombre: El sentido de esta frase se encuentra en las palabras de Amos 9,12 (en el v. 17b), que, efectivamente, es j el único otro caso bíblico en el que se utiliza s para expresar el gobierno del Dios sobre las! naciones paganas. La cita de Amos clarificará la relación del nuevo «pueblo» elegido con Is(-)rael. 16-17. Los versículos de Amós no son una reproducción exacta del texto de los LXX, así que deben proceder de un manual cristiano de testimonia en el que se añadieron al final las palabras de Is 45,21 (Dómer, Heil 179). El uso que hace Santiago del texto funcionará sola(-)mente en la versión de los LXX, donde el masorético yirésü, «poseer», fue cambiado por yidrésü, «buscar», y dm, «Edom», por dm, «humanidad». La profecía traducida al griego explica cómo el Señor resucitado pudo reinterpretar la restauración de Israel (1,6) en tér(-)minos de misión universal (1,8): la «tienda destruida» de David tiene que ser reconstruida para que (v. 17) todas las naciones puedan «buscar al Señor» (Richard, «The Divine Pur(-)pose» [? 85 infra] 195; Dómer, Heil 185). La reconstrucción, por tanto, no significa el cum(-)plimiento de la promesa davídica por Cristo resucitado (no obstante Haenchen, Schnei(-)der), sino la «reunificación de Israel» iniciada con la predicación apostólica y que ahora se expande para incorporar a los gentiles (Roloff, Weiser; cf. comentario sobre 2,1.14). 20. sino escribirles que: La conexión adversativa de es(-)te versículo con la frase «no hay que crear di(-)ficultades» (v. 19) y la repetición de los vv. 10-11 en el v. 19 demuestran que el «decreto» es más una concesión que una imposición, con la que se pretendía hacer posible la vida común y la comensalidad sin imponer carga alguna a los recién llegados. Las cuatro cláusulas (tam(-)bién v. 28; 21,15) parecen ser cuatro de las proscripciones que Lv 17-18 imponía a los ex(-)tranjeros que residían en Israel: la carne sacri(-)ficada a los ídolos, la comida de la sangre y de los animales estrangulados (que no se habían sacrificado ritualmente), y las relaciones se(-)xuales con parientes cercanos (cf. Lv 17,8-9.10-12.15 [Ex 22,31]; 18,6-18). La mención de porneia, «impureza», interrumpe la secuencia de los otros tres puntos que se refieren a la comida; si lo interpretamos a la luz de Lv 18 se corresponde con el término judío zenüt, lit. «fornicación», que, a menudo, se aplicaba es(-)pecíficamente a las uniones incestuosas (cf. J. A. Fitzmyer, TAG 91-97). La exégesis de las cláusulas de Lv 17-18 encaja perfectamente con la perspectiva lucana de que los gentiles, que habían acogido el evangelio y habían en(-)trado en el terreno del pueblo elegido, se man(-)tuvieran sagrados mediante el «código de san(-)tidad». 21. En apoyo de las cuatro cláusulas (gar) encontramos el factor de su reconoci(-)miento, que se basa en la enseñanza universal de la Torá.

