Biblia Comentada, Profesores de Salamanca (BAC, 1965)
Capitulo 22.
E l autor sagrado continúa en el capítulo 22:1-5 la descripción de la Jerusalén celeste, y nos habla de la felicidad de sus habitantes, sirviéndose de las imágenes del
agua y de la del
árbol de la vida. El agua escasea en Palestina. No hay en ella ninguna ciudad por medio de la cual corra un río que la alegre, como sucedía en Nínive con el Tigris, en Babilonia con el Eufrates, y como en el paraíso terrestre con aquella fuente que, dividida en cuatro brazos, lo regaba y alegraba todo. Por eso Ezequiel! en su descripción de la Jerusalén de la restauración, cuida de poner un río que fecundiza con sus aguas sus arrabales y da frescor y felicidad a la hermosa ciudad. El profeta nos describe un arroyo que sale del templo y corre hacia el oriente y va creciendo cada vez más. Su cauce desciende por el valle Cedrón hasta el mar Muerto, cuyas aguas sanea y endulza, convirtiéndolas en fuente de riqueza. A ambas orillas de ese río crecen árboles frutales de toda especie, que dan un fruto cada mes y sus hojas son medicinales 2.
Pues San Juan, para completar el cuadro de la Jerusalén del cielo, pone también en ella
un río de agua de vida, clara como el cristal, que sale del trono de Dios y del Cordero (v.1) y corre por las calles de la ciudad. A
un lado y a otro del río hay árboles plantados,
árboles de vida, que dan doce frutos al año y sus hojas son saludables para las naciones (v.2). Todo, pues, en ella es salud y vida 3. Sus frutos son frutos de vida, como los del paraíso 4, y las mismas hojas son medicinales. El
árbol de vida de la Jerusalén celeste da frutos continuamente para que todos puedan comer de ellos cuando lo deseen. Estos frutos perennes son el símbolo y, al mismo tiempo, significan el don de la inmortalidad. En dicha ciudad no habrá enfermedades ni muerte, porque las mismas hojas del árbol de vida servirán de
medicina para las gentes. Se refiere a la conversión de los gentiles cuando comenzaron a el triunfo de la Iglesia y la gloria de la Jerusalén celeste. Todas estas imágenes sirven para expresar la dicha de los moradores del cielo, que gozan de vida eterna sin temor alguno de enfermedad ni de muerte. Son símbolos para significar cómo Dios se comunica a los elegidos. El río, los árboles con sus frutos y sus hojas, simbolizan la abundancia de los dones y de las consolaciones de que gozarán los bienaventurados en el cielo, y especialmente la visión beatífica, por la cual Dios se comunica a los elegidos con todos sus bienes. La visión beatífica es el río que alegra la Jerusalén celeste, y en el cual beben los santos, logrando de esta manera la consolación de todas las aflicciones pasadas y la gloria e inmortalidad de los cuerpos.
Ese río que nace en el trono en donde se sientan Dios y el Cordero representa a Dios en cuanto se comunica a los elegidos: simboliza al Espíritu Santo. Y en este sentido parece constituir una alusión trinitaria bastante clara, ya que los ríos de aguas vivas simbolizan en San Juan 5 el don del Espíritu Santo. De este modo, en la cumbre de la Jerusalén celeste vemos a toda la Trinidad: el Padre ilumina la entera ciudad con su gloria, el Cordero la ilustra con su doctrina y el Espíritu Santo la riega y la fecunda con toda clase de bienes espirituales 6.
Los v.3-5 precisan la naturaleza de la felicidad de los elegidos sirviéndose de expresiones ya encontradas anteriormente. Los bienaventurados no tendrán temor alguno de perder la bienaventuranza ni de ser arrojados del cielo, porque allí no puede tener cabida ninguna tentación, ni pecado, ni dolor. En el paraíso terrestre nuestros primeros padres fueron tentados, cayeron en el pecado, y con él perdieron todos los dones preternaturales que poseían. No sucederá así en la Jerusalén celeste:
no habrá ya maldición alguna en ella,
y el trono de Dios y del Cordero estará en ella (v.3). Entonces se cumplirá lo dicho por el profeta Zacarías acerca de la Jerusalén mesiánica: Y morarán en ella, y ya nunca más será anatema y morarán en seguridad 7. No habrá peligro de que la nueva Jerusalén sea condenada al
anatema, herem, aniquilador, tan corriente en las guerras antiguas. Los elegidos, en el cielo, no temerán condenas, porque no habrá pecado. La bienaventuranza de los predestinados se caracterizará por una tranquilidad sin límites.