84(d) Resolución (15,22-29). Este pa(-)saje, en el que Lucas nos informa de las consecuencias de la asamblea, de nuevo reelaboradas por él, es, principalmente, una com(-)posición propia, aunque la doble delegación de Judas y Silas junto a Bernabé y Pablo pue(-)de preservar una tradición sobre la publica(-)ción del decreto en la que no tomó parte la úl(-)tima pareja (cf. Strobel, «Das Aposteldekret» [? 85 infra] 92-93). 22. con toda la Iglesia: Te(-)niendo en cuenta las negociaciones en privado de las que nos informa Pablo (Gál 2,2; cf. v. 6), la resolución adoptada por toda la Iglesia ma(-)dre puede considerarse, en parte, un producto de la propia perspectiva de Lucas. Judas... y Si(-)las: Sobre el primero no volvemos a oír nada más, pero Silas será compañero de Pablo en su segundo viaje (15,40-18,5; cf. «Silvano», 1 Tes 1,1; 2 Cor 1,19); para Lucas se trata de un nexo más que vincula la misión de Pablo con la Iglesia madre. 23. La carta apostólica es un «documento» de confección lucana, que res(-)ponde a los procedimientos convencionales de los historiadores helenistas (Plümacher, Lukas 10; Cadbury, The Making 190-91; ? 6 supra). La introducción es una fórmula estándar que encontramos en todas las cartas helenistas (? Cartas del NT, 45:6). Siria y Cilicia: La carta se destina no sólo a la Iglesia que pregunta (v. 2), sino también a otros lugares de su expansión misionera (cf. v. 41; Gál 1,21). Posteriormente, se publicará en las ciudades de la I Misión (16,4), y su éxito aceleró las deliberaciones. 26. hombres que han entregado su vida: El da(-)tivo refiere este contenido a Bernabé y Pablo (no obstante Schneider; cf. 9,16). 28. el Espíri(-)tu Santo y nosotros: Esta expresión concuerda apropiadamente con las deliberaciones que tanto han subrayado la iniciativa divina. La autoridad eclesial no interviene por propio po(-)der o siguiendo su programa; su legitimidad reside en comunicar la voluntad salvífica de Dios. 29. El «decreto» dispone las clausulas según el orden en el que aparecen en Lv 17-18. Sobre la adición de la «regla de oro» en el ms. D, ? 11 supra.

85 (e) Consecuencias (15,30-35). El pá(-)rrafo conclusivo del relato sobre la asamblea nos pinta un cuadro idealizado de la gozosa recepción de la resolución por la Iglesia de An(-)tioquía. 33. fueron despedidos: Pero Silas pare(-)ce estar todavía en Antioquía en el v. 40, lo que explica que el ms. D (Vg) añadiera el v. 34: «Pe(-)ro Silas decidió quedarse allí, y sólo Judas re(-)gresó a Jerusalén». 35. Desde el punto de vis(-)ta histórico, es más probable que Pablo hubiera abandonado Antioquía para llevar a cabo nuevas misiones, una vez que se impu(-)sieron allí las nuevas normas.

(Achtemeier, P., «An Elusive Unity», CBQ 48 [1986] 1-26. Bammel, E., en Les Actes [ed. J. Kre(-)mer] 439-46. Borse, U., «Kompositionsgeschichtliche Beobachtungen zum Apostelkonzil», Begegnung mit dem Wort [? 79 supra] 195-212. Dibelius, Stu(-)dies 93-101. Dietrich. Petrusbild [? 19 supra] 306-21. Dómer, Heil 173-87. Dupont, Études 361-65; «Un peuple dentre les nations», NTS 31 [1985] 321-35. Haenchen, E., «Quellenanalyse und Kompositionsanalyse in Act 15», Judentum -UrchristentumKirche [Fest. J. Jeremías, ed. W. Eltester, BZNW 20, Berlín 1964] 153-64. Hengel, Acts 111-26. Jervell, í., Luke and the People of God [Minneápolis 1972] 185-207. Kümmel, W. G., Heilsgeschehen und Geschichte [Marburgo 1965] 278-88. Lake, en Beginnings 5.195-212. Richard, E., «The Divine Purpose», Luke-Acts [ed. C. H. Talbert] 188-209. Strobel, A., «Das Apos(-)teldekret ais Folge des antiochenischen Streites», Kontinuitat und Einheit [Fest. F. Mussner, ed. P.-G. Müller, Friburgo 1981] 81-104. Weiser, A., «Das Apostelkonzil», BZ 28 [1984] 145-67. Wilson, Genti(-)les 178-95.)

86 (IV) Camino de Pablo hacia Roma (15,36-28,31).
(A) Las principales misiones de Pablo (15,36-20,38). Estamos de acuerdo en que la clásica división del texto entre el segundo y el tercer viaje de misión, separados en 18,23, es analíticamente errónea (Weiser, Apg. 387; pero ? Pablo, 79:38-45). Una cesura más clara apa(-)rece en 19,21, que sitúa a Pablo en dirección hacia Jerusalén y Roma, evocando Lc 9,51 (Radl, Paulus 116-24). Sin embargo, puesto que la actividad misionera prosigue tras este punto, preferimos situar el final de la secuen(-)cia de la misión principal en la despedida de Pablo en Mileto (20,17-38), que incluye un anuncio más explícito del camino que le aguar(-)da de sufrimiento por el Señor (vv. 22-24).
87(a) Resumen de los viajes de misión (15,36-41). Se trata de un pasaje de transición que anuncia una nueva fase en la carrera de Pa(-)blo y ata los cabos sueltos de las anteriores. 37-39. Un «fuerte desacuerdo» entre Pablo y Berna(-)bé acaba con su relación, pero, aparte de su críptica conexión con el abandono de la I Misión por Juan Marcos (13,33), Lucas no nos responde
a la pregunta por las causas profundas que lo provocaron. Gál 2,13 sí nos cuenta lo que real(-)mente pasó, pues Lucas sigue con su habitual po(-)lítica de suavizar los conflictos de la Iglesia pri(-)mitiva (? 80 supra).

Nuevo Comentario Bíblico Siglo XXI (Editorial Mundo Hispano, 2019)



:5 El concilio de Jerusalén y la resolución de la cuestión de los gentiles

Este importante episodio muestra nuevamente el deseo de Lucas de contar no sólo los éxitos de la iglesia, sino también sus luchas y conflictos. De hecho, el mismo éxito de la misión a los gentiles llevaba a la crisis discutida aquí. 1 Los que vinieron de Judea provocaron una contienda y discusión bien pueden ser los mismos que se mencionan en Gál. 2:12 (ver la nota más abajo).

2-6 Es difícil para los lectores modernos juzgar lo apremiante que para los judíos era el argumento: Si no os circuncidáis de acuerdo con el rito de Moisés, no podéis ser salvos. Habiendo leído por siglos las soluciones de los autores del NT se ha borrado la agudeza de esta cuestión para nosotros. Era gente que creía que el Dios de las Escrituras (por supuesto aún no había un Nuevo Testamento) era el mismo Dios que mandó a Jesús. El era el Mesías judío, la respuesta a las cuestiones judías, el cumplimiento de la ley y los profetas judíos, mandado por el mismo Dios que mandó aquellas leyes y profetas. ¿Cómo podría una persona pretender que aceptaba a Jesús y al Padre que lo envió y a la vez rechazar las demás cosas que Dios había dicho y reclamado? Aun para aquellos judíos que estuvieran preparados para que la palabra llegara también a los gentiles (10:45; 11:18) y formaran parte del pueblo de Dios, debe haberles parecido que tenían que ser plenamente judíos antes de pensar que podían llegar a ser judíos creyentes. Inclusive cuando Pablo escribe a los romanos algo después de esta controversia, se refiere a los gentiles como si fueran judíos honorarios, integrados al judaísmo (Rom. 11:17-21). Sin embargo, era claro que la marea estaba cambiando, porque cuando Pablo y Bernabé dijeron cómo en sus viajes los gentiles se habían convertido daban gran gozo a todos los hermanos, lo que parece una actitud más sana de la que enfrentó Pedro en 11:1-3.

7 Hubo una grande contienda sobre el tema y Pedro se dirigió a los apóstoles y los ancianos, recordándoles su experiencia con Cornelio. Puede que haya enfatizado que lo que estaban haciendo Pablo y Bernabé no era una verdadera innovación comparado con lo que Dios había hecho por medio de Pedro en ese entonces: Dios escogió entre vosotros que los gentiles oyesen por mi boca la palabra del evangelio y creyesen. 8, 9 Como en los caps. 10 y 11, es claro que por lo menos parte del razonamiento para el descenso bastante dramático del Espíritu Santo sobre Cornelio y los suyos fue para que los demás creyentes no tuvieran duda de que Dios los consideraba iguales: no hizo ninguna diferencia entre nosotros y ellos y les dio el Espíritu Santo de la misma manera. 10, 11 Igualmente, Pedro dijo que somos salvos por la gracia del Señor Jesús y no por llevar el yugo de la obediencia a la ley. Esta parte del argumento de Pedro suena tan similar a lo que Pablo escribió en sus cartas que habría base para preguntarnos si era una reflexión de la reprensión que había recibido y aceptado (Gál. 2:11-21).

12 Sólo después que Pablo hubo hablado, los misioneros de Antioquía hablaron contando sus experiencias entre los gentiles. Nuevamente el nombre de Bernabé aparece en primer lugar. El fue quien presentó a Pablo a los creyentes en Jerusalén (9:26, 27).