Reinarán, sin ser turbados, sobre todo el universo por toda la eternidad. En el cielo
verán a Dios cara a cara (v.4), con lo cual quedará satisfecho el más profundo anhelo del hombre, pues la visión de la esencia divina es lo que propiamente hace bienaventurados a los santos 8. La visión de Dios cara a cara, privilegio exclusivo del Hijo de Dios 9 y de los ángeles 10, será según la promesa del Nuevo Testamento la herencia de todos los hijos de Dios, coherederos con Cristo n. San Pablo también afirma que en el cielo veremos a Dios
cara a cara: Ahora vemos por un espejo y oscuramente dice el Apóstol de las Gentes , entonces veremos cara a cara. Al presente conozco sólo en parte, entonces conoceré como soy conocido12. Y el mismo San Juan enseña a su vez en su primera epístola: Sabemos que cuando aparezca seremos semejantes a El, porque le veremos tal cual es*13. Esta idea de la visión beatífica, de la plena felicidad en el cielo, sin duda que sería de gran efecto para infundir nuevos alientos a los cristianos perseguidos. Los que se mantuvieron fieles a Dios en este mundo reinarían sin fin con El y con el Cordero en el cielo.
Los santos en el cielo
llevarán el nombre de Dios sobre la frente para indicar que pertenecen eternamente a Dios y que siempre serán posesión de Dios 14.
Reinarán por los siglos de los siglos (v.5) con Cristo y le servirán como sacerdotes en una liturgia eterna 15. No
tendrán necesidad de luz de antorcha ni del sol, porque el Señor los iluminará con su presencia 16.
Aquí debería terminar la última profecía de la Biblia, la más sublime de todas. Pero San Juan añadió un epílogo que insiste sobre el cumplimiento próximo de la profecía.
Epílogo, 22:6-21.
E l epílogo con el que se cierra el Apocalipsis viene a resumir el contenido del libro. Comprende una serie de sentencias un tanto inconexas escritas en. un estilo entusiasta. Hablan en él alternativamente varios personajes: Juan, el ángel, Jesús y el Espíritu Santo. Las ideas dominantes de este epílogo son la insistente preocupación de autenticar las
revelaciones que Juan nos ha ido exponiendo a lo largo de todo su libro, con el fin de que nadie se atreva a falsificarlas o a cambiarlas, y el anhelo que se manifiesta de la pronta venida de Cristo.
En el epílogo se pueden distinguir los siguientes puntos: Declaraciones de Cristo y de Juan que sirven para atestiguar la genuinidad del libro (v.6-9). Después se añaden ciertas advertencias de Cristo sobre el cumplimiento próximo de la profecía del Apocalipsis (v.10-16). Vienen a continuación un llamamiento amoroso del Espíritu Santo a los cristianos y a la humanidad (v.17), una amenaza de Juan contra los falsificadores (v. 18-19), la promesa de Jesús de su próxima venida (v.20) y, finalmente, la salutación epistolar en forma de bendición (V.21).
Las palabras de esta profecía son atestiguadas, 22:6-9.