13-21 La respuesta de Jacobo parece sugerir que ocupaba una posición de autoridad, aunque Lucas no da detalles (ver 12:17 y 21:18). Es interesante que sobre un asunto de tal importancia la iglesia procediera a realizar una reunión y tomar una decisión más bien que tratar de discernir la voluntad de Dios echando suertes (como en el cap. 1) o haciendo uso de profetas que presumiblemente estaban presentes y que obviamente eran respetados (15:22, 32). Las palabras de los profetas son frases e ideas de Jer. 12:15; Amós 9:11, 12 e Isa. 45:21. La decisión de Jacobo fue que no hay que inquietar a los gentiles. Es por gracia que son salvos y Dios no ha impuesto otras restricciones. Sin embargo, había algunos pasos prácticos que Jacobo quería que los gentiles observaran. La razón que dio para ese consejo fue que las normas judías eran tan bien conocidas que los creyentes judíos (y quizá aun los gentiles temerosos de Dios) habrían esperado algunas concesiones en cuanto a lo que ellos consideraban las preferencias de Dios en tales asuntos.

22-29 La carta fue dirigida en primer lugar a Antioquía, ya que las objeciones a las prácticas de Pablo y Bernabé surgieron allí. No fue entregada sólo a los misioneros aludidos sino también a Judas y Silas, el último de los cuales llegaría a ser un compañero de misiones de Pablo (40; ver también 1 Tes. 1:1, 2; 2 Tes. 1:1). Estos fueron enviados para confirmar de palabra lo resuelto, ya que la palabra escrita, aunque es más permanente, aún era considerada como inferior a la palabra viva del testimonio. Estos testigos debieron haber sido verdaderamente útiles en Antioquía si los oponentes de 15:1 eran los mismos de Gál. 2 y declaraban tener la autoridad de Jacobo (ver la nota más adelante sobre la relación de este episodio con Gál.). La carta dejaba en claro que los oponentes originales habían ido sin que se les dieran instrucciones (24, DHH sin nuestra autorización).

En los capítulos anteriores hemos visto que cuando los judíos llegaban a ser cristianos seguían siendo judíos y eran llamados creyentes judíos. Aquí la cuestión había sido si los gentiles necesitaban ser circuncidados y así ser considerados creyentes judíos (15:1). La respuesta del concilio fue una clara negativa. De allí que ni en el discurso de Jacobo ni en la carta haya una referencia a que la circuncisión sea necesaria. Pero la primera cuestión podía ligarse fácilmente con otra: si servir al verdadero Dios tenía ciertas implicaciones éticas (como sabría entonces todo el mundo; 15:21) entonces ¿esto podía ser ignorado por los gentiles cristianos sin perder su seguridad? La respuesta que dio el concilio es doble: los gentiles cristianos no necesitaban convertirse en judíos, pero tampoco debían continuar actuando como gentiles típicos.

Para los lectores modernos el interrogante de la lista de Jacobo no es sólo por qué se incluyen algunas cosas, sino también por qué se omiten algunos importantes imperativos éticos. Porque seguramente se esperaba que los creyentes gentiles, p. ej. no robaran. Lo que se percibe como típico comportamiento gentil explica el contenido de la lista: todos los creyentes deben actuar más como siervos del verdadero Dios que como gentiles comunes de su tiempo.

Aquellas cosas que eran requisitos culturales para los judíos no eran necesarias para la salvación de los gentiles, pero su observancia haría más fácil la asociación, adoración y comunión de todo tipo de creyentes. Además, también eso habría servido como testimonio a los no gentiles de que esa persona había cambiado y que ahora estaba siguiendo al verdadero Dios. Jacobo y el concilio hablaron repetidamente en términos de una carga colocada sobre los creyentes gentiles (15:19, 24, 28) pero es una carga liviana. La carta termina diciendo: Si os guardáis de tales cosas, haréis bien. Pablo se extiende en esto en 1 Cor., donde expone que si bien todo es permisible no todo es provechoso (1 Cor. 10:23).