6
Y me dijo: Estas son las palabras fieles y verdaderas, y el Señor, Dios de los espíritus de los profetas, envió su ángel para mostrar a sus siervos las cosas que están para suceder pronto. 7
He aquí que vengo presto. Bienaventurado el que guarda las palabras de la profecía de este libro.8
Y yo, Juan, oí y vi estas cosas. Cuando las oí y vi, caí de hinojos para postrarme a los pies del ángel que me las mostraba. 9
Pero me dijo: No hagas eso, pues soy consiervo tuyo, y de tus hermanos los profetas, y de los que guardan las palabras de este libro; adora a Dios. El que habla parece que debe de ser el mismo ángel que había servido de intérprete a San Juan en la postrera sección 17. Pero las palabras que dice en el
í ç sólo convienen a Cristo. El interlocutor asegura que cuanto se contiene en el libro se cumplirá, y pronto, por
que las palabras del Señor son fieles y verdaderas (v.6). Esta garantía se refiere al conjunto del Apocalipsis, pues la referencia de los v.6-7 a Rev_1:1-3 es bastante clara. Por el estilo y las referencias se ve que el autor del epílogo fue el que escribió el prólogo y el resto del Apocalipsis. El que envía al ángel es llamado
el Señor, Dios de los espíritus de los profetas, porque durante la economía antigua Yahvé les comunicó de su espíritu de profecía. Para entender todo el sentido de estas palabras es conveniente volvamos los ojos al Antiguo Testamento. Su contenido son multitud de promesas de Dios, cuyo cumplimiento se va retrasando cada vez más, de suerte que algunos ya dudaban de ellas. Pero la palabra de Dios no podía faltar, y Jesucristo vino a darle un cumplimiento muy por encima de cuanto podían los hombres esperar. Por eso, el Señor es llamado
Fiel y Veraz en el Apocalipsis 18; y Cristo en el Evangelio dice de sí mismo que es la
Verdad 19. La idea de que esas promesas se cumplirán pronto aparece muchas veces en el Apocalipsis. Sin embargo, hay que tener presente que esas promesas tienen muchos grados, los cuales se van desenvolviendo poco a poco. Y si bien la plenitud de ese cumplimiento se retrasa, no sabemos cuánto eso es un secreto del Padre celeste , no obstante, el tiempo, comparado con la eternidad, apenas es un momento, y al fin se cumplirán por encima de lo que el hombre puede esperar. El Dios de la revelación es el Dios de
los espíritus de los profetas, expresión que hay que explicar por el texto de
1Co_14:32, en donde
espíritu significa
inspiraciones. Se trata, por consiguiente, de los dones profetices, cuya fuente está en Dios. El es el que envió sus inspiraciones a San Juan por ministerio de su ángel 20.
En el v.7 es el mismo Jesucristo el que toma la palabra para confirmar lo dicho por el ángel sobre la proximidad de su venida. La expresión
vengo presto se lee otras dos veces en este epílogo 21, y también en los primeros capítulos del Apocalipsis 22. Parece como reflejar la tensión espiritual de Juan, que espera la llegada inminente de Cristo. Y quiere que los cristianos se preparen a su vez para el día de su par usía. La venida de Jesús aquí, como la venida de Yahvé en el Antiguo Testamento, puede tener lugar en diversos tiempos y según la obra que venga a realizar. Siempre que el Señor interviene en la historia de una manera especial, puede decirse que se ha producido una venida suya. Así, la venida puede ser más o menos pronta. Para cada cristiano en particular, la
venida de Cristo tiene lugar en la muerte individual, pues con ella se decide su destino eterno 23. Por eso, el que vigile y el que esté atento a la llegada del Señor podrá ser llamado
bienaventurado, porque Dios premiará la fidelidad con la gloria eterna. Si los cristianos
guardan las palabras de la profecía del Apocalipsis siendo fieles, Dios será más fiel aún a las promesas hechas. Esta bienaventuranza es la sexta de las siete que cuenta el Apocalipsis 24. En ella se pone de relieve que, si el cristiano quiere obtener el cielo, ha de cumplir los preceptos divinos. La sola fe no basta para conseguir la felicidad eterna.
Después San Juan atestigua la verdad de todo lo expuesto en el Apocalipsis:
Y yo, Juan, oí y vi estas cosas (v.8). Es una especie de firma puesta al libro. En el primer capítulo encontramos testimonios parecidos a éste
25. Y en el cuarto evangelio, el autor sagrado se expresa en términos muy semejantes 26. Todo lo cual nos demuestra que ha sido la misma mano la que ha compuesto estas obras. A continuación se nos describe una escena que es la repetición de
Rev_19:10. Juan intenta hacer al ángel la cortesía de la adoración, tan común en los libros apocalípticos (v.8). Pero el ángel rehusa esa cortesía extremada, que tiene parecido con la adoración de latría, la cual sólo se debe a Dios. De sí mismo confiesa el ángel que es un
consiervo del Señor, igual que Juan y sus hermanos en la fe (v.9). El ángel es consiervo de Juan en cuanto que éste tiene que transmitir el mensaje recibido del ángel, que a su vez lo transmite de parte de Dios. Como en
Rev_1:1.3, el autor del Apocalipsis se coloca con toda sencillez en el rango de los
profetas, porque, a imitación de los profetas del Antiguo Testamento, ha tenido que dar a conocer la
revelación divina a los hombres. El ángel termina la frase diciendo:
adora a Dios, que resume con fuerza el pensamiento de Juan y cuadra bien con el Apocalipsis, que es una protesta continua contra la idolatría.