31 La decisión fue bien recibida en Antioquía así como lo fueron los mismos Judas y Silas. 35 Después de un tiempo en Antioquía, Pablo y Bernabé decidieron volver a visitar a los hermanos de los lugares donde habían estado originalmente para ver cómo estaban. 37-41 Lamentablemente, esto llevó a un desacuerdo entre los viejos amigos Bernabé y Pablo, al extremo de que surgió tal desacuerdo ... que se separaron. Tenía que ver con Juan, llamado Marcos, a quien Pablo miraba como desertor (ver 13:13 y antes sobre 12:5). Lucas no se retiene de registrar este incidente y no dice nada sobre la reconciliación de la que sabemos por las cartas de Pablo más adelante; Col. 4:10; 2 Tim. 4:11; Film. 24; ¡las tres cartas también mencionan a Lucas en pocos versículos! Silas (16:47; 1 Tes. 1:1; 2 Tes. 1:1), que a veces es llamado Silvano, salió con Pablo.

La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

El Concilio de Jerusalén. Exactamente en la mitad del libro de los Hechos sitúa Lucas lo que se suele llamar Concilio de Jerusalén. No es exagerado decir que este relato es el verdadero quicio de toda la obra de Lucas. El narrador nos ha ido preparando en los relatos precedentes para esta asamblea de capital importancia, no sólo para aquellas primeras comunidades sino para toda la historia de la Iglesia. Nos ha invitado a reconocer la primacía de Jerusalén y el dinamismo de Antioquía. Nos ha inducido a simpatizar con el movimiento de apertura iniciado por los cristianos helenistas, a nosotros que somos los descendientes de aquel primer impulso.
Simplificando un poco podríamos decir que las dos Iglesias siguen caminos divergentes. La Iglesia de Jerusalén estaba dominada por judeocristianos, conservadores en ciertos aspectos. Se consideran una especie de «resto» o gueto en el cual está cristalizándose y creciendo el nuevo Israel, definitivo y total. Sin embargo, no acababan de entender en todo su alcance la novedad absoluta de la persona de Jesús, su muerte y resurrección, que sin romper las raíces espirituales que le unían al pueblo elegido de Israel eliminó todas las fronteras impuestas por la raza, las leyes discriminatorias y las tradiciones excluyentes, como la circuncisión y un largo etcétera. Sin embargo, desde su reducto, esta comunidad fue capaz de aceptar, en la persona de Pedro, la apertura del Evangelio a los paganos iniciada por los helenistas. Esto fue posible gracias a la iniciativa del Espíritu Santo, como afirma e insiste Lucas. Es posible, sin embargo, que el bautismo del pagano Cornelio y su familia a manos de Pedro, sin la condición previa de la circuncisión y la imposición de otras leyes y costumbres judías, no fuera bien asimilado por toda la comunidad de Jerusalén.
La comunidad de Antioquía, por otra parte, era heterogénea en su composición y dinámica en su constante irradiación. Su característica era, hacia adentro, la capacidad para convivir en el pluralismo; y hacia afuera, la aceptación de otras gentes y la asimilación de culturas diferentes. Judeocristianos convivían en Antioquía con helenistas y paganos convertidos.
Esta situación de hecho, que duraba ya varios años, no podía prolongarse por más tiempo, como así fue. La chispa que provocó el enfrentamiento entre ambas Iglesias surgió de un grupo de extremistas de Judea. Pablo los llama «falsos hermanos», que viajaron a Antioquía y comenzaron a enseñar que sin la circuncisión no era posible salvarse. Pablo, Bernabé y su grupo de Antioquía reaccionaron con la máxima energía. Se hizo necesaria una reunión de los representantes de ambas Iglesias para zanjar la cuestión de una vez por todas.