Palabras de Cristo a toda la humanidad,Rev_22:10-16.
10
Y me dijo: No selles los discursos de la profecía de este libro, porque el tiempo está cercano. 11
El que es injusto continúe aún en sus injusticias, el torpe prosiga en sus torpezas, el justo practique aún la justicia y el santo santifíquese más. 12
He aquí que vengo presto, y conmigo mi recompensa, para dar a cada uno según sus obras.13
Yo soy el alfa y la omega, el primero y el último, el principio y el fin. 14
Bienaventurados los que lavan sus túnicas para tener derecho al árbol de la vida y a entrar por las puertas que dan acceso a la ciudad. 15
Fuera perros, hechiceros, fornicarios, homicidas, idólatras y todos los que aman y practican la mentira. 16
Yo, Jesús, envié a un ángel para testificaros estas cosas sobre las iglesias. Yo soy la raíz y el linaje de David, la estrella brillante de la mañana. Según el contexto, sería el ángel del v.9 el que continúa hablando; sin embargo, las palabras de los v.10-16 sólo pueden ser puestas en labios de Cristo a causa de la gravedad de las declaraciones que siguen. Jesucristo ordena a San Juan que no
selle la profecía de este libro, porque su cumplimiento está cercano (v.10). El Apocalipsis está ordenado en gran parte a consolar y animar a los fieles, mostrándoles la especialísima providencia de Dios sobre ellos. Por eso, San Juan no debe sellar estos oráculos, para que en cualquier tiempo puedan los cristianos encontrar en ellos alivio y consuelo.
En contraste con la literatura apocalíptica, en donde se suele ordenar el mantener en secreto las visiones habidas 27, la revelación recibida por Juan no ha de permanecer oculta, sino que interesa manifestarla a la generación presente. Las profecías contenidas en ella comenzaban ya a cumplirse, y, por lo tanto, era urgente sacar provecho de ellas, preparándose para cuando llegasen los acontecimientos. Esta recomendación tenía particular interés para los contemporáneos de San Juan, que eran testigos de los hechos a los cuales alude en el Apocalipsis. Esto resulta particularmente claro por lo que se refiere a los capítulos 2-13 del Apocalipsis. Pero también el resto del libro se presenta íntimamente ligado con lo que precede en virtud del artificio literario llamado
recapitulación, según el cual el Apocalipsis no expondría una serie continua y cronológica de sucesos futuros, sino que describiría los mismos sucesos bajo diversas formas. Para San Juan lo mismo que para los antiguos profetas, el futuro se presenta a su mente sin perspectiva propiamente temporal o cronológica. La venida del reino de Dios tendrá lugar después de la ruina de Roma, del mismo modo que el reino mesiánico es asociado en Isaías a la derrota de Asiría 28.
El plan de Dios se cumplirá de todas maneras. La mala voluntad de los hombres no podrá impedir el plan providencial divino. Por este motivo, el vidente de Patmos declara con cierta ironía que, mientras llega el cumplimiento de la profecía, cada uno considere lo que le conviene hacer: si trabajar en la obra de su santificación o dejarse llevar del pecado y del vicio (v.11). Es una figura retórica, la permisión, que se encuentra en diversos pasajes del Antiguo Testamento 29. El verdadero cristiano ha de trabajar por santificarse:
el justo practique aún la justicia y el santo santifíquese mas. La persecución revelará las disposiciones íntimas de cada uno. Pero la venida de Cristo fijará a cada uno en la actitud que haya elegido libremente. Esta venida es anunciada como inminente por el mismo Jesucristo:
He aquí que vengo presto 30 a dar a cada uno premio o castigo, según las obras que haya hecho (v.1a). Esto tendrá lugar al fin de la vida de cada uno, y de un modo especial al fin del mundo, cuando el hombre todo entero, en cuerpo y alma, recibirá la retribución merecida 31. El
salario (6 ìéó3üâ ìïõ), premio o castigo que trae consigo el Señor, se dará a cada uno según las obras que haya practicado. El tema del salario o recompensa es frecuente en la Sagrada Escritura 32 e incluso en el mismo Apocalipsis 33. Jesucristo se presenta en este pasaje como Juez supremo, con lo cual se da a indicar que está en el mismo plano de igualdad con Dios Padre, pues en otros lugares del Apocalipsis Dios Padre era el juez 34.
Todas estas palabras de Cristo insisten en la inminencia de su venida y traen a la memoria las parábolas de la vigilancia, que tanto inculca Jesús en el Evangelio 35.
Jesucristo se aplica a sí mismo, corno en
Rev_1:17;
Rev_2:8, los títulos divinos que ya antes 36 habían sido atribuidos a Dios. El es
el alfa y la omega, el primero y el último, el principio y el fin (í.13). Con lo cual pone de manifiesto que El es Dios, igual al Padre, y que, por lo tanto, tiene poder para mantener sus promesas y sus amenazas. Puede juzgar a los hombres como Señor soberano de toda la creación. De ahí que declare
bienaventurados a
los que lavan sus túnicas en la sangre del Cordero (v.14) 37, es decir, a los que han sabido aprovecharse de los efectos de la redención asimilándoselos. Estos son los únicos que podrán tener los vestidos limpios para ser admitidos al banquete celeste. El lavado de los vestidos de los elegidos solamente se podía llevar a cabo por medio de la sangre del Cordero 38. Esta bienaventuranza es la séptima y última del Apocalipsis 39. Los que se han purificado en la sangre del Cordero, o sea los que viven santamente, adquieren
el derecho a comer de los frutos del
árbol de la vida y a entrar por las puertas de la Jerusalén celeste 40 para permanecer en ella eternamente. Tener acceso al árbol de la vida y a la Jerusalén celeste es lo mismo que entrar en la gloria 41.
De esta ciudad santa serán excluidos los que no practican la ley de Dios y los que se han dejado arrastrar por los caminos de la inmoralidad42. En primer lugar no tendrán parte en la felicidad eterna los
perros (v.15), es decir, los sodomitas y todos los manchados con los vicios de los idólatras43. El perro era considerado por los hebreos como animal impuro, y era tenido, por este motivo, en gran menosprecio. En el Antiguo Testamento, la expresión
perros es empleada para designar a los hombres entregados a la prostitución y a los vicios de homosexualidad44. Aquí simboliza a los hombres impuros y viciosos45. Tampoco entrarán en el cielo los
hechiceros, o sea los que se dedican a las artes mágicas, muy en boga en Asia Menor en el siglo 1; ni los
fornicarios, que cometían toda suerte de inmoralidades46; ni los
homicidas, que derramaban la sangre inocente de los cristianos o de los pobres esclavos47; ni de los
idólatras, que, en lugar de adorar al Dios único y verdadero, daban culto a dioses falsos. Culto que muchas veces incitaba y conducía a la perversión moral. La lista se termina excluyendo de la Jerusalén celeste a todos
los que aman y practican la mentira, es decir, a todos los que se oponen a la doctrina de Cristo, que es la única verdadera. Cristo es la misma Verdad48. Por eso, el que practica la mentira se hace amigo de Satanás, que es el padre de la mentira49, y no puede tener parte con Jesucristo, fuente de la Verdad.
El Apocalipsis comenzaba con una visión introductoria en la que aparecía Jesucristo escribiendo las cartas a las siete iglesias. Aquí el mismo Cristo da testimonio de la verdad de las revelaciones contenidas en dicho libro, y declara, como Señor de los ángeles, haber enviado un ángel para testificar todas estas cosas que van dirigidas a
las iglesias (v.16) 50. Es, pues, un nuevo testimonio de la autenticidad del libro dado por el mismo Jesús (cf. v.6-7). El ángel de que nos habla el v.16 puede muy bien ser el último que habla al vidente de Patmos, o tal vez pudiera ser un nombre colectivo que abarca a todos los ángeles que aparecen en el Apocalipsis como intérpretes de Juan.