Lucas narra el desarrollo de la reunión 35 ó 40 años después de que ocurrieran los hechos. Todos los protagonistas, Pedro, Santiago, Pablo, Bernabé, etc., habían muerto. El problema ya no existía; es más, los paganos convertidos habían pasado a ser, de minoría cuestionada y marginada, a mayoría absoluta dentro de la Iglesia. Lucas se siente, pues, libre de ordenar y seleccionar los recuerdos y tradiciones de lo ocurrido; pasa por alto lo más áspero de la polémica y construye con rasgos esenciales un relato perfectamente equilibrado para transmitirnos su mensaje constante: el Espíritu Santo fue el verdadero protagonista de la solución del conflicto. La unidad de la Iglesia no se rompió. Las barreras discriminatorias se rompieron y los paganos fueron admitidos en la Iglesia en pie de igualdad.
El Concilio tuvo dos momentos: una sección plenaria en la que ambas partes contendientes exponen con acaloramiento sus respectivas posiciones y una sección restringida donde los dirigentes de Jerusalén, con Pedro y Santiago a la cabeza, y los dos delegados de Antioquía, Pablo y Bernabé, se reúnen a deliberar. También aquí, dice Lucas, se encendió la discusión, hasta que Pedro se levantó y dictó sentencia. El discurso de Pedro parte de su experiencia personal en el caso del pagano Cornelio y su familia, y dice que Dios les dio el Espíritu Santo lo mismo que a «nosotros». Es, por tanto, el Espíritu el que abate fronteras y crea la nueva unidad. Así pues, oponerse a la integración plena y sin condiciones de los paganos a la Iglesia es oponerse a Dios. Las palabras de Pedro son acogidas con un silencio de aceptación. A continuación, hablan los delegados de Antioquía que confirman lo dicho por Pedro narrando las maravillas que Dios había hecho entre los paganos por medio de ellos. Finalmente, Santiago, el jefe de la oposición moderada, toma a su vez la palabra y acepta claramente la decisión de Pedro. Dice que imponer la circuncisión y la ley judía a los paganos sería poner obstáculos a su conversión, descalificando así a los extremistas. No obstante, Santiago propone algunas cláusulas de comportamiento para los paganos convertidos con el fin de asegurar la convivencia con los judeocristianos en las comunidades mixtas. Éstas fueron aceptadas.
Así terminó aquella memorable reunión, considerada como el primer Concilio de la Iglesia. Sin embargo, los cristianos de hoy caeríamos en un error si consideráramos el Concilio de Jerusalén como un hecho del pasado, cerrado y superado ya. En realidad, el Concilio de Jerusalén continúa abierto, porque el problema de fondo que allí se planteó ha sido y sigue siendo el problema de fondo de toda la historia de la Iglesia, también de la de nuestros días.
Fue «la memoria» de Jesús la que estuvo en peligro de perderse en Jerusalén, es decir, su opción por los marginados, las masas abandonadas, los discriminados, los excluidos. En el Concilio de Jerusalén los marginados fueron los helenistas cristianos y los paganos convertidos, en una Iglesia dominada por los judeocristianos. Hoy son las mujeres en un mundo dominado por los hombres; los niños en un mundo de adultos; los enfermos en un mundo obsesionado por la salud y el hedonismo; el tercer mundo dominado por el primero; son los pobres, los emigrantes, los indígenas, los trabajadores y, en general, los marginados de nuestra sociedad. Las palabras de Pedro en Jerusalén siguen resonando proféticamente en nuestros días: Si Dios los ha elegido, ¿quiénes somos nosotros para marginarlos? Con esta intervención, Lucas despide a Pedro definitivamente del libro de los Hechos. Ya no lo menciona más. El narrador no intenta ofrecernos una biografía de sus personajes, sino que los sigue hasta que se han identificado totalmente con el Espíritu Santo que es el protagonista absoluto del libro de los Hechos.