Cristo, que antes se declaraba principio y fin51, ahora se dice
la raíz y el linaje de David, o sea que Cristo se presenta a sí mismo con los caracteres del verdadero Mesías para que nadie sienta temor de caer en una ilusión 52. Jesucristo es, además,
la estrella brillante de la mañana, que anuncia el despuntar de aquel día eterno al que no sucederá ninguna noche 53. Esta estrella es también el símbolo del principado de Cristo sobre todos los santos y sobre todos los reyes de la tierra. En el claro cielo de Oriente, el lucero de la mañana brilla sobre todos los astros. Por algo ocupó un lugar tan distinguido en la religión astral de los pueblos mesopotámicos. Pues a esta estrella se compara Jesucristo, que en el cuarto evangelio dice de sí que es la luz del mundo 54. Y de El dice el mismo San Juan que es la luz verdadera que viene a este mundo a iluminar a todo hombre 55.
El Espirita y la Iglesia le responden con un llamamiento insistente,Rev_22:17.
17
Y el Espíritu y la Esposa dicen: Ven. Y el que escucha diga: Ven. Y el que tenga sed, venga, y el que quiera tome gratis el agua de la vida. El Espíritu Santo, que habita en la Iglesia y que en el corazón de los fieles ora con gemidos inenarrables 56, dirige de continuo a Jesús la súplica del Padrenuestro: el
adveniat regnum tuum. Es el Espíritu divino el que obra en el corazón de la Esposa, es decir, en el corazón de la Iglesia, mientras vive y lucha aún en la tierra, y le hace pedir al Señor, su Esposo, que acelere su venida para librarla de las tribulaciones. La Iglesia desea ardientemente su venida, porque será la señal de la liberación de la persecución. La Iglesia, a semejanza de San Pablo, que deseaba ser desatado de los lazos del cuerpo para estar con Cristo57, suspira por poder unirse a su Esposo en la gloria. Iguales deseos y anhelos han de tener cuantos oyen la lectura del Apocalipsis, diciendo también:
¡Ven! Esta súplica que dirigen a Cristo es el
Marana-tha, Señor, ven, fórmula aramea que se repetía durante las reuniones litúrgicas 5S. El Apocalipsis la presenta traducida al griego. San Juan, a su vez, dirigiéndose a todas las almas de buena voluntad, les invita, diciendo:
el que tenga hambre y
sed de justicia y de felicidad verdaderas, que
venga y beba de la fuente de agua de la vida 59 que brota del templo y refresca la ciudad de Dios. El
agua de la vida es el don actual de la gracia, de la unión espiritual con Cristo, de la cual participan las almas y que es garantía de la inmortalidad.
Juan prohibe alterar su libro,Rev_22:18-19.
18
Yo atestiguo a todo el que escucha mis palabras de la profecía de este libro que, si alguno añade a estas cosas, Dios añadirá sobre él las plagas escritas en este libro; 19
y si alguno quita de las palabras del libro de esta profecía, quitará Dios su parte del árbol de la vida y de la ciudad santa que están escritos en este libro. En nombre de Dios, el vidente de Patmos prohibe severamente a los fieles el añadir u omitir algo de las profecías del Apocalipsis (v.18). Al que se atreviere a
añadir algo, Dios añadirá sobre él las plagas escritas en este libro. La gravedad del castigo nos demuestra que el autor sagrado consideraba el mensaje del Apocalipsis como algo muy importante para la salvación de los hombres. Por eso quiere tomar sus precauciones contra los posibles falsificadores o correctores de su libro. Tales recomendaciones y conminaciones, encaminadas a proteger la integridad de un libro sagrado, no son nuevas, pues ya se encuentran en otros libros de la Biblia60. San Juan se inspira aquí en las recomendaciones que suelen poner los escritores al final de sus obras rogando a los que copian que sean diligentes y corrijan con cuidado. La razón profunda de esta inmutabilidad del Apocalipsis se ha de buscar en la convicción que tenía Juan de su origen divino. El vidente parece que estaba seguro de que su libro era inspirado, lo que es de suma importancia para la historia del canon. Y precisamente por tratarse de una obra inspirada por el Espíritu Santo, amenaza con la ira de Dios al que se atreva a añadir o quitar algo. El que tal hiciere
no tendrá parte en el árbol de la vida, ni será contado entre los ciudadanos de la Jeru-salén celeste, ni estará escrito en el libro de la vida (v.1g). Expresiones todas que indican la exclusión de la bienaventuranza eterna. Los falsificadores del mensaje de Cristo no irán al cielo.
Jesús promete su próxima venida,Rev_22:20.
20
Dice el que testifica estas cosas: Sí, vengo pronto. Amén. Ven, Señor Jesús. De nuevo vuelve a hablar Jesucristo, el que testifica estas cosas (cf. v.16), y promete su próxima venida: Sí,
vengo pronto. Es la respuesta del Señor a la llamada que le habían hecho el Espíritu, la Esposa y los lectores del libro61. Es la séptima vez que repite la frase
vengo pronto 62, y, como tal, constituye el sello definitivo con el cual se rubrica la esperanza ansiosa de los cristianos perseguidos. San Juan, en nombre suyo y de toda la Iglesia, implora con gran fe y expresa su ardiente deseo de que la venida del Señor se ejecute cuanto antes:
Amén. Ven, Señor Jesús. El
amén constituye un acto de fe en las promesas de Cristo y al mismo tiempo expresa el ansia de que se cumplan lo antes posible. La expresión
Ven, Señor Jesús (åñ÷ïõ êýñéå éçóïý) debía de ser una plegaria corriente entre los primeros cristianos, pues San Pablo nos ha conservado el original arameo,
Marana-tha 63, que debían de emplear los fieles en las asambleas litúrgicas. La exclamación
Marana-tha se encuentra también en la
Didajé64 y puede tener diferentes sentidos. El sentido que mejor cuadra aquí es el de simple deseo: /
Ven, Señor Jesús! También pudiera tener el matiz de una señal secreta conocida sólo de los cristianos, que, a modo de rúbrica, garantizaría la autenticidad del libro65.
San Juan cierra el Apocalipsis con esta hermosa frase, llena de fe y de esperanza:
¡Ven, Señor Jesús! Es como el resumen de todo el libro. Las angustias y persecuciones pasarán cuando Jesús venga a visitar a los suyos. Entonces enjugará todas las lágrimas de los afligidos cristianos.
Conclusión epistolar,Rev_22:21.
21
La gracia del Señor Jesús sea con todos* Amén. El vidente de Patmos termina su libro como suelen terminar las cartas,
deseando a todos
la gracia del Señor Jesús para practicar el bien y huir del mal. El Apocalipsis comienza y termina en forma de carta, pues en realidad es una especie de epístola enviada a las iglesias cristianas del Asia Menor66. La
gracia que desea a sus lectores implica todos los favores divinos que dimanan de Cristo y que ayudan a conseguir la salvación eterna.
San Juan muestra en este saludo final su caridad, no sólo para con los fieles de Asia, sino también para con todos
los cristianos, si seguimos la lección del códice Sinaítico (ìåôÜ ôùí áãßùí), ï, al menos, para con todos los que leyeren su libro (ìåôÜ ðÜíôùí, del códice Alejandrino y del
Amiatinus). Les desea que la gracia los ilumine y los sostenga.
1
Eze_47:1-12. 2 Cf.
Joe_4:18;
Jer_17:13;
Zac_14:8;
Sal_36:9. 3
Rev_7:17. 4 Gen 2,g;
Rev_3:22. 5
Jua_7:38-39; cf.
Rev_7:17;
Rev_21:6;
Rev_22:17· 6 E. B. Allo, o.c. p.353. 7
Zac_14:11. 8
Sal_17:15;
Sal_41:3 9
Jua_1:18. 10
Mat_18:10. 11 Rom 8:17. 12
1Co_13:12; cf.
Mat_5:8;
Heb_12:14. 13
1Jn_3:2; cf.
Jua_3:11. 14 Cf.
Rev_13:16-17- 15
Rev_1:6;
Rev_5:10;
Rev_20:6. 16
Rev_21:23; cf.