King James Version (KJVO) (1611)



Chapter XV.

Great dissention ariseth touching Circumcision. 6 The Apostles consult about it, 22 and send their determination by letters to the Churches. 36 Paul and Barnabas thinking to visit the brethren together, fall at strife, and depart asunder.
1 And certaine men which came downe from Iudea, taught the brethren, and said, [ Gal_5:1.] Except ye be circumcised after the manner of Moses, ye cannot be saued.
2 When therefore Paul and Barnabas had no small dissention and disputation

[The Apostles Councill.]

with them, they determined that Paul and Barnabas, and certeine other of them, should goe vp to Hierusalem vnto the Apostles and Elders about this question.
3 And being brought on their way by the Church, they passed thorow Phenice and Samaria, declaring the conuersion of the Gentiles: and they caused great ioy vnto all the brethren.
4 And when they were come to Hierusalem, they were receiued of the Church, and of the Apostles, and Elders, and they declared all things that God had done with them.
5 But there rose vp certaine of the sect of the Pharisees which beleeued, saying, that it was needfull to circumcise them, and to comand them to keepe the Law of Moses.
6 And the Apostles & Elders came together for to consider of this matter.
7 And when there had bene much disputing, Peter rose vp, and said vnto them, [ Act_10:20 ; Act_11:13 .] Men and brethren, ye know how that a good while agoe, God made choise among vs, that the Gentiles by my mouth should heare the worde of the Gospel, and beleeue.
8 And God which knoweth the hearts, bare them witnes, giuing them the holy Ghost, euen as he did vnto vs,
9 [ Act_10:43 ; 1Co_1:2 .] And put no difference between vs & them, purifying their hearts by faith.
10 Now therfore why tempt ye God, [ Mat_23:4 .] to put a yoke vpon the necke of the disciples, which neither our fathers nor we were able to beare?
11 But we beleeue that through the grace of the Lord Iesus Christ, we shal be saued euen as they.
12 Then all the multitude kept silence, and gaue audience to Barnabas and Paul, declaring what miracles and wonders God had wrought among the Gentiles by them.
13 And after they had helde their peace, Iames answered, saying, Men and brethren, hearken vnto me.
14 Simeon hath declared how God at the first did visite the Gentiles to take out of them a people for his Name.
15 And to this agree the words of the Prophets, as it is written,
16 [ Amo_9:11 .] After this I will returne, and wil build againe the Tabernacle of Dauid, which is fallen downe: and I will build againe the ruines thereof, and I will set it vp:

[The Apostles epistle.]

17 That the residue of men might seeke after the Lord, and all the Gentiles, vpon whom my Name is called, sayth the Lord, who doeth all these things.
18 Knowen vnto God are all his workes fro the beginning of the world.
19 Wherefore my sentence is, that we trouble not them, which from among the Gentiles are turned to God:
20 But that wee write vnto them, that they abstaine from pollutions of Idoles, and from fornication, and from things strangled, and from blood.
21 For Moses of olde time hath in euery citie them that preach him, being read in the Synagogues euery Sabbath day.
22 Then pleased it the Apostles and Elders with the whole Church, to send chosen men of their owne company to Antioch, with Paul and Barnabas: namely, Iudas surnamed Barsabas, & Silas, chiefe men among the brethren,
23 And wrote letters by them after this maner, The Apostles and Elders, and brethren, send greeting vnto the brethren, which are of the Gentiles in Antioch, and Syria, and Cilicia.
24 Forasmuch as we haue heard, that certaine which went out from vs, haue troubled you with words, subuerting your soules, saying, Ye must be circumcised, and keepe the Law, to whom we gaue no such commandement:
25 It seemed good vnto vs, being assembled with one accord, to send chosen men vnto you, with our beloued Barnabas and Paul,
26 Men that haue hazarded their liues for the Name of our Lord Iesus Christ.
27 Wee haue sent therefore Iudas and Silas, who shall also tell you the same things by mouth.
28 For it seemed good to the holy Ghost, and to vs, to lay vpon you no greater burden then these necessarie things;
29 That ye abstaine from meates offered to idoles, and from blood, & from things strangled, and from fornication: from which if ye keepe your selues, yee shall doe well. Fare ye well.
30 So when they were dismissed, they came to Antioch: and when they had gathered the multitude together, they deliuered the Epistle.
31 Which when they had read, they

[Paul and Barnabas.]

reioyced for the [ Or, exhortation.] consolation.
32 And Iudas and Silas, being Prophets also themselues, exhorted the brethren with many words, and confirmed them:
33 And after they had taried there a space, they were let goe in peace from the breehren vnto the Apostles.
34 Notwithstanding it pleased Silas to abide there still.
35 Paul also and Barnabas continued in Antioch, teaching and preaching the word of the Lord, with many others also.
36 And some dayes after, Paul said vnto Barnabas, Let vs go againe and visit our brethren, in euery city where we haue preached the word of the Lord, and see how they doe.
37 And Barnabas determined to take with them Iohn, whose surname was Marke.
38 But Paul thought not good to take him with them; who departed from them from Pamphylia, and went not with them to the worke.
39 And the contention was so sharpe betweene them, that they departed asunder one from the other: & so Barnabas tooke Marke, & sailed vnto Cyprus.
40 And Paul chose Silas, and departed, being recommended by the brethren vnto the grace of God.
41 And he went thorow Syria and Cilicia, confirming the Churches.