Num_6:25;
Sal_118:27. La
doctrina escatolósica del Apocalipsis, aunque a primera vista parece bastante desarrollada y precisa, no lo es tanto en la realidad. Frecuentemente el autor sagrado repite las mismas imágenes e ideas. De todos modos, su aportación a la escatología neotestamentaria es bastante notable. En la interpretación del Apocalipsis hay autores que sólo ven historia y muy poco de escatología; otros, por el contrario, sólo ven en el Apocalipsis escatología y nada de historia. Recuérdese a este propósito la polémica entre el P. J. Huby
(Apocalypse et histoire: Construiré 15 [1944l 80-100) y Ç. Ì. Féret
(Apocalypse, histoire et eschatologie chrétiennes: Dieu Vivant 2 [1946] 115-134). Véanse también los trabajos de A. Vitti,
L'interpretazione apocálittica escatologica del Nuavo Testamento: ScuolCat 69 (1931) 434-451; P. volz,
Die Eschatologie der jüdischen Gemeinde imneutestamentlichenZeit-alter (Tübingen 1934); G. Kittel, "Åó÷áôïò, en
Theologisches Worterbuch zwn í. Ô. II (1935) 694-695; J. G. Mccall,
The Eschatological Teaching of the Book of Revelation: Diss. Southern Baptist. Sem. (1948-1949); F. M. Braun,
Oü en est I'eschatologie du Nouveau Testa-ment?: RB 49 (1940) 33-54; B. J. Le Frois,
Eschatological Interpretation of the Apocalypse: GBQ 13 (1951) 17-20; F. Geuppens,
Ð problema escatologico nella esegesi, en
Problemi e orien-tamenti di Teología Dommatica (Milán 1957) vol.2 p.1003-1011; S. B. frost,
Visions of the End. Prophetic Eschatology: The Canadian Journal of Theology 5:3 (1959) 156-161. 17
Rev_21:9. 18
Rev_3:14;
Rev_19:11. 19
Jua_14:6. 20
Rev_1:1 Gf. A. Gelin, o.c. p.66s. 21
Rev_22:12.20. 22
Rev_2:16;
Rev_3:10. 23 M. García Cordero, o.c. p.226. 24
Rev_1:3;
Rev_14:13;
Rev_16:15;
Rev_19:9;
Rev_20:6;
Rev_22:7.14- 25
Rev_1:1.9-11. Cf. G. Bardy,
Faux et fraudes littéraires dans l'antiqwté chrétienne: Rev. d'Hist. Eccl. 32 (1936) 275-302. 26 Jn 19:35- 27 Cf.
Dan_8:26;
Dan_8:12.4.9;
Libro de Henoc 82:1; 104:11-13; Asunción
de Moisés 1:16; 10:11; 11:1; 4
Esd_12:37;
Esd_14:26.47. 28 159-11i. 29
Isa_6:9-10;
Jer_15:2;
Zac_11:9. 30 Cf.
Isa_40:10. 31
Rev_20:12. 32
Isa_40:10;
Sal_62:13;
Mat_16:27;
Rom_2:6. 33 AP2:23; 11:18. 34 Ap l6:7; 19:2; 20:12. 35
Mat_24:42-51;
Mar_13:33-37;
Luc_12:35-47- 36
Rev_1:8;
Rev_21:6. 37 La expresión
en la sangre del Cordero (Vulgata) falta en los mejores códices griegos y debe de ser una glosa tomada de
Rev_7:14. 38
Rev_7:14. 39 Cf. nota 24 de este capítulo. 40
Rev_21:12-13.27. 41
Rev_21:27;
Rev_22:1-2. 42
Rev_21:8.27. 43
Rom_1:26-32. 44
Deu_23:18. 45 Cf.
Rev_21:8.27. 46 Cf.
1Co_5:10. 47 Cf.
Mar_6:21;
Rom_1:29;
Stg_4:2;
1Pe_4:15;
Rev_9:21. 48 Gf.
Jua_1:17;
Jua_14:6;
Jua_17:17. 49
Jua_8:44. 50 Cf.
Rev_1:1;
Rev_2:28;
Rev_5:5· 51
Rev_22:13. 52 Cf. Aps,S. 53
Rev_2:28; cf.
2Pe_1:19. 54
Jua_9:5. 55
Jua_1:4-9. 56
Rom_8:26. 57
Flp_1:23. 58 Cf.
1Co_16:22. 59 Cf.
Isa_55:1. 60 Cf.
Deu_4:2;
Deu_13:1;
Deu_29:19;
Pro_30:6. 61
Rev_22:17. 62
Rev_2:16;
Rev_3:10;
Rev_16:15;
Rev_22:7.12.17.20. 63
1Co_16:22. 64
Didajé 10:6. 65 Cf. E. Hommel,
Maran atha: ZNTW 15 (1914) 317-322; C. F. D. Moule,
A Reconsideración of the Context ofMaranata: NTSt 6 (1960) 307-310. 66 Cf.
Rev_1:4.