Dios Habla Hoy (Sociedades Bíblicas Unidas, 1996)



Dios Habla Hoy 1996 Notes:



[1] 15.1 Cf. Gn 17.12; Lv 12.3.

[2] 15.8 Hch 10.44-47; cf. Hch 2.4.

[3] 15.13 Santiago: Hch 12.17 n.

[4 15.14 Simón: esto es, Pedro (v. 7).

[5] 15.16-18 Am 9.11-12 (gr.); Is 45.21.

[6] 15.20 Lo más probable es que estas cuatro prohibiciones se refieran a cuestiones rituales: comer la carne sacrificada a los ídolos (cf. 1 Co 8.10), los matrimonios prohibidos por la ley (cf. Lv 18.6-18; Nm 25.1; también 2 Co 6.14), comer carne de animales estrangulados o ahogados, que podían contener sangre, y comer la sangre misma (cf. Gn 9.4; Lv 17.10-16). De esta manera se facilitaba la convivencia con los cristianos procedentes del judaísmo, que continuaban practicando sus costumbres tradicionales.

[7] 15.22 Silas: compañero de Pablo en su segundo viaje misionero (Hch 15.40; 16.19; 17.14, etc.); es, probablemente, el mismo que se menciona en las cartas con el nombre latino Silvano (2 Co 1.19; 1 Ts 1.1; 2 Ts 1.1; 1 P 5.12).

[8] 15.33 Algunos mss. incluyen el v. 34: Pero Silas decidió quedarse.

[9] 15.38 Hch 13.13.

Comentario al Nuevo Testamento (EUNSA, 2008)

Algunos cristianos de procedencia farisea -«algunos de los que estaban con Santiago» (Ga 2,12)- llegados a Antioquía afirman categóricamente que no es posible la salvación a quien no se circuncide y practique la Ley de Moisés. Han aceptado (cfr 11,18) que los gentiles convertidos puedan bautizarse y formar parte de la Iglesia. Pero no han entendido bien la nueva economía evangélica, y piensan aún que es necesario hacerse primero judíos y cumplir todos los preceptos y ritos mosaicos. Las graves afirmaciones de estos discípulos no sólo turban el ánimo de los cristianos antioquenos sino que comprometen la propagación de la Iglesia misma. Se plantea por lo tanto la necesidad de una apelación a los Apóstoles y presbíteros, que se encuentran en Jerusalén y llevan el gobierno de la Iglesia.


Sagrada Biblia (Conferencia Episcopal Española, 2011)

*13:1-15:35 La primera sección de esta segunda parte de Hechos se centra en la misión de Bernabé y Saulo entre los gentiles -primer viaje de Pablo-, cuyo resultado fue la entrada masiva de los mismos en la Iglesia, sin circuncisión previa (Hch 13:1-52; Hch 14:1-28). El hecho provoca la protesta de un grupo de judíos, llamados judaizantes, convocándose por ello una reunión en Jerusalén, que sanciona aquella praxis (Hch 15:1-35).

Libro del Pueblo de Dios (San Pablo, 1990)



1. "Algunas personas venidas de Judea": en Gal_2:12 se los llama "enviados de Santiago".

16-18. Amo_9:11-12.

20. "Contaminado por los ídolos": se trata de la carne que ha sido inmolada a los ídolos. Sobre las "uniones ilegales", ver nota Mat_5:32.

34. "Como Silas creyó que debía quedarse, Judas partió solo". Este texto no figura en los mejores manuscritos.

Greek Bible (Septuagint Alt. Versions + SBLGNT Apparatus)

Ἱεροσόλυμα Treg ] Ἱερουσαλὴμ WH NA28 RP
  • παρεδέχθησαν WH Treg NA28 ] ἀπεδέχθησαν RP
  • ἀπὸ WH Treg NA28 ] ὑπὸ RP

Nueva Biblia de Jerusalén (1998) - referencias, notas e introducciones a los libros


REFERENCIAS CRUZADAS

[1] Hch_14:27+

Nueva Biblia de Jerusalén (Desclée, 1998)


REFERENCIAS CRUZADAS

[1] Hch_14:27+

Biblia Hispano Americana (Sociedad Bíblica Española, 2014)

Hch 14:27.

Torres Amat (1825)



[15] Am 9, 11.